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Amir Hamed
ISSN 1688-1672

 


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          AL SECUESTRO DEL PENSAMIENTO LIBRE

CIA, Stalin y cultura: bienvenidos al neocomisariato de la corrección política

Amir Hamed

1.  Ayer nomás. Universalmente
sabido, ha transgredido las Convenciones de Ginebra, es decir, cometido crímenes de guerra, ha violado los derechos humanos bajo todo rubro, asesinando, perpetrando experimentos con humanos contra su voluntad, alimentando el tráfico de drogas, exterminando en masa y torturando. Hace unos días, sin ir más lejos, la Agencia Central de Inteligencia (CIA), debió desclasificar 50 documentos relativos a su programa de “interrogación”, que, según ha denunciado la American Civil Liberties Union,
"subrayan la crueldad de métodos de la agencia en sus sitios ultramar clandestinos y secretos". Todo esto, se dirá, es secreto a voces, que nada más ahora se ventila; lo que es menos universalmente conocido es que, desde su fundación, en 1947, la CIA persiguió una agenda cultural.

En efecto, ya en la década de 1950, para contrarrestar la influencia en Europa de la Unión Soviética y de los partidos comunistas, además de asesinar, la Agencia desarrolló un vasto plan de cooptación  de sociedad civil, empezando por el soborno, explícito y velado, de intelectuales, muchos de ellos desencantados con el estalinismo, muchos de ellos socialistas. La Agencia, para decirlo de otro modo, fue una notable agencia cultural, a través de organizaciones supuestamente solo filantrópicas como la Fundación Rockefeller primero, y luego la Fundación Ford. A través de estas fachadas, o de instituciones vinculadas a la Rockefeller, como el Museo de Arte Moderno de Nueva York, la CIA organizó exhibiciones y conciertos, publicó y tradujo autores que se amoldaban a la línea de Washington y subsidió revistas prestigiosísimas. Una de sus líneas mayores de ataque cultural fue el patrocinio del Congreso por la Libertad de la Cultura, con sede en París, que apoyaba revistas, conferencias, etc. Otra, la promoción de la cultura estadounidense, fundamentalmente, y en la plástica, del expresionismo abstracto, que invadió Europa como antídoto contra el realismo socialista que pretendía imponer Moscú, y en rigor, contra cualquier vinculación entre arte y política.

A veces, la Agencia, a través de sus testaferros, compraba las tiradas de los libros, a fin de promocionar los autores, fueran por ejemplo Robert Lowell o Hannah Arendt,  Irving Kristol, Melvin Lasky, Isaiah Berlin, Stephen Spender, Sidney Hook, Daniel Bell, Dwight MacDonald o Mary McCarthy. En Europa, por lo que documenta Frances Stonor Saunders en un libro del año 2000, The Cultural Cold War: The CIA and the World of Arts and Letters. Intelligence in Recent Public Literature, Europe, el interés fue el de promover la Izquierda democrática (estoy siguiendo aquí la reseña de James Petras), gente como Arthur Koestler, Raymond Aron, Anthony Crosland, Michael Josselson o, último pero no el menor, George Orwell.

Algunos de los implicados, se ha dicho, no sabían qué era lo que en rigor sucedía, si bien no sospechaban cuando eran invitados a paseos en yate, a lujosas recepciones, en fin, a una atención de cortesanos. Aquí cabe recordar que respecto al expresionismo abstracto o a la financiación de revistas (el mecanismo que, según lo que ventilaron en los 1980 ex agentes, ellos mismos llamaban "la rockola", porque "tocaban un botón y en los ambientes culturales de todo el mundo se estaba repitiendo el argumento que ellos habían decidido") ni siquiera Harry S Truman, el presidente, sabía. De hecho  los ideólogos de la campaña, creían que Truman se hubiera opuesto a apoyar el expresionismo abstracto porque no lo entendía.

