Artigas Blues Band
 
 
 

 



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Amir Hamed
ISSN 1688-1672

 



ARTIGAS, JOSÉ GERVASIO - ARTIGAS BLUES BAND - HÉROE - AMIR HAMED - EMERSON, RALPH WALDO -

Acechanzas a un vampiro*

Gustavo Alzugaray
El general llegó. Tarde o a tiempo, anduvo nuevamente, extraño entre sus hijos. Como otras veces, menos real para ellos que aquel otro que monta bronce, o sostiene paredes o, enmarcado por la gran puerta, modela un traje militar. Caminó por 18 de julio, por Bulevar él mismo, pero vuelto nadie, demasiado diferente a su caricatura, demasiado parecido a uno más que vuelve a casa, o que espera el ómnibus

Interpelación a los lectores de Artigas Blues Band, Amir Hamed,
Primera edición, Fin de siglo, 1994.
Nueva edición revisada, H editores, Diciembre 2004.


¿A que ha venido este
Artigas desmesurado?
Arriesgo una respuesta temeraria y convencida.
Creo, para empezar, que a saldar una vieja deuda. A cumplir con un sueño atrasado, con una materia pendiente. Los
uruguayos hemos al fin escrito (dijo un mosquito) la gran novela nacional.

Pero, más que sólo darnos un magnífico libro, ha abierto Hamed un laberinto que nos absorbe y nos extravía en sus galerías.

Gato tirado sobre la mesa, piano que cae del cuarto piso, la novela es un vertiginoso derrumbe, un inicio, un asunto a resolver. Su lectura nos obliga a ir acomodando el cuerpo cada pocas hojas, y no hay posición que aquiete lo que el texto va removiendo. El torbellino ("de construcción y aniquilamiento..." según metáfora de Cortázar que Carlos Maggi aplica en la contratapa) es tal que, cuando logramos salir de él, ya somos otros. Los interrogantes nos acosan desde el momento en que terminamos la última página; nuevas viejas preguntas cuyas respuestas irán dando origen a otras y otras más. Algunas, me parecen prioritarias.

¿Qué hacemos, para empezar, con esta rara avis que se nos ha colado por el tragaluz? ¿Cómo se agarra este bicho?
¿Dónde ponemos este
vampiro ilustre, este transeúnte póstumo, sorprendido, que el libro, como un desconjuro, ha liberado del bronce, del mármol, del himno escolar?
¿Quién re-exorciza semejante
demonio?
Para peor, no sabemos de dónde vino, cómo llegó, y
(aunque lo sospechamos) hasta cuándo se queda.

Pero además: ¿cómo pudo escaparse, eludir al recio historiógrafo, meterse en cuña? ¿Contó con colaboración externa? Suponemos que sí.

Acaso la misma voz que lo guía por la
ciudad que ignora, hay que esperar una luz verde para cruzar, mi general, fue su aliado. Acaso la banda triste Leyenda Negra. Acaso (teoría rebuscada) cualquiera de los personajes -incluido Artola(1)- que bien pueden ser (con ser sujetos de discurso que el héroe ha provocado) agradecidas creaturas.

Como sea, el general llegó. Tarde o a tiempo, anduvo nuevamente, extraño entre sus hijos. Como otras veces, menos real para ellos que aquel otro que monta bronce, o sostiene paredes o, enmarcado por la gran puerta, modela un traje militar. Caminó por 18 de julio, por Bulevar él mismo, pero vuelto nadie, demasiado diferente a su caricatura, demasiado parecido a uno más que vuelve a casa, o que espera el ómnibus, culpable de
mimetismo, de comunión.
Por otra parte: ¿A quién legitima este revivido?
Porque de esto depende su vigencia.

Como M. J. Fox
(Back to the future) crea al Chuck Berry inventor del rock, para, treinta años después, poder transformarlo en su ídolo; como el historiógrafo inventa un pasado que explica ese presente capaz de contenerlo (De Certeau); como los dioses griegos prisioneros de Malpertuis (Orson Welles) sobreviven hasta que el último hombre los olvide, Artigas es capaz de renacer de su lejana descendencia.

