Hace unos días nos enteramos
de
que
el enésimo libro donde nuestro ex
presidente depone verbalmente está a la venta. En él —además de basurear
a gente que ha trabajado largamente para su causa, como Constanza
Moreira— dice José Mujica de Astori:
"Pobre Danilo. Le falta sex appeal. Siempre está por ser presidente y va
a seguir ahí porque no tiene picardía, le falta maldad. Danilo no tiene
eso, es meramente racional y no llega al corazón de la gente. La gente
piensa con el bobo también. Él es un profesor que da cátedra pero no te
conmueve, no te roba una lágrima. Puede ser admirado, no querido. Pone
distancia y la gente lo intuye. Otro problema que tiene es que habla en
un lenguaje que la gente no entiende un carajo. Ese es un pecado capital
para juntar votos".
En
el verano de 2011, cuando aun no se había cumplido un año de la asunción
de Mujica, la Revista uruguaya de
Psicoanálisis me daba oportunidad de una entrevista con motivo de la
publicación de uno de mis libros sobre Herrera y Reissig, y aquella
conversación con el Ps. Álvaro Zas dio pie a algunas observaciones que,
con la ventaja de la distancia, vale la pena revisar, en lugar de
escribirlas de nuevo. Decía entonces: “Sobre
esta dimensión, en relación a la comunicación política, se ha hablado
mucho. Hay gente esencialmente no racional que tiene gran impacto
mediático, quizá gracias a eso, he ahí el problema, porque
después resultan bastante malos para los trabajos que deben desempeñar.
Un ejemplo sorprendente para mí de eso es Bush hijo; yo vi los debates,
una política monstruosa como todo el mundo ve y ha comprobado, pero en
su discusión mediática quedaba muy bien el sujeto, incluso el debate con
Kerry que era un hombre más formado, ganó Bush en los debates
claramente. No sé cómo hizo, pero ganó claramente. [...] Estoy poniendo
el ejemplo de alguien que tiene eso que hay que tener para convencer y
ganar, y que no tiene atrás una solidez o valores de otro tipo. Por
ejemplo, aquí, Mujica enganchó a mucha gente por vender o generar un
personaje que es muy empático con el supuesto «uruguayo medio», o con la
imagen del uruguayo medio que tiene el público aquí, algo así —pues
claro que no hay uruguayo medio. También Mujica maneja muy bien ese
nivel de respuesta sintética y con «punch», igual que lo hacía Bush hijo
—quizá a los partidarios de Mujica no les encante este paralelismo, pero
creo que está justificado. Cuando le preguntan a Mujica sobre un tema
muchas veces dice algo original con bastante fuerza, pero no muy
analíticamente explicado; muchas veces, de hecho, lo que dice es un
disparate práctico, una vez que el tema al que se refiere se analice con
cierta actitud de llevarlo a la práctica; cuando uno se pone a tratar de
ver cómo se aplica, qué sigue, qué implica. Y creo que eso se está
viendo ahora, que ha lanzado una cantidad de ideas interesantes de por
sí, pero que no pasa nada en el gobierno, que hay, no sé, una anomia, un
trancazo”.
En aquel momento yo creía que las cosas que el presidente anunciaba se
iban a hacer finalmente, de alguna manera. Sigue la entrevista así:
“Frente a eso, lo que me llama la atención, en los últimos años, es que
la gente que es más articulada, que claramente habla más como se
escribe, cae mal, le cae mal a la gente y yo no entiendo del todo por
qué pasa eso, pero pasa. O sea, es como si hubiera una cantidad de gente
que ya se resiste a la cultura de lo escrito y a lo intelectual; se
resiste de una manera no articulada, pero muy clara. Vota con los pies.
Me acuerdo sobre todo en la última campaña electoral, aunque no estaba
acá, me daba cuenta de que había, atravesando los partidos, una cierta
actitud muy «inconsciente», si querés usar la palabra en sentido
folk, de darle más valor a
figuras mejores para lo oral, más repentistas, más graciosas, más
inventivas, que a figuras más sistemáticas, más estudiosas y sólidas. En
ese sentido, acá me refiero a lo no verbal, a ciertos «efectos de
palabra» si se quiere. Por ejemplo las figuras de Mujica o Lacalle eran
más entradoras que las figuras de Sanguinetti o Astori. Y ahí creo está
clara una posible división: Astori es un tipo interesante para hablar
pero es casi obsesivamente racional. Sus argumentos están armados en
pisos: es alguien inusualmente estructurado para argumentar, es muy
bueno en ese sentido. Y lo extraño, lo que he notado como novedoso, es
que últimamente mucha gente interpreta eso casi como mala onda.
