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ISSN 1688-1672

 



MORENA, DANIEL - LIBRO DE LOS TÍTULOS -


Libro de los títulos*

Lucía Delbene

 

La memoria como un ejercicio de creación, cuya luz recorre las galerías para iluminar el recuerdo, se asemeja a la facultad intelectual de la imaginación, en tanto el hecho que produjo el pasado se trastoca en ilusión, en pura creación estética que “el dormido” recibe como en un sueño.


Este nuevo poemario de Daniel Morena
(Montevideo, 1972), se abre con una declaración de principios: los títulos que encabezan los textos se proponen en gestación inversa al habitual procedimiento de la creación. Mientras que aquí el título surge al final de la composición coronando un proceso en el que se agota, según el autor, la capacidad de invención, en Libro de los títulos se propone a partir de versos de otros poetas, frases capturadas en una atmósfera capaz de evocar el mundo que lo produjo, o como lo dijera Louise Labé, poeta del siglo XVI y referencia ideográfica de este poemario, en cuya recreación de la memoria poética declara: “si mucho después retomamos esas páginas escritas, podemos regresar al mismo lugar y al mismo estado de ánimo en que alguna vez nos encontramos”. (pág. 15)  

La generación del poema a partir de estos títulos configura una poética particular que ya es de recibo en la obra de Morena: la alusión directa a ese espacio en blanco pero no vacío que rodea al texto y le confiere su identidad, la conciencia de la partícula en un todo que no solamente hilvana el texto con una tradición, sino que configura la gesta misma en que el ser humano, un hilo en la red de la especie, cumple en un avance particular.

El planteo de este misterio es entonces, uno de las turbinas que impulsan esta poesía, cuya cifra se cocina en aquel acto caníbal que anunciara Oswald de Andrade en su manifiesto antropófago de 1928: “Tupí or not tupí. That is the question” y que Morena lo ilustra en la práctica de iniciación de la tradición rabínica, donde el alumno debía escribir los versículos sobre la clara del huevo para ser leída y luego ingerida. Esta literatofagia, si se me permite la expresión, constituye una estética ya consagrada dentro de la literatura latinoamericana, continente hecho en el caldero del mestizaje, acostumbrado al contacto y al intercambio de diferentes culturas y cosmovisiones, y que en el proceso mismo de su colonización se mantuvo abierto a los aluviones sociales y culturales de las masas inmigrantes y su colapso, no siempre pacífico, con las nativas.  El proceso de neocolonización producido luego de las independencias decimonónicas, continuaría esta costumbre de asimilar los contenidos culturales que más tarde ingresaban desde los países del centro. Una periferia ilustrada y cosmopolita, que los teóricos latinoamericanos llamaron con los términos de cultura híbrida o transculturada. La mesa estaba servida y toda esa letra fagocitada comulgó en extraña alianza con un nuevo ser latinoamericano, la patria que se devuelve como una fabricación urgente a sabiendas de un pasado todavía en construcción.

Es cierto que un poemario admite distintos recorridos de lectura, tantos como lectores reciba en su sentido y quizás la tarea del crítico, en cierto modo, sea la de identificar o trazar esos recorridos, líneas que configuran el mapa para una poética, una forma de entender la palabra como signo y como materia artística. A mi entender, en este libro se abren dos o tres grandes temáticas que enlazan al resto y conforman una unidad ternaria, que a propósito se anuncia en los prolegómenos como parte de una razón única: Dios es uno y tres al mismo tiempo, aseveración que desafiaría el procedimiento analítico de un lógico. Estos tres temas son el de la memoria, la noche y el recorrido o trasunto, que, a su vez se encuentran injertados en una secuencia mayor que las contiene realizándolas en unidad fundamental: el tema de la tradición.

Primera rama: La Memoria

Ya habíamos visto como Louise Labé, en la recreación cuaternaria de la memoria poética, anunciaba la posibilidad de la revivificar el momento que había generado la escritura, es decir, la capacidad de la escritura de evocar ese más allá fantasmal encriptado en la caparazón del signo, que amplía el radio temporal de la acción humana encontrando así una de sus funciones más antiguas: el mantenimiento de la Historia y la conservación de la memoria humana en el tiempo.