Es probable que algunos sí al menos sospecharan, o sintieran el mal olor, y acaso, si se quisiera poner una prueba mártir de una confabulación en beneficio de obra propia, hubiera que encontrarlo en Jackson Pollock, portaestandarte del expresionismo abstracto, muerto alcoholizado en un accidente de tránsito. Lo que se sabe, de todos modos, es que muchos, sobre todo entre los líderes del Congreso para la Libertad de la Cultura, sí sabían perfectamente lo que estaba ocurriendo. 

Y uno de los que lo supo perfectamente, según ha quedado demostrado, fue un uruguayo notorio, Emir Rodríguez Monegal, quien en el mismo París del mencionado Congreso, dirigió por años la revista Mundo Nuevo, financiada por la Fundación Ford, en la que inadvertidamente colaboraron, en un principio, Pablo Neruda (comunista, receptor de un premio de manos de Richard Nixon y autor, por ejemplo, de una “Oda a Stalin”) o Gabriel García Márquez, para citar solo un par de nombres. El conocimiento de Rodríguez Monegal ha quedado firmemente establecido por María Eugenia Mudrovcic en su libro Mundo Nuevo. Cultura y Guerra Fría en la década de los 60. Se trataba de encontrar un antídoto a la influencia del castrismo en América Latina, una oposición a la revista cubana Casa de las Américas y, por qué no, también a nuestra autóctona Marcha, desde donde Ángel Rama denunciaba los lazos de Rodríguez Monegal con la CIA (y esto no habla ni mejor ni peor de Rama, quien a la larga será un abanderado del “culturalismo”, con algún libro por competo desatinado, como La ciudad letrada, que participa del mal que se analiza a continuación).

2. Hoy y aquí. Ahora bien, ¿es esto historia antigua? Para empezar, tras 2001, la CIA ha perdido autonomía en Estados Unidos y, en la actualidad, debe rendir cuentas; ahora es apenas una de las 16 agencias de la Comunidad de Inteligencia bajo autoridad de la Dirección Nacional de Inteligencia (DNI). Por otra parte, la rivalidad entre dependencias de Washington, por ejemplo entre la CIA, el Pentágono, o el Departamento de Estado, lleva a que a veces estén apoyando facciones contrapuestas, como por ejemplo sucede en Siria actualmente, por más que los une es la misma estrategia: desestabilizar al país. Por otra parte, la política general de Washington de contar con asociaciones de sociedad civil que le responden sigue intocada, advertible en las ONG que se movilizan cada vez que es necesario establecer una “revolución de color”, por ejemplo en el Báltico, más recientemente en Ucrania, contra el gobierno de Viktor Yanukovych, o también aquí nomás, en Brasil, donde ONG alimentadas por Washington, tempranamente, comenzaron a movilizarse contra Dilma Roussef. Las razones por las que incomoda Roussef a Washington, como se sabe, son principalmente su oposición a las petroleras como Exxon y la participación en BRICS (Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica), cuyos miembros fundaron un Nuevo Banco de Desarrollo.

La participación de organizaciones de sociedad civil, alimentadas por la CIA, en lo que se repite es un “golpe de Estado en Brasil”, ha sido hace tiempo denunciada por muchos, inclusive Pravda, y la mención aquí a la publicación ex soviética por supuesto no es un toque de nostalgia: sirve para recordar que en Brasil, la campaña contra una presidente separada del cargo por un senado totalmente corrupto ha sido alentada por medios de comunicación que pertenecen apenas a cinco familias; o que en Estados Unidos, país que en los 1980 contaba con unos 4.000 medios de comunicación pertenecientes a apenas 12 corporaciones, hoy estos medios responden a cinco y, en rigor, todo el aparato es manejado por un puñado de apellidos (Rockefeller, Rothschild, Bronfman, Newhouse, Murdoch y Redstone). Por eso no debe extrañar que, por más que uno cambie de canal, o cliquee y cliquee, el sesgo de la información que recibimos sea idéntico, es decir, básicamente lo mismo que le pasaba al soviético cuando leía Pravda.

