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Amir Hamed
ISSN 1688-1672

 


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          SUJETO DETONADO Y DESMONTAJE DE LA NEGATIVIDAD

De Motivos de Proteo a la sociedad del cansancio

Aldo Mazzucchelli

Una intuición extraña justifica esta columna: que José Enrique Rodó prefigura, a través del símbolo de Proteo como apertura constante a nuevas posibilidades, la falta de negatividad del sujeto tardomoderno, contemporáneo. En Motivos de Proteo, el texto más ambicioso de toda su obra, Rodó entiende que su inicial voluntarismo educativo (que animaba Ariel), su Bildung ingenua, digamos, debe ceder para encontrar una formulación más sólida. Y encuentra esa formulación en un problema que va a interesar a la filosofía posterior de varios modos. ¿Cuál es ese problema? Yo diría que tiene que ver con la realización (que es más plena y evidente ahora, en la era digital) de la disolución de algunos rasgos fundamentales del sujeto moderno, rasgos sobre todo de autonomía y originalidad; esa disolución lo transforma en un sujeto que uno diría “cubista”, compositivo, caleidoscópico, que no está en posesión completa de su unidad, ubicuo en nuestra corriente autorrepresentación digital contemporánea.

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Lo que diríamos el problema de Rodó, su obsesión principal, no fue el problema de la izquierda y la derecha, ni el de aristocracia o pueblo, ni de elitismo o masa, ni otros por el estilo, pese a que éstos fueron los que a menudo le atribuyó una saga de ensayistas críticos, hoy creo que bastante fuera de moda (aun más que Rodó). Los años 1960, que en su hegemonía ideológica fueron ultramodernos por su aceptación casi unánime de la ideología del progresismo como bien indiscutido, sobre todo se ahincaron en ver en Rodó un problema de arribas y abajos, y lo asociaron sin más a una serie de conceptos por entonces y aun hoy de muy escasa legitimidad, como espíritu, elite y aristocracia, adoptando en consecuencia una toma de partido por lo de abajo, lo popular, lo plebeyo; y con eso creyeron ajustar cuentas con Rodó, a quien a lo sumo se reconoció lleno de buenas intenciones pero como habiendo servido, aun sin quererlo, a una política prescindente, a una comodidad de la reflexión que no se comprometía a la acción. Sin embargo, achacarle al político y tres veces parlamentario Rodó no haber querido actuar sino solo pensar y escribir es simplemente ignorar que el problema de Rodó no tiene mucho que ver con la muy pobre oposición entre “intelectuales y hombres prácticos”. Rodó, lo mismo que Darío y que casi toda su generación, se compuso de hombres prácticos e intelectuales reunidos en cuerpos únicos. El problema de Rodó no fue no comprometerse, sino que fue, creo, la angustia de no entender cómo es que iba la democracia a resolver el problema del sentido individual, y de las grandes legitimidades colectivas. Un problema actual, y que afecta por igual a izquierdas y derechas. Pienso que Rodó giró toda su vida alrededor de esa exacta y bastante precisa angustia: cómo generará legitimidades (que sospecho que él pensaba de alguna manera ligadas a la estabilidad de la letra) una sociedad desdiosada primero, desanimada luego, democrática en el sentido de una dictadura de mercado y consumo, en tercer lugar. Rodó no usa a menudo las palabras que se pusieron de moda tiempo después, pero gira en relación a esa cuestión. Y esa cuestión es bastante importante porque sin la ayuda de alguna legitimidad aceptada, es decir, no impuesta con la ley o la policía, cualquier política (cualquier programa educativo, por ejemplo) está en muy serios problemas.

