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Amir Hamed
ISSN 1688-1672

 



ARTIGAS BLUES BAND - ARTIGAS, JOSÉ GERVASIO - HAMED, AMIR - ESPINOSA GUSTAVO - VERDESIO, GUSTAVO - BUENAS NOCHES, AMÉRICA - "CONQUISTA DEL OESTE" - WORLD TRADE CENTER - MACACO - PADRENUESTROARTIGAS - NEOARTIGUISMO - VAMPIRO - VAMPIRO-NIHILISTA - APOCALIPSIS - ESCRITURA - LECTURA - CRISIS DEL SIGNIFICANTE - ARTE DE BORRAR - METAFÍSICA DEL INSTANTE - LITERATURA - GLOBALIZACIÓN - GUERRA - VIOLENCIA -

Presentación de la re-edición de Artigas Blues Band

Ercole Lissardi

Volviendo a Artigas Blues Band... Pero ¿qué se puede decir de semejante libro? Sólo la insobornable estupidez de las transnacionales del libro, hecha carne en sus expertos vernáculos, les ha impedido hacer un buen negocio editando cuanto antes a quien está destinado a ser un clásico de la literatura de habla hispana. Mañana van a venir a golpearle la puerta (en el caso de que Amir tenga una puerta, cosa que no siempre sucede)


Trabajo leído el 20 de diciembre de 2004 en el boliche La Estada para presentar la re-edición de Artigas Blues Band.

 

Amir Hamed realizó la hazaña con la que soñaron generaciones de escritores uruguayos. Que levanten la mano los escritores presentes que nunca hayan soñado con escribir una novela sobre José Gervasio Artigas. Muchos tuvimos ese deseo, y todos lo descartamos como imposible de realizar dado el grado de cristalización (para usar el término de Stendhal) de que padece la figura del padrenuestroartigas. Amir, no menos despierto que los demás escritores uruguayos, llegó, por supuesto, a la misma conclusión: que semejante cosa era imposible. Pero después fue y lo hizo.

Así es Amir: de él sólo cabe esperar cosas insólitas. Es un tipo capaz de descolgarse por Nueva York precisamente el 11 de septiembre de 2001 y volver convencido de que sólo ciertos hechos de índole familiar sepultados en su propia y olvidada infancia pueden explicar la catástrofe de las Torres Gemelas. O viceversa. Convicción de la que deja constancia en esa joyita que es el cuento "Conquista del Oeste", de su libro Buenas Noches, América.

Es un tipo capaz de, ya cumpliditos los cuarenta, decidir que le llegó la hora del rock and roll. Y entonces enrola en pocos días a un número indefinido de sujetos (de cuyo talento musical sólo un lejano porvenir podría eventualmente ofrecer garantías), con los cuales en pocos meses tiene listo y grabado en borrador un primer álbum completo y se presenta en público. Una vez más: Amir hace lo que los demás sólo soñamos, porque que levanten la mano los cuarentones que aunque sea mientras se duchan no se imaginan aullando un rock o un blues enfundados en las calzas y las camisetas de Mick Jagger o de Freddy Mercury. Y créanme, que si se deja de lado el hecho de que la banda suena como puede, de que el cantante hace lo que puede, y de que no hay manera de saber lo que dice porque sólo tocan -como si fuera un juramento- en boliches con pésimo sistema de audio, si se dejan de lado estos aspectos francamente negativos y se escucha con cuidado al Macaco uno se da cuenta de que la banda tiene ese algo que sólo tienen las buenas bandas de rock and roll.

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Bueno, volviendo a Artigas Blues Band... Pero ¿qué se puede decir de semejante libro? Sólo la insobornable estupidez de las transnacionales del libro, hecha carne en sus expertos vernáculos, les ha impedido hacer un buen negocio editando cuanto antes a quien está destinado a ser un clásico de la literatura de habla hispana. Mañana van a venir a golpearle la puerta (en el caso de que Amir tenga una puerta, cosa que no siempre sucede). Y van a tener que pagar los derechos a precio de oro. Que además no creo, conociéndolo, que Amir se los venda. No al menos sin hacerlos sufrir un buen rato. Verdad, Amir?

¿Qué se puede decir de semejante libro? Sobre todo se puede describirlo, caminándole alrededor, como se hace con el cráter de un volcán activo, navegándole alrededor, como se hace con los maelstroms de Poe, porque si uno intenta ir a fondo, ir al núcleo, lo más probable es que termine devorado por un súbito golpe de succión o por un vómito de lava.