Es absurdo, es sorprendente. Aparece, ante la gente más articulada para
argumentar, una mezcla de impotencia y rabia del público, como diciendo:
«yo no te puedo seguir en esa, pero peor para vos». Y van y homologan al
otro, refrendan al menos articulado, al de estilo menos estructurado y
menos «racional»”.
Hoy, Mujica no sólo confirma aquella observación sobre los mecanismos de
la política del 2011, sino que la defiende y la enarbola como virtud.
Como virtud, sorprendentemente, “de clase”: “Danilo no tiene eso, es
meramente racional y no llega al corazón de la gente. [...] Te pone la
barrera y ahí es donde vos sentís la distancia de clase".
Así, el mago Mujica acaba de convertir a la capacidad de argumentar
racionalmente en uno más de los defectos de los explotadores. Este es el
presidente que gritaba exigiendo “educación, educación, educación” el
primer día de su mandato. Evidentemente, él tiene en mente por
“educación” algo muy distinto de lo que, por milenios,
la gente que ha entendido algo
del tema ha entendido.
***
Lo
cual trae al tema de
la
educación de nuevo. Hay nuevas autoridades en educación y en cultura.
Aun no han mostrado las cartas, especialmente en educación. Valdría la
pena comentar sobre esto. Pero, una vez más, ¿para qué escribir de nuevo
lo que ya fue dicho hace cuatro años? Más vale recuperar y transcribir
fragmentos de aquella conversación. Lo que no parece haber cambiado aun
demasiado es la agenda de discusión.
“Me parece que hay grandes dificultades de las Humanidades tradicionales
para entender lo que pasa en un mundo en el que el lenguaje ya no juega
el lugar que jugaba en 1900. Ha cambiado el lugar jerárquico del
lenguaje verbal en términos de su relación con el poder, con la
política, y hasta con el conocimiento, porque hay formas de conocimiento
que son no lingüísticas o no esencialmente lingüísticas [...]. Es claro
que no estamos operando ya acá con el lenguaje en el sentido de los
diarios, del ensayo académico, es decir, de aquel lenguaje que era
central al poder, el lenguaje que fundó la disciplina humanística y las
Ciencias Sociales. Entonces si antes, en aquel modelo del XIX las
Humanidades, las Ciencias Sociales reinaban, hoy por hoy hay un
corrimiento del rol, de la importancia relativa y del rol social del
lenguaje escrito y de largo aliento. Julio Herrera y Reissig, ya que
estábamos hablando de él, era un sujeto visible con alguna forma de
poder, porque manejaba aquel lenguaje en un tiempo en el cual la
política y el poder y el Estado, funcionaban exclusivamente en base a
escritos, o a discursos. No había siquiera radios. Lo que había era
diarios y discursos. Entonces, cualquier sujeto que maneja el medio de
comunicación principal es como una figura que todos los canales de
televisión o todos los espacios audiovisuales quisieran tener con ellos,
porque genera capital simbólico. [...] Hoy puede haber escritores muy
importantes, pero no pueden ocupar ese mismo lugar simbólico. Pero de
todos modos me parece que la escritura no juega el mismo rol en relación
con el poder y demás que jugaba. Y he aquí un problema: eso, el mundo
educativo, no lo está reflejando bien.
Álvaro Zas — ¿Eso, en tu planteo, ha ido en detrimento del
lenguaje?
A. M. — No. Pero ha ido en detrimento de la
legitimidad del sistema educativo. La gente se da cuenta de que lo que
le están enseñando es de algún modo disfuncional. Si le están tratando
de repetir una educación decimonónica, por más reformas que haya tenido,
nuestro sistema educativo en particular sigue siendo un sistema
totalmente decimonónico en sus prioridades, sus carriles, y la gente se
da cuenta. Hace rato, que hay una disfunción ahí. No hay, no puede
haber, una «prueba» definitiva de esto que digo, pero me parece notorio.
Si ves, la gente dice: en general (con excepciones valiosas) es mucho
mejor el funcionamiento de los liceos que están en la costa o en barrios
de mejor nivel socioeconómico. Al menos una razón de eso es clara, y es
que el imaginario de los padres y de la familia y el grupo de referencia
de esos muchachos que estudian en esos liceos de la costa es más
armónico con la educación decimonónica, con una educación basada en lo
escrito y sus jerarquías; todavía ese grupo social —porque se crió en
base a libros y en base a aquellas jerarquías y referencias del saber—
es capaz de conservar una tradición en donde el lenguaje escrito era un
elemento central. Eso es menos así en sectores a los cuales se había
hecho entrar dentro de esa lógica en base a un gran esfuerzo hecho por
el Estado y demás. Pero apenas el mundo empezó a disonar más fuertemente
con aquel paradigma, esos sectores son más vulnerables a esa disonancia,
y se alejan. Naturalmente gravitan hacia un código audiovisual, donde el
lenguaje escrito no juega casi ningún papel. No leen libros, no tienen
libros, nadie leyó libros en la casa, ni la madre, ni el abuelo, y por
lo tanto para los muchachos que llegan al liceo todo ese mundo del
escrito y eso, es muy raro, muy distante y no está nada claro para qué
va a servir.