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¿Cómo se da el hallazgo de este problema y este enfoque en Rodó? Creo que Rodó se va dando cuenta de que el sujeto autónomo moderno, esa utopía, se enfrenta a una inestabilidad y transformismo constitutivos, simbolizados al fin en la figura de Proteo. La inestabilidad valorativa, que es propia de la democracia, encuentra su espejo crecientemente en una inestabilidad y desorientación en la estructura de la subjetividad. En Proteo hay un espejarse de la fragmentación ideológica, de la diversidad florescente de paradigmas propia de la democracia. Hay una reflexión sobre la desorientación colectiva respecto de las siempre anheladas, postuladas como posibles por entonces, jerarquías del talento, el saber, la sabiduría, etc. Estas fragilidades externas, que son de la democracia como mecanismo de legitimación directa o indirecta, encuentran en el símbolo de Proteo v una intuición que, con el tiempo, devendrá acaso en las dificultades de cualquier sujeto contemporáneo para autolimitarse. En la medida en que el bien y la verdad no pueden decidirse por votación, son no un bien y una verdad específicos sino la noción misma de bien y verdad las que sufren y se eclipsan, en una suerte de cinismo de inestabilidades. El Sujeto amenazaba ya en 1909 volverse un collage, cosa que estamos finalmente realizando del todo en los últimos tres o cuatro lustros.

Cito a Rodó en varias de sus formulaciones de ese yo inestable, collage, por el insidioso aparecerse de lo colectivo e impersonal en lo individual y autónomo:

Toda sociedad a que permaneces vinculado te roba una porción de tu ser y la sustituye con un destello de la gigantesca personalidad que de ella colectivamente nace. De esta manera, ¡cuántas cosas que crees propias y esenciales de ti no son más que la imposición no sospechada del alma de la sociedad que te rodea! [...] Este sortilegio de los demás sobre cada uno de nosotros explica muchas vanas apariencias de nuestra personalidad, que no engañan solo a ojos ajenos, sino que ilusionan también a aquellos íntimos ojos con que nos vemos a nosotros mismos. [...] Porque a menudo la virtud penetrativa del ambiente no cala y llega hasta el centro del alma [...] sino que se detiene en lo exterior del alma, como una niebla, como un antifaz, como una túnica; nada más que apariencia, pero lo bastante engañadora para que aquel mismo en cuya conciencia se interpone, la tenga por realidad y sustancia de su ser [...] Despertarás como de un largo sueño de sonámbulo. [...] ¿Por qué llamas tuyo lo que siente y hace el espectro que hasta este instante usó de tu mente para pensar, de tu lengua para articular palabras, de tus miembros para agitarse en el mundo, cuyo autómata es, cuyo dócil instrumento es, sin movimiento que no sea reflejo, sin palabra que no sea eco sumiso? ... ¡Ése que roba tu nombre no eres tú. ¡Ése no es sino una vana sombra que te esclaviza y te engaña...”. (fragmentos de los capítulos XX a XXIII). 

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Este es un cambio en la postura de Rodó. Rodó había llamado antes de Proteo, en su Ariel, a cultivar la unidad de autonomía del sujeto. Heredero de Schiller, su ideal era entonces todavía el de la Bildung, su método la educación del príncipe, una formación estética que enseñase a las generaciones jóvenes el equilibrio ético y la sensibilidad social. Sin embargo, un siglo más tarde, la autoconstrucción voluntaria de ese ser individuo —la Bildung— se disuelve al alcanzar su umbral de repetición, se pierde en el agotamiento de todas sus posibilidades. Al mismo tiempo, la mundaneización del hombre, es decir, el despliegue de todas sus posibilidades representativas, ha terminado de fragmentar la unidad individual. Nuestra actual estructura general de la vida, estructura de menúes, da cierta ilusión de orden a un sujeto detonado, cada vez menos autónomo y coherente. En ese sujeto siempre ya pre-representado, uno puede elegir lo que quiera en el menú, y recobrar en esa identificación una sensación de ser alguien definido. La tecnología, un fenómeno que creo en general escapó, como tal, a la consideración de Rodó, juega el rol fundamental en el relevo contemporáneo del sujeto moderno. Este sujeto contemporáneo tiene más posibilidades que nunca, y a menudo busca realizarlas todas. La consistencia de sus opciones no está prevista en la tal estructura de hipertexto, de menúes disyuntivos que permiten la libre navegación. Todo es en cierto modo posible. ¿Podríamos generalizar, diciendo que se trata de que el desarrollo de la democracia ha trabajado constantemente hacia el desmontaje de la negatividad, del límite, hacia la ilusión de una positividad en expansión siempre creciente, donde ninguna crítica encuentre asidero? Una especie de burbuja inmobiliaria del yo, que se vuelve inflacionario en la medida en que todo se le representa como crecimiento posible. Y él mismo se representa como posiblemente todo o cualquier cosa. El problema de Proteo es el problema de cómo comprender y dirigir el cambio y la construcción del sí mismo en una sociedad democrática que —ya lo había dicho Taine, Renan, Tocqueville, en fin, muchos antes de Rodó— tenía un peligro estructural en la imposibilidad de darse a sí misma una legitimidad autoorganizadora—salvo la del dinero y la retórica.

