| La transformación del panadero
 
 Lo que me interesa
            son las relaciones entre las artes, la ciencia y la filosofía. No hay privilegio alguno
            de una de estas disciplinas sobre otra de ellas. Todas son creadoras.
            El auténtico objeto de la ciencia es crear funciones, el verdadero objeto
            del arte crear agregados sensibles,
            y el objeto de la filosofía es crear conceptos.
            A partir de ahí, tomando estos grandes rótulos
            (función,
            agregado, concepto),
            aunque sean muy esquemáticos, puede plantearse la cuestión
            de los ecos y las resonancias que se dan entre esas actividades(13).
 Fortalecer
            al ser humano implicaría fortalecer los reenvíos
            entre arte, ciencia y filosofía. El pensamiento fortalecido
            desde estas instancias puede devenir en una herramienta de transformación
            de la realidad, en tanto la educación sea el contexto
            solidario para que el estudiante y el profesor se relacionen
            con la función, el agregado, el concepto, desde una postura
            creadora y no repetitiva-obligatoria. Si no se incentivan estos
            hilos que entrelazarían disciplinas y afectos convocados
            e involucrados en el cuerpo de los actores de la educación, continuaremos
            reproduciendo un tipo de trabajo académico y cultural(14) que desconoce
            y niega al cuerpo.
 De Estados
            Unidos
            a China, de Francia a Japón, los escolares se sublevan
            y les gritan a la cara a los profesores: "¡¿Qué
            podéis darnos vosotros?! ¡¿Qué?!"
            (...) Los niños son la única
            esperanza de salvación, de escapar a la fatalidad de este
            sistema mortífero. Sólo
            ellos pueden traer la liberación a los adultos. A los
            niños no habría que
            inculcarles "respeto" y "obediencia", ni
            habría que tenerles miedo; hay que decirles y mostrarles lo maravillosos,
            lo hermosos y lo capaces que son. ¡Hay que darles, en lugar
            de quitarles!
 Imaginemos: en la escuela, una de esas (...) frustradas
            a las que llaman maestras les dice a los niños el primer día
            de clase: "se acabo la época de los sueños
            (!), y empieza la época de la responsabilidad y la conciencia
            social...". ¿Qué es lo que se acabó?
            ¿La época de fantasía fantástica?
            ¿El mundo fabuloso del alma? ¿Y por qué
            se acabó? ¿A cambio de qué? ¿A cambio
            de la atrofiada diarrea mental de unos cerebros escleróticos
            ("adultos")? ¿En lugar de los sueños?
            ¿De las visiones? ¡¿De la inagotable fuerza
            creadora
            que sólo los niños poseen?! ¡¡Todos
            deberíamos fijarnos en los niños para aprender a soñar!!(15).
 
