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Amir Hamed
ISSN 1688-1672

 


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          SOBRE ARTE Y SENTIDO

Moral snuff

Carlos Rehermann

En 1978 el escritor estadounidense John Gardner se hizo fugazmente célebre cuando publicó su libro On Moral Fiction. Recibió invitaciones a programas televisivos que pusieron rostro al casi desconocido maestro de Raymond Carver. Para un público conservador, desconcertado por el arte conceptual, era consolador que alguien hablara de moral y al mismo tiempo usara el pelo largo; para el posestructuralismo, por otra parte, que escalaba las cátedras con saltos de pulga, yuxtaponer “moral” y “arte” (en este caso “ficción” se refiere a la literatura como arte) era un acto de provocación. El contenido del libro, ciertamente  discutible, se centra en una afirmación fuerte: no se puede juzgar el arte prescindiendo de la moral. En esos tiempos la crítica se estaba volviendo predominantemente prescriptiva, aunque todavía existía una crítica descriptiva que seguía considerando que lo que hay que examinar es la obra concreta y real. Como siguiendo el espíritu de las tesis sobre Feuerbach, ya no se trataba de que los críticos interpretaran el arte, sino de que lo transformaran. Contra eso estaba reaccionando Gardner, y para eso, al pasar, menciona el cine snuff, aunque no desarrolla el germen de una idea muy interesante.

En aquellos tiempos comenzaba a circular el  mito de que había unos tipos que hacían un cine de ficción que en cierto momento, cuando mostraba una muerte, mataba al actor. Ese supuesto género se llamó snuff film. A juzgar por la cantidad de rumores de los que formó parte en aquellos años, la idea de que era posible que existiera algo como el género snuff fue bastante exitosa, incluso en el ámbito de la producción formal industrial. Cuando en 1978 se estrenó la película Piraña, se corrió la voz de que los productores de la película habían arrojado al agua a extras locales de la Amazonia para filmar su devoración por parte de los bichos. La cuestión antimperialista y crítica al capitalismo aprovechaba el rumor del snuff con fines políticos, prescindiendo del hecho incontestable de que es casi imposible  que un cardumen de pirañas pueda matar a una persona. Pero los gobiernos de Sudamérica eran unánimemente dictatoriales, y el rumor tenía sentido, dentro de la lógica de explotación y neocolonialismo que sostenía a los gobiernos autoritarios. Cuatro años más tarde, durante la filmación de Fitzcarraldo, de Werner Herzog, un accidente produjo heridas en algunas personas del equipo de rodaje, lo cual derivó en el rumor snuff de que Herzog había ordenado seguir con la filmación en vez de auxiliar a los aborígenes aplastados por el barco que se estaba transportando por la selva.

En la película de Herzog se hizo realmente el traslado de un barco por encima de una sierra en la selva, pero se trata de algo que no tiene la menor importancia a la hora de juzgar la obra. De hecho, los juegos con la realidad son habituales en la obra de Herzog, aunque se tornan invisibles cuando uno carece de la noticia acerca de quiénes son en realidad sus actores (por ejemplo, Bruno Schleinstein, protagonista de Stroszek), o las circunstancias del rodaje (por ejemplo, el barco de Fitzcarraldo se transportó verdaderamente tal como se muestra en la película). Con el paso del tiempo lo que queda es la presencia de Bruno S. otorgando una cualidad única a su personaje, o la presencia del barco deslizándose peligrosamente por la pendiente tropical y cayendo trágicamente sobre los extras.

Mito y punctum

Las películas snuff ocurren en el mundo de los mitos. Si bien es cierto que algunos asesinos han filmado sus actos criminales, la idea de snuff tiene un alcance mayor: supone una estructura profesional de producción, y especialmente un mercado y unas vías de distribución. Según el mito, habría un mercado ávido de snuff que justificaría la existencia del negocio de producción. No es fácil imaginar cómo cierra la ecuación económica, pero la imposibilidad es el signo del mito, y su resistencia a la desaparición es el índice de la pertinencia de su sentido.

Gardner hace una pregunta muy simple: ¿se puede hacer una crítica de una película snuff sin tomar en consideración el hecho concreto de la muerte de los actores? Esto plantea un problema serio a la  crítica que prescinde de cualquier consideración moral. El hecho mismo de que exista una categoría “ficción” presupone una toma de partido moral. Antes de la invención de dispositivos mecánicos para el registro de la realidad, la ficción como espacio en las artes se apoyaba en el hecho de que el emisor debía ser un individuo confiable, es decir, que ostentara valores morales positivos. “Ficción” es una palabra renacentista, época de la cultura europea en la que los artistas comenzaban a ser conscientes de que estaban apoyándose en construcciones del pasado. El siglo XIX abrigó la ilusión de que la fotografía era un medio que eliminaba la necesidad de una moral, porque el operator (como llamó Barthes al fotógrafo) simplemente echa a andar un dispositivo cuya única subjetividad es el punto de vista, el lugar en el que se coloca el aparato. Todo lo demás funcionaría solo (algo que cualquier fotógrafo sabe que no es cierto). De aquí la aguda observación de Barthes que señala que en algunas fotografías hay un punctum, factor imposible de planificar, a menudo perteneciente sólo a algunos espectadores. Se trata de un algo que nace en la imagen y se dirige hacia el que la mira. La idea es nueva (era nueva en 1975, obsérvese el año snuff, cuando se publicó su última obra, La chambre claire, donde la postula, y permanece nueva ahora) ya que hasta entonces la observación inteligente suponía un sentido desde el observador hacia la obra, y no al revés. El punctum se hace posible en la fotografía (y no en la pintura) porque la fotografía se sostiene  fundada en la captura de la realidad visible.