Se ha acuñado, para definir este tipo de ataques a gobiernos establecidos, el término “guerra híbrida”, que incluye movilizaciones sociales y sobre todo, guerra de sobre- o des-información. Esta América venía siendo cortejada desde el Pacífico por China, y Estados Unidos, despertando más o menos de su década y pico en Medio Oriente, se viene moviendo para asegurar su patiecito trasero en todos los aspectos, sin desdeñar nunca el cultural.

No tenemos, de momento, libros como los de Mudrovcic o Stonor Saunders; sí empezamos a tener, al  menos, denuncia de lo palmario. Como alguna vez se recurriera a intelectuales de izquierda, muchos de ellos biempensantes, para contrarrestar a un enemigo ahora se recurre a una ideología acuñada en los campus universitarios, sobre todo por aquellos docentes sajones, la mayoría en cursos de Lengua Inglesa o en Teoría, que antes de la caída del Muro de Berlín se declaraban marxistas o marxistizados, siempre nostalgiosos de algún tipo de control: lo políticamente correcto.

Hace cuestión de semanas, en Uruguay, asistimos al bochorno, que aquí no calificaré como ya hice en otra parte, de que el Premio Literario Juan Carlos Onetti, instituido por la Intendencia de Montevideo, establezca menciones para quienes escriban sobre tópicas de “inclusión”, traicionando, para empezar, el espíritu libérrimo de Onetti y, para seguir, cualquier concepto razonable que se tenga de la literatura. En su columna en la diaria, Soledad Platero se apuró a señalar la procedencia de la agenda, llegada a Uruguay "de la mano de los 'organismos multilaterales' como la Organización de las Naciones Unidas, la Organización de los Estados Americanos, el Banco Interamericano de Desarrollo y el Banco Mundial. Esto, señala Platero, criatura del “liberalismo biempensante de Estados Unidos, de la mano de la cooperación internacional (…) transformó la denuncia del patriarcado y la heteronormatividad en un formato fijo para conseguir la aprobación de proyectos”.

Elaborando sobre lo anterior, Alma Bolón, en un artículo en Brecha, destacó el otro aspecto, ya directamente souvenir de Guerra Fría, “la confluencia en este caso de los procederes de la academia estadounidense con sus bancarios brazos y los procederes de cierto Stalin”. Poco importa, subraya Bolón, el contenido, sino la imposición de una norma que en nombre de “valores superiores”, intente imponer una literatura con ciertos valores. Y lo estalinista, vale aclarar, no radica en los valores a destacar; son imposición del Estado, que busca propagandearse en obras literarias. “Hoy, Stalin, la academia estadounidense, los gordos brazos bancarios multilaterales y la cláusula del premio Onetti de la IM: un solo corazón”, concluye.

3. Estupor del significante. El comisariato de la corrección política ha desaguado, entre otras cosas, en la incapacidad de leer, en el desvanecimiento de la capacidad crítica y, por supuesto, en modelos de dominación y sujeción. Mientras un universitario estadounidense queda al borde del desmayo, exigiendo un “safe room” porque acaba de encontrar la palabra nigger en un libro decimonónico de Mark Twain, resulta que, para cuando termine la carrera, estará al borde del presidio, pues si recurre a préstamos usurarios para pagarse la educación, egresará comido por las deudas (en Estados Unidos, los bancos prestan a los estudiantes sin exigir retribución mientras estudian; una vez se reciben, comienzan a cobrarles). Si bien también hay préstamos regulados por el gobierno que son pagables y han ayudado a estudiar a millones, lo cierto es que hoy el endeudamiento, en Estados Unidos, desalienta del estudio también a millones, lo que está poniendo en jaque, en ese país, la credibilidad en la prosecución de estudios terciarios. Y mientras ese universitario se asoma al abismo de la bancarrota, que empieza siendo intelectual, puesto que el aturdimiento del significante lo ha hecho perder de vista las cosas que importan, resulta que en Estados Unidos, cuando hace no mucho eran obscenamente 400 las familias que concentraban el PBI del país, son hoy 20 personas, según muestra el índice Forbes, los multimillonarios que acaparan esa misma riqueza.