 Tibor
            Fischer escribió una novela (muy divertida cargada
            de irreverencia y humor inteligente), llamada The Thought Gang(16) (1994), traducida como Filosofía
            a mano armada; ese texto inspira a pensar en una pedagogía
            a mano armada para una época en la que se necesitan
            posturas lúdicas e intensas que corten con el ectoplasma
            anquilosado de una pedagogía de reos para reos. El protagonista
            de esta novela, Eddy Féretro
            es un excatedrático de filosofía de la universidad
            de Cambridge que se radica en París, donde por un golpe
            del azar se conoce con Hubert, un vulgar atracador. De esa intersección
            entre filosofía y marginalidad, nace un margen
            de la filosofía donde el pensamiento danza guerreramente,
            horadando a su paso instituciones como bancos, universidades,
            jefaturas de policía. Tibor
            Fischer no se ha ocupado de desarrollar una teorización
            alrededor de la educación, pero su postura
            poética hace pensar en una nueva relación con el
            conocimiento, no sólo para adquirir una profesión
            o pelear en la estratificación de la pirámide socioeconómica,
            sino para utilizar los conocimientos en pos de la aventura, es
            decir, hacer del conocimiento una ruta de exploración
            que nos lleve a experimentar con todo el cuerpo. Es
            clave conjugar una postura salvaje(17) en términos
            académicos,
            pero atada a una posición política que no pierda
            de vista la responsabilidad para con los otros. Estos lineamientos
            teóricos apuntan a señalar la necesidad de crear
            en el profesor y en el estudiante la suficiente confianza para
            crear y no sólo repetir, pero también en fortalecer
            un pensamiento que hospede al otro. Estas dos instancias se precisan
            como elementos para reelaborar una lectura del mundo.
            Frente a esto se hace indispensable el ejercicio de reescribir
            los textos, es decir, aprovechar los elementos que hay en el
            contexto educativo, para ponerlos a devenir en otras direcciones
            que apunten hacia un pensamiento alephiano(18), porque sólo puede
            nacer la bondad en una postura político-cultural que afirme
            y acepte el pluralismo. El pluralismo
            se cumple en la bondad que va de mí al otro, en donde el otro, como
            absolutamente otro, solamente puede producirse
            sin que una pretendida vista lateral sobre este movimiento tenga
            algún derecho para apresar en ella una verdad superior
            a aquella que se produce en la bondad misma (...) la unidad de
            la pluralidad es la paz y no la coherencia de elementos que constituyen
            la totalidad(19).
 Se
            necesita pensar el porvenir para cuestionar los valores vigentes,
            y desde allí, imaginar una educación que privilegie
            la idea de un hombre
            de conocimiento(20), que a su vez privilegie la dignidad
            humana. Construir
            pensamiento significa iniciar a inventar a partir del vacío, pero para
            esto se necesitan hombres con la capacidad de soñar y
            de volar y de creer en el vuelo. Se necesitan hombres con espíritu
            leve; como lo afirmaba Nietzsche en Así habló
            Zarathustra: Mas quien quiera hacerse ligero y transformarse
            en pájaro, deberá amarse a sí mismo(21).
 III.
            Poleas metafísicas del progreso 
 
