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Amir Hamed
ISSN 1688-1672

 



MANUAL DEL PERFECTO CUENTISTA - QUIROGA, HORACIO -  HEARN, LAFCADIO - KWAIDAN - HARPER'S -

Almohadones*

Carlos Rehermann

Habría que encontrar a un experto que quisiera averiguar si Quiroga leía Harper's, si entendía inglés, si había leído Kwaidan (publicada en inglés en 1904), si se interesó por Lafcadio Hearn, que escribió cuentos de horror antes que él. "El almohadón de plumas" se publicó en Cuentos de amor de locura y de muerte, en 1917, treinta y un años después de que Hearn publicara su artículo en Harper's.
El almohadón de Horacio
 

No hay escritor uruguayo más conocido que Horacio Quiroga. Sus cuentos se publican incesantemente. Incluso hay quienes opinan que su Decálogo del perfecto cuentista tiene utilidad. Esas personas son inmunes a la ironía y tienen una exagerada tendencia a tomarse las cosas en serio.

Quiroga escribió, antes de su decálogo, un Manual del perfecto cuentista, que empieza así:


      "UNA LARGA FRECUENTACIÓN de personas dedicadas entre nosotros a escribir cuentos, y alguna experiencia personal al respecto, me han sugerido más de una vez la sospecha de si no hay, en el arte de escribir cuentos, algunos trucos de oficio, algunas recetas de cómodo uso y efecto seguro, y si no podrían ellos ser formulados para pasatiempo de las muchas personas cuyas ocupaciones serias no les permiten perfeccionarse en una profesión mal retribuida por lo general y no siempre bien vista".


La ironía es evidente, y se manifiesta con plenitud en varios fragmentos posteriores. Su serie de "trucos" destinados a divertir a los lectores, más que a instruir a posibles cuentistas, comienzan a convertirse en análisis menos humorísticos en su Retórica del cuento, donde ya se toma a sí mismo más en serio.
"[...] el cuento es y será lo que todos, grandes y chicos, jóvenes y viejos, muertos y vivos, hemos comprendido por tal", dice allí, lo cual, como definición, no deja de tener la severa belleza de un espacio vacío.

Después de ese texto Quiroga escribiría su famoso Decálogo, cuyas banalidades ahorramos al lector. Rescatamos, sin embargo, la recomendación del tercer mandamiento:

         "Resiste cuanto puedas a la imitación, pero imita si el influjo es demasiado fuerte".


Su cuento "El almohadón de plumas" es muy conocido. Es un típico Quiroga, en el que algo animal acecha y conduce sin esperanzas a la muerte. El comienzo es lo mejor del cuento:

        
"Su luna de miel fue un largo escalofrío. Rubia, angelical y tímida, el carácter duro de su marido heló sus soñadas niñerías de novia. Ella lo quería mucho, sin embargo, aunque a veces con un ligero estremecimiento cuando volviendo de noche juntos por la calle, echaba una furtiva mirada a la alta estatura de Jordán, mudo desde hacía una hora. Él, por su parte, la amaba profundamente, sin darlo a conocer".

Heladas niñerías de novia: ahí está todo el cuento. Aunque hay simpatía por la muchacha, de todas formas no se le perdona su remilgo. Como casi toda la obra de Quiroga, un freudiano es quien más provecho saca de su lectura
(de paso, la contemporaneidad de Quiroga y Freud prueba que las teorías sirven mejor a las praxis de su tiempo que a la posteridad). El cuento abunda en imágenes potentes, y todo en él recurre a ideas de animalidad y brutalidad, con la muchacha colocada siempre en el puesto de frágil objeto de deseo:

          "Entre sus alucinaciones más porfiadas, hubo un antropoide apoyado en la alfombra sobre los dedos, que tenía fijos en ella los ojos".


Su marido, impedido de poseerla, está rabioso. Si no fuera así, ¿por qué reaccionaría con la extraña frase que pronuncia cuando los médicos la desahucian?

          
"-Pst... -se encogió de hombros desalentado el médico de cabecera-. Es un caso inexplicable... Poco hay que hacer...