Y es que el par de nociones que nos esperan agazapadas en el corazón de este delirio alevosamente planificado son de aquellas que pueden poner en jaque las convicciones de los espíritus más sólidos.

Una es la noción de que elpadrenuestroartigas era en realidad nada menos que un Gran Vampiro, identificado y reconocido como tal en la novela nada menos que por Klaus "Nosferatu" Kinski, sin duda alguna una autoridad en la materia. Gran Vampiro que exige más y más sangre a sus huestes, anémicas ya después de años de encarar tozudamente batallas perdidas de antemano, y que, cuando ya no hay más sangre para derramar, se borra de una vez y para siempre y nunca más dice ni pío. La noción, entonces, de que el inmasticable radicalismo del prócer, su decisión incorruptible de no negociar nada con nadie no era sino la cara visible, política de un larvado, inconfesable e inconfesado nihilismo. Y que no se quejen los catequistas del padrenuestroartigas de los inventos -por lo demás bien argumentados- de Amir, porque esa era la única manera de romperle el molde al prócer y de ponerlo a parir novela, que es lo que importa.

La otra noción es la de que nuestro mundo de hoy esta pronto y maduro para la destrucción final de todo, la de que la globalización, la unificación de la bobera planetaria, es la condición sine qua non para el apocalipsis, para el triunfo del nihilismo y el advenimiento de la nada: una noción que hoy, a principios del siglo XXI, puede parecernos ya bastante evidente, pero que hace diez años, a fines del siglo XX, no lo era tanto.

Este par de ideitas se anudan en el artilugio ficcional que funda y dispara la trama de la novela, a saber: que Artigas ha regresado y que ha insuflado su deseo vampírico y nihilista en un par de sujetos de los que lo menos que puede decirse es que estaban muy mal preparados psíquicamente para resistirse al oscuro llamado: un resentido profesor de literatura que arrastra sus amarguras por los liceos de los arrabales montevideanos y un becario de doctorado que allá en el dorado norte regurgita mal su buena suerte de privilegiado y se tambalea al borde del solipsismo.

Al becario (Ariel, transparente alter ego de nuestro autor) el tenebroso soplo artiguista de ultratumba le produce la compulsión de escribir una novela que dé cuenta de los secretos nunca dichos del prócer. Al otro, al docente, le produce el deseo -en principio un tantín dadaísta- de sabotear los aspectos monumentales del discurso oficial maniqueo y castrador con que se han ocultado las verdaderas realidades del fundador de la Patria. Pronto de la pavada provocadora pasará -como suele suceder- a la dinamita. El neoartiguismo de línea vampiro-nihilista trascenderá fronteras y, como un nuevo virus que se expandiera por el planeta, parecerá conducirnos al amanecer tan esperado... ahora sí, definitivamente, al amanecer del Apocalipsis.

La historia de la escritura de la novela sobre Artigas y la historia de la expansión de este neoartiguismo se entrelazan en el texto de la novela hasta que se confunden y son una y la misma cosa. En otras palabras: en la literatura de Amir el berretín de escribir una novela acerca de un significante momificado -indestructible, al decir de Lacan- puede encender la mecha que conduzca directamente al Apocalipsis.

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El texto de Amir -músico como es él- arranca con un scherzo assai vivace, en un preludio hecho de sincronías y simetrías juguetonas, continúa con un andante con moto e nervoso cuando se desatan la represión y la paranoia y termina con con un molto adaggio molto espressivo cuando lo que queda es dar cuenta del paisaje después de la batalla. En los tres modos el virtuoso demuestra su eficacia.

Cuando al principio, marcando un ostinato irónico, nos cuenta las preocupaciones, bastante triviales, de los tres amigos intelectuales, y luego al final, cuando machaconamente nos muestra el patético final hacia el que todo se encamina, la batuta de Amir es impecable. Pero alcanza la excelencia cuando los demonios se desatan y la realidad cotidiana se vuelve otra cosa: allí sí, con mano maestra nos sumerge en la paranoia, y una sensación indefinible de malestar, de amenaza larvada, de ominoso se instala en nuestra lectura.

