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Amir Hamed
ISSN 1688-1672

 


 


LA VIEJA HEMBRA ENGAÑADORA - NÚÑEZ, SANDINO - LENGUAJE - CRÍTICA - SUJETO - VERDAD - ESCRITURA -RODÓ, JOSÉ ENRIQUE - BADIOU, ALAN - BENVENISTE, ÉMILE -

Sobre La vieja hembra engañadora[1]*

Alma Bolón
 

Resistir es organizarse para sobrevivir en un mundo vuelto asfixiante, propiamente irrespirable por la putrefacción de su aire y por la clausura de sus vías de comprensión. Un mundo que solo puede ser padecido, con su aire corrupto y con sus análisis ausentes. El subtítulo de La vieja hembra engañadora precisa la índole de la organización de resistencia: “Ensayos resistentes sobre el lenguaje y el sujeto”.
Si usted alberga ciertas dudas acerca de la bondad de nuestra bonanza o sobre la tersura de lo que ya es nuestro futuro, Sandino Núñez lo ayudará a abonarlas, a cultivarlas.
La vieja hembra engañadora acomete dos tareas. En una, vuelve a pensar algunas nociones que identificamos con la modernidad (“lenguaje”, “sujeto”, “crítica”, “emancipación”, “escritura”) luego de haber sido relativizadas y/o deconstruidas por ese formidable esfuerzo intelectual que mayoritariamente Uruguay supo ignorar, conformándose con desdeñarlo (“posmoderno”) o con ingerirlo enlatado para consumo inmediato (estudios culturales).

Fino conocedor de los autores que más pugnaron por criticar los cimientos conceptuales de la modernidad, Sandino Núñez vuelve a pensar esos fundamentos, sin hacer oídos sordos a los cimbronazos que sufrieron, sino atendiendo y respondiendo a esos embates. Y las respuestas son poderosas: para el autor no se trata de restaurar o de reparar unas verdades atropelladas por unos loquillos enardecidos, sino que se trata de pensar cómo seguir pensando luego de esa crítica, de esa crisis. Cómo seguir revolucionando -dándole vueltas- al pensamiento. Cómo producir el pliegue que da existencia al sujeto y a eso de lo que se separa, al referirlo.  

Para esto, Núñez cuenta con un aliado fundamental en lo freudiano-lacaniano, que le permite concebir un sujeto que es algo más que un mero replicador de discurso -algo más que un mero reproductor involuntario de un sistema de dominación-, y algo menos que el origen y la fuente última de los asertos que profiere. En este camino, Núñez encuentra otro aliado en Alain Badiou, filósofo que no renuncia a pensar las categorías platónicas más asentadas por la tradición escolar (“Idea”, “Verdad”, “Poesía” versus “Filosofía”, “Democracia” versus “Aristocracia”) al tiempo que concibe un sujeto que, sin coincidir plenamente ni con el individuo ni con el grupo ni con la masa, es capaz de integrar una Verdad que va más allá de él, una Verdad que no es un enunciado que se profiere sino un proceso que se integra.

Igualmente, la teoría lingüística de Émile Benveniste, que muestra la intimidad indisoluble entre “lenguaje” y “sujeto de la enunciación” -la imposibilidad de concebir uno sin el otro- así como la asimetría del par “yo/tú” da sustento a la empresa del autor. Algo tan elemental como difícil de asumir se juega ahí: no hay lenguaje sin sujeto de enunciación, como tampoco hay sujeto capaz de constituirse como sujeto fuera del lenguaje que lo alberga, dándole lugar. Este discurrir de Sandino Núñez no elude, sino que vuelve a leer, y no para restaurar la doctrina contra la que se elevaron, algunos aforismos de Nietzsche, particularmente radicales en su crítica de las ilusiones positivistas, particularmente corrosivos de la distinción entre lenguaje y sujeto o de la posibilidad de “la verdad”. (De paso, sepamos que “la vieja hembra engañadora” es “la “razón” en el lenguaje”, según exclamó Nietzsche y según Núñez cita: “La “razón” en el lenguaje: ¡oh qué vieja hembra engañadora!”)
 
Así, la célebre sentencia “no hay hechos sino interpretaciones” -pasible de ser entendida como un “para qué te vas a molestar en distinguir si todo es lo mismo”- es leída por Sandino Núñez con enjundia: lanzando esta máxima nietzscheana contra sus propios presupuestos y  construyéndole luego otro régimen de comprensión, que la salva y la condena.      

De este modo, en tan excelente compañía, Núñez vuelve a poner la obra en el telar, vuelve a relanzar el diálogo sin fin, vuelve a mostrar que su carácter acabado solo es efecto del despotismo o del candor (del cansancio o de la superstición, quizás hubiera apuntado Borges). Por eso, su libro predica con el ejemplo, da lo que pide: no aflojar en el esfuerzo de reflexión, de pensar el pensamiento, de ahondar la brecha, de construir el lenguaje que socavando y distinguiendo nos da lugar como sujetos. Porque la otra tarea, no consecutiva sino entrelazada, consiste en reflexionar sobre nuestra actualidad, en un “nuestro” que ahora incluye ya no solamente los grandes marcos teóricos modernos y posmodernos dentro de los que discurrimos, sino ciertos emergentes que forman parte de una familiaridad, por decirlo cándidamente. Estas ejemplaridades -estos síntomas- incluyen a Julian Assange, a una pareja de bailarines de cumbia villera folklorizada por el MEC, a su contraparte cristalizada en el Auditorio del Sodre, a un grupo de umbandistas que decide tomar por objeto de sus reflexiones a la subcultura universitaria humanística de Montevideo, etc.: todos ellos son analizadas con el brío y la agudeza característicos en Sandino Núñez.

