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Amir Hamed
ISSN 1688-1672

 



URUGUAY - ARTIGAS, JOSÉ GERVASIO - ORIENTALES/URUGUAYOS - ARTIGAS BLUES BAND - FIRMA - LIMITACIONES DEL MÉTODO HISTORIOGRÁFICO -


A Artigas póngale la firma*

Gustavo Verdesio
Artigas siempre podrá ser lo que queramos que sea. Y de hecho, así ha ocurrido a lo largo de la historia. Una excesiva confianza en el método historiográfico pierde de vista que la objetividad histórica simplemente no existe y que puede tener como consecuencia la atribución de una imagen única y fija para los personajes del pasado

Más que por decisión propia, Uruguay nació por defecto: las alternativas eran rechazadas por uno u otro vecino (Brasil y las Provincias Unidas) e inconvenientes para los británicos.

El surgimiento de una iconografía nacional encontró similares dificultades, hasta que el hallazgo del olvidado
José Gervasio Artigas dio sustento, paradojalmente, a una visión opuesta a la que sustentó el hombre de carne y hueso.

En un país que surgió a la vida independiente de manera bastante accidentada, es difícil encontrar
héroes nacionales. La fallida independencia declarada en 1825, la intervención inglesa de 1828, la muerte del proyecto que nos integraría a las Provincias Unidas del Río de la Plata, confunden las aguas.

Y mucho más las confundieron aquellos que, como Pablo Blanco Acevedo en 1930, estuvieron encargados de redactar, desde el parlamento nacional, la historia oficial de la nación. El proyecto narrativo triunfante fue el de la
uruguayidad, en oposición al de la orientalidad (que implicaba la asociación federada de la Banda Oriental con el resto de las provincias de lo que hoy es Argentina), que era el que el artiguismo proponía. Y para mayor confusión, Juan Pivel Devoto, el historiador máximo del Partido Nacional, fue el encargado de sedimentar y abonar a lo largo de los años la versión colorada (es decir, la uruguayidad) de la identidad nacional. En medio de este panorama José Gervasio Artigas fue, como es sabido, el único (o el mejor) icono consensual que se pudo encontrar a fin de catalizar las energías que podían acumular en dirección a una narrativa de la nación.

Sin embargo, en tanto que símbolo de una nación, el prócer presentaba una serie de falencias, la principal de las cuales fue su condición de perdedor. No sólo en materia militar
(elemento fundamental en la construcción de mitos nacionales), ya que ganó tan sólo un puñado de batallas, sino también en lo ideológico, ya que su proyecto de nación fue derrotado en ambas márgenes del Plata.

Cuando lo recordamos, entonces, estamos recordando a un personaje histórico que perdió casi siempre y cuyos proyectos quedaron olvidados. Tal vez por ello lo que se ha preferido eternizar son sus frases célebres, que parecen como pensadas para que la posteridad las ponga en letras de bronce: "Mi autoridad emana de vosotros y ella cesa ante vuestra presencia soberana", "nada podemos esperar que no sea de nosotros mismos", "clemencia para los vencidos". Son todas sentencias memorables que se prestan a ser usadas por proyectos políticos de muy diversa índole. De ahí que no deba extrañarnos que tanto los militares como los
partidos tradicionales y las fuerzas de izquierda del país se hayan sentido libres de usar ese reservorio de frases cuando más les convino.

Sin embargo, no todas son rosas en la trayectoria de este
icono que empezó siendo objeto de una leyenda negra por parte de las fuerzas más retardatarias de la región (los unitarios argentinos, desde Sarratea y Mitre hasta Sarmiento) y que encontró en el iracundo libro de Guillermo Vázquez Franco (Los mitos de la historia) su versión más reciente. En esta última entrega de la leyenda negra, que se disfraza de objetividad histórica, lo que se dice del prócer es que el mito que se ha creado en torno a él tiene poco que ver con el salvaje autoritario, el obcecado político que en realidad era. En otras palabras, lo que Vázquez Franco quiere decirnos es que la imagen de Artigas que tenemos es falsa y que hubo, en realidad, un personaje histórico de carne y hueso cuya trayectoria, dichos y hechos, se pueden reconstruir científicamente.

