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Amir Hamed
ISSN 1688-1672

 



KAHLO, FRIDA -

El tiempo circular o el espejo enjoyado

Mariella Nigro
El Tiempo y los dioses. Viento, Casa, Venado, Serpiente, Movimiento, Flor, hora del día o de la noche, estación del año, -luego, el nacimiento, el alimento, la sabiduría, el juego, la muerte


"Toma mi collar de lágrimas.
Te espero en ese lado del tiempo
en donde la luz inaugura un reinado dichoso (..).
Allí abrirás mi cuerpo en dos, para leer las letras de tu destino".
Fragmento de Mariposa de obsidiana (¿Aguila o sol?),
Octavio Paz

De estar al tonalpohualli y al calendario solar de los aztecas, la artista mexicana Frida Kahlo (6/7/1907-13/7/1954) tal vez habría nacido en el año Doce Caña y habría muerto en Siete Conejo. Es posible que ella también haya jugado a sacar estos vanos cálculos.

Buceando en los signos del calendario sagrado es difícil hallar nombre y numeral de día, noche, semana, mes que abren y cierran el breve y fecundo ciclo de una vida. Se trataría de un cálculo imprescindible en una cosmogonía como la del antiguo mexicano en la que el sentido de la existencia se revelaba según la relación entre el Tiempo y los dioses. Viento, Casa, Venado, Serpiente, Movimiento, Flor, hora del día o de la noche, estación del año, - luego, el nacimiento, el alimento, la sabiduría, el juego, la muerte -, la referencia sería determinante para establecer la mediación -ni bendición ni castigo- de los dioses, sus señales, su conjuro fatal en todos los sucesos.

Nombrando dioses y hechos, hacían suyas las fuerzas de la naturaleza; nombrando - aun cediendo su lenguaje al casar náhuatl con castellano, asumiendo la mutación de Malintzin en Marina -, se perpetuaron después de la conquista europea.

Un día de julio nació Frida Kahlo y 47 años después, un día de julio murió, sin llegar a completar el ciclo mágico de 52 años del calendario sagrado, aquel momento en que se hace "la atadura de los años".

Casada dos veces
(1929 y 1940) con el maestro Diego Rivera, su propia maestría y una afinada intuición la lanzaron a los círculos artístico y político mexicanos con sobrada independencia. Envuelta en las vanguardias europeas fermentales de los años treinta, su obra resiste y desborda el encasillamiento estilístico: mexicanista y comprometida con la raza, pero también crecida en la frontera del sueño y la realidad, da testimonio de su vida dolorosa y plena, a través de alrededor de doscientas piezas (óleo, lápiz, sepia) constituidas mayormente por autorretratos. En ellos descubre, y también construye, su identidad: un juego de espejos que la devela y la desvela.

Vivió muy próxima a la cultura precolombina, especialmente a partir de su famoso encuentro con Diego Rivera en la Escuela Nacional Preparatoria. Junto a él reúne una de las colecciones más importantes de piezas precolombinas del mundo, primero en su casa de Coyoacán (ciudad de México), luego en el próximo Anahuacalli ("casa de ídolos") construida paso a paso por el propio maestro, con piedras volcánicas de las cercanías de Coyoacán, frente al monte Ajusco.

Esposos, pintores, amantes, camaradas, desde el andamio o la silla de ruedas, sobre el enorme mural o sobre la pequeña lámina de metal, son dos fases opuestas del arte mexicano de las primeras décadas del siglo: la artista miniaturista y el artista monumentalista, la introspectiva y el extrovertido, traductora de una experiencia íntima e intérprete de epopeyas nacionales; poéticas del microcosmos y del macrocosmos. Quiasmo del arte de este siglo, no pueden ser nombrados sino como en una ecuación, juntos y opuestos.

