YasserArafat
 
 
 

 



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ARAFAT, YASSER - ZADEH, LOTFI - LÓGICA DIFUSA -

¿Cuán muerto sigue Arafat?

Gustavo Alzugaray
¿Queda pálpito, soplo restante en tan poca materia? ¿Cuánto? Está claro que el rendimiento vital de Arafat dibujará de aquí en más una curva de incremento decreciente. O sea, aumentará cada vez más levemente su peso relativo. Pero lo aumentará

Cuando, a mediados de los sesenta, Lotfi Zadeh creó la lógica difusa difícilmente pudo imaginar que, alguna vez, su teoría sería aplicable a asuntos por entonces más relacionados con la metafísica, la religión y el espiritismo que con las ciencias duras. Sin embargo, en estos días, la comunidad global enfrenta un conflicto de cuya resolución depende el futuro equilibrio en una de las zonas más explosivas que existen: el mundo.

El largo proceso de agonía del líder palestino Yasser Arafat generó muy contradictorias versiones y las más extrañas declaraciones y desmentidos públicos. Sin duda, una de las más interesantes es la de un diario on-line que titulaba el martes 9 de noviembre de 2004, muy tranquilamente, que aunque Arafat no había muerto, no estaba vivo. Tal estado intermedio parece posible sólo en las viejas películas clase C de los viernes de noche, a menos que apelemos a la teoría de Zadeh. Según ella, los conjuntos difusos permiten a los elementos contenidos pertenecer simultáneamente a más de uno.

La lógica tradicional establece para cada elemento dos posibilidades respecto a un conjunto, que son: aquel está o no está contenido en éste. Un número entero cualquiera, por ejemplo, pertenece al conjunto de los pares o no pertenece; no cabe una tercera opción. La lógica difusa, en cambio, distingue una cierta escala intermedia que ordena los elementos de acuerdo a grados o niveles de pertenencia. Es posible mediante operaciones lógico-matemáticas ubicar con precisión la posición relativa de un elemento dado. Al manejar, por ejemplo, conceptos como bastante rico, o medianamente complejo, es factible medir el grado de riqueza y pobreza, o de complejidad y sencillez para cada caso concreto. Se puede también encontrar el peso relativo que un elemento determinado tiene sobre un subconjunto o el tamaño de éste en relación al universo total.

Evidentemente, una lógica así parece llevarse mejor con una realidad no determinada exclusivamente por los valores falso y verdadero. El problema surge cuando esta visión desborda todo ámbito y genera razonamientos del tipo: mi vecina anda medio embarazada o tengo un perro más bien mamífero.

Durante esos días, y siguiendo la lógica difusa, se hubiera podido establecer, por ejemplo, el peso relativo que Arafat iba teniendo sobre el subconjunto de los vivos según la fórmula:

PV(Arafat) = V(Arafat) / T(V)

siendo: V(Arafat) el grado de pertenencia del líder al subconjunto de los vivos y T(V) el tamaño o cardinalidad del subconjunto de los vivos tomando como universo la totalidad de los seres humanos, vivos y muertos.

Teniendo en cuenta que los médicos que atendían al Rais hablaron primero de un coma profundo y, más delante, de otro más profundo aún, el concepto de difuso parece más que pertinente. Porque a él se asocia, además, la idea de incertidumbre. Es evidente que Arafat se aferró a la vida como los pulpos (según descripción de Bustos Domecq). Los tubos, mangueras y líquidos obscenos que lo seccionaban, conformaron su versión de la cápsula blindada al tiempo que conservó 20 años a Eva Perón. La diferencia es que Arafat evolucionaba constantemente (se agravaba, ahondaba su coma, infartaba).

Todo lo que rodeó la situación (las consecuencias geopolíticas, económicas y religiosas) y su propia extensión en el tiempo fueron generando discursos cada vez más disparatados. La principal autoridad religiosa que lo asistía en París elevó a la n el delirio declarando esta joyita: "estamos aquí para asegurarnos de que no le desconecten el respirador artificial, de forma que tenga una muerte natural". ¿Tal preocupación no debió evitar que lo conectaran? ¿No habría sido incluso más natural sacarlo de Ramala caminando, o a nado?

Cuando, continuando su evolución, Arafat dejó de respirar, ya se había instalado una nueva realidad en Medio Oriente (cuyas principales figuras, a la vez que esperaban un desenlace rápido, vieron en aquella extraña sobrevida una posible forma de perpetuar su propia influencia aún después de desaparecidos: hacerse los vivos, digamos). Una madrugada, alguien (la familia, o los médicos, o la empresa eléctrica francesa a cargo, o Alá) desenchufó al viejo guerrero. ¿Quiere decir esto que murió? No necesariamente. Quizás podamos tener una versión unplugged de Arafat.

Aún ahora, cuando la ecuación acerca al Rais al conjunto de los no vivos y lo aleja del de los no muertos, no hay desaparición total. Hay un cuerpo enterrado provisoriamente en Ramala, hasta que (según declaran los palestinos) pueda ir a Jerusalén. Es decir que Arafat, menos vivo, estará un tiempo en la Mukata, generará peregrinaciones y, sobre todo, construirá un camino a seguir, un objetivo y un motivo de lucha: llegar a la mezquita de al-Aqsa. Esos despojos célebres son la nueva forma de Abu Ammar que vive y lucha.

¿Queda pálpito, soplo restante en tan poca materia? ¿Cuánto? Está claro que el rendimiento vital de Arafat dibujará de aquí en más una curva de incremento decreciente. O sea, aumentará cada vez más levemente su peso relativo. Pero lo aumentará.

En un mundo donde las ideologías también agonizan desde hace décadas, aquellos líderes que al morir continuaban viviendo en el corazón de su pueblo (como Pacheco Areco en el de García Pintos) y en las camisetas o banderas (como Guevara en la barra brava de Yokohama Marinos), quizás puedan hoy perpetuarse de verdad, trascendiendo el álgebra booleana, arropados por Gödel, antes que por los vapores del formol.

Urge establecer cuán muerto sigue Arafat, o al menos si lo está lo suficiente como para que otros, más vivos, se hagan cargo de la situación. Al mismo tiempo, en
Uruguay (mientras el senador Mujica asegura que algunos de los posibles inversores extranjeros en Uruguay están pasados de vivos) las elecciones de octubre de 2004 han dejado no pocos cadáveres que deambulan en busca de un respirador libre, un par de pilas o, al menos, un cable pelado del que asirse.

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