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Amir Hamed
ISSN 1688-1672

 


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          ¡NO ME PIDAS UN CANAL, PAPÁ!

Retórica para el silencio

Carlos Rehermann

Menefrego

En un mundo idiota la injusticia no existe. Por lo tanto, es absurdo protestar porque las decisiones administrativas hacen lo contrario de lo que dicen los especialistas contratados para dar su dictamen.

El Poder Ejecutivo decidió tutear al proyecto de televisión digital mejor evaluado por los asesores del Poder Ejecutivo. El motivo, en palabras del presidente de la República: “Y si para sacar una revista precisabas un préstamo, no me pidas un canal ahora. Porque además, si me pedís plata para eso y me pedís un canal, quedo como si te doy plata, levanto centro y voy a cabecear. Es una lógica infantil”.

Durante años dio la impresión de que las autoridades del gobierno uruguayo de izquierda luchaban contra fuerzas más oscuras que las de Mordor, siniestros patrones de heredades electromagnéticas que por fin, nos decían, serán puestas a concurso sin restricciones, en igualdad de condiciones, para romper con esa homogeneidad plúmbea, horizontal y autocomplaciente que ha acompañado los días de tedio de los uruguayos menores de sesenta. El anterior gobierno creó una comisión asesora (de sigla CHAI) que sería la encargada de evaluar las propuestas para nuevos canales de televisión digital.

En diciembre el gobierno decretó que dará un canal entero (que permite tres señales) a cada uno de los canales privados actualmente en funcionamiento en Montevideo; la regulación anterior suponía que deberían compartir un canal entre los tres, sin que por ello perdieran independencia, ya que cada uno podría mantenerse en el aire como hasta ahora. Esa decisión supone regalarle dos espacios adicionales a los que ya tienen esas empresas. En enero, otro decreto dejó fuera de la evaluación a los canales existentes: si bien deberían presentarse para la adjudicación de los canales, la CHAI no se expediría sobre las propuestas.

Con cierto sentido del decoro y de la supervivencia, la CHAI protestó, lo cual generó la respuesta habitual de las administraciones cínicas: ninguna.

Como sea, la CHAI se pronunció luego, cuando se hizo el concurso amañado para favorecer a los canales de siempre, con una tabla de puntaje elocuentísima, cuyo primer lugar correspondía al Consorcio Giro, con una distancia muy clara sobre el segundo, incluso cuando es probable que el rubro “Antecedentes” esté ridículamente infravalorado en el primero y absurdamente sobrevalorado en el segundo (Saomil S.A., una empresa que posee una señal de televisión para abonados). El tercero en la tabla reclamó un punto, que si obtenía lo colocaría segundo. Pero no fue necesario: el presidente anunció, en una conversa con un ñeri de la prensa en Nueva York —permítase aquí el uso de la jerga mujiquera—, lo que podría expresarse como “menefrego en la CHAI, papá”: el primero fue descalificado, el segundo quedó primero y el tercero segundo.

Retórica obstructora

¿Por qué el presidente habla del modo que habla? El arte de la retórica permite distinguir varias partes, que iluminan el análisis de cualquier discurso.

Quien se enfrenta a la necesidad de decir algo a otro tiene que encontrar qué decir, poner en orden eso que encuentre, adornar las palabras, pronunciar el discurso con cierta entonación y gestualidad y no olvidarse de lo que tiene para decir. Desde la Antigüedad y hasta mucho más acá, estas cinco partes rigieron el arte y la técnica de la composición. En latín recibieron los nombres de Inventio, Dispositio, Elocutio, Actio y Memoria. A medida que la escritura se fue convirtiendo en el medio preferido como soporte del discurso público, Actio y Memoria dejaron de ser importantes, y la historia muestra que la Elocutio se hipertrofió severamente. Sin embargo, un buen manejo de la Elocutio es esencial para la penetración del discurso.

Churchill tomó la arenga de Garibaldi que decía, ante Roma, en 1849: “Les ofrezco hambre, sed, marchas forzadas, batallas y muerte” y la convirtió en “No tengo más que ofrecerles que sangre, fatiga, lágrimas y sudor”. La conversión trabaja sobre la Elocutio: hace metonimia —todos esos humores son consecuencia de las marchas forzadas, de la muerte y del dolor— y conserva la fatiga por meras razones formales, en este caso sonoras. La frase original es I have nothing to offer but blood, toil, tears, and sweat. Se ve que “toil” es esencial para que la frase tenga la fuerza sonora que se requería en las graves circunstancias en que fue pronunciado el discurso, cuando Churchill asumía como primer ministro con la misión de ganar la más espantosa guerra de la historia. Cada palabra era como un martillazo, y la metonimia elevaba la escena hacia la tragedia trascendente. En sustitución de un primer ministro incapaz de asumir una responsabilidad tan atroz, Churchill encontró lo que decir para que fuera imposible responder. Inventio y Dispositio fueron las partes esenciales de su discurso, aunque su Elocutio sea lo que completa su perfección.

