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Amir Hamed
ISSN 1688-1672

 



BUENAS NOCHES, AMÉRICA - EL PROBABLE ACOSO DE LA MANDRÁGORA - LA SOMBRA DE LA PALOMA - QUÉ NOS - PONEMOS ESTA NOCHE - TROYA BLANDA - SEMIDIÓS - HAMED, AMIR - ESCRITURA -

Sobre Buenas Noches, América*

Gustavo Espinosa
Porque la escritura se condensa hasta convertir el texto (como el piedrazo monstruoso de Góngora) en materia densísima, en bolo inmundo que irradia esquirlas de sentido, en yema de un monstruoso huevo cósmico hacia el que todo converge y en el que se pegotean los fragmentos de un mundo descentrado: Nueva York, el parque Rodó y su rueda gigante detenida, Montevideo trotado por caballos que arrastran basura en la noche, San Salvador de Bahía, Buenos Aires, Lafayette, los cadáveres de innumerables gallinas

El siguiente texto fue ponencia en la presentación de Buenas Noches, América, de Amir Hamed, realizada en Centro Cultural Pachamama,
el 25 de junio de 2003.

Señores:

Aquellos de ustedes que conozcan la obra de Amir Hamed, tal vez hayan reparado en una criatura a la cual, en sus días de crítico deportivo, el Dr. Juan Carlos Paullier hubiera podido abrumar enfáticamente con adjetivos tales como: anodino, discreto, pacato, e incluso timorato. Se trata de un fantasma que también recorre, de punta a punta, este mundo de fiesta y de catástrofe que forman las narraciones de Hamed. En El probable acoso de la mandrágora (1982) aparece, si mal no recuerdo, escuchando tangos en un grabador desvencijado de su propiedad. También allí presta un apartamento de la aduana en el cual vivía con su tía la Lucy, para que el narrador protagonista se encierre a alucinar orgías decoradas con moñitos azules y cucarachas rosadas. Que yo sepa, este individuo no arrastra sus alpargatas por ninguna de las ficciones de La sombra de la paloma (libro atestado de vampiros, niñas horribles y eyaculaciones); tampoco aparece su firma en la contratapa que escribiera para esa colección de cuentos tan morosamente impresa por unos amables barbudos de las Ediciones Programa. Pero regresa y canta melancólicas baladas que le pertenecen en letra y música en alguna de las historias de Qué nos ponemos esta noche o se convierte en una especie saboteador tristón y sádico, oculto tras los alias de Pedro, Larry o Brahma en Artigas Blues Band.

Como, a pesar de que hay algo de gaucho en él, no parece adaptarse al siglo XIX, no se lo ve por Troya Blanda. Tampoco molesta con su mate o sus blues la fluidez electrónica de Semidiós. Recién resurge -les aviso- en Buenas noches, América. Aquí usurpa la función del narrador en "Mixed emotions" y en "Relato para pieles sensibles" viaja a Boston, donde disfrazado de indio canta "dale a tu cuerpo alegría Macarena" en un club de sadomasoquistas y, como otras veces, se emborracha y se droga.

Todos esos personajes son, como decía cierta sombra ilustre o tortuga, el hombre que entreteje estos símbolos. No tengo más remedio que reconocer algo de mí en todos ellos: el nombre, el apellido de mi madre, el chancletear de looser, las canciones, los 20 quilos menos de hace 20 años, las alegres toxinas del resentimiento o -siempre- la fraternidad con el que podría llamar
(si esto fuera un texto crítico y no la efusión un tanto melindrosa que viene resultando) "el hablante hamediano". Recordar ese itinerario no es una disculpa. No creo que la perspectiva algo bizarra amplifique o distorsione mis palabras, porque no se puede ser amigo de Amir si se anda en rencillas con la verdad. Digo, simplemente, que ese estar dentro, emboscado en el texto como un alien ladino, es también el lugar desde el cual propongo esta celebración de Buenas noches, América.

El
libro está compuesto por cinco narraciones, que se despliegan en bares nocturnos de diversas ciudades de Estados Unidos donde pululan, desorbitados o excéntricos, los uruguayos. He oído al autor de estos textos referirse a ellos como relatos, acaso para indicar que carecen ciertos efectos especiales o acrobacias (escamoteos, peripecias abruptas, finales sorpresivos) que son propios del cuento. Hay, eso sí, una espesa banda sonora, que no es sólo sonido incidental, sino una de las muchas estrategias para hacer sentido que se manejan en Buenas noches, América. Es una red de referencias musicales que se entrecruzan por la escritura, entretejiendo vínculos transculturales, como lo hacen las miradas y las voces de los personajes. El primer relato se titula "Mixed emotions", pero no sólo resuena en él esa canción de los Rolling Stones (tarareada por un ex half izquierdo de la tercera de Rampla), sino que además aparecen Junior Wells, Chuck Berry, Bob Dylan, Los Nuevos Saltimbanquis, La Reina de la Teja, los tangos Mi noche triste y Quevachaché, interpretados por Carlos Gardel, algún tema de Prince o de Madonna, Janis Joplin, No voy en tren de Charly García, Malevaje y Tamboriles, tamboriles, por Alberto Castillo.

