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Amir Hamed
ISSN 1688-1672

 


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          LA EDUCACIÓN EN RUINAS

El Señor 6%

Amir Hamed

Alguna vez hubo una chica 10, Bo Derek, lanzada con ese apelativo al estrellato en un filme de Blake Edwards. Que se recuerde, no hubo un chico 10 y recién en este siglo el 10 fue aplicable a un varón exitoso, salvo que amonestado por otro signo. Asif Ali Zardari, viudo de la asesinada ex primera ministra de Pakistán, Benazir Bhutto, a quien llamaban Mister 10% debido a las comisiones que, según sus adversarios políticos, exigía rutinariamente a quien quisiera hacer negocios durante el gobierno de su esposa.

Prueba de que los números redondos facilitan éxitos, a la muerte de Benazir, Mister 10% se convirtió, con sostenido apoyo de Estados Unidos, que encontró en él un férreo aliado para su guerra en Afganistán, en el primer presidente pakistaní electo democráticamente capaz de terminar un mandato (2008 a 2013). El apodo es pegadizo, y no tan por lo bajo se lo utiliza en el Palacio Legislativo, en Uruguay, para referir a un ex ministro de anteriores administraciones que amenaza reingresar a la arena política.

De todos modos, el ejemplo del viudo Zardari está para recordar que el fervor por las estadísticas y la precisión ha venido invistiendo a los números de magneto cabalístico, que, por ejemplo, llevó hace no tanto a Lula da Silva, y al trabalhismo, al gobierno de Brasil haciendo eslogan de una bandera de sociedad civil: hambre cero. En Uruguay, actualmente, se está buscando un número curalotodo para poner fin a un mal, y es el que el ex presidente Tabaré Vázquez, lanzado a una nueva carrera presidencial, reivindica como solución para dar de revés con los “problemas” de la educación: 6% (del PIB).

Que un 6 dice mucho menos que un 10 salta a la vista, al menos para los que no escudriñan los entresijos del arte presupuestal. De todos modos, suena más rotundo que el 4,5 actual (que casi duplica el que tenía el país durante las administraciones blancas y coloradas), pero de todas formas no cierra, y no solo porque está maquillado, al incluir gastos de educación a policías y militares y todos los gastos relativos al Plan Ceibal, que se promovió como revolución educativa pero se empaqueta como herramienta de inclusión social y digital. Al anunciar la cifra, Vázquez tomó de sorpresa a sus correligionarios, que estudiaban cómo hacer para llegar a esos números y bajo qué condiciones, pero una vez lanzado el número eslogan, a marchas forzadas, el Frente Amplio trata de encontrarle vías de consenso.

Ahora bien, un mayor porcentaje del PIB dedicado a educación fuerza a preguntar, por ejemplo, por qué, si estas cifras son alcanzables, recién vienen a ser adjudicadas ahora. Nada puede ser más importante para una república democrática que la instrucción de sus ciudadanos; es más, constituye el principio básico de la ciudadanía y de la ilustración que interruptor ha venido reivindicando desde
su columna inicial. Dicho de otro modo, si ahora se puede asignar un porcentaje, y antes se lo retaceaba, el Estado estaba incumpliendo, y sigue haciéndolo, con su obligación
de cumplir con el derecho ciudadano a la educación.

Que el país les ha venido faltando a los ciudadanos en este aspecto es algo más que evidente, y, salvo un cambio rotundo, les seguirá faltando, por más que se pronuncien con unción de ensalmo puntos porcentuales, sean 2, 6, o 16. ¿De quién es la responsabilidad? Los frenteamplistas siguen culpando a la dictadura, a los gobiernos blancos y colorados que los precedieran; los blancos y colorados, por su parte, culpan al maridaje existente entre el Frente Amplio, hace diez años en el gobierno, y los gremios, que traban cualquier reforma. Y a su turno, los gremios y los docentes culpan a la falta de recursos, malos salarios, a las pésimas condiciones edilicias, etc.

Lo indiscutible es que décadas de incuria, incluida la del Frente Amplio, el país ha logrado el prodigio de arruinar un sistema que, si bien distaba de ser perfecto, lo destacaba en América Latina, y, a niveles de primaria y secundaria, lo ponía por encima de gran parte de los países del mundo. Hoy se ha generado consenso respecto a que Uruguay padece problemas educativos y que necesita reformas, y esto, sin embargo, no constituye alarma, porque hablar de problemas es lenificar lo que en realidad ocurre, y lo que ocurre es una calamidad, advertible en el hecho de que, al día de hoy, y mientras estas esta columna está siendo escrita, edificios liceales de ciudades del interior, como por ejemplo Treinta y Tres, se encuentran inutilizables porque, sencillamente, están en ruinas.

