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Amir Hamed
ISSN 1688-1672

 



ESCRITURA - AMÉRICA LATINA - URUGUAY - MONTEVIDEO - HAMED, AMIR - GUERRA GRANDE - TROYA BLANDA - SEMIDIOS - LABERINTO - RETROESCRITURA - BUENAS NOCHES, AMÉRICA - DICTADURA URUGUAYA -

Papeles de Montevideo. Mixed emotions, a propósito de la escritura de Amir Hamed(1)(III)*

Teeresa Basile

El sitio de Montevideo durante la Guerra Grande y la muralla que separa la ciudad de la campaña demarcan también los territorios literarios y simbólicos, deslindando entre el afuera surcado por el cuerpo bárbaro de los gauchos y el intramuros habitado por la escritura del letrado civilizatorio

 

Troya blanda y los avatares del arqueólogo

Troya blanda narra en sus 563 páginas la historia uruguaya en torno a la Guerra Grande como foco inicial que luego se expande a un relato sobre el entero siglo XIX en las comarcas platenses, tocando otros centros latinoamericanos, recuperando las historias europeas, las políticas norteamericanas sin olvidar algunos eventos en el cercano y lejano Oriente. Todo el globo que pisamos parece acudir a la cita que esta novela propone. Pero el centro de la Guerra Grande marca el modelo, el símbolo, que la historia se ocupa de reiterar una y otra vez. La Guerra Grande (1843-1851) como escenario mayor de las luchas civiles entre las diferentes facciones, de las batallas que incluyen a los países vecinos y a las potencias europeas.

Si en esta coyuntura Alejandro Dumas hizo célebre la nominación de
Montevideo sitiado como una "Nueva Troya" en un escrito que reclama apoyo para los montevideanos en su lucha contra Rosas y Oribe; Amir Hamed captura este nombre para, en el vértigo de un retroceso, anclarlo en la Troya primigenia, en el Mito-Troya.

La saga troyana adquiere entonces -podemos postular- el peso simbólico de la
guerra inaugural de Occidente. La cuna de la pretendida cultura universal deviene primer campo de batalla donde Occidente muestra sus garras imperiales, signo y predicción de las conquistas por venir. Troya ya múltiple con sus nueve ruinas, se expande para reiterarse incansable en la historia toda hasta alcanzar el escenario uruguayo de la Guerra Grande: "al pasar revista a estas líneas descubrirían de un cimbronazo que la guerra era universal y que difícilmente existieron selvas o playas ajenas a la gran batalla de Troya y de Roma" (38); "le parecía haber aprendido en América que la guerra es el estado natural del mundo" (74); "Troya era la madre de las guerras" (75).

Troya también está presente desde la
Ilíada como modelo de relato de carnicerías notables en la minucia con que se cuenta "cómo una saeta puede entrar por una nalga, atravesar la vejiga y después llevarse, en el chorro de sangre y materias, la vida del guerrero" ("Mamíferos sin número y dioses serviciales", en H enciclopedia, página web). La Ilíada, entonces, como texto del origen violento y también predicción de lo que vendrá. En la comarca del Plata la saga sobre Ilión encuentra su herencia en "La refalosa" de Hilario Ascasubi o en los Cantos de Maldoror de Lautréamont.

El sitio de
Montevideo durante la Guerra Grande y la muralla que separa la ciudad de la campaña demarcan también los territorios literarios y simbólicos, deslindando entre el afuera surcado por el cuerpo bárbaro de los gauchos y el intramuros habitado por la escritura del letrado civilizatorio.

Pero el muro como mampara también auspicia pasajes, transacciones y metamorfosis (Confrontar los análisis de Hamed sobre poesía uruguaya en Orientales: Uruguay a través de su poesía, en Henciclopedia, página web): así la gauchesca es la apropiación que el letrado citadino hace del decir gaucho o Francisco de Acuña de Figueroa, el "prototipo del platónico poeta de la Ciudad-Estado, neoclásico, compositor de la letra del himno de la República, termina componiendo "Nomenclatura y apología del carajo". Hamed destaca la figura de Isidore Ducasse a quien convierte en uno de los tantos monstruos que la modernidad inaugura como su contracara. Sus Cantos de Maldoror se reconocen como trasmigración de "La refalosa". Acaso esta Troya blanda pueda inscribirse en este linaje literario.