Tal vez por esa proximidad con el
arte ancestral, se hace fácil descubrir en la performance artística de Kahlo una relación analógica asombrosa con aspectos de la leyenda indígena, como si hubiera dialogado con esos dioses polivalentes y andróginos de los que exhibe sus máscaras.

Así, en sus cuadros y en su diario íntimo, descubre a Ometecuhtli-Omecíhuatl, aspectos femenino y masculino de un mismo dios, la pareja primordial, dicotómica, como todos los dioses que encarnan los principios de la existencia del ser precolombino (Diego y Frida. 1929-1944, 1944); por detrás de los lienzos, aún de los más testimoniales de su peripecia personal, palpitan signos del mito: el sacrificio ritual del teoatl, "agua divina" de la sangre (Arbol de la esperanza, 1946), la muerte y la resurrección de toda forma de vida (Luther Burbank, 1931), la lluvia recibida por el conjuro de los tlaloques (Mi nana y yo, 1937).

En julio - hace más de quinientos años - celebraban en Tenochtitlan la Fiesta de la Diosa del Maíz Tierno, una de las pocas ceremonias en las que podían danzar las mujeres: con sus largas cabelleras sueltas,
ellas convocaban el crecimiento de las milpas. Tal vez ignorando el tributo, Frida pinta uno de sus aproximadamente cuarenta autorretratos de medio cuerpo, el Autorretrato con el pelo suelto, de 1947, justamente en el mes de julio. En el segundo plano, en lugar de las exuberantes plantas tropicales que estila representar en algunos de sus autorretratos, se levanta un pedregal vertical, del que cuelgan las mieses como si estuvieran prontas para ser almacenadas en esa masía colmada de frutos que era su casa. Trigo o maíz, Ceres o Xilonen, el alimento es convocado.

 1520-1925 (Año Dos Cuchillo-Año Cuatro Casa).
Por la gran calzada del sur que llevaba de Coyoacán a Tenochtitlan, había marchado Cortés, perturbado, escuchando el flujo rápido del agua de los canales; desde la plaza principal saldrían los aztecas para seguirlo en su camino hacia Tlacopán, hoy Tacuba, a lo largo de una calzada que terminaría bañada en sangre. (Año Dos Cuchillo).

Frida rehace el camino, desde su casa en Coyoacán hasta el Zócalo. Se para en medio de la plaza, como sobre otra frontera; los glifos rodean la explanada superpuestos a cruces y nombres de santos. Aguza los sentidos: siente el rumor de las aguas confundido con el de las sonajas y los cascos de los caballos, el choque de las macanas contra las mazas y las lanzas, el olor del incienso que se eleva desde los altares enterrados, la sombra de las plumas de quetzal sobre el fulgor de las armaduras. De regreso a la Casa Azul, un camión de transporte colectivo sustituye a las canoas y a los traicioneros bergantines. Estos se han desintegrado al hundirse en el lago. Los canales sólo han dejado un rumor de aguas y pálidos destellos de la Noche Triste; ahora son calles que se cruzan peligrosamente y producen la colisión de los vehículos. Así se accidenta gravemente en el año 1925, a los 18 años.

La estaca que entonces la mutila, y que de alguna forma la determina en su destino artístico - cuchillo de pedernal, cuchillo de obsidiana-, es representada en algunos trabajos en forma directa (v. gr. Recuerdo o Corazón, 1937) y elípticamente en la mayor parte de su obra autobiográfica (Recuerdo de la herida abierta, 1938, Las dos Fridas, 1939, La columna rota, 1944, El venado herido, 1946).

En ellos se oculta una Lucrecia singular, eternamente escoriada, continuando en el lienzo la herida sufrida en el cuerpo, en una especie de suicidio poético. También en su diario íntimo, textos y dibujos ilustran el sufrimiento. Las imágenes convocan a los dioses, a Huitzilopochtli, el dios guerrero de un solo pie, a Itzapapálotl, Mariposa del Cuchillo de Obsidiana, a los nahuales que ayudan, al sol sangriento.

