H enciclopedia 
es administrada por
Sandra López Desivo

© 1999 - 2013
Amir Hamed
ISSN 1688-1672

 


/ / / / / /
 
         
IMPOSIBILIDAD DEL SER

La fascinación

Carlos Rehermann

El escritor Domingo Bordoli solía
hacer entrevistas a sus colegas uruguayos en su audición radial “Enfoques  culturales del SODRE”, que en los primeros años de la década de 1960 se difundía por una de las emisoras del Estado. En estas entrevistas las preguntas eran siempre las mismas. Una de ellas requería la opinión del escritor acerca de la recepción crítica de su obra. En la entrevista que Bordoli le realizó, Carlos Real de Azúa contestó, entre otras cosas, lo siguiente:

“En la “Antología” no se discutió más que el método y las inclusiones y las exclusiones. Ninguna nota, en cambio, analizó lo que verdaderamente me importaba de ella, esto es la justeza o el acierto de las noticias que anteceden a cada autor seleccionado y de alguna manera el manifiesto intelectual que la armonización de todas ellas implica. Ángel Rama vio este aspecto, pero no entiendo por qué lo señaló con tono ligeramente denunciante, siendo muy obvio que no me importaba nada escamotear esta intención”.

Real de Azúa se refería aquí a su selección de ensayos de autores uruguayos, entre los que figuraba uno de Bordoli. Este profesor de literatura, cuentista (publicaba sus ficciones con su segundo nombre y su segundo apellido, Luis Castelli), y, si seguimos las clasificaciones de los amantes de la heráldica patria, miembro de la generación del 45, formaba parte del grupo de escritores y críticos que publicaba la revista literaria Asir, de la que se aparecieron 39 números entre 1948 y 1959. El director de la revista era Washington Lockhart, otro ensayista que mereció la consideración de Real de Azúa. La cita es útil por la afloración del nombre de Rama, crítico en aquel entonces en ascenso, editor y juez tonante de las letras uruguayas, que adquiriría prestigio olímpico a lo largo de la década de 1970.

Como se sabe, el mundo va de mal en peor y el fin de los tiempos se aproxima, de manera que no es de extrañar que hoy nos hagan falta ensayistas como Lockhart, Real de Azúa o Bordoli, no tanto porque uno esté de acuerdo con lo que proponían, sino simplemente por el temblor que provoca esta pánica llanura. La crítica uruguaya adquirió en aquellos años fama de seria, aunque en ese sentido quizá lo fue solo por carecer de aptitudes para la sonrisa. Curiosamente se encuentra hoy más sustancia en los que no prosperaron en el camino de la gloria que en quienes fascinaron a sus contemporáneos pero se han vuelto ilegibles hoy. Probablemente el poder —de promoción, de censura— de algunos críticos de los sesenta tuvo relación con la posesión de medios de producción, es decir, editoriales.

El nombre de Bordoli, que fue víctima de la cartografía crítica de los sesenta, no atravesó los años setenta. Ángel Rama escribió que la gente que se reunía para editar la revista Asir tenía “una nutrición intelectual arcaica, conservadora, propicia a un inefalibilismo confuso”. Los acusaba de “convalidar los derechos eternos e inalienables de la oligarquía nacional”, y agregaba: “tal como puede comprobarse en la carrera cumplida por D.L. Bordoli, quien fungió como uno de los jefes del grupo”. Todo un prontuario.

El problema, quizá, pensando en las limitaciones de Rama para aceptar gente con creencias distintas a las suyas, es que Bordoli se declaraba católico. Pero, ¿no habría que leer lo que escribe un individuo, antes de preguntarle por sus afiliaciones? Antes de esa mala acción de Rama (es decir, de su crítica de mala calidad, autoritaria y sin fundamento), que ocurrió en 1972, la editorial Banda Oriental (1965) había recopilado los ensayos de Bordoli sobre una serie de asuntos literarios bajo el título de “Los clásicos y nosotros”, un librito valiosísimo por una serie de motivos que son los mismos que nos colocan lejos de las cumbres que algunos tuertos insisten en describirnos como el paisaje uruguayo.

