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ISSN 1688-1672

 



MONTEVIDEO - OFICIO DE ESCRIBIR - ESCRITURA - QUIROGA, HORACIO - FICCIÓN -

Los mecanismos de la ficción*

Carlos Rehermann

Horacio Quiroga escribió su famoso Manual del perfecto cuentista como broma que nadie entendió (lo cual es quizá un indicio de que pocos de quienes lo citan lo leyeron); luego, empujado por los elogios que había recibido aquel texto, produjo una versión que incluso él comenzó a creer: el Decálogo del perfecto cuentista.

Un mercado en expansión
 

Hay una alarmante proporción de la Humanidad que aspira a dedicarse a la escritura. En Montevideo proliferan a tal punto los talleres de escritura que ya existen algunos que se dedican a formar "coordinadores de talleres de escritura".

Esta ansiedad por las letras no corre paralela a una dedicación seria al estudio. Como ciertos amigos de la infancia de Horacio Quiroga, muchos quieren "escribir cuentos sin las dificultades inherentes por común a su composición", según escribió el cuentista salteño. Entre los principiantes es frecuente el reclamo de normas de escritura: ¿Cómo se inventa la trama? ¿Cómo se construye un personaje? ¿Cómo se arman los diálogos? ¿Cómo se empieza una novela? ¿Cómo se termina?

Contra esta exigencia Henry James escribió su "Arte de la ficción", una monografía que redactó para contestar la alegre normativa del inglés Walter Besant: "Me parece que este señor se equivoca al pretender decir tan por adelantado y tan concretamente qué clase de negocio es la buena novela", dice James.

Besant había dado una conferencia en 1884 con el título "El arte de la ficción", que algunos periódicos comentaron elogiosamente; tanto, que el conferencista decidió publicarla, con lo cual excitó la imaginación de no pocos críticos y literatos: además de James, Andrew Lang y Robert Louis Stevenson dedicaron sus esfuerzos a registrar sus opiniones sobre el arte de escribir. El Art of Writing de Stevenson es una recopilación de artículos publicados a partir de esos años, donde habla de prosodia, del oficio de escribir y de los escritores que lo han influenciado.

Quiroga escribió su famoso Manual del perfecto cuentista como broma que nadie entendió
(lo cual es quizá un indicio de que pocos de quienes lo citan lo leyeron); luego, empujado por los elogios que había recibido aquel texto, produjo una versión que incluso él comenzó a creer: el Decálogo del perfecto cuentista

Chesterton trataría de explicitar la broma en Cómo escribir un cuento policial, donde comienza diciendo: "Que quede claro que escribo este artículo siendo totalmente consciente de que he fracasado en escribir un cuento policíaco. Pero he fracasado muchas veces. Mi autoridad es por lo tanto de naturaleza práctica y científica, como la de un gran hombre de Estado o estudioso de lo social que se ocupe del desempleo o del problema de la vivienda". Un admirador de estas joyas de la ironía, Jorge Luis Borges, recomienda evitar "en el desarrollo de la trama, el recurso a juegos extravagantes con el tiempo o con el espacio, como hacen Faulkner, Borges y Bioy Casares", en sus 16 consejos para escritores.
 
La enseñanza de la escritura
 

A lo largo del siglo XX ha habido numerosas irrupciones de textos de escritores ansiosos por mostrar a cuáles de sus invalorables cualidades se debía su éxito. Otras veces se trató de la publicación de trabajos producidos por necesidad (los textos críticos de Joyce), por gusto (Nabokov y su notable Curso de literatura europea) o por vanidad (El arte de la Novela, de Kundera, donde si el lector queda en ayunas acerca del tema del título, aprende bastante sobre lo mucho que sabe su autor). Inclasificables, simpáticos, inútiles (salvo para el estudiante de letras necesitado de citas), los textos de Bioy, Cortázar, García Márquez, o Bradbury dan testimonio de la cordialidad con sus egos en la que lograron vivir algunos novelistas del último medio siglo. En muchos casos, las reflexiones sobre la propia escritura dan luz sobre motivaciones, mecanismos y procesos que trascienden al escritor y se convierten en retratos de una comunidad: Orwell, metido hasta el cuello en una pelea por la libertad, decía :"Me parece una tontería, en un período como el nuestro, creer que puede uno evitar escribir sobre estos temas [contra el totalitarismo y a favor del socialismo democrático]". Stephen King muestra, en Mientras escribo (casi seguramente su mejor libro) que, aunque él mismo no se da cuenta, confirma la idea de Orwell.

El Siglo XX vio aparecer escritores que simultáneamente eran profesores de idioma o literatura; algunos de ellos produjeron textos de apreciable influencia, como E. M. Forster y su Aspectos de la novela.