-¡Sólo eso me faltaba! -resopló Jordán. Y tamborileó bruscamente sobre la mesa".


O sea: encima que mi gorila nunca pudo someterla como es debido, esta desgraciada se deja morir.

El final es a la vez magistral y torpe:


        "Sobre el fondo, entre las plumas, moviendo lentamente las patas velludas, había un animal monstruoso, una bola viviente y viscosa. Estaba tan hinchado que apenas se le pronunciaba la boca.

         Noche a noche, desde que Alicia había caído en cama, había aplicado sigilosamente su boca -su trompa, mejor dicho- a las sienes de aquélla, chupándole la sangre. La picadura era casi imperceptible. La remoción diaria del almohadón sin duda había impedido al principio su desarrollo: pero desde que la joven no pudo moverse, la succión fue vertiginosa. En cinco días, en cinco noches, había el monstruo vaciado a Alicia.

         Estos parásitos de las aves, diminutos en el medio habitual, llegan a adquirir en ciertas condiciones proporciones enormes. La sangre humana parece serles particularmente favorable, y no es raro hallarlos en los almohadones de pluma".


Los dos últimos párrafos, permítaseme la soberbia de enmendar al maestro, sobran; de todo eso habría bastado la frase "en cinco días, en cinco noches, había el monstruo vaciado a Alicia". Se habría potenciado así, de paso, esa sensación de Jordán de que sólo eso le faltaba: a su mujer la vaciaron del fluido vital, que puede ser su propia sangre o la contribución seminal de su marido. En fin, no es muy importante.

El párrafo final es imperdonable. Quizá su explicitud tenía la ventaja de impresionar a los lectores al confrontarlos con la posibilidad de que en sus mugrientas camas
(suelo imaginar que los primeros años del siglo no sobresalieron por su limpieza) pudiera cobijarse un parásito de distinta especie que las chinches cotidianas.

La idea de un bicho que chupa la sangre y cuanto más trata uno de recuperarse más queda a su merced, es interesante. Que el bicho esté en la almohada, objeto íntimo por excelencia, es otro acierto. Son los rasgos que definen el cuento. Pero hubo otro escritor que la escribió antes que Quiroga.


El almohadón de Lafcadio


Lafcadio Hearn nació en 1850 en una isla de Grecia, de donde era originaria su madre, antes llamada Lefkas, y ahora Santa Maura. Su padre, un médico irlandés del ejército británico, no dio mucha importancia al nacimiento de su hijo, cuyo desarraigo lo empujó a vagar por el mundo y las letras. Se educó con jesuitas en Dublín, y con excelente puntería para la trasgresión, se casó con una negra en Cincinnati, en 1874. Se divorció en 1877. Viajó bastante por el Caribe francés, y en 1889 la editorial Harper & Brothers lo envió a Japón para que escribiera una serie de artículos.

Allí se quedó, y se casó con una japonesa llamada Setsuko. En 1895 adquirió la ciudadanía japonesa y un nuevo nombre: Yakumo Koizumi. Sus textos acerca del Japón y sus tradiciones lo hicieron muy conocido en Occidente. Da cuenta de su maestría para la ficción su colección de relatos fantásticos Kwaidan
(que dio origen a la notable película del mismo nombre dirigida por Masaki Kobayashi en 1964, una de las fundadoras del género, ahora de moda, horror japonés).

Como otros hombres de la esquina del siglo XIX con el XX
(piénsese en Julio Herrera), Hearn admiró sin descanso a Herbert Spencer. Hasta su muerte, ocurrida en 1904, fue profesor de literatura inglesa en varias universidades del Japón. Mucho antes de su viaje a Japón, Hearn vivió en Nueva Orleans, donde trabajó como periodista. Uno de sus trabajos, publicado en la revista Harper's weekly el 25 de diciembre de 1886, es "New Orleans Superstitions".

