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Amir Hamed
ISSN 1688-1672

 


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          POLÍTCAS CULTURALES SÍ, GESTIÓN NO

Seis grados de corrección a la derecha

Carlos Rehermann

Gestión de encuadres

La imagen más famosa del siglo XX
la creó el fotógrafo cubano Alberto Korda en 1960. Nunca cobró nada por derechos de autor; en cambio, Andrew Warhola, un astuto comerciante estadounidense, facturó cientos de miles de dólares por la venta de copias de la foto coloreadas y serigrafiadas. En realidad ni siquiera había hecho de ellas serigrafías, sino que eran del fotógrafo estadounidense George Malanga, que quiso hacerlas pasar por obras de Warhola; pero este, en vez de hacer un juicio al falsificador, le pidió las copias para firmarlas y cobrar derechos de autor y en algunos casos venderlas. Eran los 1960 y el arte conceptual empezaba a cobrar protagonismo.

La imagen de Korda es esta:


El 4 de marzo de 1960, en un barco francés atracado en el puerto de La Habana, hubo dos explosiones; estaba desembarcando armas y municiones. Murieron al menos 75 personas. Se hizo un funeral al que concurrieron autoridades del gobierno. Alberto Korda estaba entre la gente, y, como era su costumbre —era el fotógrafo oficial de Castro—, fotografió a los comandantes. La foto de Guevara es un primer plano largo. Su mirada se pierde en la lejanía, y el eje de su rostro está inclinado unos pocos grados —seis— hacia la izquierda de la imagen. Sobre el borde izquierdo de la foto se ve el perfil un poco duro de otro funcionario del gobierno. La ocasión fue abundantemente fotografiada y filmada, y por eso se sabe al detalle cómo ocurrió la ceremonia y dónde estaba Guevara en ese acto. Los jerarcas estaban en un estrado bastante alto. Como el gobierno había hecho correr la voz de que las explosiones habían sido responsabilidad de la CIA, el acto se convirtió en un acontecimiento político con decenas de miles de participantes.

Guevara miraba a lo lejos, como en cualquier acto de masas. La maestría del fotógrafo se puede ver en el reencuadre que hizo y en un detalle minúsculo pero decisivo: corrigió el eje del rostro para que quedara perfectamente vertical. La fotografía con el encuadre original es esta:



Las modificaciones de Korda se muestran en el encuadre final (en rojo) y la corrección de unos seis grados del eje del rostro para verticalizarlo:




Como se ve, el resultado final tiene un eje de simetría perfectamente vertical:

Esto tuvo dos efectos: por un lado, la organización de una imagen en verticales y horizontales, sin inclinaciones, otorga estabilidad y firmeza a la composición.

La vertical está cargada de significados, que se encuentran en incontables signos e imágenes de todas las culturas; la verticalidad indica tradicionalmente una conexión con el mundo de los dioses (la vertical conecta el abajo= mundo de los hombrees, con el arriba = mundo divino). Por otra parte la vertical se ha cargado, a lo largo de los siglos, de significados asociados al varón; en primer lugar por la ya dicha identificación con el contacto con los dioses, que necesariamente, en las culturas patriarcales, es un atributo masculino, y porque la horizontal se ha asociado, como opuesta a la vertical, con lo telúrico, y por lo tanto con la posibilidad de ser fertilizada por un dios o un varón. 

Pero la verticalización del rostro de Guevara tiene otra consecuencia, y es que la línea de la mirada se eleva ahora hacia un lugar un poco más arriba del horizonte del que contempla la foto. Como el líder de la jauría mira a sus perros, un poco por encima de sus cabezas, del mismo modo no nos mira ahora el retrato del Che.

El resultado es realmente notable. He ahí un rostro sereno, firme, seguro de sí, que mira mucho más allá de donde nosotros, que lo vemos mirar, podemos acceder. No nos queda otra opción que aceptar su liderazgo. Es un gran retrato, que además tiene la virtud de no haber sido tomado en una sesión; no es posado y se nota en la rectitud y trasparencia de la expresión.