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No estoy queriendo decir que aplaudo que la comunicación social sea así.
Y además, es menos así en los países más desarrollados. Y peor aún: si
bien lo escrito no juega ese rol simbólico que jugaba antes, sí que es
necesario, no sólo para el
desarrollo mental y cultural, sino “prácticamente” —digo ahora que hay
un fetichismo de la utilidad— para manejo
del conocimiento, del poder, de la ciencia aplicada, de la técnica, y de
la administración del bien común. En todos esos sentidos saber leer y
escribir en serio, es decir, en el sentido decimonónico, es esencial,
sigue siéndolo. Pero, mientras antes el sistema masivo de comunicación
social gravitaba en torno a esa idea, la reconocía, hoy la oculta. En
ese sentido es más fácil engañar hoy a la gente, y mucha gente pasa
insensiblemente hacia una cultura de la oralidad que es, en cierta
forma, una cultura de la ignorancia y la indefensión. La acepta hasta
alegremente, se enorgullece de ella y desprecia lo que ignora, como
decía Antonio Machado.
En este panorama, se produce un equívoco: se le echa la culpa al sistema
educativo de la situación de fracaso. Hoy por hoy estamos llenos de
diputados, de señoras y señores de todo tipo, que parece que tienen la
cosa muy clara, y todos están contestes en lo malos que son los
profesores y los maestros uruguayos. Pero están equivocados. El sistema
educativo, que realmente está horrible y lleno de problemas de distinto
tipo (incluido su implacable corporativismo), no es el principal
responsable, porque lo que se le pide al sistema educativo es que haga
una cosa imposible: es decir,
que eduque masivamente a la gente en aquello para lo que la gente no
quiere ser educada. Es la sociedad uruguaya la que ha
fracasado al olvidar la necesidad de pensar, y no sólo de hacer, ser
eficaz; y no su sistema educativo. Es el imaginario uruguayo el que está
mal, y no sus profesores y maestros, que a lo sumo pelean (con un
tenedor en la mano) para juntar unos ideales y objetivos educacionales
obsoletos, con una sociedad que, masivamente, ya no los valoran, y ni
siquiera los entiende en lo básico. El público de la educación no
siente, no entiende para qué tiene que ir para ese lado, no siente que
eso sea útil, que sea beneficioso, que sea deseable; entonces se
resiste. [...]
Es claro que la sociedad se está oralizando de
vuelta, es claro que estamos pasando, así como pasamos en Grecia de una
sociedad oral a una sociedad escrita en la época de Platón
aproximadamente —es decir, a una sociedad que ya escribía
sistemáticamente con fines de conocimiento— ahora estamos haciendo un
proceso en algún sentido en contrario, yendo de una sociedad escrita a
una oral. Aunque claro, no estamos volviendo a la Grecia arcaica, sino
que el lugar hacia donde estamos yendo o donde ya estamos es un lugar
que ya presupone la escritura en un nivel. [...] Las interacciones
sociales, a nivel por ejemplo de la política, la comunicación social,
han vuelto a ser las propias de una dinámica de la oralidad. [...] Hay
rasgos de la oralidad que los estudiosos del tema escriben como rasgos
característicos. Ya mencioné algunos antes, un poco al voleo...
emocional antes que intelectual; improvisadora antes que elaboradora de
largo plazo; de referencia cercana; de jerga o lenguaje local y no
universal; con una actitud agonística, competitiva; siempre tiene que
haber un nivel de controversia, y eso implica la presencia de un otro a
quien hay que ganarle de alguna manera, y el juego de competir está
siempre ahí, al alcance de la mano. Después, tiende a ser más
conservadora con esto que decía, la única forma de conservar los
contenidos es repitiéndolos, se vuelve repetidora. Claro que eso a largo
tiempo probablemente tenga un efecto de filtrado positivo [...]. Pero
también tiene el peligro que se repitan cosas sin comprobarlas, cosa que
pasa en nuestra cultura de hoy continuamente. Entonces, todas las cosas
que la cultura escrita trajo que tienen que ver con lo analítico, una
distancia del espacio y tiempo entre el productor y el receptor de
discurso y su conocimiento, una mediatización de la referencia, una
fetichización del documento, una elaboración del texto como objeto en
sí, autorreferencialidad, una independencia relativa del intérprete
respecto del texto que le permite tener una actitud crítica... todo eso
se hace menos presente en una cultura más oral”.