Una de las columnas de Bordoli se titula “De la admiración”, y parece perfectamente aplicable a lo que ocurre hoy, 50 años después de haber sido publicada, en nuestro medio cultural. Quizá porque el mundo no cambió, o quizá porque se trata justamente de una observación típica de un clásico: algo que define una esencia que no cambia con facilidad, y por lo tanto puede ser aprovechado a lo largo de mucho tiempo. Cuando uno compara los textos de Bordoli y de Rama, ve que este último se ha vuelto completamente insustancial, y el primero mantiene el vigor original. Se podrá discutir si ese vigor era mucho o poco, o si está equivocado o no. Es decir: se puede discutir con Bordoli, cosa difícil de decir de quienes lo defenestraron. Su artículo comienza así:

“Cuando en 1949 la revista Asir organizó un concurso de cuentos para escritores nacionales no  mayores de 25 años [uno de los jurados dijo:] "No se ve en estos escritores jóvenes ninguna influencia —sea en el tema o en el estilo—, ninguna imitación de escritores nacionales o extranjeros, ni de antiguos o modernos. Es que no han leído nada. Nada de nada". En efecto, esta primera sospecha ha sido acompañada en concursos posteriores por una insistente confirmación.

 

En plena juventud, cuando el sentimiento de la admiración debe ser más vivo; y cuando no solo es habitual sino fatal la imitación, se asistía al espectáculo extraño de la formación de un escritor que busca imponerse sin haber leído profundamente a ninguno. ¿Se trataba de preservar la originalidad? No era ese el caso. Pues salvo una docena de trabajos destacables, el resto que llegaba a más de un centenar se mostraba notablemente uniforme. Todos escribían de la misma manera. La ley imperante acerca del estilo era no poseer ninguno”.

No conviene apurarse a condenar a Bordoli por esa visión que parece defender el adocenamiento o la afiliación a corrientes predefinidas. Hay que recordar que está refiriéndose a escritores jóvenes. Lo que le llama la atención es que los jóvenes no imiten a nadie. La conclusión del jurado citado y del propio Bordoli es que esos jóvenes no estaban influidos por  nadie porque no leían a nadie. Simplemente reclamaba una mayor formación de los jóvenes. Más adelante en la nota cita al héroe del grupo Asir, Líber Falco: “Esta es una generación que no sabe admirar”. Esta nostalgia por la admiración es un recurso retórico que Bordoli emplea para criticar lo que veía como el mal de ese tiempo: la fascinación, que define como “una forma degradada del sentimiento de admiración”:

“El fascinado es, propiamente, un alienado. Vive en otro, por otro, para otro, abolido como conciencia libre”. No admirar, dice, es negar “la primera ley fundamental del progreso de la inteligencia: la de indagar afuera, la de asombrarse; la ley que permite relaciones atractivas, inesperadas, acerca de los hechos y las personas”.

Parece que este hombre afectado, al decir de Rama, por su nutrición intelectual arcaica y conservadora veía, hace medio siglo, lo que hoy parece ser el panorama dominante no solo en las letras sino en todas las áreas de la cultura. 

El tono admonitorio, drástico, sentencioso y de vuelta de todo, característico de la crítica uruguaya, parece certificar la verdad de la observación de Bordoli. Si uno examina la producción de Rama (para seguir con quien tan duro fue con nuestro autor), encontrará indefectiblemente un tono de seca sapiencia de vuelta de todo, y un inocultable temor cerval por el asombro.

Al contrario que el asombrado, dice Bordoli, “el fascinado siente su imposibilidad de ser”. La religiosidad de Bordoli, claramente inadmisible para la intelectualidad en ascenso de los sesenta, aporta elementos que una inteligencia menos dogmática puede aprovechar. Al final de su artículo Bordoli deja la palabra a Gabriel Marcel: “La admiración está ligada al hecho de que algo se revela en nosotros. Las ideas de admiración y revelación son en realidad correlativas. Mediante ellas yo reconozco un cierto absoluto”. Claro que para aquella crítica deíctica de los sesenta y los setenta, el Absoluto (aunque se tratara de “un cierto absoluto”) era inaceptable, porque el arte y la cultura eran meras superestructuras. Hoy pasa otro tanto: si en aquellos años el objetivo era la liberación de América Latina (que nunca ocurrió, incluso después de que en todos los países del continente se instalaron gobiernos de izquierda), hoy es una agenda de derechos de género y un paquete de identidades y mañana será lo que sea que una armada de apparatchiks reblandecidos decrete que acatemos.

© 2014 H enciclopedia - www.henciclopedia.org.uy

Google


web

H enciclopedia