4. Erección de la víctima. ¿Precisa esto mostrarse con más claridad? Seguramente no. Sin embargo, queda agregar qué implica, para nosotros, semejante arremetida de menú liberal y estadounidense y factura estalinista. En primer lugar, recordar que, cada vez que nos están hablando de inclusión, en rigor nos están excluyendo; la inclusión no es, como han pretendido hacer, decirle a un estudiante Afro-American de Detroit o Lafayette que no debería interesarse en leer a Platón porque no es parte de su herencia cultural, o siquiera en la gramática, cosa que, de acuerdo a todos los indicadores de educación, ya ha traído resultados calamitosos en Estados Unidos; la inclusión consiste en que una muchacha o un muchacho del barrio Marconi, en Montevideo, pueda leer a Homero.

Sería preciso, además, recordar que el modelo estadounidense de la “inclusión” es protestante, basado en las 13 colonias originarias que no conocieron, y siguen sin conocer, el mestizaje; colonias que diseñaron un modelo de país bajo el lema “E pluribus unum” (De muchos, uno). La división comunitaria, su emblema originario, es también parte de su urbanística y una de las razones por las cuales, luego de la Guerra Civil, campeara la segregación. El diseño de buena parte de sus ciudades establece barrios, muchas veces guetos, para etnias. En Chicago, por ejemplo, ciudad rediseñada tras un incendio que la arrasó, todo, comenzando por las vías del ferrocarril elevado, está dispuesto de tal forma que un Afroamerican, por ejemplo, no pise el barrio de un Hispanic, y que a ninguno de ambos, salvo se haya vuelto un ricacho, se le ocurra comparecer por la suburbia de las clases acomodadas, mayoritariamente blancas; en ciudades del Sur, todavía hoy, la rutina de los autobuses hace que uno circule, prácticamente, sin ver un Afroamerican en todo el día. Es en este caldo de cultivo donde surgen las interpelaciones a “identidades”, étnicas o de género, como si la gente fuera idéntica, inmutable, fija, y no un hacerse perpetuo, o a la diversidad, que como creo haber mostrado en otra parte, es una mula muerta. A partir de este marco, el verdadero protocolo de la dominación, hoy, ése que concentra la riqueza planetaria, ya no en pocas manos, sino en apenas escasísimas falangetas, requiere de una figura anti-ilustrada, omnipresente, desviante: la víctima.

La víctima, como se sabe, carece de responsabilidades y de agencia. Ha sido victimizada (por cualquier cosa, el orden patriarcal, un café servido muy caliente, los padres, un vecino que no barrió la nieve, comida en mal estado, la gramática, un sexo que ahora proclama no deseó, 300 estereotipos, un fantasma del pasado, una palabra de dos sílabas en un texto de Mark Twain), siendo su modalidad, contraria a la liberación, el litigio. Es una criatura la razón ya hace rato perdida reducida a la emoción que exige, nada más, resarcimiento, mientras se perpetúa como víctima y resulta cada vez más aporreada por aquellos que quieren que nos asumamos victimizados por aquellos que nos rodean. Ya hace demasiado, en su Tratado de las emociones, Jean-Paul Sartre había mostrado (me repito desde este texto) que la emoción era una transformación del mundo en momentos en que éste es demasiado laberíntico y no se vislumbran caminos, que el miedo (de paso, por fuera de la existencialista angustia de nada), es miedo de algo, y que hay dos respuestas al miedo: la parálisis (el desmayo), y la huida. Dicho de otro modo, en la señalización de supuestas inclusiones no se hace más que volvernos prófugos de nosotros mismos, cancelada toda agencia que podamos pretender como sujetos en cualquier variante de Historia.

Desde Platón, al menos, se sabe lo que repetirían Hegel y Marx. Solo el esclavo puede liberar al amo. Pero si algo condena al esclavo, y lo priva de liberar, es confinarse a la ignorancia, a desdeñar la lectura, el análisis, la crítica. Perdida la capacidad crítica, se pierde irreparablemente el futuro (porque siempre se critica en nombre de algo a corregir, evaluar, etc. para próximas actividades) y se cae en este pánico y corriente desmayo por el cual, como se sabe, estamos todos cancelando los recursos planetarios de las futuras generaciones, y las estamos cancelando para que unas pocas decenas de personas (multimillonarios estadounidenses, brasileros o chinos) acumulen capital.