La oposición de blancos y colorados revolea los resultados de las prueba PISA, que muestran que el país no solo ranquea muy mal sino que además retrocede; las autoridades de la enseñanza protestan que estas pruebas son para países del primer mundo (pero los que ranquean mejor son asiáticos, y muchos latinoamericanos ranquean mejor que Uruguay). Blancos y colorados insisten con los niveles de repetición en secundaria, pero las autoridades de la educación retrucan que estos responden a la mayor inclusión actual, que responde al hecho de que la secundaria se ha hecho obligatoria.

¿Tiene algo que ver la inclusión con la ruina? No, nada. Las pruebas PISA y los índices de repetición son un medidor que ratifica lo que sabe cualquiera más o menos cercano a la enseñanza en Uruguay. Los estudiantes que acceden a la universidad, es decir el magro porcentaje de estudiantes que accede a la universidad, tiene problemas de comprensión lectora, como ha quedado demostrado en las pruebas de ingreso en Facultad de Ingeniería de la UdelaR, y cualquiera que dé clases universitarias sabe que los estudiantes llegan incapaces de escribir una oración de corrido.

¿Es la gramática o la ortografía un medidor idóneo? Sí, por supuesto, pero además este medidor se queda corto, porque esos estudiantes, tras 12 años de educación, carecen por completo de mundo. Si a muchos de ellos les preguntan en pruebas por personalidades de la Historia Universal, responden Madonna, y si les preguntan por personalidades de la Historia uruguaya, responden Mujica. Son como recién llegados al universo, o como criaturas que jamás hubieran tenido escolaridad.

¿En qué puede cambiar un 6%, o un aumento del 1,5% esta situación? En nada, si la cifra es, meramente, una asignación de recursos. Si ese 6% sigue manejándose como un fetiche, con la misma irresponsabilidad con la que el mismo Tabaré Vázquez, muy factiblemente el nuevo presidente a partir de 2015, sigue calificando de revolución educativa la implementación del Plan Ceibal, por el cual el Estado se desentendió de contenidos, e incluso de didáctica, para hacer recaer el peso de la educación primaria en las computadoras, entonces un 6% o un 106% no significarán nada.

La enseñanza sigue siendo un asunto de docencia, no de aparatos. La mejor máquina del mundo es peor docente que Sócrates, y no se puede tener a Sócrates, ni a Platón, ni a Aristóteles, y ni siquiera a Jacinta Pichimahuida, si, como fuera tempranamente señalado en estas páginas, el país no asume de una vez la necesidad, no de la educación, sino de un compromiso para con la educación. Se trata de un compromiso del Estado y los ciudadanos del que por supuesto deben participar los docentes, un compromiso que debe poner fin a cualquier tipo de excusas.

Un país que quiera prometerse un futuro debe contar con los mejores docentes del mundo, y, para lograrlo, debe brindarles las mejores condiciones de trabajo y pagarles como si fueran los mejores del mundo para, acto seguido, exigirles como a los mejores del mundo. Allí ya no valdrán excusas, como el exceso de horas que deben trabajar, que les resta tiempo para estudiar y prestar la debida atención a sus clase etc.. Una vez que estén bien pagos los docentes, se los debe someter a una evaluación sistemática, además de imponerles un límite de horas (digamos, no más de 20 semanales) para que preparen con el debido tiempo y dedicación sus clases. Más aún, se debería intentar alcanzar mayor equidad, remunerando mejor las horas trabajadas en liceos de zonas carenciadas. De más está decir que, si los docentes existentes en Uruguay no califican, o no son suficientes, habrá que recurrir a importar otros mejor calificados o mejor dispuestos.

Volviendo a lo del comienzo, Tabaré Vázquez (digámoslo de nuevo, el muy factible presidente uruguayo en 2015), insiste en negar el estado ruinoso de la enseñanza del país, sencillamente porque él ha sido responsable, lo mismo que sus predecesores, y lo mismo que sus opositores, de esta calamidad. Ahora, mientras insiste en negar la ruina, llama a la oposición a discutir ideas y propuestas, lo que no hace sino enfatizar el tono meramente electoral de su prédica. Así expuesto, no se trata de un compromiso educativo, ni patriótico, sino craso y sufragista. Ya el actual presidente, José Mujica, se pasó predicando educación, educación y educación, y a los dos años de gobierno, tras culpar a “un engranaje burocrático infernal”, tiró la toalla y se dio por fracasado, lo cual quiere decir, nada más, que carecía de estómago para el tema, porque no basta con repetir la palabra y hacer de la educación un leit motiv; se necesitan planes, de los que Mujica careció en todo momento, papelón que, de tratarse de una figura menos idiosincrática, bien le valdría el sobrenombre de “Señor educación, educación”.

El sistema educativo uruguayo es zona de desastre y no tolera más intentos fallidos; blancos, colorados y frenteamplistas han fracasado miserablemente a lo largo de décadas, convirtiendo lo que fuera un sistema funcional en lo que es ahora, un cataclimso. Para enfrentar este asunto hay que tener un proyecto y un compromiso, y si Vázquez no quiere ser recordado como Mister 6%, mejor sería que empiece a tomarse el asunto en serio. 

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