La serenidad que trasmite el retrato tiene la cualidad que Ricardo Rojo puso en palabras de Guevara en 1968, en su libro Mi amigo el Che: “hay que endurecerse pero sin perder la ternura jamás”. La frase quizá nunca fue pronunciada por Guevara, pero lo que se supone que significa es perfectamente acorde con la imagen que los guerrilleros lograron imponer de sí mismos: hombres fuertes y aguerridos, pero al mismo tiempo sensibles a la poesía y el amor. En realidad la frase es bastante torpe: o se es tierno o se es duro. Lo que en realidad quiere decir la frase merecería otra clase de figura, que hiciera alusión a un exterior duro y un interior blando, algo que en algún momento el propio Guevara expresó hablando del coco, cuya dura corteza guarda un contenido tierno. Pero el pobre Rojo, en fin, duro con la lengua, hizo lo que pudo, y logró hacer pasare a la historia ese tosco tropo.

Girar seis grados a la derecha una imagen para que represente mejor lo que se quiere decir es gestionar una imagen. Que es casi todo lo que la guerrilla ha podido hacer por la posteridad, lo cual es notablemente injusto para con los sacrificios de muchos de sus protagonistas, incluido el Che.

Hacer política

Mientras los ancianos guerrilleros uruguayos de los 1960 accedían al poder 30 años después de su derrota, el mundo, que hasta en China se había vuelto capitalista, comenzaba a entender que la gestión es preferible a la política, porque la gestión no necesita disponer de ideas —bienes escasos, carísimos, complicados— ya que basta que los procedimientos sean los adecuados a los objetivos; los objetivos ya no tienen que ser formulados a través de conceptos, porque bastan las planillas con resultados numéricos. Y los avejentados guerrilleros, cuya fama de adeptos a la realpolitik les vino al pelo, aceptaron la derrota como si fuera una victoria. Una de las primeras acciones del presidente del SODRE, antiguo artillero sandinista, fue exhibir en sus salas una película de la que había sido guionista. No se sabe de otras películas de realizadores uruguayos que hayan tenido abiertas las salas de esa institución estatal, pero por cierto quizá ninguna fuera revolucionariamente correcta. La otra acción de impacto fue la contratación de una estrella retirada del ballet mundial, residente por entonces en el Uruguay.

El motivo de esa residencia era estrictamente sentimental: su pareja vivía aquí. ¿Qué hace un guerrillero cuando se entera de semejante noticia (gracias a una selecta red de informantes)? ¿Tiene una estrategia? No: un guerrillero aprovecha las oportunidades: contrata al bailarín, y después se verá. Se aprovechó la circunstancia como un maquis avispado aprovechaba el paso azaroso de un convoy alemán para lanzar una granada y de paso robarse un camembert.

El resultado de la presencia del maestro fue una mejora del nivel técnico, un entusiasmo de los bailarines y un aumento de público. ¿Pero cuál era el plan? ¿Cuándo se pensó si era conveniente reforzar el ballet? ¿Con quién se discutió, dónde se fundaron los motivos para esas decisiones?

Como lo que importa es la gestión y no la política, el resultado se considera positivo (¡mucha gente!) aunque las piezas presentadas sean unos anacronismos insufribles, patéticas muestras del peor arte burgués y aristocrático del siglo XIX, al punto que un viajero en el tiempo pensaría, al llegar aquí ahora, que se equivocó por al menos 100 años. Pero como las cifras de público aumentaron de manera impresionante, nadie se preguntó si los motivos tenían que ver con los contenidos o si quizá la presencia de una estrella glamorosa que aparece en Caras y en Playboy no tendría algo que ver. Lo que importa no son los contenidos ni los conceptos, sino los números.

¡Hay que renovarse pero sin perder el tutú jamás! Un poco más de seis grados de corrección a la derecha.

Si se le pregunta al ministro de deportes, a un intendente departamental o al presidente de una institución cultural privada, cuáles son los objetivos de la institución que dirige, es probable que no pueda contestar más que con asuntos de números: mejorar el acceso de la gente, democratizar, aumentar la llegada, cubrir más territorio. Todos los resultados que podrá mostrar tienen que ver con números. Contestará, para abundar y concretar, que el año pasado fueron equis número de personas a las salas o gimnasios que administra su organización; pero cuidadosamente evitará decir qué fue lo que se hizo, es decir, no podrá defender los contenidos.

No los sabe. No le importa. Para eso tiene gestores que llenan las butacas de carne popular.

Exactamente eso es lo que no debería hacer el estado. No debería concentrarse en gestionar; debería proponer y ejecutar políticas culturales.

Gestión no; política sí. Pero ya no tenemos políticos. Nuestros políticos están allí porque algunos gestores los han colocado en cierto orden en algunas listas impresas a varios colores. Los colores son buenos. Gustan. Son alegres. Traen gente.  ¿No es eso la democracia?

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