 En este sentido, las poleas metafísicas del progreso han
            opuesto de manera criminal una serie de potencias que
            infortunadamente no se han podido reconciliar o dar cita en el
            escenario educativo. Así, letra/sangre, sema/soma,
            investigación/experimentación, mente/cuerpo, son una serie
            de antípodas que han excluido las pulsiones infrateóricas
            del cuerpo, para no dañar
            la pretendida y anhelada objetividad, orientando la llamada producción
            de conocimiento a cierta racionalidad que sólo privilegia
            un cierto saber, en tanto no esté contaminado por aquello
            subjetivo emanado o secretado por el cuerpo(22).
 El
            privilegio que se le ha otorgado al cerebro como único órgano
            válido para producir conocimiento objetivo y racional,
            ha conllevado a una valoración negativa del resto del
            cuerpo, es decir, a una negación del mismo. Por otra parte,
            uno de los prejuicios de la ciencia clásica era la de
            exigir a sus hombres la desmantelación de todas sus pasiones
            humanas para que estas no interfieran en el proceso de investigación;
            sin percatarse que ese requisito, era un prejuicio del espíritu
            científico. En este punto es importante recordar que Nietzsche, fue un crítico
            de este tipo de posturas cientistas; justamente en el aforismo
            344 (En
            qué medida somos piadosos nosotros también) de La Gaya
            Ciencia, se preguntaba ¿de dónde podría
            entonces la ciencia tomar su fe incondicional, la convicción
            en que se apoya de que la verdad es más importante que
            ninguna otra cosa, y aun que toda otra convicción?(23) A finales
            de los años setentas, Julio Cortázar, asiste al
            Theatre de Plaisance para presenciar un acto ritual realizado
            por Rita Renoir, una exbailarina de strip-tease. A partir de
            ese encuentro, Cortázar escribe un
            texto titulado: "Homenaje a una joven bruja", que aparece
            en su libro Territorios, publicado en 1978. Cortázar escribe: Rita
            Renoir no propone su cuerpo crucificado y empalado como escapismo
            cultural hacia un edén de buen salvaje o de comunidad
            escandinava en ruptura con la ciudad; si algo nos dice es que después
            de asumir el emblema, la cruz de ese cuerpo martirizado por la
            mirada del hombre
            viejo, infinitamente más diabólica que el falo
            del demonio que la posee y la desgarra, lo único que queda
            por hacer si hemos comprendido, si algo de ese hombre viejo ha
            sido aniquilado, es volver a vestir ese cuerpo que es nuestro
            cuerpo y todos los cuerpos, y aprender a amarlo de nuevo desde
            otro inicio, desde otra libido, desde otro sistema de la sangre
            y los valores...(24)
 La
            cuestión sería cómo repensar al cuerpo desde
            otro sistema de la sangre y los valores, pero al interior mismo
            del código cultural en el que estemos inscritos. Creemos
            que lo incorporal no está determinado tan sólo
            por las nuevas teletecnologías, que ya se han constituido
            en prótesis del cuerpo, sino, por sobre todo la relación
            que se ha establecido entre las estrategias epistemológicas
            de occidente y el cuerpo. Esto circunscribe por supuesto a la
            educación, que tiene el gran reto de reflexionar
            sobre una ética no para ser implantada en el cuerpo, sino
            más bien en un saber-ético desde el cuerpo...,
            una ética vitalista, que no reprima las potencias
            de la carne,
            sino que las active para gestar saberes que agencien posiciones
            afirmativas de vida. La
            educación no puede olvidar
            el cuerpo de sus actores, como hasta ahora lo ha hecho. Aún
            hoy cuando llegado el momento de poner a prueba los saberes que
            se amarraron a lo largo del recorrido del pre o posgrado en la
            elaboración de la monografía, las políticas
            institucionales del saber académico reprimen esos
            otros saberes demasiados apegados al cuerpo; máxime si
            ese cuerpo no está respaldado por el peso o la autoridad
            de un renombre académico-editorial. No se puede recurrir
            a la piel, a la carne
            como elementos de conocimiento, porque estos elementos no entran
            en la galería certificada que maneja la academia. Uno de los
            argumentos con que se esgrime la imposibilidad de aceptar este
            tipo de investigaciones donde se entrecruza el cuerpo y la escritura, lo biográfico
            y lo bibliográfico, la experimentación y la investigación,
            lo anecdótico cotidiano y lo riguroso académico, es que un
            texto de esos no se puede evaluar, porque con qué criterios
            se puede calificar un trabajo de ficción, argumentan.
            Lo que
            demuestra o evidencia, que se tiene una concepción sumamente
            restringida de evaluación..., pareciera ser entonces que
            la evaluación sigue siendo el ejercicio vigilante donde
            el maestro pueda reconocer los contenidos que él y su
            materia inoculó en el cuerpo del estudiante, dando a entender
            que si esos saberes no aparecen y/o aparecen otros que el maestro
            no ha colocado, ese estudiante no puede pro-moverse en el camino
            ascendente del conocimiento. Esto lleva a inferir, por otra parte,
            que este tipo de educación no tiene la menor confianza
            en la imaginación y en la capacidad cognoscitiva de
            lo ficticio(25), y que ese
            tipo de concepción no favorece una actitud de permanente
            vigilancia contra la tentación de la certeza(26), sino por
            el contrario que intenta formar desde la certeza, por eso esta
            educación y sus educadores le tienen tanta alergia a la
            diferencia y a la incertidumbre. Las
            instituciones educativas no pueden convertirse en una fábrica
            de capital cultural, ni pueden caer en la seducción de acabar
            de transformar al hombre en un engranaje de esa metáfora llamada progreso.
            De algo debe servirnos tantas advertencias que se han escrito
            con dolor y sangre por parte de poetas, pensadores, novelistas y