Pero ninguno de esos textos da indicaciones precisas ni pautas de acción que pudieran orientar a los principiantes. Y la difusión masiva de la educación primaria estaba haciendo crecer por millones no sólo el mercado de lectores, sino la oferta de escritores. Luego de pasada la mitad del siglo, instalado definitivamente el estructuralismo y con la narratología bien surtida de neologismos, los profesores de idioma y de literatura comenzaron a disponer de herramientas
(o terminología, que en el mundo de la escritura es casi lo mismo) aptas para la enseñanza del arte de escribir.

Fue quizá la industria cinematográfica la que empujó la docencia de la escritura hacia un camino de normas precisas y manuales perentorios. Cómo escribir un drama, del húngaro Lajos Egri, es un manual sobre escritura para teatro que fue muy usado en Hollywood, basado en lo que él llama premisa
(en Romeo y Julieta, por ejemplo, la premisa es "un gran amor supera a la muerte", en Rey Lear, "la confianza ciega conduce a la perdición", en Espectros, "las culpas de los padres recaen en los hijos", etcétera). Se trata de un artificio bastante poco convincente, pero durante dos décadas (entre 1950 y 1970) fue casi el único manual de dramaturgia disponible con pautas precisas. Poco después llegarían Syd Field, Robert McKee y otros popes de los cursos de escritura de guión, verdaderas potencias económicas. (Un seminario de tres días de McKee, al que asisten un promedio de 800 personas, cuesta 575 dólares. la facturación diaria de este profesor de escritura es de más de 150.000 dólares).

Durante los años setenta comenzaron a surgir en varias universidades estadounidenses los llamados Centros de Escritura, donde un grupo de asesores académicos orientaba a los estudiantes en la redacción de sus tesis. En poco tiempo comenzaron a expandir su influencia hacia las áreas de teatro de las universidades y luego a toda una serie de espacios de escritura creativa que incluía la ficción y la poesía. Al mismo tiempo, miles de egresados universitarios de las carreras de letras abrían sus espacios privados, que comenzaron a llamarse Talleres de escritura.
 
La madurez de la oferta
 

Janet Burroway, escritora y docente pionera en la dirección de talleres de escritura, autora de un libro notable (Writing Fiction. A Guide to Narrative Craft) es una referencia obligada de cualquier curso de escritura.

David Lodge impulsó un nuevo modelo de análisis, intuitivo, de buen resultado para la escritura. Su El arte de la ficción
(una deliberada referencia a James) no se originó, curiosamente, en su aula de la universidad, sino en el espacio literario del periódico The Independent, durante el año 1992. El libro se divide en una gran cantidad de capítulos que tratan temas que suelen ser más interesantes para el escritor que para el crítico: Comienzos, Nombres, Jerga, Voz, y varias decenas más que dan cuenta de la mayor parte de los asuntos con los que el autor se enfrenta cuando escribe. también describe asuntos como el surrealismo, la novela experimental, el teléfono o lo exótico.

En 2006, su compatriota John Mullan llevó al extremo esa estrategia, aunque con un repertorio un poco más sistemático, y también a partir de una serie de columnas
(en su caso en The Guardian), produjo su How Novels Work (Cómo funcionan las novelas).

Burroway puso a punto un temario que se ha vuelto clásico: Proceso, Forma, Mostrar y Contar, Personajes, Tiempo y lugar, Punto de vista, Comparación, Tema. Mullan va hacia las mismas zonas, pero agrega capítulos dedicados a dificultades técnicas específicas: Comienzo, Género, Detalle, Estilo, Dispositivos, Finales.

Lodge comenzaba cada capítulo de su libro con una página de un texto que ilustraba el tema que exponía a continuación; Mullan trabaja con mayor libertad, aunque con la misma curiosa restricción: se limita a autores ingleses, con algunas tímidas incursiones a Norteamérica. Seguramente la decisión, más que al provincialismo que el británico Ballard considera el rasgo más característico de sus compatriotas escritores, obedece a la posible demanda del mercado estudiantil que podrá sacar provecho del libro para sus cursos regulares.

Los clubes de lectura —grupos de amigos o vecinos que se reúnen a comentar los libros que están leyendo—, cada vez más difundidos en todo el mundo, estimularon a Mullan a escribir sus columnas para The Guardian. La buena calidad promedial de la escritura anglosajona puede atribuirse, entre otras cosas, a la buena formación de sus lectores, que encuentran, en espacios tan exóticos como un diario de circulación masiva, verdaderos tratados sobre el oficio de escribir.

* Publicado originalmente en El País Cultural

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