Y en julio muere, sin temerle a la muerte: como para el ritual del fuego de los aztecas, durante un año se prepara para el sacrificio. Luego, el catafalco en el Palacio de Bellas Artes será en realidad el altar de la pirámide; la guardia de honor del féretro, los ocho sacerdotes escoltas; flautas rituales se alternan con flores rojas sobre la escalinata. Un escudo y un penacho de plumas asoman por debajo de la bandera partidaria que la cubre. ¿Crepita la pira o el crematorio? ¿Espera la urna o la empalizada? Dos dimensiones simultáneas para una misma ceremonia.

 1954 (Año Siete Conejo).
En su casa de Coyoacán, afuera, en el patio iluminado por la luz de la luna, unas estatuillas de Tlatilco -arte anterior a la era cristiana- echan sombra sobre las yucas, los cactus y las flores de majagua. Xochiquetzal se pasea entre las bugambilias chorreantes y los hibiscos sangrientos y escoge cuidadosamente las flores que va a regalar.
Las figurillas de cerámica tienen su doble dentro del estudio de Frida: una mujer con animal -"Autorretrato con chango"
(1945)-, otra que amamanta a un niño -"Mi nana y yo" (1936)-, una danzante de elaborado peinado y pesadas joyas -"Autorretrato con trenza" (1941)-, otra con dos caras -"Diego y Frida. 1929-1944" (1944)-. Apoyado sobre la cama, un corsé de yeso remeda un pectoral de guerrero huasteco; por debajo del baldaquino, el espejo humeante de Tezcatlipoca refleja el porvenir.
Frida Kahlo, vestida de tehuana, bajo el vano de la puerta que da al patio, fuma un cigarrillo y larga una voluta de humo, como las dibujadas junto a las bocas de los parlantes mexicas en los códices de amate o piel de venado, sus libros de memorias. Es su parlamento inaudible, su lenguaje silencioso, como el de los indígenas.

Su sangre da el tono solferino a muchos de sus cuadros y a su diario íntimo; escaldando pinceles en el "agua divina", dejó una extraordinaria historia narrada sobre su propia piel de venado.

En el patio de la Casa Azul de Coyoacán, junto a los canteros llenos de yaros e hibiscos, unas manchas de pintura vuelcan aún resplandores rojos y amarillos sobre la pared encalada; son restos de una tarde lejana, óleos del crepúsculo trabajados sobre la última naturaleza muerta, Viva la vida
(1954).

1680 (Año Nueve Casa).
La diosa Itzpapálotl habla con la voz del poeta. Llora al borde del lago de Texcoco la muerte de los suyos. Desde la Casa del Sol, Nezahualcóyotl va recogiendo sus lágrimas y hace que en la otra orilla del lago brille Tenochtitlan.
La Mariposa del Cuchillo de Obsidiana ha quedado yerma y sombría, polvo en el espacio sin estrellas. Prendida con rebeldía a los últimos hilos del lenguaje, inquiere a esos hombres que inexplicablemente no se atraviesan la lengua con espinas de maguey ni se enjoyan con plumas de quetzal sino que hacen cruces con sus espadas y sombras con sus armaduras. Se niega a quedar apresada en la Catedral. Su auténtico santuario no está en Tepeyac, sino de aquel otro lado del tiempo…
Mareada por un calendario y unos versos que no entiende, le señalan el siglo XVII de la era cristiana y las confesiones de Sor Juana Inés de la Cruz.
Aún así, no desiste de su historia de luz y sigue con su diatriba apasionada. En las noches limpias, llega hasta el sur el brillo de su puñal.


Y Frida sigue en el patio de la Casa Azul. Resistiendo el encierro prometido por la muerte, escucha a la diosa Itzpapálotl hablando desde aquel otro lado del tiempo... El tiempo que es circular y en cuyo centro fijo resplandecemos, como se presagia, ocultamente, en los oscuros trazos de un códice.

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