            filósofos que entrevieron el desplome de una racionalidad
            occidental demasiado ciega a sus certezas de objetivar al mundo
            tras la consecución de la idea de bienestar; bienestar
            que ha costado un alto precio en el hombre: su transmutación
            de homo ludens a la de homo marketing. Obviamente
            este trágico precio que se ha tenido que pagar, sólo
            se puede evidenciar si se valora el juego como lo hizo Dostoievski
            en el Diario de ultratumba, al escribir: el juego
            es la primera experiencia de libertad en el mundo físico(27). En
            la actualidad donde tanto se pregona sobre la necesidad de investigar
            y hacer investigación en las universidades como soportes
            académicos que acrediten internacionalmente las instituciones,
            no hay que perder de vista que la investigación no es
            la constatación de saberes que ya se han creado, ni tampoco
            se trata de aplicar rigurosa y respetuosamente conocimientos
            adquiridos en textos para trasladarlos a diferentes contextos;
            la investigación es ante todo la creación de saberes
            y conocimientos que amplíen y modifiquen la lectura que se tenía
            sobre cierta parcela de la realidad. Pero esa creación
            de conocimientos debe nacer de una actitud de creencia en esos
            saberes locales y corporales que cada quien tiene por haber nacido
            en un cuerpo y en un lugar. Quienes han desarrollado investigación
            es porque indagaron desde sí mismos y eso implica que
            el conocimiento pasa por el cuerpo. Recordemos en este punto
            unas palabras de Oswald Spengler: un pensador es un hombre
            cuyo destino consiste en representar simbólicamente su
            tiempo por medio de sus intuiciones y conceptos personales(28). Necesitamos
            amistarnos con el cuerpo, reconciliarnos con él para experimentar
            y crear. No podemos continuar reduciendo al cuerpo a un instrumento,
            porque corremos el riesgo de instrumentalizar el conocimiento,
            la educación y la vida. Permitir que el cuerpo ingrese
            a la escena educativa es acceder a que se desaldabe la piel para posibilitar
            un conocimiento que sea un viaje de los sentidos. El
            cuerpo humano es una pila eléctricaen la que se han castrado y reprimido las descargas...
 (...) haced que la anatomía humana baile por fin...
 (...) al cuerpo humano se le ha obligado a comer,
 se le ha obligado a beber,
 para evitar
 hacerle bailar (29).
 El
            conocimiento podría ser una danza, sólo si se le
            permitiera al cuerpo ingresar con toda su fuerza hacia aquellos
            lugares que lo académico ha clausurado.
 IV.
            Saber del cuerpo e investigación Asistimos al surgimiento de una ciencia que ya no se limita
            a situaciones simplificadas, idealizadas, mas nos instala frente
            a la complejidad del mundo real, una ciencia que permite que
            la creatividad humana se vivencie como expresión singular
            de un rasgo fundamental común en todos los niveles de
            la naturaleza(30).
 Estamos
            acostumbrados a aprender desde el orden y las órdenes.
            La lógica de las escuelas, colegios y aún de las
            universidades está demarcado por la instrucción.
            Esas estructuras de poder se han mantenido durante muchos años,
            por lo que no es fácil intentar ablandar los barrotes
            epistémicos con los que se han construido las instituciones
            educativas. En este contexto no se aprende desde la libertad,
            sino desde la coacción e instrucción. Estas prácticas
            pedagógicas están tan aprendidas que de manera
            atávica se reproducen en los diferentes escenarios educativos. En
            este sentido, la investigación no se encierra al interior
            de un lecho metodológico, recubierto por las sábanas
            de las llamadas técnicas. Probablemente la "mejor"
            técnica en cuanto a lo investigativo, sea la de
            olvidar las técnicas, o que existen técnicas, y
            a partir de ese olvido crear. La relación
            que establecemos con nuestro cuerpo, inspira la relación
            que entablamos con el conocimiento. El
            cuerpo anclado en el puerto de lo normativo, sólo puede
            ofrecer un conocimiento del mundo reducido a las coordenadas
            inscritas sobre los renglones de lo determinado. Se trataría
            quizá de inventar la "técnica" desde
            un conocimiento poético, es decir un saber que
            renuncia al saber aferrado al poste iluminista logocéntrico,
            y se aventura a navegar por las aguas que están más
            allá del puerto y del faro.
 Notas:
 (13) Gilles Deleuze.
            Los Intercesores. Capítulo IV (FILOSOFÍA).
            Numeral 12. (Entrevistado por Antoine Dulaure y Claire Parnet.
            Publicada L´Autre Journal, Nº 8, octubre de
            1985). En, Conversaciones. 1972-1990. Traducción
            de José Luis Pardo Torío. Valencia, Pretextos,
            primera edición: febrero 1995. Pp. 191-261. Página
            citada 197.
 (14) Es indispensable sacudir los cimientos de la educación,
            no a punta de estatutos sino desde un compromiso solidario y
            sincero con el hombre y la contemporaneidad. Al respecto, las
            preguntas que atravesarían este compromiso son: qué
            podemos pensar, qué podemos hacer, y qué nos es
            digno esperar como resultado de nuestra capacidad de soñar,
            pensar y actuar. Una sociedad que no tiene la capacidad de soñar,
            está condenada a pedalear sobre la bicicleta estática
            de lo mismo. Estas preguntas son inspiradas por Kant, en su obra
            Lógica de Immanuel Kant - Un manual para
            sus lecciones sobre la materia, publicada en Könisberg
            en 1800 por la casa editorial de Friedrich Nicolovius. Las preguntas
            formuladas por el filósofo son: 1) ¿Qué
            puedo saber? 2) ¿Qué debo hacer? 3) ¿Qué
            me es permitido esperar? 4) ¿Qué es el hombre?.
            Para ampliar sobre estas preguntas se recomienda consultar a:
            Danilo Cruz Vélez. Las cuatro preguntas de Kant.
            En, Tabula rasa. Bogotá, Planeta Colombiana Editorial
            S.A., 2ª edición: abril de 1993. Capítulo
            XI. Pp. 144-168.
 