***
El gobierno de José Mujica ha hecho muchísimo por institucionalizar el
macaneo, y esto es perfectamente armónico con el aceitado de la
transición a una cultura de oralidad secundaria que profundiza la brecha
social. Cada vez que alguien sonríe escépticamente ante cualquier
defensa de la escritura, lo que está haciendo es contribuir a
la destrucción del tejido social. Es lo que pasa cuando alguien se ríe de la
escritura como sostén de la posibilidad de acuerdos explícitos sobre el
bien común. Lo cual va de la mano con esa costumbre, tan exaltada por
Mujica, de reírse de los mecanismos de legitimación social y creer la
morondanga de que es cierto que una sociedad es una sumatoria de
individuos indistintos, todos iguales. Vázquez, dice Mujica,
"marca distancia porque se cree todo eso de presidente y acá nadie es
más que nadie". Jaja, estaría bien eso de que nadie es más que nadie, si
fuera cierto. Pero decirle a la población lo que es mentira al tiempo
que se hace lo contrario de lo que se dice, es basura comunicacional.
Mujica es un gran narcótico. Ha vivido comunicando, de modo sibilino, lo
que suena como miel a oídos mayoritarios, pero que bien mirado, no es
cierto. En lugar de aceptar que él era el presidente y hacer lo mejor
que podía en el cargo que le dio la ciudadanía, se creyó que el presidente era
Él. Es decir, que el cargo que asumió iba a ser lo que fuese que a él se
le antojara. Como es natural, puesto que en lugar de asumir las
responsabilidades de presidente se dedicó a charlarnos por la radio,
como presidente no hizo nada. Su gobierno habló intermitente e
interminablemente, y las cosas fueron en piloto automático. Hizo una
cosa más, que es probablemente la más engañosa de todas. Como dice un
comercial electoral de la campaña de su mujer: “Nos puso en el mapa”.
Según este ideologema, el Uruguay ahora es conocido gracias a Mujica.
Esto sería para una columna entera, pero en pocas palabras: el mundo no
se interesa realmente por el Uruguay. Los ciudadanos pequeñoburgueses
tardo-románticos de España, Francia o Australia pueden elegir admirar a
Mujica, porque se les representa un hombre honesto y pobre, un mártir.
La gente siempre quiere proyectar su lado bueno en alguna percha
conveniente. Sin embargo, me parece que Mujica es buena percha, pero por
lo demás, y a lo sumo, ha sido un político astuto, un viajero exitoso, y
un mal gobernante para su pueblo. La suerte de este país siempre estuvo
ligada a su posibilidad de excelencia, que en algunos momentos de su
breve historia fue algo, y en otros fue una meta lejana. Lo que nunca le
había pasado al Uruguay es la autosatisfacción que siente ahora. Y esa
autosatisfaccin de ﷽﷽﷽﷽﷽s cosas
mejores, la comunicacito sobre los "gunos malentendidos publicitarios.
Mujica le ha confirmado al mundo algo qón no está basada en nada
demasiado bueno, puesto que en cosas sustanciales —cultura entendida en
el sentido más amplio, honestidad en el poder, transparencia, educación
respecto de cómo bajar el egoísmo y cuidar el bien común—estamos peor.
Pero, tomado el narcótico Mujica, el uruguayo se cree amigo de la
humanidad. Más aun, se cree genuinamente admirado por los europeos, los
japoneses, o los yanquis. O esto es alimentar un nacionalismo barato, o
es alimentar la ilusión de que las naciones latinoamericanas son mejores
cuanto más las aplaude el primer mundo. Ambas cosas son nefastas. Es
otra de las herencias de Mujica.
Mujica no escribe. Es por eso candidato a Sócrates, a Cristo, a Buda.
Nos ha llegado (por escrito, obviamente) la falsa ilusión de que la
sabiduría no escribe, solo habla. Mucha gente cree eso. Lo ha aprendido
en los libros. Lo que pasa es que vivimos en una sociedad tan olvidada
de su propia frivolidad, que le viene encantando, después de haber
trepado por la escalera, patearla para que no suban los que vienen
atrás. Es así como estamos, con el fracaso educativo, condenando a los
que vienen atrás a que nunca aprendan a escribir. Es decir, a pensar
ordenada y profundamente. Los aplaudimos cuando resuelven un acertijo
táctico, y nos palmeamos la espalda. Como el Uruguay, no hay.
Entrevista disponible en:
http://www.apuruguay.org/apurevista/2010/16887247201111319.pdf
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