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Amir Hamed
ISSN 1688-1672

 


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          SUICIDIO CRÍTICO

Quemar los grimorios

Carlos Rehermann

Hitler escribió un libro que se
publicó en los años 1920, y que en la década siguiente se convirtió en un best seller, en parte porque se volvió una costumbre oficial regalarlo, pero también porque se puso de moda. El hecho de que su autor fuera el jefe de gobierno, y que convenía caerle simpático a sus guardias de seguridad no fue ajeno al éxito.

¿Es un buen libro? Probablemente una importante mayoría de las personas respondería negativamente, incluso sin haberlo leído. Un libro de una persona tan horrible no puede ser un buen libro. Y por otra parte, ¿qué es un buen libro? Una de las funciones de la crítica sería, si aún subsistiera esa disciplina, la de dar respuestas a esa pregunta.

Una idea naif asociada desde siempre a los libros es que lo que está escrito no puede no ser cierto. El argumento se escucha a diario en miles de iglesias de todo el mundo: lo que digo es cierto porque está en el Libro. Esta idea se asocia a la convicción de que la inscripción tiene un valor trascendente e ineludible. Gramática, el término que hacia el siglo XII se asentó en el mundo culto con acepciones referidas al estudio de las letras, derivó en el conocimiento popular hacia significados mágicos. El francés construyó “grimoire” a partir de ella, y luego se trasladó al español grimorio, con el significado de colección de escrituras mágicas. Para la imaginación popular, los libros eran o bien religiosos o bien mágicos, ya que el conocimiento de los signos secretos (la escritura) indicaba claramente un contacto con un mundo inmaterial, trascendente, superior. Al mismo tiempo que la escritura suponía una entrada a otro mundo, el valor que se le adjudicaba era el de ser capaz de modificar las cosas de este mundo mediante su mera existencia. Una palabra inscrita en un libro tenía valor por su potencial como modificador del mundo.

La política, el intercambio de ideas con prescindencia de su origen social, la discusión pública a través de panfletos, discursos y ensayos, dio origen a la crítica europea, en un período que coincidió con las revoluciones burguesas, el desarrollo de la industria y el crecimiento explosivo de las ciudades. Recién entonces los contenidos de los libros pudieron ser calificados, juzgados, y celebrados o condenados por lo que decían. Había suficiente número de lectores capaces de entender que la gramática no es un conocimiento secreto, mágico o religioso.

Pero incluso hoy, y precisamente provenientes de lo que se supone son los espacios más progresistas de la sociedad, hay quienes temen la existencia de los grimorios y sostienen que hay que suprimirlos en aras de la decencia.

“En respuesta a esta asquerosa validación del odio, no vamos a cubrir ningún libro de Simon & Schuster en 2017”.

Tal es el anuncio que difundió el 29 de diciembre pasado en su cuenta de Twitter la publicación Chicago Review of Books. Respondía de esa manera a la noticia de que la gran editorial estadounidense publicaría la biografía de cierto individuo, acerca del cual, para lo que interesa decir ahora, no importa saber nada.

La declaración tuvo trascendencia porque el diario británico The Guardian publicó un artículo el 4 de enero de este año, en el que Adam Morgan, editor jefe de la Chicago Review of Books, explicó:

Como editor jefe de una pequeña publicación de reseñas literarias, quise hacer saber a Simon & Schuster que difundir su retórica [se refiere al individuo cuya autobiografía publicará la editorial] podría tener consecuencias en el mundo real. De manera que tomé una decisión que no tiene nada que ver con ideología política y todo que ver con los derechos humanos y la decencia: la Chicago Review of Books no va a cubrir ningún libros de Simos & Schuster en 2017.

Morgan se ha movido con astucia y eficiencia, seguramente gracias al cultivo de algunas amistades transatlánticas, al lograr que una publicación de primera línea como The Guardian le permitiera amplificar su tweet a escala global. Sin el trampolín del diario, su declaración había quedado donde estuvo los cinco días durante los que nadie se enteró de su existencia. El diario británico, por su parte, seguramente vio la oportunidad de abrir alguna clase de discusión en las aletargadas unanimidades de sus civilizados y moderados columnistas.