El texto relata, además, el descubrimiento de las ruinas de Troya llevado a cabo por Schliemann. Aunque el trabajo arqueológico -de la mano de
Nietzsche y Foucault- es el que realiza el conde Waleski quien, embajador o consejero, va recopilando la suma de batallas y guerras como reinscripciones en le siglo XIX de la saga troyana. Alejandro José Floreal Colonia, conde Waleski, oficia de mensajero, archivero, mediador en los más diversos conflictos históricos, hilo conductor, presencia continua en toda la novela para en el capítulo final convertirse en escritor, en escritor arqueólogo. Es quien va a indagar en las ruinas troyanas la emergencia del incansable guerrear de Occidente, la "genealogía" de la barbarie, si "pacientemente documentada", no del todo gris como quería Nietzsche-Foucault, sino barroca en su cancerígena progresión.

Arribo al origen en términos de comienzo histórico bajo, atravesado por discordias y lucha de fuerzas: "Con ese ejemplo arqueológico, el profesor trataba de explicar que, si escarbas la gran tumba de los tiempos, terminas dando con algo, ia, ia, pero no con un gran tesoro; como es tan redonda la tierra, si sigues, si insistes, si hurgas como un topo, aparecerás en el hueco, en la desbordante consistencia del otro lado" (559). Por eso el conde Waleski es escritor de epitafios y elogios fúnebres, el de Carlos Luis Bonaparte, el de Odicini, el de Garibaldi entre otros: "Creyó el conde que los astros lo reservaban con vida nada más que para escribir el epitafio de un basural de horas y gentes que se iban sin remedio ni redención, quien sabe hacia dónde" (529). Si en Artigas Blues Band se arremetía contra el padrenuestro artigas, símbolo asimismo de la muerte del Padre, del logos descripta en Retroescritura, en esta novela será Nietzsche quien le dé su tiro de gracia.

Hamed diseña en este texto una historia no global sino general -en términos de Foucault- ya que se inicia con la muerte de Dios decretada por Herr Fritz Nietzsche "Era ese tiempo no tan lejano en que el Cimero languidecía" (7) y con el nacimiento de una serie de monstruos, desde el engendro de Mary Shelley hasta L´Altro Mostro que Pío Nono oculta en el Vaticano.

Troya blanda articula esta historia general desde la minuciosidad de los datos históricos, desde la yuxtaposición y suma interminable de eventos históricos fielmente documentados. La trama ficcional que la novela histórica tradicional incluye como espacio diferenciado, aquí se adelgaza y desdibuja
(sólo se articula apenas en una suerte de proceso de autoconocimiento que el conde Waleski experimenta). No es allí donde radica la novedad del texto, sino en la continua interferencia y provocación que la imaginación y el humor infunden al evento histórico para recolocarlo en un espacio bizarro. La ficción no como un agregado al grado cero de la historia sino como geminación barroca, brote disparatado que la historia misma auspicia.

Si
Artigas Blues Band retroescribe el pasado como juego del duende sin intenciones restauradoras; en Troya blanda la figura del arqueólogo sí procura rescatar una "historia secreta" silenciada (no tan silenciada) en las fábulas del progreso y la evolución del Espíritu, a través de la deconstrucción de la modernidad y sus progresos en el escenario mayor, y en el menor del Río de La Plata.

Troya blanda como arqueología del origen violento con el cual Occidente se inició, como indagación del antecedente de la
guerra fratricida desatada en el Río de La Plata, puede inscribirse sin problemas en la serie de novelas históricas que se publican en la posdictadura uruguaya y cuya propuesta fundamental consiste en revisar la historia nacional no como el relato del progreso sino como una sucesión de políticas violentas cuyo punto inicial se inaugura con el exterminio de los indígenas charrúas (¡Bernabé, Bernabé! de Tomás de Mattos). Sin embargo su textualidad y, en especial, el modo en que interfiere el documento histórico -sin negarlo- con una prosa barroquizante que mezcla lenguas y jergas de todo tipo; con un humor irreverente y complejo, a la vez fino, socarrón y hasta soez; con la prolifereación disparatada que retoña de cada evento, colocan a Troya blanda (y más aún a Artigas Blues Band) en las antípodas estéticas del corpus uruguayo de las novelas históricas de la posdictadura.