La idea de que la fotografía captura la realidad es equivocada, ya que la manipulación de las fotografías ocurre desde épocas muy tempranas de su desarrollo, pero de todas maneras es insoslayable el hecho de que la fotografía efectivamente puede captar de manera automática visiones de ciertas realidades, incluso en la época de Photoshop (y por eso algunos fotógrafos se niegan a usarlo, y prefieren por ejemplo programas como el DxO Optics Pro, que no dibuja ni sustituye pixeles, sino que actúa con las variables tradicionales del laboratorio) . Debido a ese potencial documental de la fotografía, el cine es el espacio en el que se hace posible la idea de snuff.  


Dogma y vulvas ajenas

En los años 1990 Lars von Trier  presentó junto con algunos amigos “Dogma 95”, manifiesto en el cual la muerte, es decir, la posibilidad del snuff, estaba presente. La regla básica de Dogma 95 es que todos los actos que ocurren  ante la lente deben ser verdaderos. Si alguien golpea a otro, el golpe debe ser un golpe. Si alguien tiene sexo, debe tener sexo (en Los idiotas hay una toma en la que se muestra una cópula durante algunos segundos). Si hay una muerte, debe haber un muerto real. Por eso en las películas de “Dogma 95” no hay muertes. Curiosamente, cuando, más de 20 años después, hace su película Ninfómana, evita que la protagonista, encarnada por Charlotte Gainsbourg, sea penetrada ante la cámara, de modo que los actores de pornografía contratados a tales efectos penetran, en cambio, a una especialista en esas artes, y luego algunos idóneos en efectos digitales hacen los cambios necesarios para que veamos la cara de la actriz como si fuera la que ante la cámara vivió esa experiencia. Resulta extraña esta falsificación, sobre todo porque más o menos sabemos cómo es la grupa de Charlotte Gainsbourg (la toma de la cópula es desde atrás), porque no le molesta mostrarla, mientras sus umbrales no sean traspasados ante cámaras; ha sido necesario, por lo tanto, buscar una chica de similar anatomía para que los forzudos hicieran su trabajo que, a ojos vistas, les ha costado sus viagras. De manera que ahora vemos a una flaca casi idéntica a Charlotte, que, con la cara digitalmente trasplantada de la famosa, mira cómo un par de negros de importantes dimensiones hacen esto y lo otro. ¿Cuál es la diferencia con la posibilidad de que fuera ella la verdadera actriz de la escena?

Moral. Desde el punto de vista formal, lo que vemos es al personaje encarnado por Gainsbourg en determinada actitud; si fuera la actriz y no una doble ¿qué cambiaría de la narración?

Si bien es posible hacer juicios formales acerca de las tomas de una película snuff (en caso de que existieran), los aspectos formales parecen nimios ante el hecho inaceptable de que para hacer la película se haya asesinado a alguien —o sea, amigos, yo no lo acepto, incluso si el actor fuera Adam Sandler. Lo mismo ocurre con la pornografía, si es protagonizada por una actriz que hace, digamos, arte. Es el punto de vista de Charlotte Gainsbourg y muchas otras, y probablemente del público, que puede aceptar la visión de una vulva en cópula mientras sea anónima. Interesantísimamente, el espectador no podría juzgar correctamente al personaje de Gainsbourg si supiera que Gainsbhourg es la actriz penetrada, motivo por el cual la producción se cuida de explicar en detalle cuáles actos fueron doblados. El snuff, incluso como hipótesis, pone de manifiesto que siempre hay una consideración moral latente en cualquier juicio que hagamos sobre cualquier asunto relacionado con el arte. 

John Gardner murió hace treinta y pico de años. Nos dejó dos novelas notables (Grendel, una narración de Beowulf desde el punto de vista del monstruo, y The Sunlight Dialogues, una sucesión de diálogos morales alternados con cientos de historias que construyen una novela total que el tiempo probablemente colocará en un lugar mejor al que ocupa hoy). Fuera de tiempo, inocente, conservador y severo, quizá convenga visitar sus ideas para encontrar, en esta época de tiniebla bien iluminada, algo de sentido.

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