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ISSN 1688-1672

 


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          PER MODO TUTTO FUOR DEL MODERNO USO

Efeméride dantesca

Gustavo Espinosa

Entre tantos espectáculos, carnicerías
y terremotos ocurridos durante el año que termina, se cumplieron 750 años del nacimiento de Dante. Si el mundo no estuviera tan repleto de horror y entretenimiento, este natalicio descomunal debería celebrarse como una especie de navidad o efeméride astronómica de la civilización.

Refutando cada día la restricción chauvinista de Giovanni Papini, según la cual “para interpretar plenamente a Dante hay que ser un católico, un artista y un florentino”, la obra de Alighieri (como la de Shakespeare o como El Quijote) y el inabarcable aparato crítico que la orbita desde hace más de 700 años es una especie de galaxia, cuya complejidad y tamaño no deja de expandirse. Como sucede con los libros canónicos poderosos no con cualquier monumento filológico preservado en un nicho académico la Comedia y (a la manera de satélites que refractan su irradiación) el resto de los textos del autor, viene desde hace siglos construyendo mundo, generando sentido que modifica el mundo, y a su vez, siendo modificada por el mundo. Dante y los documentos de la abigarrada y sostenida recepción de su obra no dejan de articular intercambios que van desde las intervenciones críticas más excéntricas, hasta el uso popular tremendista y generalmente policial del adjetivo dantesco. Así, la Comedia se ha instituido como un artefacto mutante de fascinación, como una máquina de metal líquido que no ha dejado de funcionar jamás, que no ha cesado de producir significados nuevos ni de contagiar su esplendor.

Cuando los docentes o divulgadores se enfrentan a un clásico, o emprenden la mediación entre “los clásicos y nosotros”, como propuso Bordoli, suelen preguntarse qué tienen todavía los libros  para decirnos, qué hay en ellos de actual o de moderno. Cierto verso del Canto XVI del Purgatorio podría desalentar esa interrogación: mientras los viajeros caminan entre los espíritus  iracundos, uno de ellos quiere saber como sucede tantas veces cómo es que un viviente puede andar paseándose por el trasmundo. Dante le responde que Dios le ha concedido la gracia de hacer ese viaje per modo tutto fuor del moderno uso.

El famoso lector inocente, se sabe, es una abstracción o una fantasía. No es posible cumplir con cierta recomendación de Paul McCartney (Don't carry the world upon your shoulders). Por más que queramos leer sin interferencias institucionales o ideológicas demasiado rígidas, todos cargamos con el mundo, con algún mundo, sobre nuestros hombros. Tal vez por eso me sorprendió y me entusiasmó por un instante encontrarme con aquel adjetivo, moderno, y con una aparente declaración de trascendencia o superación de lo moderno en medio de la humareda del Purgatorio y en el comienzo del S. XIV. Pero es obvio no hay allí referencia a una categoría histórica o política, sino que el adjetivo, traspuesto directamente del latín solo designa lo ocurrido recientemente, o lo que está a la moda. Preste y Ottaviano, anotadores de una edición del texto de la Societa Dantesca Italiana, glosan el verso: con mia decisione completamente insolita. A nessuno dopo San Paolo era stato concesso questo privilegio. Seguramente, entonces, es acertada la versión de González Ruiz para la Biblioteca de Autores Cristianos, que como suele ocurrir con las traducciones en prosa resulta una especie de explicatio: “Y Dios me ha recibido en su gracia, de modo que permite que vea su corte, por medio totalmente fuera de lo acostumbrado hoy”. Esta declaración es una continuación, ya más segura y serena, de lo que se había expresado en el comienzo del viaje, en el Canto II del Infierno. Apenas Virgilio ha comunicado su itinerario a Dante personaje (esto es: el autor ha comunicado a los lectores el plan de la obra), aquél duda y pregunta: “Mas yo, ¿por qué iré? ¿quién lo permite? Yo no soy ni Eneas ni Pablo. Ni yo ni nadie me cree digno de esto. Si me lanzo a tal viaje, temo que resulte una empresa loca”.

Desde el romanticismo sabemos o creemos saber que el presente resulta anodino y vulgar, que las desmesuras de la épica deben ocurrir en el pasado, y las totalizaciones de la utopía deben proyectarse en el futuro. Seguramente Dante también adivinaba esto, y evaluaba el riesgo literario que implicaba articular un gran relato centrado en un sujeto hiperbólico que protagoniza una epopeya o una suma, con las miserables contingencias del siglo en el que habitaban él mismo y sus lectores.

Este proyecto, sabía, era tan inusual como la lengua en que eligió escribir, como el formato inaudito y perfecto de su poema. Es, justamente, esa voluntad de deliberada ruptura con lo fijado y habitual de modo tutto fuor del moderno uso, ese impulso delirante de negación creadora, lo que hace que (ejercitando un tipo de lectura tal vez narcisista o megalómana) asociemos a Dante con la modernidad.

Sabemos, sin embargo, que la hemenéutica negra de nuestros días ha declarado que el sujeto moderno es un mito perimido, un constructo muerto de la escritura. Hubo un tiempo en que ese arquetipo supuestamente difunto encarnó de un modo heroico, es decir exagerado y simplificado, en cierta especie de novelistas. Pienso en Melville, en Joyce o en Lezama, entre otros, que se atrevieron a proponer y agotar una fabulación que metabolizara el mundo conocido, generando así la emergencia de un mundo excéntrico, poniendo ese mundo nuevo a modificar las inercias establecidas, como en un juego o sistema de gravitación. Las invenciones de estos sujetos desmesurados que se aventuran a interponerse en las hegemonías para obstruirlas y crear otras, son monstruos. Lo son porque, en tanto mutaciones, desbordan los protocolos o los géneros, irrumpen al margen de la evolución previsible de la escritura, y en general se instituyen como universos de sentido discontinuados, perfectos en el sentido de clausurados o consumados. Desde este punto de vista, Dante sin ser estrictamente un novelista es un precursor de este avatar o paradigma del sujeto moderno, y también desde este punto de vista la Comedia es, como dije al principio, un monstruo. Sin embargo, Moby Dick, Ulises o Paradiso, también son monstruos por la deformidad de su tamaño, por ser, cada uno a su modo, un compuesto de partes heterogéneas, cuyas suturas y remaches percibimos como en la criatura de Frankenstein hecha en Hollywood. Son algo así como usinas invertebradas. En cambio, la “novela teológica” de Dante (así la definió Croce) es recibida  como un cosmos. La armonía de sus tríadas sincronizadas, que el mismo autor explica con minuciosas referencias aristotélicas, la  exactitud sostenida de los más de 14.000 endecasílabos encadenados por la terza rima (que hacen del poema un artilugio rígido y fluido a la vez), se parecen a la realización de una utopía moderna: la del autor en total control de su obra. Esa estructura transparente y sólida, cuya descripción puede repetir hoy cualquier liceal, está consolidada por un largo y persistente proceso de digamos canonización. La forma de la Comedia está tan ajustadamente integrada a la civilización de la que forma parte, está tan naturalizada por siglos de relecturas, que más allá de los rasgos intrínsecos de esa misma construcción inmodificable nos hace ver a Dante como un cosmócrata infalible: él  no sólo se hizo cargo del universo, lo compendió y lo juzgó (como se ha dicho tantas veces), sino que lo geometrizó en una ingeniería irreprochable.  

Ese es el gesto idiosincráticamente dantesco, y no cualquier exhibición patética de desmembramientos o de catástrofes.

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