 (15) Klaus Kinski. Yo necesito amor. Traducción
            de Joan Parra Contreras. Barcelona, Tusquets Editores, S.A.,
            1992. Pp. 407-408.
 
 (16) Tibor Fischer. Filosofía a mano armada. Traducción
            de Cecilia Absatz. Barcelona, TusQuets editores, S.A., 1997.
 
 (17) Pienso el término salvaje desde lo que le
            dice el Robinson Crusoe (de Cortázar) a la mujer del subjefe
            de policía de Juan Fernández, a propósito
            de Viernes :
 NORA: -A mí me gustó sobre todo la parte
            en que usted le salva la vida a Viernes, y poco a poco lo hace
            ascender de su innoble condición de caníbal
            a la
            de un ser humano.
 ROBINSON: -A mí también me gustaba mucho esa parte,
            Nora. Hasta hace una semana.
 NORA: (Sorprendida): -¿Por qué ha cambiado de opinión?
 ROBINSON: -Porque aquí estoy viendo que las cosas resultaron
            diferentes. Cuando usted dice que elevé a Viernes de la
            condición de caníbal a la de un ser humano, es
            decir, cristiano, es decir, civilizado, yo pienso que desde hace
            una semana lo que más aprecio en Viernes es el resto de
            caníbal que queda en él... Oh, no se asuste, digamos
            de caníbal mental, de salvaje interior. Julio Cortázar.
            Adiós, Robinson (Guión Radiofónico).
            En, Adiós, Robinson y otras piezas breves. Madrid,
            Alfaguara, 1995. Pp. 147-170. Página citada 164.
 
 (18) Recordemos que: el Aleph es uno de los puntos del
            espacio que contiene todos los puntos (623). Es el
            lugar donde están, sin confundirse, todos los lugares
            del orbe, vistos desde todos los ángulos (623).
            El diámetro del Aleph sería de dos o tres
            centímetros, pero el espacio cósmico estaba ahí,
            sin disminución de tamaño (625).
 Jorge
            Luis Borges.
            El Aleph. En, Obras Completas. Buenos Aires, Emecé
            Editores, 9ª impresión en offset, junio de 1978.
            Pp. 617-628.
 