Harper's era una revista mensual desde 1850, cuando los editores Harper & Brothers la lanzaron para promocionar sus publicaciones. Desde entonces es una publicación que publica buenos textos literarios y noticias de cultura, que reflejan el estado del gusto culto de los Estados Unidos. Hacia fines del Siglo XIX, la revista tuvo una etapa de aparición semanal, y su difusión alcanzaba las grandes ciudades del mundo, entre ellas Buenos Aires.

No sería raro, pues, que Quiroga haya dado con el texto de Hearn, que dice:

          "El temor a lo que se ha llamado "Encantamientos Vudú" está mucho más extendido en Louisiana que lo que cualquiera que haya hablado sólo con personas educadas puede suponer. La superstición más común de este tipo es la creencia en lo que yo llamaría "magia del almohadón", que es el supuesto arte de causar una enfermedad debilitante o incluso la muerte mediante la colocación de ciertos objetos dentro de la almohada de la cama en la que duerme la persona odiada.

           Se considera que los almohadones de plumas son particularmente adecuados para esta clase de brujería. Se cree que mediante conjuros secretos un oficiante Vudú puede crear una especie de pájaro o de animal desconocido que se forma a partir de las plumas del almohadón (como el tupilek de la brujería -iliseenek- Esquimal). El animal crece lentamente, y sólo por la noche; pero cuando está completamente desarrollado, la persona que ha estado usando el almohadón muere.

            Otra práctica de "magia del almohadón" consiste en descuartizar un ave viva -generalmente un gallo- y colocar partes de las alas en el almohadón. Una tercera forma de artes negras se refiera a la colocación de ciertos encantamientos o fetiches (huesos, pelo, plumas, jirones de tela, cuerdas, o combinaciones de estos u otros pequeños objetos) en cualquier clase de almohadón que usa la víctima que se desea perjudicar. El puro africanismo de estas prácticas no necesita comentarios".

 

Hearn explica luego otros hechizos relacionados con almohadones, y se detiene en algunas anécdotas que hacen referencia a su experiencia personal en Nueva Orleans. Luego, explica:

           "Todos saben o deberían saber que las plumas de los almohadones tienen una tendencia natural a apelmazarse y formar grumos de formas más o menos curiosas, pero el descubrimiento de estos nodos en un hogar de Nueva Orleans basta para crear el pánico".

Un asunto de dudosa utilidad

Habría que encontrar a un experto que quisiera averiguar si Quiroga leía Harper's, si entendía inglés, si había leído Kwaidan
(publicada en inglés en 1904), si se interesó por Lafcadio Hearn, que escribió cuentos de horror antes que él. "El almohadón de plumas" se publicó en Cuentos de amor de locura y de muerte, en 1917, treinta y un años después de que Hearn publicara su artículo en Harper's.

Entre 1894 y 1904 Hearn publicó en Estados Unidos once libros relacionados con la cultura japonesa, lo que habla de cuánto se lo leía. Cuando murió era considerado por europeos y americanos como un puente occidental hacia la cultura japonesa, motivo por el cual mereció numerosos estudios publicados sobre todo en inglés antes de la Gran Guerra, es decir, años antes de la publicación del cuento de Quiroga. Pero como se ve, no basta un lector compulsivo como este que escribe, sino que se hace necesario el concurso de un erudito serio y riguroso que pueda demostrar una cosa o su contraria. Las consultas realizadas con algunos sabios nacionales y extranjeros acerca de la relación entre Lafcadio y Horacio generaron una clase de respuesta frecuente en los medios académicos: ninguna. La excepción fue la de Amir Hamed, que me estimuló a dar fe de mi ignorancia por escrito, para provecho de quien quiera averiguar más.

Lo interesante no es, por supuesto, el caso puntual del cuento de Quiroga originado en un relato de Hearn, sino la identificación del universo de fuentes que podía tener un escritor rioplatense. Y ciertamente, lo mejor de "El almohadón de plumas" es que no es un cuento de horror, ni se entretiene con la magia de donde quizá obtuvo la materia prima, sino que se trata de una historia sobre dos enamorados incapaces de amarse.

 

* Publicado originalmente en El país cultural

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