5. Dios entre las víctimas. El proyecto de la modernidad, nadie ignora, es el de la emancipación. El proyecto políticamente correcto, alentado por multilaterales y agencias estadounidenses, es uno muy distinto: el miedo. El miedo paralizante, claro está, a partir de la guetización de cualquier territorio, sea nacional, urbano, o ya académico. Este miedo, por otra parte, es el que, contrario a lo que dice pretender la agenda, se vuelve en el Gran Estigmatizador, porque hace a la estigmatización por ignorancia. Al respecto, cabe recordar lo que hace ya casi 70 años explicara el sociólogo Erving Goffman respecto al estigma social y al sabio (o entendedor, término que tomaba de la comunidad gay): es aquel, o aquella, que podía ser recibido por el clan, porque muestra entender lo que dentro del clan sucede. Cualquier lector de literatura griega o latina dejaría de escandalizarse ante los gays, pero alguien que evidentemente carecía de esos rudimentos de cultura, un ciudadano estadounidense, empleado de una empresa de seguridad multinacional (para venta de miedo y seguridad, ver por favor aquí) acaba de arrasar con su metralla una discoteca gay de Orlando, en Florida. Los medios trataron, en primera instancia, de hacerlo parecer un ataque del Estado Islámico, que los memoriosos saben ha sido, más que atacado, apoyado por las agencias de Washington, aunque ahora su monstruo de Frankenstein se ha vuelto tan insostenible en Libia que el Pentágono dice estar tomando acciones más determinadas. Y a propósito de Libia y Orlando, algo que nadie debe olvidar es que hasta la Wikipedia consigna la miríada de periodistas de todo el mundo en la nómina de la CIA, por ejemplo los que le inventaron a Muamar Gadafi ataques contra su propia población, que propiciarían intervención de Estados Unidos, Francia e Inglaterra y la disolución del país, entregado a los islamistas, quienes acto seguido empezarían a embarcar sus armas buscando derrocar al régimen en Siria.

Claro que, más allá de la manipulación de los medios, el ataque de Omar Mateen, el asesino de Orlando no deja de retener algo ejemplar. Ciudadano estadounidense de ascendencia afgana (no inmigrante) se manifestaba racista, era frecuentador de bares gays, y si declaró adherir a facciones islamistas (tres, y enemigas entre sí) evidentemente fue como coartada para otra cosa, si no es que fue forzado a hacerlo. Según algunas fuentes, el asesino era probablemente rechazado, por feo o impresentable, por los gays (esto quiere decir, nada más, que no lo tenían muy en consideración). De confirmarse que fuera gay, como parece confirmase (porque filogay ya era, y confirmado), se trataría de una oveja negra del LGBT (Lesbian and Gay, Bisexual Transgender). Esto, claro está, no le quita horror a lo sucedido. Sí pone de relieve la total exclusión que implican las supuestas políticas inclusivas, que debilitan la noción de ciudadanía, ya que incluso el asesino en masa pasa a vivirse como víctima. Resultado del ataque, algunos pastores protestantes llamaron a seguir el ejemplo de Mateen y acabar con los gays. En realidad, están asistidos por la lógica de la victimización inclusiva, ya que, a fin de cuentas, si todos somos víctimas que cohabitan un espacio guetizado, ¿no ha de ser víctima también Dios?