Semidiós: la escritura en su laberinto


Semidiós es, en parte, un Bildungsroman, un relato de aprendizaje de un joven escritor quien va cumpliendo una serie de pasos o rituales de iniciación que lo acercan a la escritura. La metaforización del proceso de aprendizaje tiene como principal figura el mito del Minotauro, sólo que -entre otras muchas diferencias y desplazamientos- es necesario en primer lugar arribar al laberinto, llegar a su centro, construirlo con el hilo de Ariadna (Adriana), reconocerse como un Minotauro ("El origen del laberinto soy yo, el minotauro", 159), como un buey, otras de las figuras de escritor que ingresan a la galería atípica de Hamed, cercano, pariente casi de Bustrófedon, imagen barroca del escritor cuya etimología remite al buey y su arado en zigzag, a una escritura desviada del buey a secas con su escritura lineal, occidental, que busca la sombra. Desde el centro de su laberinto -desde su cripta- el minotauro alcanzará su final epifanía de semidiós que lo libera de toda atadura, que le permite un viaje alado: "Me vislumbro (...) refulgente, brusco, devorante, sabiendo por fin que he abandonado la cripta a favor del nervio energético que orbita y puja en los ductos abrasivos del cráter, en la pulpa del relámpago, en el desgarrón de los meteoros" (159).

Pero antes de esta final liberación, el narrador Scheherezade, atado por cables a una computadora, atrapado en un juego en el
ciberespacio y vigilado por un anfitrión, deberá construir el laberinto virtual siguiendo el hilo del relato hasta vislumbrar y alumbrar el relato original que cifra la clave de la escritura y lo expulsa hacia afuera. Si bien el laberinto es "escritura bovina, bustrofedónica, sombría" (Cf. Retroescritura, p.89.), sus vericuetos y corredores lo llevan a perderse, a seguir falsas pistas, a deambular a ciegas: constituyen las reglas del juego, la gramática de la escritura tensada entre el desvío y el hallazgo. Hamed teje, para significar una escritura no lineal ni racional, los topoi de la ceguera, la bifurcación, lo ilegible, la incertidumbre, lo desconocido, borroso, el absurdo. Aún así, "no existe laberinto inextricable" (109), el hilo de Ariadna finalmente lo conduce al centro del laberinto, a la anagnórisis final donde reconoce su estatus de escritor. La escritura boyuna se dirime entre su ceguera y su capacidad para iluminar; entre el dolor y el goce, entre el laberinto y su centro, entre la incertidumbre y la fatalidad, entre la autoridad de su anfitrión ("deberías comenzar una historia que no pierda el sentido", le ordena) y su propio desvío.

Otro de los campos semánticos que refieren el acto de la
escritura se expande a partir de la electricidad, la energía. El narrador se halla atrapado entre dos fuentes energéticas mientras sigue el trayecto del laberinto: la que emana de su anfitrión para dirigir y controlar su escritura, de hecho el narrador está conectado al circuito de la computadora y recibe descargas eléctricas cuando se detiene o desobedece las reglas del juego. Pero también la energía que él maneja: las palabras son como imanes -magnetos- que desde el azar y la atracción conectan el circuito del relato, y sus dedos son tomacorrientes de donde sale la electricidad que "se va desperdigando por la pantalla" (135). La escritura es electricidad que se corta o ilumina, que deambula "por lo interrupto", que recibe cortocircuitos. Finalmente su última liberación lo conducirá al centro mismo de la energía "a favor del nervio energético que orbita y puja en los ductos abrasivos del cráter, en la pulpa del relámpago, en el desgarrón de los meteoros" (159).

Además, como sabemos, el Minotauro devoraba a sus víctimas sacrificiales. Entonces esta
escritura boyuna se alimenta de muertes, de víctimas, persigue las huellas de las heridas: es una grafía que se escribe en el cuerpo, su hilo sigue las trazas de las cicatrices. "¿Cómo he llegado a esto? Si se me diera repasar lo acumulado, estimo seria fácil delimitar un sendero, abierto por un chancho empavorecido, por un par de Mónicas, por la placidez de un emasculado. Fueron sacrificados para conjurar esta plenitud" (159), dice el narrador al final de su camino, cuando ya ha asumido su condición de Minotauro.