Lo más interesante de la nota de Morgan es la frase “difundir su retórica podría tener consecuencias en el mundo real”. Al parecer, un texto sería aceptable si no produce consecuencias en el “mundo real”. La idea que se esconde detrás de la frase es la teoría del encantamiento, en inglés “spell”, que significa también deletrear. Cuidado con lo que se pronuncia, porque eso puede cambiar la realidad. Es la misma teoría que sostiene que si obligamos a las personas a decir “todos y todas”, las mujeres adquirirán mágicamente derechos iguales a los de los varones. Por supuesto que el requisito es la obligación, porque si no obligamos a todos y todas no se producirá el efecto de encantamiento.

Morgan manifiesta el temor al grimorio cuyas palabras, de hacerse presentes en la sociedad, podrían cambiar el “mundo real”. Según esa concepción habría, en consecuencia, un mundo irreal, el de las letras; habría también unas palabras especiales, peligrosas, capaces de cambiar el mundo real.

  

Cuando estas palabras se hacen presentes, Morgan  evitará pronunciarlas, difundirlas o dar testimonio de su presencia, para proteger al mundo real. La magia negra del autor malvado de Simon &Schuster puede preverse gracias a los magos buenos como Morgan, que protegerán al mundo mediante su cono de silencio mágico. Pero ya nos enseñó Maxwell Smart que lo único que produce un cono de silencio es incomunicación.

La Coalición Nacional (estadounidense) contra la Censura, junto con ocho organizaciones entre las que se encuentran gremios de escritores, de docentes y cámaras de libreros y editores, publicó una nota de rechazo al intento de boicot de la Chicago Review of Books. Su argumento central es que las “ideas nocivas” se combaten a través de la expresión de un “vigoroso desacuerdo”, y no mediante la supresión de su difusión.  

La Chicago Review of Books reclama la quema del grimorio en favor de los derechos humanos y la decencia. Morgan olvida, sin embargo, los derechos humanos que garantizan la libertad de circulación de ideas, y no dice cuáles pretende defender en concreto con su propuesta de censura. Al parecer, Morgan sabe que el libro que va a publicar Simon & Schuster estará tan lleno de ideas negativas, tóxicas y peligrosas, que hay que hacer caducar algunos derechos humanos en nombre de la defensa de otros derechos humanos.

Y la decencia. La decencia no comparecía en la discusión pública desde hacía mucho. El llamado a la decencia siempre fue un grito conservador, un freno a las libertades: no se puede mostrar, no se puede decir, no se puede tocar, no se puede pensar, porque hacerlo sería indecente.  

El mecanismo suicida de Morgan intenta hacerse pasar por sacrificial. La publicación crítica se autoinmola, renuncia a su misión, que es escribir de libros, porque hay un libro que, como el Necronomicón, volvería loco a quien lo leyera y lo llevaría a la muerte. La Chicago Review of Books entrega su vida para salvar la decencia. Pero esta renuncia no es un sacrificio; es un acto terrorista, una extorsión, una amenaza de violencia, lo exactamente contrario a la razón, que debería ser el sustento de la crítica, es decir, el fundamento filosófico de la publicación. Hasta no hace mucho, esta forma de actuar se asociaba claramente con el fascismo.

Se puede admitir que un individuo decida no leer la obra de cierto otro individuo, por varios motivos: porque ha leído obras anteriores y no le gusta el estilo; porque ha leído obras anteriores y sabe que no le aportará nada nuevo; porque es su cuñado y le molesta la mera mención de su existencia; etcétera. Pero un crítico, un lector profesional, no puede caer en el argumento ad hominem. El único objeto al que debe atender es el texto. Por supuesto que un texto es el texto y sus circunstancias, permítase la paráfrasis, y entre las circunstancias ciertamente debe incluirse al autor, pero siempre, antes que cualquier otra cosa, no debería olvidarse que un texto, una vez en la página, ya no necesita al autor.

El temor, probablemente legítimo, que despierta en algunas comunidades la existencia libre de un libro, obedece a que realmente sigue habiendo grimorios. Pero incluso en países como Holanda o Alemania, donde está prohibida la venta de Mi lucha, los censores diferencian perfectamente entre una edición grimorio y una edición anotada. La venta de Mi lucha en ediciones anotadas está permitida en casi todos los países donde se restringe la venta del libro. Las ediciones críticas anulan el grimorio, porque justamente esa es la función de la crítica. Los críticos de la Chicago Review of Books, como los iletrados más humildes, le temen a los libros, quizá los odian. No están solos. Hordas de políticos y activistas bienpensantes hacen lo posible por evitar que otros se expresen, en algunos casos por miedo supersticioso, y en otros porque les conviene la ignorancia de los votantes  La barbarie viene en ancas de la academia, la intelectualidad y la decencia.

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