6.  Colofón. Las mejores causas terminan siendo secuestradas por la ingeniería del capital. Antes de morir de cáncer, en la última entrevista que le realizaran, el productor, cineasta y activista Aaron Russo denunció que Nicholas Rockefeller le avisó, con nueve meses de anticipación, lo que sucedería en setiembre de 2001 en el World Trade Center, y que “vería a soldados en cuevas de Afganistán buscando gente”; también lo desasnó de que los Rockefeller, entre otros, financiaron la campaña original por la liberación femenina en el país, con el objetivo poder poner impuestos a la otra mitad de la población y tener a los niños desde más chicos en la escuela para inocularles las ideas del Estado (Bancario) en la cabeza. ¿Delira Rockefeller, es nada más megalomaníaco? Hasta ahora, la interpretación de mayor recibo consistía en encontrar como agentes favorecedores del feminismo en Estados Unidos, en los 1960, la autorización del uso de la píldora anticonceptiva que cambió las reglas del hogar, independizando a las mujeres de la fatalidad de la reproducción, el ingreso de las mujeres al sufragio en 1920 y a la universalización de la educación. Pero también sabemos que el sueño de gravar impositivamente a los más que se pueda ha sido desvelo, sin excepción, de los Estados modernos y que ya en los 1970 grupos radicales de izquierda feminista, como las revolucionarias “Red Stockings”, habían denunciado la colaboración, reconocida por ella misma, de Gloria Steimen, fundadora en 1972 de la más que influyente Ms Magazine, con la CIA, para la cual espiaba y de la cual recibía órdenes y divisas desde la década previa. Esto,  ya hace tiempo, a pesar de los esfuerzos de la Agencia para acallarlo, ha dejado de ser confidencial, pues, como es hoy de público conocimiento, el motor detrás de la revista fue rediseñar el feminismo candente de los 1970 para extirparle aquello que desafiara el orden imperante.

El feminismo igualitarista, como se sabe, ha capitulado, en buena medida, en favor de una denuncia del “orden patriarcal”, del cual varias secciones del feminismo actual se declaran mártires. Ya no persigue, como desde sus orígenes dieciochescos con Mary Wollstonecraft, la liberación (no solo de las mujeres); ha sido abducido en una “fábrica de víctimas”, para ponerlo en los términos de Ekintza Zuzena, muy distinta de la voluntad que, en su momento, pudieran haber manifestado, digamos, Simone de Beauvoir o luego Joan Kelly. Hoy día, la mayor parte de la financiación para “Women Studies” proviene de grandes fundaciones como la Rockefeller y la Ford (¿déjà vu?) o la Carnegie Foundation, y por supuesto, también instrumentos como USAID, UNIFEM y Naciones Unidas.

Ni bien asumió el cargo de Redactor Jefe de La guía del mundo, quien esto escribe diseñó una ficha, que la publicación incluyó de ahí más, que presentaba datos sobre la situación de la mujer en cada país del orbe; por otra parte, este columnista no puede sino anhelar que el feminismo, siempre que sea presentado como una manera más razonable de pensar el mundo y la temporalidad, vinculada a los ciclos naturales, como señalaba Julia Kristeva, o como una alerta sobre los modos en que explotamos los recursos, según ha mostrado Carolyn Merchant en The Death of Nature, nos ayude a relacionarnos con lo que nos va quedando de planeta. Sin embargo, si algo retienen los distintos ejemplos hasta aquí mostrados es que no hay nada inocente en la imposición de una agenda.

Y esta agenda, cabe agregar, afecta, además, al Derecho Internacional y la relación entre Estados. Hasta hace no mucho, el principio rector de la convivencia entre naciones era el de la soberanía territorial. Terminada la Guerra Fría, Washington empezó a lanzar “intervenciones” al margen del orden de Naciones Unidas. La primera “exitosa” (porque las de Rwanda y Nigeria terminaron en fracaso) fue la de Serbia, contra Slobodan Milosevic, en nombre, claro está, de los derechos humanos; la última explícita (porque sin autorización de ONU Washington invade o busca desestabilizar el país se le antoje) fue el bombardeo de Libia, bajo cargos falsos. La imposición de estas agendas políticamente correctas, por supuesto, abona el terreno para cualquier tipo de invasión pretendidamente humanitaria que sea menester. Mañana, para decirlo en términos gruesos, podremos ser amonestados, condicionados, o incluso bombardeados por no contar con una suficiente cuota de transexuales, islamistas o amantes de los animales en nuestro parlamento. Lo que nos lleva, finalmente, a una definición de todo este asunto por la negativa: en la agenda de lo políticamente correcto no hay asomo de soberanía. 

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