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Amir Hamed
ISSN 1688-1672

 


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         EL QUE ACECHA EN EL UMBRAL

Lo que en rigor sucede

Amir Hamed

a) Lo que pasa no es lo mismo que lo que sucede, establece una vieja distinción de crítica literaria. Por ejemplo, si salgo, llueve y me mojo, llego a casa y me seco con una toalla, lo que pasa es la lluvia. Pero si me acabo de agarrar una pulmonía esto es algo que me sucede.

b) Tengo para mí que parte del gran desmayo actual es que pasa muchísimo pero casi no sucede nada, o incluso peor, casi todo lo que pasa está ahí para ocultar que algo sucede o pueda suceder.

c) Por ejemplo, y para no apartarnos de momento de la práctica literaria, buena parte de lo que se escribe hoy es sobre cosas que pasan y no suceden (y pensar que ya Aristóteles establecía que lo importante es lo que sucede –no lo decía en esos términos, pero el cambio de fortuna y la anagnórisis, las claves del relato dramáticos, son cosas que suceden, no que pasan). Por ejemplo, en la mayoría de las pseudoépicas del Yo que tanto se celebra, no sucede casi nada, pero los yocitos que narran se pasan hablando de cosas que pasan, hasta que terminamos derrumbados por cataratas de anécdotas pasajeras.

d) Esto no quiere decir que se deba amontonar sucesos. Por ejemplo, algunas de las muestras literarias más gratificantes de los últimos dos siglos son de relatos en los que, hipotéticamente, no pasa nada pero en los cuales, en rigor, suceden al menos dos cosas: sucede la nada y sucede la escritura que nos da cuenta de esa nada.

e) Tampoco quiere decir, en relatos poblados de antihéroes, de protagonistas con vocación de minoridad, se deba esperar grandes proyectos. Tal vez uno de los personajes más conmovedores de los últimos dos siglos sea Charles Bovary, médico de provincia y varón a todas luces mediocre que se enamora de Ema, quien lo dejará en bancarrota. Carlos la llora cuando ella muere hasta que un día decide leer su correspondencia, que le revela lo que sospechaba en las cartas entre Ema y Rodolfo. Poco después, su pequeña hija descubre a Carlos sentado en el banco de siempre, en el cenador, pero muerto. Es que, cuando sucede, la escritura también mata.

f) Alguien podrá decir hoy que, si en la literatura sucede poco es porque en el mundo sucede poco. Eso es pensar que el arte, o la literatura, deben ser, ya no imitación, sino servidumbre. Es cierto que todo parece preparado para que nada suceda. Obsérvese, nada más, la sarta de respuestas prefabricadas que presentan los noticieros para dar cuenta de lo que cubren. Cada vez que ingresan una noticia, la insertan en un tonel de obviedades, como para decirnos que cualquier horror no es un acontecimiento. Casi recuerdan aquellos diálogos de Juan José Morosoli en que un personaje, para hablar de un lobizón o de cualquier cosa, decía “esas cosas pasan, cómo no”.

g) Se puede argumentar que, cuando sucede algo, el mundo queda a merced de su extinción. Si algo, por ejemplo, distinguió a las administraciones de George W Bush y Barack Obama fue que, en días del primero, sucedían cosas. En primer lugar, el Word Trade Center y el 11 de setiembre, y al respecto poco importa que, más que un atentado de fuerzas foráneas fuera una suerte de autogolpe (como día a día parece más probado). Por entonces, Jean Baudrillard, que se había venido quejando de que ya nada acontecía, escribió que por fin teníamos un “acontecimiento absoluto”.

h) Claro que eso no fue el único acontecimiento, sino que la invasión de Afganistán e Irak, de consecuencias nefastas para el Medio Oriente y medio planeta y, por supuesto, la crisis económica de 2008, fueron las señales probatorias de que, cuando finalmente los votos fraudulentos de Florida fueron aceptados y Bush ungido presidente, Washington, y con Washington el mundo, ya había provocado un acontecimiento magno aunque indeclarable: la entronización de la idiotez (algo que en su momento etiqueté como “neomal”). Se podría decir que los años de su sucesor, Barack Obama, han sido precisamente aquellos destinados a borrar todo suceso, manteniendo las misma políticas, a menos a nivel internacional. Más, se podría decir que el juego de Washington, durante Obama, ha sido el de decir “esto ni siquiera está pasando”, como por ejemplo el incansable, cotidiano, sigiloso asesinato por medio de drones que lleva años realizando Washington en Yemen, en Pakistán y Afganistán y en varios países africanos. El dron, asesino anónimo, es refractario a la noticia. He ahí que el Departamento de Estado estalló en nerviosísima carcajada cuando comenzaron las denuncias de Wikileaks y la entonces canciller Hillary Clinton preguntó si no podrían matar a Julian Assange con un drone (“Can´t we just drone this guy?”).

i) Y cuando no mata con drones, la administración Obama lo ha hecho a través de terceros, como hiciera en Libia, a través de militantes, o como lo hiciera, hasta ahora sin otra fortuna que llevar la destrucción hasta sus últimas consecuencias, en Siria, donde incluso llegó a conformar una coalición internacional para proteger a las milicias islamistas extranjeras, ni siquiera árabes, que operan en Irak y Siria: les tiran a los de ISIS unas bombas estrábicas, que dan en la arena, los golpean de a ratos, aprovechando para que los kurdos se expandan, siendo que el plan posguerra es partir y, en el peor de los casos “federalizar” el territorio, y luego los sueltan, como acaban de hacer, para que marchen a tomar de nuevo Palmira. No dejan de resultar conmovedoras, si es que la hipocresía pueda llegar a conmover de alguna manera, las fotos de los helicópteros apache estadounidenses escoltando las camionetas y jeeps de ISIS, la primera vez que marcharon de Irak a Palmira. Otro agente a través del que las políticas agresoras de Washington se han tecerizado, para esconder todo protagonismo, es el ejército de ONGs que maneja el magnate George Soros, quien no ha tenido empacho en declarar que desestabilizar gobiernos extranjeros, a los que considera represivos, es algo en extremo “divertido”. Vale aclarar, de todos modos, que este crecido arsenal de “cosas que pasan, cómo no”, está para disimular el verdadero acontecimiento.