La tecnología evoluciona siempre, constantemente, hacia la destrucción de límites y la apertura y realización de todas las posibilidades. Como un ser proteico salido de madre, negando la limitación. Agamben dice en “Sobre lo que podemos no hacer”: “El poder que se define irónicamente como “democrático” [...] separa a los hombres no sólo y no tanto de lo que pueden hacer sino sobre todo y mayormente de lo que pueden no hacer. Separado de su impotencia, privado de la experiencia de lo que puede no hacer, el hombre de hoy se cree capaz de todo y repite su jovial “no hay problema” y su irresponsable “puede hacerse”, precisamente cuando, por el contrario, debería darse cuenta de que está entregado de manera inaudita a fuerzas y procesos sobre los que ha perdido todo control. Se ha vuelto ciego respecto no de sus capacidades sino de sus incapacidades, no de lo puede hacer sino de lo que no puede, o puede no hacer. De aquí la confusión definitiva, en nuestro tiempo, de los oficios y las vocaciones, de las identidades profesionales y los roles sociales, todos ellos personificados por un figurante cuya arrogancia es inversamente proporcional a la provisionalidad e incertidumbre de su actuación.

La contribución de Rodó no está en el voluntarismo con el que en su Ariel implora a esa figura algo extravagante, el enrarecido “joven” hispanoamericano, que se modere y sepa dar forma a su Bildung. Su contribución está en haberse dado cuenta que el problema no podía plantearse si no se comprendía que hay un correlato íntimo entre la constitución del sujeto en la sociedad de masas y la constitución del imaginario personal como sistema de opciones externas internalizadas.

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Rodó había optado por escribir. Su estilo, la dificultad abstracta, el imposible barroquismo lineal que agota, es síntoma y parte de su problema, el problema de un sujeto como cubista, o collage, al que él trataba de verle estructura, espina dorsal, al tiempo que se daba cuenta que se le disolvía. Él mismo nunca fue alguien demasiado existente fuera de sus letras. Dicen que daba la mano como una babosa. La letra, en su trabajoso cincelado de un estilo, ajenísimo a la voz presente, fue en él metáfora de la autoconstrucción del sujeto que imaginaba, un sujeto que ya se volvía “líquido” antes de tiempo, y buscaba en ese cambio su propia estabilización. Aquel programa individual, de régimen y énfasis letrado, quiso actuar como una suerte de dique a la realidad de las fuerzas sociales democráticas desatadas. Aquel estilo de difícil lectura fue la existencia verdadera de Rodó. Su yo se le ramificaba y se le hacía abstracto, como su escritura, que en Proteo es acumulativa y voluminosa. La abstracción de entonces era tal vez resultado del esfuerzo por mantener al yo atado ante las fuerzas centrífugas que lo tironeaban. Hoy vamos siendo afectados por cierta dictadura de la brevedad (aunque sé que esto es contradicho por las sagas adolescentes de 2000 páginas, que también se leen), brevedad que viene sólo en parte de la esfera de lo atencional. Creo yo que viene más de un desánimo respecto de la posibilidad de hacer sentido sobre un mundo y un existir que son ya demasiado complejos. Si el yo proteico insinuaba los riesgos de la multiplicidad de autoimágenes, el de hoy se ha instalado en la dispersión incontrolable de posibles sentidos, de infinitos “para qué”, cada uno menos convincente que el anterior.