La novela relata este trayecto escandido por muertes, anudado por experiencias dolorosas, por la presencia de la
violencia. Así el escritor emprende un viaje de regreso a través de su memoria hacia la infancia y cada recuerdo -cada herida da lugar a un relato, vuelve a ser rescatada e iluminada por la escritura- se convierte en un paso que lo acerca a su condición de escritor y al descubrimiento de las reglas de su arte, para, finalmente abandonar ese regreso "melancólico".

La novela se inicia en un presente en que el escritor-narrador Scheherezade está soldado a su computadora, capturado en un juego -cuyo sitio se denomina Semidiós- y al cual ingresó a pedido de Mónica, en un primer momento sólo colaborando en la escritura de cuentos y relatos para que ella misma pudiera ingresar en este juego. Luego, cuando ella se volatiliza, el narrador comienza a participar directamente en el juego, atrapado por las órdenes de Quien Arbitra o ?, obligado a
escribir sin descanso y acosado con golpes eléctricos cuando desobedece las reglas que su anfitrión le ha impuesto.

Frente a la pantalla, en pleno juego, el narrador alterna relatos que provienen de dos experiencias diversas: las historias inspiradas en Mónica, en sus aventuras sadomasoquistas vividas como parte de su propio juego en la red
(y que el narrador ya hubo utilizado para publicar unos cuentarios, con gran éxito de ventas); y aquellas en que va recordando su vida, recuperando su infancia. Entre ambos andariveles las historias se conectan, se refieren entre sí, de hecho su última historia, la que contiene la clave de su escritura, ya estaba prefigurada en la primera historia que Mónica -aunque no Shade- le contó. Siguiendo alternativamente ambas líneas, el narrador arribará al centro de su relato.

Además el trayecto de su aprendizaje como escritor está pautado por momentos claves, por rituales de iniciación y pasaje, por escenas altamente simbólicas. Comienza con su nacimiento en el Cairo y va focalizando diversos momentos, casi todos atravesados por experiencias dolorosas, cicatrices que graban su
cuerpo y que él ahora lee: así, en su primer niñez en el Cairo, la extirpación de amígdalas y el terror que le provoca la guerra desatada entre árabes e israelitas; y luego ya en Uruguay las heridas con el alambrado y los quejidos del chancho antes de matarlo.

Pero también narra experiencias gozosas y divertidas. En
Montevideo, su vida se escinde entre la escuela y el potrero. El potrero, el fútbol es el espacio de la libertad, del juego sin reglas opresivas, donde los aún niños incursionan en la pelea y los secretos del sexo, donde descubren las palabras prohibidas, donde la identidad de cada niño se desmarca "en el potrero, sin importar la edad, no cabía el nombre propio" (121) mientras en la escuela le cuelgan "una tarjeta identificatoria", espacio de control similar al del hospital. Además en el potrero, el narrador puede ser zurdo, mientras en la escuela lo obligan a ser diestro, esta doble competencia lo acerca a la escritura zigzagueante de Bustrófedon.
Un punto de inflexión en su vida, un quiebre se concentra cuando el narrador alcanza los once años
("Como casi todo lo importante, sucedió a mis once años", 108), momento definido por el golpe de estado que dio inicio a la dictadura del 73 y por la muerte de su compañera Mónica, la primer Mónica (aquí es evidente, como en otras partes, la presencia de elementos autobiográficos ya que Amir Hamed nació en 1962 y efectivamente contaba con once años en el momento del golpe).

La escuela replica el militarismo y se convierte en "Un instantáneo campo de concentración para colegiales" (110). La muerte de Mónica acaecida en un viaje de excursión organizado por el colegio, significa -junto con el inicio de la dictadura- el fin de la niñez -una herida-, que se ritualiza a través de una operación en su cabeza: le extirpan la sombra y pierde su capacidad para el dibujo, pero accede a la escritura; Adriana le regala "una versión de las 1001 Noches" y lo rotula Scheherezade. La experiencia de la dictadura oficia, podemos sospechar, como el centro desde el cual es posible reordenar los hilos desperdigados: el autoritario control del anfitrión (que el narrador logra superar); las cicatrices; las escenas sadomasoquistas (como un desplazamiento de la violencia dictatorial); el sótano del castillo donde el Coronel Jacinto quiere extirpar el comunismo de Valvulita. Muchos de los textos de Hamed parecen escritos para conjurar las cicatrices de la dictadura y para escapar a un presente insípido.