La siguiente historia, que en la "Declaración de parte" se proclama parienta de Jakob y el otro, tiene como protagonista a Tabby Thomas, un blusero de Baton Rouge, rankeado por el narrador como "el músico más mediocre del Sur". Asoma entonces, su antagonista, un tal Roy Head, texano y munido de una Gibson color fuscia, retando a Tabby a singular combate entre las sombras de Buddy Guy, Slim Harpo y BB King. Por otra parte, entre las muchas ménades que se agitan en la sordidez, está la mismísima Suzie Q, zangoloteandose al compás de algunos clásicos de zydeco o de What a night de Dr. John.

El próximo relato tiene un hermoso título, "Astro a gasoil", que merecería una canción de carretera, o al menos una canción de el Macaco. Pero su música de fondo se reduce a algunas referencias genéricas: "un traguito de jazz en el Blue note" y "tupidas selecciones de melódico internacional".
Ya he mencionado que en "Relato para pieles sensibles" cierto abyecto guitarrero de Treinta y tres con el nombrete de Inca Llora-Sangre canta una versión mix de Macarena. Debería agregar además que dicho personaje al frente de su banda Peruvian Latex, integrada por narcotraficantes con nombres extraidos de algún plantel del Sporting Cristal, pervierte la balada Heaven de los Stones, cuyos versos, que sirven de epígrafe a la narración, ustedes podrán oir dentro de un rato.

Se trata entonces de una polifonía mugrienta donde se agruman los acoples, de un espacio sonoro que infecta el libro, un mundo saturado y sin centro, cuyos márgenes parecen estar en todas partes. Por momentos el procedimiento de Hamed parece ser una transposición literaria de la maravillización de
Charly García, es decir de las paredes de sonido de Phil Spector.

Pero toda música cesa cuando llega "Conquista del Oeste", que concluye Buenas noches, América, con la potencia alucinatoria de un apocalipsis. Apenas si oiremos allí el chillido roto de algunas cumbias acompasando el vaivén del gusano loco. Cuando, a fines del año pasado, Amir me leía por teléfono algún trozo, venían a mi memoria otros pedazos que después tuve que ir a completar al Panegírico al duque de Lerma:

"…no mayor estrago,
no, cayendo ruina más extraña
hiciera un astro, deformando el mundo,
enjugando el océano profundo…
"


Tal vez la motivación de ese vínculo medio azaroso es la tematización del impacto hiperbólico, el estallido que recalienta la
escritura (en el caso de Hamed es el derrumbe mellizo del World Trade Center). No puede hablarse aquí del desarrollo de un argumento, de una explicación (en el sentido filológico y etimológico); si hubiera que ponerse taxonómico habría que hablar de procedimientos más propios de la lírica que de la narrativa. Porque la escritura se condensa hasta convertir el texto (como el piedrazo monstruoso de Góngora) en materia densísima, en bolo inmundo que irradia esquirlas de sentido, en yema de un monstruoso huevo cósmico hacia el que todo converge y en el que se pegotean los fragmentos de un mundo descentrado: Nueva York, el parque Rodó y su rueda gigante detenida, Montevideo trotado por caballos que arrastran basura en la noche, San Salvador de Bahía, Buenos Aires, Lafayette, los cadáveres de innumerables gallinas (entre ellas las pintadas por Quico Saulle) y el de un mozo hindú color verde cotorra, algunas plumas de la Dra. Lisa Block de Behar, las piernas largas de una mulata, magma o ceniza de las Torres Gemelas, etc.

Los hermeneutas ya sabrán que hacer con todo esto.

Pero lo que en realidad concentra toda esta dispersión y empasta todo lo disgregado para hacer con ello la energía o la masa de su talento, es una mirada, un trazo, o -mejor - una voz, un aullido con su timbre propio: un sujeto centrípeto, aunque a veces, bebiendo margaritas en medio del desastre, aparezca escindido, sin anclaje en territorio alguno, órficamente destazado. En él no es ilegítimo reconocer a un amigo que en cualquier momento se va a poner a cantar.

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