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Yendo un poco más al fondo de la cuestión. ¿Cuál es la
crisis de la que da cuenta la novela de Amir? Por cierto que Amir es un representante de la generación "de la dictadura", o sea la que se formó durante la dictadura. No puede sorprendernos que en el nivel de lo diegético (del contenido, digamos) su texto postule una nueva subversión que esta vez sí se volverá incontenible y desbordará de una vez y para siempre los torpes afanes de los cuerpos represivos. No puede sorprendernos que después de años de tragarse el patrioterismo de los milicos juegue, fantasee con la idea de dinamitar, literalmente, al prócer. Pero, más allá de esta fabulación, digamos, exterior ¿qué es lo que está en juego en el texto de Artigas Blues Band?

Yo creo que lo que está en juego es lo que podríamos llamar la crisis del significante (o sea, digamos, de la escritura), y su resolución. En efecto: toda la primera parte de la novela está marcada por la dificultad cuando no por la imposibilidad de la escritura. Pedro, agotado y hambreado por el pinche sueldo de Secundaria no puede escribir su proyectada elegía al prócer. A Ariel un virus búlgaro le borra el texto de su tesis de doctorado sobre Klaus "Lope de Aguirre" Kinski. Luego un apagón (el histórico apagón total de Nueva York) borra una página de la novela que ha comenzado a escribir. Después el prócer mismo en tanto personaje le sabotea la novela (cuando se pasa semanas sentado en una piedra, jaqueado y mudo, meditando qué hacer, antes de borrarse para el Paraguay). Ese mismo mutismo del prócer frustra al escriba Miguel Barreiro que con el papel y la tinta preparados espera inútilmente que Artigas recomience sus trascendentales dictados.

Es para superar esta crisis del significante, esta especie de anomia galopante, que el texto se produce a pesar de todo. Y la salida viene, por supuesto, por el lado de la demolición: hay que demoler a ese significante cristalizado, negado a la polisemia libertaria, a ese significante autoritariamente atado a una sola lectura posible, hay que acabar con el prócer, con el Padre y con todo lo que implica. Y esa demolición se lleva a cabo de dos maneras, a dos puntas, digamos.

Por un lado Ariel opta por la deconstrucción del texto artiguista mediante el expediente de responder al enigma de la Esfinge/Artigas, o sea inventándole su secreto y revelándolo. Y el secreto de la Esfinge/Artigas es que su arte supremo no es el de la guerra ni el del gobierno democrático de los pueblos sino el supremo arte de borrar, suprimir, arrasar, disolver en la nada. La invención de este secreto -el nihilismo de Artigas- es lo que posibilita lo imposible, es decir, la escritura de la novela sobre Artigas.

Por otro lado Pedro, el profesor de Secundaria, para demoler prefiere la dinamita. Elige dinamitar el significante Artigas en su expresión marmórea, monumental. Elige hacer volar la lápida mental del discurso del poder, y haciéndolo genera un contagio nihilista que poco a poco sospechamos directamente planetario.

En la escritura de la novela sobre Artigas, como en la subversión neoartiguista lo que está en juego, entonces, es terminar con una parálisis, con una impotencia, con la crisis del significante. La demolición del significante Artigas permite la liberación de la escritura. La revelación de su secreto permite la realización del verdadero sueño del prócer.


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No faltará por supuesto el
criticón que, con cara de descubrir la pólvora, señale que el caudaloso fraseo coloquial, y el manejo de la trama de lo grupal hecho a base de sobreentendidos, y el tratamiento de la dimensión temporal a partir de sincronías y coincidencias, y el saboteo de la solemnidad burguesa a base de guasadas son rasgos que Amir toma de Julio Cortázar. Lo cual es cierto, por supuesto. (De hecho a su vez Cortázar calca su tan característico saboteo dadaista de la vida cotidiana sobre las andanzas de los grupos Situacionistas, que florecieran en el Paris de los años cincuentas y sesentas). Pero permítanme decir -sin querer faltarle el respeto a la memoria de Cortázar- que el elogio de las subversiones de todas las índoles que hay en El libro de Manuel nos parece anémico comparado con la ola incontenible de destructividad pura que campea en el libro de Amir. Porque Amir sabe, cosa que Cortázar no sabía, que la violencia política de las derechas y de las izquierdas no es más que una tímida avanzadilla del virus nihilista que arrasará con todo el día en que despierte el Lobo. Esta peculiar dimensión esotérica y profética -aún cuando Artigas Blues Band no fuera la maravilla literaria que es- justificaría su reedición: porque, como sabemos perfectamente, sus profecías han comenzado a cumplirse.