El ingreso del narrador al juego de Semidiós se opera de la mano de Adriana, con un primer cuento que la convoca y le da el punto de partida
(del hilo de Ariadna) para internarse en el laberinto cibernético, para avanzar alternativamente por las experiencias vividas en el castillo, doble recorrido que lo llevará a descubrir el protorrelato, el último relato -contenido y prefigurado en el primero. Este consigna el proceso de la escritura, su clave, es un relato "de resurrección" (151): se centra en Siam, los mellizos (que remiten a Adriana y Daniel) unidos por el glande y que Scheherezade divide para devolverles la fecundidad, junto con el doberman que ella logra amansar (convertir la bestia en cultura); de este modo -suponemos ya que se trata de un texto bastante hermético- es que la escritura deja de ser la del buey y se convierte en la del Semidiós, lo que implica superar la castración que todo buey soporta (Valvulita) para devenir una escritura sexuada, fértil: "Ella dominó al doberman, cambió cierta noche el destino de los filos de la horqueta para producir, con un solo tajo, cuatro testículos de siamés: dos veces dos obleas sacó de aquella tajadura fulminante, una para cada boca, fecundándose todos. El can, las dos gargantas de la bestia, la famélica narradora" (152). Y también, podemos arriesgar, la castración de Valvulita atacado de "comunismo en las pelotas" apunta al distanciamiento de una literatura centrada en la denuncia.

Entonces muta en Semidiós deja de ser Scheherezade, deja de ser la contraseña de ingreso a Semidiós: She/he/re:zade, la escritura de doble pertenencia genérica del narrador-Scheherezade (She/he), quien reescribe la sombra, la huella (re: Shade/zade), la escritura del laberinto. El capítulo "Escritura de buey (la máquina de buscar la sombra)" de Retroescritura bien puede servir para iluminar esta novela: allí Hamed opone la escritura del buey -que sigue el camino del oeste al este, de izquierda a derecha, como una escritura que persigue la sombra (recorriendo el trayecto que dibuja la sombra que proyecta el reloj de sol), una escritura occidental, lineal, dirigida hacia un lugar determinado; en oposición a la escritura semítica, oriental, de este a oeste, que invierte la linealidad, que persigue la curva del sol y no su sombra. Pero es posible también que el buey supere su condición y renazca como el dios egipcio de la resurrección, el toro Apis, y devenga una bestia sagrada y solar: "Castrada, mutante, la bestia persigue sin saberlo, quizás sin desearlo, una huella previa. En alguna cuneta de sombra, corre el rumor, los bueyes podrían encontrar los testículos viejos que lo volverían una bestia sagrada y solar. Si el buey así lo hiciera, si los encontrara, si lograra suturar el tajo que se llevó su fertilidad, el mutante sin género desplegaría un par de alas; sería un animal reverenciado como un rumiante alado y egipcio, adorado, desde siempre, con el nombre de Apis" (Retroescritura: 87).

Imagen que se ajusta a la
metamorfosis final de Scheherezade en Minotauro y Semidiós (deslectura del Asterión borgeano, melancólico, cansino, atrapado en un infinito uniforme). Imagen también que ilumina la escritura de Hamed, desaforada, casi bestial pero también exquisita, tensa, sangrienta y melancólica, dolorosa y gozosa, hermética, sexuada.

Buenas noches, América: relatos para pieles sensibles


Con Buenas noches, América
(2003) hay un notable giro en la obra de Hamed, giro que en algunas líneas significa un retorno a viejas propuestas y en otras un cambio de foco de perspectivas que si antes estaban en su obra, ahora se adelantan reclamando un primer plano. Veamos a dónde apunto.

Luego de sus dos extensas novelas,
Artigas Blues Band y Troya Blanda, seguidas por la más breve Semidiós, Hamed regresa, de otro modo, al relato breve de su primera etapa, a los cuentos de El probable acoso de la Mandrágora (1982); La sombra de la paloma (1985) y ¿Qué nos ponemos esta noche? Pero ya no se trata de la forma cuento al estilo Poe, que descansa en el efecto del final hacia el cual se dirige la narración, sino del relato breve, distinción establecida por el mismo Hamed en una entrevista que le hice: "(...) mis primeros tres libros fueron de cuentos. Con esto quiero decir, siguiendo las pautas de este género, que en esos tres libros estuvo implicado planificar, para cada cuento una situación y un desenlace, y manejar la narración de modo que todo revierta hacia el punto final. En cuanto al relato, ése es un género en el que incursioné por primera vez a través de Buenas noches, América. Son narraciones de atmósfera (no aspiran al ajedrez de los desenlaces) que, al tener la premisa de estar basados en 'hechos reales', se desentienden de los golpes de efecto propios del desenlace cuentístico".

