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ISSN 1688-1672

 


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          POLÍTICA AHOGADA EN SUS PROPIAS TRIPAS

La izquierda uruguaya en el gobierno: transparencia y desilusión

Gustavo Espinosa

En 1970 Carlos Manini Ríos, uno de
los más notorios políticos del sector ultraconservador o riverista del Partido Colorado de Uruguay, publicó Anoche me llamó Batlle. Se trata de una narración abigarrada y amena de la historia política de un lapso del siglo XX en el país, el que termina con la aprobación de la constitución batllista de 1917. El libro no deriva jamás hacia el ensayo político, no hay en él una sola página donde lo ideológico sea explícito, donde se intente
por ejemplo la desarticulación teórica del programa batllista. Muchos de los episodios que se relatan y documentan allí ocurren en el umbral ominoso donde lo público y lo privado se entreveran; por otro lado se describen maniobras electorales, componendas, aprietes y amaños de toda clase, pergeñados y ejecutados por el aparato político estatal que manejaba José Batlle y Ordóñez.

La exteriorización de los engranajes o circuitos internos que hacen funcionar el mundo ha sido siempre un modo eficaz de desmitificación, una forma de desautomatizar determinadas prácticas y discursos, un recurso, en fin, de la crítica, ya sea política o de cualquier otra índole. El dramaturgo alemán Bertolt Brecht usó esta estrategia como una de las maneras de producir su célebre efecto de distanciamiento. Brecht no ocultaba al espectador la tramoya o las bambalinas de sus espectáculos, sino que los mostraba con el propósito de liquidar la ilusión de realidad y habilitar la racionalización crítica de esa realidad desde los preceptos marxistas que el autor proponía.

De un modo similar funciona la aproximación microscópica a una cosa, su descripción extrañada o falsamente inocente mediante el uso de perífrasis (decir, por ejemplo, “un trapo de colores anudado al cuello”, en lugar de “corbata”), que sirve para hacer manifiesto el absurdo solapado detrás de la costumbre. Este procedimiento se ensaya en el cuento “La mezcladora de cemento” de Ray Bradbury, donde se muestran ciertos hábitos de los estadounidenses de mediados del siglo pasado desde la perspectiva azorada de un marciano: “…desaparecían en la fantasmal oscuridad de los palacios de las emociones pequeñas, para oír allí los horribles sonidos de unas cosas blancas que se movían sobre pantallas blancas. Y al lado de los marcianos se sentaban unas mujercitas de pelo rizado, con unas bolas de goma gelatinosa entre las mandíbulas. Y debajo de los asientos se endurecían otras bolas de goma con unas fósiles huellas que los dientecitos de gato de las mujeres habían impreso para siempre.”

Sin embargo, la exhibición hiperreal de una  mecánica, la reducción de los acontecimientos o de los artefactos (sobre todo aquellos destinados a producir sentido) a su mero funcionamiento o soporte, suele vaciarlos, volverlos insignificantes, como ocurre en el poema “Whisky and soda” del argentino César Fernández Moreno: “Chupo el cilindro forrado de papel / que contiene hojas picadas tostadas encendidas en la punta / bebo en la vasija de cuarzo traslúcido / este líquido compuesto de alcohol / mezclado con agua donde sube el gas en esferitas”. En la posmodernidad (o como quiera que llamemos al entrecruzamiento de discursos que donan legitimación ideológica al capitalismo tardío), estos dispositivos de desilusión se han radicalizado. Jean Nouvel y Jean Baudrillard (un arquitecto y un escritor), han señalado al edificio parisino del Centro Nacional de Arte y Cultura Georges Pompidou, obra de los arquitectos Piano y Rogers inaugurado en 1977 y conocido popularmente por “el Beaubourg”, como el emblema o la materialización arquitectónica de estos procesos: “El esqueleto es legible, con todas las tripas fuera, y también los nervios, todo está expuesto a la vista en grado que nunca ha sido superado”. (ver este libro aquí)

Un fenómeno análogo puede constatarse en la política uruguaya o en la representación mediática de esa actividad en los últimos tiempos, más exactamente, desde el advenimiento de la coalición de izquierda al gobierno. Todo se reduce a transparentar mecanismos de gestión, de trámite, de administración: lo que se despliega ante ciudadanos, espectadores y/o consumidores es un continuum de estratagemas, transacciones, rencillas y acuerdos, puenteos y cabildeos, es decir todo lo que constituye el esqueleto, el soporte, las tripas y los nervios de lo político, pero que no es lo político.

Sabemos que todo esto es imprescindible para la puesta en marcha y el apuntalamiento de un proyecto político, pero sucede que no solo resulta insuficiente sino que, al sustituir al proyecto político, constituye su negación. Pensemos, a modo de muestreo casi arbitrario, en episodios como el proceso de designación del candidato a intendente montevideano, la reciente negociación interpartidaria en torno al gobierno de la educación, el tira y afloje en relación al impuesto a la tierra o la elección del presidente del Frente Amplio (ver aquí, aquí y aquí). Resulta entonces que la izquierda, que siempre había propuesto la ideología o la épica contra la tramitación pragmática o burocrática (degradada muchas veces en acomodos y manganetas) de lo público estatal, hoy, desde el gobierno, y sin que haya sido necesaria la intervención de un opositor o un revisionista, solo parece capaz de mostrar además de estadísticas más o menos eufóricas la mecánica errática de tramitarse a sí misma, es decir su auto-consumación, su acabamiento.

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