Estados Unidos ya no es el “imperio”, es mera agencia del globalismo, que lo hunde, como a los demás países, en una creciente e imparable desigualdad de ingreso, en el desempleo, en una educación crecientemente ineficiente, mientras el discurso oficial insiste en estar “empoderando” minorías, como los negros, que después de ocho años de Obama y su retórica políticamente correcta, siguen más desempleados, menos educados y con menos expectativas que los blancos, e incluso que los hispanos, y que, a niveles de asombro, se matan incesantes entre ellos en Chicago o en Detroit.

j) Tanto ha pasado en estos últimos años que, de alguna forma, hay cosas que empiezan a suceder. En las últimas semanas, sin ir más lejos, la toma de Aleppo por el ejército sirio coaligado con Rusia, Hezbolláh e Irán. Se la decía imposible y se afirma que ha sido posible solo porque Moscú, con diplomacia y ofrecimientos de sociedad en el expendio de gas, alejó a Qatar de la coalición que apoyaba a los “rebeldes”, mejor dicho, fuerzas de ocupación extranjeras. Esto ha sido una derrota en toda la línea para la OTAN y para Arabia Saudita, del mismo modo que afianzó la reciente alianza entre Moscú y el tornadizo Erdogán, presidente de Turquía que formaliza día a día más su ruptura con Washington (se recordará que fue Estambul de los más activos apoyos de ISIS, pero ha vivido la expansión kurda en Irak, en su combate a los islamista, como amenaza para su soberanía), y ahora la toma de Aleppo, a la que Erdogán soñó anexar, le indica que los dados están echados y se tiene que pasar, con armas y bagaje, al otro bando. Tal vez se trate de una batalla más importante que la de Stalingrado en la segunda guerra mundial, algo que empezará a emerger ni bien los medios de desinformación masiva de Occidente, ante la evidencia de sus atrocidades, deban abandonar su relato de rebeldes emancipadores perseguidos por el “carnicero Al Assad” (de más está decir, si se quiere hablar de mamíferos faenados, que, cualquier presidente de Estados Unidos, desde Roosevelt a esta parte, ha sido mucho más carnicero que el sirio).

Y el otro acontecimiento, claro está, ni siquiera ha empezado, si bien se insinuó tajante. Todo estaba preparado, es decir, toda el sistema de desinformación planetario estaba preparado y dispuesto para sentar en la Casa Blanca un eslogan: soy mujer, votame (aunque no presente plataforma, aunque nadie ignora que siempre he sido y sigo siendo extraordinariamente corrupta, aunque se pueda decir de mí que a veces actúo nítidamente como sicópata, aunque a mí y a mi marido, el ex presidente, nos siga una estela de muertos desde que él era fiscal en Arkansas, más de uno habiéndose suicidado con un balazo en la nuca). Los únicos argumentos para votar a Hillary Clinton eran el de una pretendida corrección política (romper el techo de cristal que apartaría a las mujeres de la Casa Blanca) y que el oponente, en este caso el multimillonario Donald Trump, es sencillamente impresentable.

Si ha habido acontecimiento, ya, es que el esquema de la corrección política (que ha tenido moqueando a los estudiantes universitarios por un mes, incapaces de entender que el mundo pueda girar en un sentido distinto al que le enseñaron sus fanáticos profesores, y que, por ejemplo, como en los viejos tiempos, pueda verse movido por el interés –la mayoría de las mujeres blancas no votó por Clinton sino por el políticamente incorrecto) ha sufrido un colapso del que acaso no pueda levantarse. Pero el otro acontecimiento, el que tiene paralizado a todos, es lo impensable. El planeta se encuentra en estado de hemiplejia por una sencilla razón: Donald Trump, el multimillonario presidente, no es siquiera nada de lo que lo acusan; no es ni un nazi ni un depredador sexual. Es algo indescifrable, una energía enigmática, ya que nadie sabe para dónde agarrará ni bien lo sienten en el sillón presidencial. No le debe nada a nadie (con excepción, tal vez, de a su mayor financiador durante la campaña, Sheldon Adelson, el multimillonario que tiene en su nómina a gran parte del congreso de Estados Unidos y a la casi totalidad del de Israel) y por lo tanto resulta impredecible. Como en el cuento de H P Lovecraft, Trump es “el que acecha en el umbral”.

Cuando Lovecraft revela al acechador, lo narra así: “enormes globos de luz reuniéndose hacia la abertura, y no sólo eso, sino aquellos otros globos que estallaban, dando paso a unas carnosidades protoplásmicas que fluían oscuramente para unirse unas con otras y formar ese horrendo monstruo del espacio exterior…, ese monstruo amorfo, tentacular, que era quien acechaba a la entrada, cuya máscara era como un cúmulo de globos irisados: ¡el malvado Yog-Sothoth, que deambula eternamente en el caos nuclear, más allá de las más inferiores fronteras del espacio y el tiempo!”.

Es lo que sucede con los acontecimientos-en-veremos; dejan a medio planeta, y a una buena ración de galaxias, en vilo
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