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Amir Hamed
ISSN 1688-1672

 


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          ANTIMATERIA CON INTENCIÓN DE VOTO

Vacío perfecto

Carlos Rehermann

Corrida

En la campaña electoral hubo algo parecido a lo que en el mundo del dinero se llama corrida. Las causas de las corridas son variadas, pero en todos los casos la lengua juega un rol esencial. Puede incluso ocurrir que empiece a circular un mensaje que todos saben que es falso, acerca de la insolvencia del banco central, o de un banco, o de una serie de bancos. Como todos sospechan que el resto de los ahorristas e inversores es una sarta de idiotas, todos piensan que esos idiotas van a ir al banco a mover dinero de cierta manera. Por lo tanto, hay que adelantarse. El término en inglés, el idioma originario, es bank run, aparecido a fines del siglo XIX; no había teléfono, de modo que era necesario correr. Todos corren al banco y mueven el dinero de cierta manera para prever las acciones de la sarta de idiotas. Las calles se agitan; la gente se pregunta  qué es esa carrera de señores bien vestidos, con máscaras de pánico, parecidos a ménades capaces de asesinar a quien se interponga en su camino al banco. Esto es una bank run, una corrida. Como este asunto no es nuevo, todos los idiotas saben que en realidad es de idiotas creer que el resto es una sarta de idiotas —piensan todos, ya no en el siglo XIX, tratando de llegar al banco mientras esperan que su broker conteste el celular— y que lo mejor sería quedarse quietos y no hacer nada. Pero todos van y se desmoronan algunos imperios.

Algo parecido ocurrió este año, en la campaña electoral uruguaya, cuando la hegemonía de preferencias del candidato oficialista se vio de pronto puesta en cuestión.

La corrida electoral es casi exclusivamente lingüística. A partir del análisis de ciertas cifras difundidas por las empresas encuestadoras, comenzó a instalarse la loca idea de que el partido de gobierno podía perder las elecciones. Una idea que hasta hace algunos meses era impensable: como se preveía una contienda entre dos candidatos más o menos moderados, que más o menos harían las cosas de manera parecida, el partido de gobierno eligió lo que cualquiera diría que era el camino más razonable: si somos tan parecidos, mostremos los resultados de nuestras acciones de gobierno. Obviamente, el candidato que se suponía que iba a ser el opositor no tenía ninguna realización que mostrar, y en cambio el partido de gobierno tenía 10 años de realizaciones dentro de un período de bienestar y crecimiento general. "Vamos bien" fue la frase que representaba esa estrategia, y es difícil encontrarle algún problema. Entrando a la letra chica, claro, se describía el resultado de ese ir bien, y, aunque está lleno de asuntos discutibles e incluso deleznables, el saldo parecía positivo. Era previsible que el candidato opositor discutiera la perfección de los efectos del gobierno, de manera que el curso de la contienda parecía estar contenido dentro de ciertos cauces discursivos.

Pero de pronto la oposición se decidió por otra figura; es decir, la gente votó a otro para ocupar el cargo de opositor. El elegido ya no era un tipo muy parecido pero con escaso currículum de gobierno, como todo el mundo creía que iba a ser, sino un delfín átono, disfásico, pródigo en ilocuciones y performatividad abdominal.   

En una contienda las diferencias construyen al otro, pero no se trata apenas de que los contendientes sean distintos, porque hay algunas diferencias que no permiten la pelea. El mejor boxeador del mundo quizá no logre siquiera empezar a pelear contra un buen practicante de aikido, especialista en escurrir el bulto. Los contendientes deben al menos estar regidos por la misma federación; en el caso de esta pelea electoral pareciera que ni siquiera pertenecen a la misma especie.  Para un candidato confiado en los contenidos, es imposible oponer algo a este discurso del opositor:

La convocatoria es por la positiva. Nosotros invitamos a las sinergias, a lo distinto, a lo diverso: tratar de construir hacia adelante. Lo que nos tiene que guiar es una visión positiva de lo que se puede hacer. Nosotros tenemos que ofrecerte gestión, tenemos que ofrecerte resultados; y eso se hace solo con esfuerzo, con conocimiento, con superación, y por la positiva.

Que la nada, que la pura nada tenga intención de voto, que se haya constituido como la oposición más seria al partido de gobierno ha sido el problema más grave para los estrategas oficialistas, porque lo natural de los gobiernos, especialmente si las cosas han marchado relativamente bien y las chapuzas no le importan mucho a nadie —pequeños trastornos, pequeñas corrupciones, desajustes, falsedades y ausencias de proyectos que, dada la enorme bonanza de la época, no se notan demasiado— es que no quieran hablar mucho. La completa ausencia de discurso opositor obliga a lo contrario.