Vive de sus hijos como el Tiempo mismo.
Pero, ¿quiénes reclamarán la herencia?, ¿quiénes pretenderán ese espacio abierto en el presente? ¿Hay interesados?

Lo que la novela deja claro es que el pasado ya no da para todos. Por más progenitor que el
héroe haya sido, no todos tenemos nariz aguileña y hablar pausado.
Algunos -muchos- tendremos que empezar a bajar despacio del viejo árbol genealógico, más tarde o más temprano.
El propio general ha venido a reclamarlo. Y su vuelta no ha necesitado fanfarria ni estruendo. Lo vemos en la resurrección del prócer, sublime y a la vez sencilla. Como un parto fácil.
Artigas despierta de pronto y eso es todo. No hace saltar la tapa de una urna lustrada, no sube las escaleras del mausoleo, no se despereza o tose, simplemente vuelve a estar vivo, anda nuevamente. A partir de entonces, está en toda la novela, modifica la realidad, se entromete y juega con la trama, pero como lo haría un virus informático, un fantasma travieso, implacable y poderoso pero sin dejar claro desde dónde ataca. Imprevisible. Como una interferencia que el propio autor parece incapaz de dominar.

Por esta razón
(y acá radica, creo yo, uno de los principales logros de Hamed) aunque es un Artigas reconocible, que no deja dudas, es también un Artigas totalmente nuevo; no porque plantee una re-visión del corto pasaje del héroe por la historia sino porque nada de lo que hará durante el relato puede corroborarse, tampoco, por ende, desmentirse. Esto lo hace realmente vivo.

El otro Artigas, el "avalado", está también, transcripto fielmente, documentado en forma debida, pero como simple curiosidad. A la inversa de lo que se hace normalmente,
Hamed vuelve suntuario lo "documental". El propio autor se refiere a su novela como un largo diálogo con los textos de Artigas. Y es que es el mismo prócer el que relee esos escritos que son, en realidad, su única herencia material.
He aquí una notable diferencia con el laberíntico general de García Márquez que se limita a cumplir su destino "histórico", mientras el autor salpica el periplo con diálogos y gestualizaciones que lo reeditan.

La resurrección crea un Artigas extraño a todo devenir histórico. El pasado, presente y futuro, se desordenan, se desaliñan totalmente, haciendo que causas y consecuencias se confundan en un gran presente multidireccional.
Artigas, escurridizo, es apenas contenido por la anécdota. El fantasma se escabulle a veces, se pierde para reaparecer cuando parecía olvidado. Incómodo con un
cuerpo que le pesa, que no tiene razón de ser en una realidad inabarcable, el héroe cambia nuevamente de estado, en una última mutación (irreversible y final esta vez) que determina uno de los momentos más notables del libro. Es que el héroe comprende que este mundo irreconocible, contradictorio, es su propia invención. Que todas las partes, sin importar ideologías o acciones, enfrentadas a muerte, se disputan sus despojos.

Pasa entonces a ser clandestino en el propio discurso que ha generado. Huyendo de sí mismo, Artigas es también, el
miedo que apremia el paso de sus perseguidores. "Cuando huyen de mi, yo soy las alas" escribió Emerson y de algún modo, este terrible verso se aplica al Artigas de Hamed.
Cuando los
uruguayos nos desesperamos por encontrar nuestra supuesta identidad perdida; cuando la metralla de estudios nos agobian con gráficos y tendencias de opinión acerca de nosotros mismos, sobre causas de tal cosa o consecuencias de tal otra, surge este libro para descalabrar décadas de historiocracia.

Como si Cristo se presentara de pronto en el Vaticano a exigir explicaciones, Artigas entra nuevamente a escena, a contrapelo de la historia.
Y algo habrá que hacer.

Notas:

(1) Es este notable y lúcido personaje, en realidad, quien primero se interroga sobre la novela: Pedro Castor tenía un compañero en la universidad, que ha escrito una novela (...) en la que se habla muy mal de Artigas, y muy mal de todo. Acaso esta novela hubiera sido un gran mensjae en clave para los demás. Acaso no. (en la primera edición, páginna 228.)

* Publicado originalmente en la República de Platón, Año II, Nª 68, Marzo. 1995, Contratapa.

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