 (19) Emmanuel Levinas. Totalidad e infinito. Ensayo sobre
            la exterioridad. Traducción de Daniel Guillot. Salamanca,
            Ediciones Sígueme, 1977, P.310.
 
 (20) El guerrero no agacha la cabeza ante nadie, pero,
            al mismo tiempo, tampoco permite que nadie agache la cabeza ante
            él. En cambio, el pordiosero a la menor provocación
            pide piedad de rodillas y se echa al suelo a que lo pise cualquiera
            a quien considera más encumbrado; pero al mismo tiempo,
            exige que alguien más bajo que él le haga lo mismo.
 Carlos Castaneda. Relatos de poder. Traducción
            de Juan Tovar. Bogotá, Fondo de Cultura Económica,
            segunda reimpresión: 1992. Pp. 32-33.
 
 (21) Friedrich Nietzsche. Del espíritu de la pesantez.
            En, Así habló Zarathustra. Traducción
            de Juan Carlos García Borrón. Barcelona, Editorial
            Planeta-De Agostini, S.A., 1992. Pp. 216-220. Página citada
            217.
 
 (22) Esta concepción ya estaba insertada incluso desde
            la formación de las primeras gramáticas que iniciaron
            a regimentar el uso de la lengua en las recién fundadas
            naciones latinoamericanas. A propósito de esto, Julio
            Ramos, en su texto El Don de la lengua, analiza acerca
            de cómo la gramática, en este caso la de Andrés
            Bello, se erige como un dispositivo de control frente al cuerpo
            de aquellos que escapan a la normatividad del bien decir, haciendo
            uso del habla popular: La autoridad que se erige sobre
            la palabra maldita del pueblo no es simplemente normativa
            en un sentido lingüístico, la retórica de
            este discurso, el peso sentencioso de sus metáforas, apunta hacia la normatividad
            ética que la gramática contribuye a instituir.
            Esto porque el maldecir implicaba, para Bello, un uso de la lengua
            demasiado pegado al cuerpo, a la oralidad y a las pasiones identificadas
            con la oralidad y el cuerpo que debían ser supeditadas,
            redirigidas (en el afecto patrio) por la racionalidad estatal.
 
 (23) Friedrich Nietzsche. El Gay Saber o Gaya Ciencia.
            Traducción de Luis Jiménez Moreno. Madrid, Espasa
            Calpe, S.A., segunda edición: 1-IV-2000. Pp. 287-289.
            Página citada 288.
 
 (24) Julio
            Cortázar.
            Homenaje a una joven bruja. En, Territorios. México,
            Siglo Veintiuno Editores S.A., segunda edición 1979. Pp.
            15-26. Página citada 26.
 
 (25) Carlos Rincón. La no simultaneidad de lo simultaneo.
            Bogotá, EUN, 1995. P. 21.
 
 (26) Humberto Maturana y Francisco Varela. El árbol
            del conocimiento. Madrid, Debate, 1990. P. 208.
 
 (27) Cita tomada del exergo con que se abre la novela de:
 Cristina Peri Rossi. La última noche de Dostoievski.
            Madrid, Mondadori, 1992. P. 7.
 
 (28) Oswald Spengler. La decadencia de Occidente. Bosquejo
            de una morfología de la historia universal. Traducido
            del alemán por Manuel G. Morente. Madrid, Editorial Espasa-Calpe.
            Decimotercera edición. 1983. P.18.
 
 (29) Antonin
            Artaud.
            El teatro de la crueldad. Madrid, Fundamentos. 1977. Pp.
            104-105.
 
 (30) Ilya Prigogine. ¿Una nueva racionalidad? (Prólogo).
            En, El fin de las certidumbres. Traducción de Pierre
            Jacomet. Santiago de Chile, Editorial Andrés Bello, 1996.
            Pp. 9-16. Página citada 15.
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