En cambio, el presidente Mujica basa la fuerza de su discurso en la Elocutio y la Actio, y nada más.

El discurso ideal es el que tiene la última palabra. Se discute para convencer, de modo que quien dice la última palabra, es decir, quien no puede ser contestado, gana la discusión. El mejor discurso es el que produce silencio. Pero ese silencio debería provenir de una Inventio legítima, y no de unas Elocutio y Actio desconcertantes, o de matar al oponente.

Desde su célebre “no sea nabo” hasta su reciente “no me pidas un canal ahora”, el discurso de Mujica se basa en suponer que el contenido es evidente y no requiere explicaciones. Y si no es evidente para todos, es decir, si alguien reclama alguna explicación adicional, aparece el grito y un “¿tá?” de clausura. El vicio retórico tradicional consiste en una hinchazón cancerosa de la Elocutio y una espectacularización de la Actio. A lo largo de los siglos, los retóricos fueron acumulando figuras y haciendo catálogos de los ornamentos. Anacoluto, hipérbole, perífrasis, elipsis, aliteración, catacresis y decenas de otras figuras son regularmente usadas y abusadas. Pero incluso el plano de la Elocutio está desdibujado en Mujica. El discurso del presidente es casi pura Actio. Fue su signo distintivo cuando comenzó a crecer como candidato, y es lo que lo convierte en personaje internacional. Es probablemente, un residuo de su pasado guerrillero, en el cual lo público era la acción y el discurso se reservaba para lo íntimo —incluso con el enemigo, según dicen algunos prófugos.

Actio

Mujica no habla ni bien ni mal. La justicia no tiene sentido en un mundo idiota, y las categorías correcto/incorrecto no existen en el mundo del discurso. Todo, siempre, significa algo, pero lo que Mujica dijo acerca de los motivos para dejar de lado el trabajo de la CHAI no está en la Inventio.

En primer lugar, su discurso carece de referente: parece hablar de un llamado a concurso para la adjudicación de señales de televisión, pero no lo hace. Mujica no habla del concurso, sino de otra cosa. El motivo que da el presidente pertenece al mundo de clandestinidad, secretos y lateralidad que caracteriza su imaginario preferido: “lo que ustedes no saben (parece decir) es que el otro día me pidieron plata; así que todo eso del informe es una patraña; yo sé cómo son las cosas, y por eso los boché”. Eso es lo que dijo el presidente, violando las reglas que el propio gobierno puso para el llamado. Si el gobierno hace un llamado, lo que se debe evaluar es el contenido de los documentos que se presentan al llamado. En este caso al parecer fue más importante un factor externo, algo que el presidente sabía pero no los especialistas (esos pobres inocentes de la CHAI), que el contenido concreto del llamado.

Eso mismo hace la administración en numerosos casos: los servicios incumplen sus propias bases (Teatro Solís); los servicios no respetan las resoluciones de los organismos de los que dependen (SODRE); los servicios modifican sobre la marcha bases de llamados (Dirección de cultura); los servicios prorrogan plazos para permitir que algunos concursantes puedan participar (Departamento de Cultura de Montevideo). Las irregularidades son casi siempre de modestas dimensiones, y probablemente las causas tengan más relación con la incapacidad que con la perspicacia. Mientras tanto los mejores quedan por el camino.

Cuando el presidente Mujica tutea al concursante y produce esa Actio canchera, impide la discusión; es imposible contestarle. Ese es, claramente, su objetivo. Si alguien te hace una pregunta y vos le decís que no sea nabo, la única respuesta aceptable del aludido es un gancho de izquierda y un uppercut de derecha, cosa que el periodista, por supuesto, no puede hacer; simplemente ajusta la pregunta, hace otra, o balbuce algo; es decir: pierde. Cuando Marcelo Pereira, en representación del grupo fusilado por el escupitajo de chanfle del presidente, desde un mesurado artículo de la diaria, da razones (Inventio) claramente organizadas (Dispositio), parece estar fuera de lugar. Da la impresión de que se justifica. Es una situación absurda, porque es el presidente quien debiera dar explicaciones, y no quienes cumplieron a cabalidad con lo que se había solicitado. Lo que Mujica dijo en Nueva York es una provocación violenta, que incita a salir armado a la calle, disparando al aire y chillando como un afgano: es tan indignante que uno queda sin palabras.

Ergo: Mujica es un maestro de la retórica; ha tenido la última palabra. Y con su gesto de bloqueo de toda posible discusión ha hecho desaparecer la esperanza de una televisión de mejor calidad periodística. Una pequeña contribución a un mundo más idiota, en el que la injusticia no existe.
 

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