De más está decir que este tipo de planteo es, por lo menos, ingenuo, porque parte de la base de que hay un pasado que se puede recuperar objetivamente. La historiografía de las últimas décadas en todo el mundo parece ser bastante más conciente de las limitaciones del método historiográfico y se contenta con proponer aproximaciones menos totalizadoras y pretenciosas, a las cuales Vázquez Franco permanece impermeable.

La otra actitud posible ante el caudillo patrio es la que han tomado autores como Carlos Maggi y Danilo Antón. En el caso del primero
(en Artigas y su hijo el caciquillo), hay un intento de demostrar que esa figura de bronce, que dejaba caer frases como si fuera una antología de aforismos viviente, era en realidad un indio pampa. Su hipótesis se basa en un vacío documental que abarca varios años del periodo formativo de la vida de Artigas (parte de su adolescencia y juventud), época en que según Maggi pasó entre los charrúas.

De esos indígenas habría aprendido algunas de las lecciones que le permitieron desarrollar su credo y su estrategia política. Lamentablemente, su fecunda hipótesis degenera, en determinado momento, hasta convertirse en un intento de probar que uno de los tenientes indígenas del ejército artiguista era hijo del caudillo.

Pero lo importante de su libro, en un país donde las etnias indígenas no tienen el más mísero lugar en la narrativa de la nación, es la reivindicación del componente aborigen en el proyecto artiguista. Posición ideológica que Danilo Antón ha llevado a su máxima expresión en una serie de libros
(Uruguaypirí, El pueblo jaguar, entre otros) dedicados a los legados indígena y africano a la sociedad uruguaya actual.
Según este
autor, las tropas de Artigas estaban fuertemente nutridas de aborígenes y africanos, quienes habrían sido el componente más leal de sus ejércitos. Su proyecto político, entonces, se nos presenta como el único intento de cambio social basado en la asociación de las diversas etnias que poblaban el territorio. Esta afirmación es de lo más inusual en un país como el Uruguay actual, donde la imagen predominante es la de una sociedad de inmigrantes. Lo cual no es totalmente falso: basta caminar por las calles de Montevideo para percatarse de que el fenotipo predominante es de origen europeo-mediterráneo. Y si se consulta los websites oficiales del gobierno uruguayo se verá que existe una especie de orgullo en ser el país menos indígena del continente; un orgullo no siempre explícitamente expresado y que tal vez se base en que ni siquiera los argentinos (quienes sí, por lo general, lo expresan), campeones de la europeización, fueron capaces de eliminar el componente indígena de su sociedad totalmente, como lo atestiguan los miles de descendientes que moran en Tucumán y otras provincias.
Es en este contexto que el carácter multiétnico que Antón atribuye a la revolución artiguista debe leerse.

Si bien debe aclararse que los métodos usados por Antón no son los más académicos, es justo decir que más allá de las imprecisiones en las que incurre y de las arriesgadas y a veces infundadas hipótesis que avanza, su agenda de investigación parece interpretar adecuadamente cierta necesidad de parte de la
sociedad uruguaya actual: la búsqueda de raíces y tradiciones no-europeas en un país que siempre se ha jactado de su europeísmo.

Otra representación reciente del caudillo se la debemos al Cuarteto de Nos, quien nos lo presenta como un borracho inclinado a prácticas sexuales poco tradicionales en una sociedad patriarcal. Como es sabido, a pesar de su carácter jocoso, la canción que habla del prócer en términos por algunos considerados como irreverentes, despertó todo tipo de reacciones "patrióticas". La condena de esta juguetona presentación de Artigas
(sólo la gente muy necia puede tomársela en serio) se basa en el dogma que dice que los héroes son intocables, cosa que se nos inculca desde la más temprana infancia a través de los programas escolares.