También abundan en esta obra los análisis y los comentarios de brevísimos fragmentos literarios; sin embargo, descuella, a juicio de esta reseñadora, la reflexión sobre Rodó, sobre el tan ileído Rodó. Su lectura se ubica en las antípodas de cualquier operación de “rescate” o de reparación de una injusticia: a Núñez no le importa, o no le importa en primer lugar, restablecer una verdad vilipendiada por la generación crítica del 45 o por la generación de la postdictadura. Sí le importa analizar de qué son síntomas -qué revelan- las sucesivas lecturas que se hicieron de un autor celebrado con entusiasmo por sus contemporáneos, defenestrado y luego redimido en trabajos recientes. En estos últimos, a unos, Sandino Núñez critica una visión de la filosofía como gestión técnica de la verdad, que habría llevado a rescatar del fárrago modernista una doctrina práctica y así habría obtenido un Rodó finalmente presentable; a otros, critica una voluntad de ignorar las fronteras que separan estética y política, o retórica y lógica, o cosmética y musculatura, ignorancia cuyo premio es un Rodó deshuesado. De ambas lecturas surge un Rodó despolenizado, sin política.    
Claro que si Núñez no se propone ninguna operación de rescate rodoniano, de hecho, su análisis muestra la actualidad del escritor modernista, lo que su palabra revela de nuestra orfandad intelectual.

(A mucho de lo que se aleja en sus planteos teóricos, en especial en sus aspectos declarativos, a veces Sandino Núñez vuelve a acercarse cuando se entrega a los análisis. Enhorabuena, según parecer de esta reseñadora. Sin embargo, en su reflexión sobre las lecturas retóricas que se hicieron de Rodó, es enfática su condena porque es enfática su denuncia -más a la Badiou que a la Platón- de “los sofistas” y de  “la retórica”.)

Como en otras oportunidades, el punto de vista adoptado por Núñez juguetea con la desolada profecía borgeseana: “el mundo será Tlön”. La pluma aguda de Núñez anota con bríos la gravedad de los síntomas y la inoperancia de las medicinas administradas, por lo que nuestro apetito apocaliptoso encuentra satisfacción. La vieja ansia de “ojalá pase algo” se exalta ante la abundancia de signos avisadores de que podrá no haber habido revolución (“lucha final”), pero seguramente habrá alguna forma de luz cegadora, de final de fiesta, de borrón y cuenta nueva.

Sin embargo, como en otras oportunidades, Sandino Núñez incita a oponer resistencia a esa fuerza subyugadora en la que anhelamos fundirnos. La ilustración de la tapa de este libro recuerda la máscara antigases con la que Juan Salvo y sus amigos oponen resistencia a las fuerzas invasoras contra las que luchan en El Eternauta, la legendaria –premonitoria- historieta de Oesterheld y Solano López; en ese sentido, resistir es organizarse para sobrevivir en un mundo vuelto asfixiante, propiamente irrespirable por la putrefacción de su aire y por la clausura de sus vías de comprensión. Un mundo que solo puede ser padecido, con su aire corrupto y con sus análisis ausentes.
El subtítulo de La vieja hembra engañadora precisa la índole de la organización de resistencia: “Ensayos resistentes sobre el lenguaje y el sujeto”. Por un lado, solo se tratará de “ensayos”: no hay garantías de resultado; por otro, la resistencia se desarrollará en el dominio sin territorio del lenguaje y del sujeto, en el esfuerzo por producir vías de comprensión, caminos de inteligibilidad, procesos de reflexión: análisis que nos constituyan como sujetos de algo que no será exclusivamente propio, pero que tampoco será enteramente ajeno. 

De la dificultad del asunto -de la dificultad de ser sujeto y de habitar el lenguaje- da cuenta, quizás, la variación sufrida por la máscara antigases. La imaginada por Oesterheld y Solano López en 1957 dejaba ver límpidamente el rostro del enmascarado, expuesta su mirada a la transparencia que lo protegía; la hoy presentada por el diseñador Raúl Burguez a duras penas permite ver que hay alguien detrás de la máscara.

En estos días, el Instituto Crandon luce un enorme cartel publicitario, en donde aparece la foto de un niñito que escribe, con un lápiz, en una hoja de papel. Detrás de él, otros compañeros también escriben, absortos ante sus hojas. En un costado del cartel, se inscribe un versículo: “Y conoceréis la verdad y la verdad os hará libres”. Puede colegirse entonces que este instituto privado ofrece, a precio de oro, enseñar a leer y  escribir: ofrece conocimiento de la escritura, conocimiento del logos y de sus formas de organización imprescindibles para no quedar atrapado en la circunstancia inmediata que nos tocó en suerte.

Compárese esta promesa que realiza una institución privada con la celebración perpetua, en que vive la enseñanza pública uruguaya, de lo que considera su proyecto pedagógico más logrado: repartir computadoras. Resistiendo los fetichismos tecnocráticos, este libro de Sandino Núñez vuelve a ubicarse y a ubicarnos en la labor propiamente política y educativa -civilizatoria, socializante- que realiza el lenguaje, que se realiza en el lenguaje.   


Nota:
 

[1] Sandino Núñez, Montevideo: Hum, noviembre de 2012, 157 páginas.
 

 

* Publicado originalmente en Brecha, 4 de enero de 2012, bajo otro título.

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