Allá en el colmo de la modernización, el “para qué” vital se entendió todavía bajo el tópico de la “vocación”. La vocación articulaba, en la división del trabajo, el sentido del existir. Rodó le dedica largos capítulos a esa cuestión de la vocación, va elaborando una especie de fenomenología de la vocación: como se experimenta, cómo se desata, qué accidentes le son comunes, cuáles es su anecdotario y sus ejemplos antiguos. El “alma”, imaginada por los neoidealistas en aquel novecientos como una coherencia invencible que pugna siempre por realizarse y aparecer según su ley interior, era para ellos la regente y la garantía del sentido; esa fe en una potencia preexistente del alma juega un rol importante en el Proteo. (ej. Cap XL y cercanos) Son tiempos de una dialéctica nítida sujeto-sociedad. Sin embargo esa alma pura y resistente a las imposiciones causales del mundo resulta hoy sospechosamente afectada por las más nimias circunstancias. El vacío del Ser tiene que ver con el sinsentido de la vocación, no con la imposibilidad de seguirla. Es precisamente porque, como dice Agamben, se pierde contacto con el poder no hacer, que sufren las vocaciones, pues todas son como espejismos igualmente positivos y realizables. El capítulo XLI de Proteo examina esta posibilidad. El problema ¿no será que, ante la ampliación tan gigantesca de las posibilidades de exploración realizadora, devenir uno mismo se vuelve cada vez más titánico, hasta el punto del abandono? El esfuerzo de “devenir uno mismo” es inmenso, y se comienza a sospechar que, en las condiciones de productividad, uso del tiempo, etc. contemporáneas, bastante inútil.

Byung-Chul Han (en La sociedad del cansancio) observa ciertos resultados de esta “agitación en la positividad”:La positividad del poder es mucho más eficiente que la negatividad del deber. [...] El deprimido no está a la altura, está cansado del esfuerzo de devenir él mismo. (...) Alan Ehrenberg considera la depresión como la expresión patológica del fracaso del hombre tardomoderno de devenir él mismo. [...] El lamento del individuo depresivo, “Nada es posible”, solamente puede manifestarse dentro de una sociedad que cree que “Nada es imposible”. [...] La depresión es la enfermedad de una sociedad que sufre bajo el exceso de positividad.

En Rodó la renovación constante era aun optimista. Al final de la ruta de esta modernidad productiva y de estricta objetivación monetaria del esfuerzo y división del trabajo —que estaba trazada ya entonces—, la renovación constante se ha invertido en un vacío de aspiradora, por exceso de positividad. “Renovarse es vivir” ha mutado en agitación sensorial y del yo, embalada en la aceleración estructural constante de la tecnología, pero sin que ésta revierta, por su dispersión también creciente, en sentido asimilable para el sujeto hiperestimulado. El corrimiento está yendo en esa dirección, hacia una colectivización internalizada de las representaciones del Yo. El proteísmo desencadenado, la falta de limitación, la falta de distanciamiento del sujeto respecto de su propia potencialidad, la falta de negatividad, el no saber qué podríamos no hacer, disuelve el proyecto “moderno- posmoderno” y lo relanza en un desafío nuevo que estaba, creo, presupuesto ya, con su arcaico y trabajoso lenguaje, en Rodó: para cada uno, encontrarse con la posibilidad de definir y respetar sus propios límites. (Pero, ¿no reinstala esto el problema del voluntarismo?).

 

 

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