Por último, hay otra versión, otra pintura de Artigas que quisiera recordar aquí. Se trata de la novela Artigas Blues Band, de
Amir Hamed, que hace resucitar al caudillo para enfrentarlo al mundo de hoy. Eterno Quijote, vuelve a la vida con la intención de llevar a cabo la revolución que nunca pudo realizar. Su fiel escudero Ansina, quien parece haber podido observar el devenir histórico desde su confortable muerte, le sirve de guía en un mundo que ha cambiado acaso demasiado. Las andanzas del prócer y su lazarillo no interesan tanto como la visión del personaje histórico que propone Hamed.

Esa nueva versión de Artigas se basa menos en una reconstrucción minuciosa de los detalles históricos (a pesar de la abundante presencia de fragmentos de sus discursos, sus cartas y otros documentos de época) que en una nueva hermenéutica con base en nuestro presente.

Esa estrategia interpretativa consiste en privilegiar la recepción de su figura histórica por sobre la labor propiamente historiográfica. En ese sentido, su narrativa artiguista depende menos de lo que haya hecho o dicho el caudillo nacional que de lo que hagamos nosotros con sus dichos y hechos.

Hamed parecería estar diciéndonos aquello que
Jacques Derrida decía en su análisis de la obra de Friedrich Nietzche: un autor, un emisor de discursos nunca es totalmente dueño de sus dichos, sino que está, más bien, sujeto a las diferentes actualizaciones a que lo someten los lectores que la posteridad le ha deparado. Cada vez que lo leemos de manera diferente, nos apropiamos de (le estamos poniendo la firma a) sus textos.

Algunos intérpretes de nuestro presente, menos filosóficos que Derrida, han preferido ver este fenómeno en términos menos solemnes. Por ejemplo, el cantautor uruguayo Rubén Rada, quien en un famoso tema
("Mambo liberador") se atreve a desear: "ojalá viviera Artigas pa' bailar el mambo". Si mal no interpreto a esa otra gloria nacional, lo que el popular músico propone es algo parecido: incorporar a Artigas a nuestro imaginario, darle protagonismo y construirlo, si es necesario, como compañero de baile. Y también, lo cual no es menos importante, pensar que ese mambo liberador es una continuación, de alguna manera, del legado de Artigas a nuestro presente.

En todo caso, tanto en su avatar danzarín como en su rol de autor esperando nuestra firma, Artigas siempre podrá ser lo que queramos que sea. Y de hecho, así ha ocurrido a lo largo de la
historia. Una excesiva confianza en el método historiográfico pierde de vista que la objetividad histórica simplemente no existe y que puede tener como consecuencia la atribución de una imagen única y fija para los personajes del pasado.

El aporte del propio Vázquez Franco, creyente en esa objetividad, es prueba de que las firmas que le vamos poniendo a los textos del pasado transforman la historia discursiva de un personaje histórico. Y esa historia discursiva es, para bien o para mal, lo único que nos queda de ese complejo no discreto, desorganizado, de hechos, pasiones, vidas y muertes, que seguramente fue el pasado histórico.
Umberto Eco, en buen latín, dijo una vez que de la rosa sólo nos queda el nombre ("stat rosa pristina nomine/ nomina nuda tenemus"). Como tantos aforismos, aun los más acertados, afirma algo razonable al tiempo que omite decirlo todo. En este caso, lo que no dice sobre la supervivencia de la rosa en el presente es que, a pesar de que la heredamos sólo en forma de discurso, hay otro dato que da vida a la rosa: nuestra lectura de ese texto que alguna vez fue flor.

Con Artigas pasa lo mismo: a ese monumento discursivo los que le damos vida somos nosotros, los lectores del presente. Al hacerlo, nos apropiamos de su ontología. A veces una
lectura se vuelve mas popular que las otras, a veces coexisten varias al mismo tiempo (por ejemplo la de Vázquez Franco, la narrativa oficial del prócer y la del Cuarteto de Nos), pero predomine cual predomine, estamos siempre reescribiendo nuestra historia. Créame el amable lector: no hay que tenerle miedo a nuestras propias versiones de Artigas. Por eso, en esta fecha patria, anímese y a Artigas póngale su firma.

* Publicado originalmente en Escenario2

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