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Amir Hamed
ISSN 1688-1672

 


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          ANALIZAR SIN ANALIZAR

Votemos politólogos

Aldo Mazzucchelli

En la próxima elección en lugar de
a políticos deberíamos votar a politólogos uruguayos. Pues, de acuerdo al mensaje que transmiten los medios, la discusión pública consiste en dar un paso más allá de cualquier afirmación meramente política, para pasar a entender todo lo que se hace como una mera jugada en un ajedrez meta-político. No es el Estado ni el bien común lo que se discute, sino el “escenario político”. No es si el presidente Mujica lleva el país en una dirección, sino cómo esto podría afectar el futuro triunfo del ex mandatario Vázquez. Como sugirió una vez Bustos Domecq en un relato olvidado, ahora los partidos ya no se juegan, solo se transmiten.

Hace unas semanas uno de los políticos más visibles del país, Pedro Bordaberry, tomó la decisión de retirar a sus colaboradores de los cargos que ocupaban en algunos entes del Estado. Se trata de un hecho político, que puede discutirse en relación con el rol que juega o no juega el control en la administración del Estado, o en términos del espacio para el acuerdo y el compromiso en un panorama áspero en relación con el funcionamiento formal de las instituciones republicanas, o a partir de la existencia de programas políticos alternativos al del partido de gobierno.

Pues no. Tenemos que discutirlo, dicen los politólogos (que hacen su trabajo y, a diferencia del grueso de los líderes políticos, lo hacen bien), en función de cuánto “perfil opositor” le da “la movida” a Bordaberry en relación con el Partido Nacional. Vaciarlo del sentido primario que tiene en relación a la administración de la cosa pública, y llenarlo de un sentido secundario vinculado a la ecología de lo opositor a la vista de la próxima campaña electoral. No como un hecho político en sí (relativo a los entes y la participación) sino como un hecho mediático o de imagen, una cuestión de impactos respecto de otras consecuencias futuras de tipo electoral. No hay Estado hoy, solo hay elecciones mañana. No hay sustancia hoy en la discusión del Uruguay, solo hay un juego nauseático mañana, hacia otro juego que se abrirá pasado mañana.

Tengo unos cuantos amigos entre los politólogos, y respeto mucho su trabajo, pero creo que están ocupando (no por responsabilidad propia sino por deficiencia de los políticos) espacios en la agenda de la discusión pública que no les correspondería ocupar. No veo pues por qué tenemos que dejar pasar como natural, sin patalear un poco al menos, esta especie de pasión de metarrelato que ha tomado la discusión mediática.

En el mundo anterior al 9/11/2001, se había dado una imposición global del escepticismo interpretativo, al que después de aquel duro evento se le viene haciendo más difícil prosperar, pues ahora no se discute tanto sobre las opciones de imagen del presidente iraní, Mahmud Ahamadinejad, como se discute de nuevo, abiertamente, si bombardear o no bombardear Irán, y cuándo. Pero no en el Uruguay, frecuentemente décadas detrás en su agenda filosófica, en donde esta furia del metarrelato, imagino, podría ser una de las consecuencias no queridas de aquel escepticismo antes global. Dado que —según se creía hace varias décadas en muchos sitios y se sigue creyendo todavía en el Uruguay— no podemos creer en ninguna afirmación y no sabemos ya, aparentemente, relacionarnos con ningún decir salvo en el sentido de la desconfianza, seguimos llevando el espacio que debiera ser de comunicación y debate de asuntos comunes a un distanciamiento tibio hecho de especulación y análisis metadiscursivo.

El texto que se comió al ciudadano

Filosofías favorecidas por el hábito de la crítica pura nos han acostumbrado hace décadas a desconfiar de todo, excepto de la desconfianza misma. Todos los que hemos estado en el esotérico negocio de la “teoría” hemos dedicado horas —y sumadas quizá sean años de vida—, a comprender y practicar las estrategias deconstructivas del posestructuralismo, en su furiosa ansia de demostrar el fin de la Verdad con v mayúscula. Como buenos alumnos, en su tiempo, de las epistemologías de la sospecha, tarde o temprano algunos habremos concluido que tal ansia también es sospechosa, y hay que desconfiar también de ella. Acaso revele que sus propulsores desesperaron tanto de encontrar la Verdad que se dedicaron a demoler todo lo que pretendiese acercarse a ella.

Los campeones del fin de la metafísica serían así metafísicos de tomo y lomo, eso sí, llenos de resentimiento por la falta de un fondo rocoso en el que asentar sus propias teorías de vocación totalizadora y universal. Y los sutiles golpes de hacha que propinaron al “canon” y a la filosofía terminaron estropeando la más preciosa de las capacidades, que es la de saber leer con sentido propio, apropiándose de los decires ajenos desde un sitio de responsabilidad personal.

Será ese, cómo no, un sentido provisorio, pero no por ello menos vinculante. El resultado es tan absurdo que hechos duros como el diamante, verdades con todas las V que se les quiera poner, ¿tendrían también que pasar a ser hechos de la opinión? Claro que no. Afirmo: Gardel canta mejor que muchísimos otros tangueros que en el mundo han sido, Messi juega mejor que el lateral derecho del Club Atlético Progreso: verdades estas, contingentes, ciertas dentro de unos límites, pero no por ello menos verdaderas, menos absolutamente verdaderas en ese hueco espaciotemporal en que lo son.

En el Uruguay, en tanto, el agua regia del talenteo teórico, a salvo de la toma de posición, el babeo especulativo y el tartamudeo lógico se cargaron también, bajo la especie de que se provee “un espacio de análisis”, a la discusión sobre las cosas sustanciales en el mundo político. Las cosas sustanciales siguen ocurriendo, sin embargo. Ahora en el twilight del miedo opositor y la inconveniencia oficialista. Es mucho más fácil hacer pasar gato por liebre, pasar sin control las más groseras aberraciones administrativas, falsear o esquivar los controles, pues el conjunto de la opinión está, en el mejor de los casos, sutilmente educada en percibir los más delicados movimientos de la estrategia mediática de un partido o un candidato, pero no tiene la menor idea acerca de cómo el gobierno desconoce todos los días, por ejemplo, las recomendaciones constitucionales que le hace el Tribunal de Cuentas. El mensaje es claro: las decisiones y los decires políticos serán tratados como un texto más, al que se le aplicará la desconfianza y el distanciamiento, la búsqueda de la quinta pata del gato, neutralizando toda su potencial carga sustancial en relación a los asuntos de la ciudad. En cambio, el sutil (aunque en el fondo previsible) discurso del politólogo pasa al centro de la escena, analizando sin analizar, pues eliminan del análisis la conclusión, es decir, el tomar partido, que es lo único que interesa en política. Y lo único que los “científicos” no están legitimados para hacer. Paradoja: tienen que dejar de ser ciudadanos justo cuando tienen que usar públicamente su voz.

 

 

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