Antimateria

Cuando uno escucha a una persona o lee sus textos puede tratar de hacer un análisis de lo que dice, lo que quiere decir y lo que pretende que se haga luego de leerlo o escucharlo. Es evidente que los discursos de los candidatos tienen la función última de obtener un voto. Ninguna otra función es tan importante como ésa. Puede que al mismo tiempo el discurso trasmita información, pero en todo caso se trata de una información poco confiable por naturaleza, pues lícitamente puedo sospechar que hay mucho más detrás de la afirmación del candidato de gobierno cuando habla de los avances en las tecnologías de producción de energía, por ejemplo. Puede ser cierto que somos el país con más porcentaje de energías renovables del mundo, pero no nos dice nada acerca de cuánto nos cuesta, o qué dependencia hemos generado con los países productores de turbinas o hélices para aerogeneradores. 

  
Como el acto ilocutivo del discurso (es decir, la intención del que lo pronuncia, obtener un voto) no tiene que ver con el acto locutivo (es decir, lo que se dice, las afirmaciones sobre la producción de energía), lo normal es dudar del contenido. En una discusión razonable entre dos personas, lo que ocurre es que uno pone en cuestión los actos locutivos del otro.

Pero cuando no hay acto locutivo, es decir, cuando el discurso no dice nada, no se le puede cuestionar nada al hablante. Como el otro, su intención es obtener un voto, pero para eso no usa ningún argumento ni expone ningún contenido. Apenas actúa creando el personaje del solicitante: "vine a decirte que quiero que me votes: soy llano y directo; quiero que me votes; no te voy a andar con vueltas ni voy a decir que los otros trabajaron mal o que deberían haber hecho esto o aquello; vos votame, que para eso vine".  

De esa manera se produce un fenómeno interesante: el opositor que no dice nada es más confiable que otros, porque siempre el otro puede querer modificar sus actos locutivos (es decir, puede mentir) para que favorezcan sus actos ilocutivos (la intención de obtener un voto). Pero si sus actos locutivos no dicen nada, es lingüísticamente imposible mentir.

El creador de la teoría de los actos de habla, John Austin, se refiere a una clase de enunciados que llama realizativos (o performativos). Se trata de enunciados problemáticos, que no se sabe bien para qué sirven. Un ejemplo puede ser este: "Yo te bautizo con el nombre de Pedro". Lo que se dice es lo que se hace. Al  mismo tiempo, el hacer consiste en decirlo. La insistencia del opositor en no decir nada puede verse como una búsqueda del perfecto enunciado performativo, que sería: "Yo soy el candidato ganador".

Por supuesto, una frase como esa puede verse como una expresión de deseos, o como una sencilla expresión del acto ilocutivo central de esta contienda, que es obtener un voto. Pero la insistencia en la nada termina generando la idea, en cierta medida verdadera, de que todos sus actos de habla están constituidos por enunciados perfoamtivos. Con un poco de tesón, "yo soy el candidato ganador" deja de ser una tontería. De hecho es lo que ocurrió cuando ganó las elecciones internas de su partido y accedió a la posición de opositor. 

Cuando ya en la campaña por la presidencia, se dejó tomar una foto haciendo una prueba de destreza muscular, ese acto físico se convirtió en un largo enunciado cuyo carácter performativo es confirmado plenamente por un discurso posterior del candidato, en el contexto de un acto extremadamente nihilista: se hace en el auto que lo lleva al peluquero. El peinado, que ese candidato lleva cuidadosamente descuidado, es siempre tomado como ejemplo de los detalles de aspecto que suelen cuidar los candidatos. Los actos locutivos de ese discurso son todos ellos ilocucionarios, es decir, se refieren a sí mismos.  Es difícil no rendirse de admiración ante la perfección del vacío que logra crear el candidato.

Si uno fuera a oponerse a un candidato como éste, lo mejor que podría hacer sería tratar de no discutir con él. Eso es lo que eligió hacer el candidato del partido de gobierno. Pero eso incluso perjudica al oficialismo, porque da la impresión de que evita la discusión porque no tiene nada para decir. Toda la estrategia gira en torno de la nada, como se ve. El opositor emite discursos que son mucho más que vacío; más bien se comportan como antimateria: en cuanto tocan un discurso que dice algo, se produce una conflagración que produce vacío.

Lo que habría que preguntarse es por qué una comunidad eligió apoyar con tanta fuerza a un candidato como ése, y por lo visto el oficialismo aun no se ha detenido, en su soberbia, a cuestionarse un asunto tan básico.

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