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Releyendo Artigas Blues Band me ha parecido detectar uno de los núcleos temáticos profundos
(o al menos de los más difíciles de percibir) de la literatura de Amir. Me refiero a lo que podríamos llamar "acercamientos a una metafísica del instante". En varios de sus textos es posible observar el intento -angustioso y, por supuesto, angustiante- de atrapar ese fenómeno, elusivo como el relámpago, al que llamamos "instante". Dar caza a un snark es tarea más fácil, por cierto.

Invirtiendo el orden cronológico voy a mostrar diferentes estrategias elaboradas por Amir en ese intento. En "Conquista del Oeste" el instante clave, el del ataque a las Torres Gemelas, o mejor dicho: el de la reacción del protagonista ante este hecho, está sencillamente omitido, desaparece en medio de un remolino de medias palabras, alusiones, sobreentendidos y, sobre todo, banalidades. La estrategia en este cuento es "cernir por ausencia": el instante es precisamente eso que sentimos que falta.

En Semidiós la estrategia es la opuesta: consiste en disecar ese inasible. Semidiós es una suma de instantes estirados hasta el límite de lo soportable para mostrarnos como cuánto de dolor, o de placer, o de placer/dolor cabe en cada uno de ellos. Si en "Conquista del Oeste" el texto se presenta como una masa abigarrada, casi inextricable, en Semidiós es lo opuesto: el estiramiento de cada partícula de tiempo genera un enrarecimiento del texto en el que terminan por volverse cada vez más significativos los no-textos, los blancos, los intersticios del texto.

En cuanto a Artigas Blues Band: aquí la estrategia de captura se vale del armado de una red de simultaneidades, coincidencias y sincronías en el punto de cruce de las cuales podemos recoger -inasible aún pero ya cercada, marcada, señalada- la perla del instante. Este intento de atrapar, de detener, de fijar el instante -sea el instante epifánico o el terrible, el del horror o el del goce- sólo es posible, por supuesto, desde la más radical subjetividad, y para eso Amir está particularmente dotado: su prosa, camaleónica como pocas, consigue un semitono en el que espejean y se filtran sin definirse el relato, el diálogo y el monólogo, artilugio ambiguo que tiene para regalarle equilibrio y sutileza al funámbulo más pintado.

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Creo que este es el momento apropiado para hacer el elogio de una virtud de Amir que no para todos es evidente. Me refiero a su generosidad. No cualquiera toma a sus dos mejores amigos del natural, tal y como son (me refiero a Gustavo Espinosa y a Gustavo Verdesio, aquí presentes, ambos eminencias académicas, uno en un liceo de Treinta y Tres, el otro en una Universidad gringa), no cualquiera digo, toma a sus mejores amigos, con los cuales está regularmente cara a cara (o sea que no puede en realidad hacerse muchas ilusiones respecto de lo que rinden) y con el gesto dispendioso y soberano de un verdadero príncipe les mejora la vida, se la hace mucho más interesante, los salva de sus respectivos niveles de modorra académica: de uno hace un terrorista demente capaz de cualquier extremo, y del otro hace una especie de mascota -no demasiado despierta- del famoso terrorista. Ya ven ustedes por qué yo -que, por el contrario, tengo un prestigio para defender- me mantengo un tanto al margen de las efusiones amistosas de Amir Hamed. No sea cosa que un día de estos amanezca retratado en alguno de sus libros.

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En tanto escritor me siento feliz y contento de que me toque vivir en los tiempos de Amir Hamed; gracias a él no tengo que preocuparme por ser original en la trama o virtuoso en el manejo del lenguaje: en esos ítems Amir es absolutamente insuperable.

En tanto escritor me siento orgulloso por haber sido el primero en escribir sobre Semidiós, por haber presentado Buenas noches, América, y por estar presentando esta bella re-edición de Artigas Blues Band. Estoy seguro que estos méritos van a mejorar sensiblemente el juicio que me dedique la posteridad.

En tanto lector, a los nuevos lectores que tendrá Artigas Blues Band les recomiendo no internarse en este libro denso y apasionante sin llevar un minucioso cuaderno de bitácora. Gente culta como somos (hemos leído a Lovecraft y a Umberto Eco y hemos visto las películas de Polanski) sabemos que hay libros peligrosos, libros que no se leen sin consecuencias. Este es uno de ellos. Las probabilidades de perderse en sus meandros y de ya no volver a ver el mundo sino desde su perspectiva radicalizada hasta el solipsismo y la paranoia, son bastante elevadas.

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