En “La quemadura despierta” título de Henry Michaux, la memoria se propone como voluntad ciega, ajena a la querencia de un “yo” que no puede dirigirla, en tanto que despliega un lastre de contenidos no solicitados que conforman una cotidianidad y un pasado. En el título “el cielo está azul como una naranja” de R. Barthes los recuerdos infantiles van en búsqueda de un tiempo perdido, donde el recuerdo se transforma como el aborrecible mondongo en “jugar al mínimo audible, legible” “Fragmentos de niebla blandos y viscosos. El emblema de la Nada”. Así comparece la infancia del yo en la cotidianidad de las clases de solfeo, los juegos en la vereda como las marcas de un mundo espectral que regresa con su carga de imágenes y emociones.

La memoria como un ejercicio de creación, cuya luz recorre las galerías para iluminar el recuerdo, se asemeja a la facultad intelectual de la imaginación, en tanto el hecho que produjo el pasado se trastoca en ilusión, en pura creación estética que “el dormido” recibe como en un sueño.

Rama 2: La noche

La noche compone un símbolo complejo dentro de la obra de Morena con cierta reminiscencia romántica. Recordemos los versos de Novalis en sus Himnos a la noche, donde se plantea el este gran mito romántico de la noche como retorno a lo absoluto y disolución del ser en el Universo realizando su consagración:    

“y, de repente, se rompió el vínculo del nacimiento,
se rompieron las cadenas de la Luz.
Huyó la maravilla de la Tierra, y huyó con ella mi tristeza
–la melancolía se fundió en un mundo nuevo, insondable
ebriedad de la Noche, Sueño del Cielo”
[i]
 

Podemos establecer algunos paralelismos y otras antítesis con el símbolo de la noche de Novalis en los poemas nocturnos de Los Títulos. La noche representa la oposición al saber racional concebida como la luz y el acceso al todo a través del sentimiento, dos ideas basamentales del Romanticismo. Estos paralelismos se producen en la percepción de la noche en cuanto lugar anhelado por la promesa de su misterio, sellada pero al mismo tiempo intuida como ese lado ausente del ser, en cuyo eventual descubrimiento fuera posible la develación del enigma humano y el hallazgo de la plenitud.  Si bien en Morena la noche se intuye como la inminencia de una revelación, no por ello deja de ser presentida con un tinte siniestro, emparentada con la gran sombra en su también representación de la aniquilación. “La luna es una ostia amarga en la oscura lengua del cielo” y la comulgación se transfiere a un rezo que no alcanza para conjurar la noche.

Esta inversión del signo romántico también se presenta en el tono, donde la luz y la sombra, estas viejas metáforas de raíz bíblica, pueden intercambiar su mitología más constante, la blancura entonces en “el cristal de sombra en que se mira Dios” no es una dádiva del bien, de la belleza y la verdad, trilogía platónica que los padres de la Iglesia adosaron a la luminosidad, sino que en posición antitética, revela a la oximorónica “resplandeciente sombra”.

Rama 3: el recorrido

Como decíamos otro de los temas planteados en Libro de los Títulos es el del viaje de la humanidad por la historia de la cultura y de la memoria. Ese viaje parece recrearse en la figura recurrente del caballo solar, arcaico símbolo del tiempo y del ciclo. En el primer texto, con epígrafe de Erasmo Bogorja, conocido librero de nuestro medio a quien Morena rinde homenaje, se entronca el tema de la noche con el del recorrido. El “nosotros” que se cristaliza al final del poema insinúa una voz colectiva ¿la humanidad? ¿los viajeros? ¿una especie iniciada? ¿los poetas? que al final tampoco resuelve el enigma en la aseveración de un eterno retorno.

“Los versículos de buena muerte” comienza con una constatación del eterno ciclo de muerte y nacimiento, ley bajo la que nos encontramos como parte de la naturaleza biológica. En esta comparecencia aparece el sacrificio en la figura del toro, como fuerza propiciatoria para la renovación de la vida. Luego, el yo poético inicia un viaje que abarca lejanas tierras y cronologías como Egipto donde la lengua se impone en su contención de los tiempos. El yo se sabe partícula, astilla dentro de un árbol mayor que se extiende por todas las edades, todas las sangres. La poética de Morena enlaza esta idea, la intuición de que la parte se completa en un todo palpable a través de la poesía, pero que fracasa como vivencia no experiencial que nos deja la letra, en su huella continua de testigo, en su búsqueda acuciante de la respuesta.


Nota:

[i] Novalis “Himnos a la noche”
 

(*) Libro de los títulos, Daniel Morena. Publicado por Estuario, 2012.

 

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