Si bien las palabras de Hamed se ajustan a cada relato de BNA, hay más, el efecto final desplazado en cada relato, irrumpe brutalmente en el último ("Conquista del Oeste") como una descarga eléctrica contenida que explosiona desaforadamente sobre los "hechos reales" pero también sobre el lenguaje y la narratividad, dislocando con su empuje todo intento de orden (similar a la explosión de la Central Eléctrica en Gestos de Sarduy): no es para menos, se trata del 11 de septiembre y la caída de las Torres Gemelas.

Otro elemento -ya presente, pero que aquí cobra mayor importancia- es el rasgo
autobiográfico y la cercanía mayor con los "hechos reales", consignados en el apartado final del libro "Declaración de parte" donde venimos a enterarnos (junto con las pistas que Gustavo Espinosa nos da en su excelente trabajo sobre Buenas noches, América, colgado de la página web de H enciclopedia) de aquello que se camufla en seudónimos y vicisitudes. BNA contiene cinco relatos escritos bajo la consigna de que remitan a experiencias de uruguayos en Estados Unidos, relacionados entre sí a partir de un pequeño grupo de amigos que comparten aventuras y relatos, ambos ante la infaltable copa de lo que haya. Sin embargo, nada más engañoso que este perfil autobiográfico que nos tienta con una lectura más descansada luego del hermetismo de Semidiós.

La
música, ya tan presente en todos los textos de Hamed y una de las marcas más personales de su mundo (además una demanda inscripta en el oficio de escribir: "para dedicarse a las humanidades, es necesario tener oído", ha dicho), aquí se articula más decididamente con su propia fundación de la banda Macaco, junto a Gustavo Espinosa, cuyo origen si bien data de 1980, luego de una temporada de espera se reinicia en 1990. Para la música y su "polifonía mugrienta" remito al ya citado artículo de Gustavo Espinosa quien despliega en su complejidad la trama musical, a la cual sólo me referiré ocasionalmente.

Lo que reúne las historias, lo que las conecta, dijimos ya, es la presencia de historias de uruguayos en
EE.UU. que en las tierras del norte se encuentran en varias oportunidades, traman una red solidaria, reciben a los recién llegados, participan de aventuras comunes y en este punto es donde se cuela uno de los ejes temáticos decisivos del texto: la diáspora de uruguayos, ya presente en Artigas Blues Band, pero que aquí ocupa un lugar central y apunta a una de las marcas definitorias de lo uruguayo (que ha trabajado intensamente Abril Trigo en su reciente libro Memorias migrantes).

Buenas noches, América explora diversas situaciones atravesadas por la diáspora, una de las más complejas quizás, la del docente pueblerino de Treinta y Tres, Enrique Mariño
("Relato para pieles sensibles"), quien despliega todo un abanico: el mundo de los inmigrantes ilegales; el deseo de dólares; el choque con el imperio para un "cholito desnorteado"; las expectativas y el deseo de irse al norte, también los temores y ansiedades ante el regreso; pero -por sobre todo- la experiencia de un no lugar entre el pasado-allá y el presente-aquí "Aún debería ser posible la vuelta, pero aquí, casi anonadado frente al océano glacial, lo que fuiste semeja una mancha y el presente anda inabarcable como un sertón".

Sin embargo, su experiencia inaudita y bizarra -trabajando en el Calabozo como músico de la banda Peruvian Látex, fondo musical de prácticas sadomasoquistas- le va a devolver un pasado anclado en los recovecos de su memoria, los inicios de la dictadura militar. El viaje, entonces, se hace circular, se muerde la cola: allá en EE.UU. encuentra su rostro detrás de la máscara de músico peruano, rescata al "púber" olvidado en su pueblo.

Tito
("Astro a gasoil"), remisero en Nueva York pero taxista en Uruguay, atrapado en la camiseta del crack del fútbol Hugo de León desde la cual se imagina campeón, con "una insufrible modulación de ganador", no sólo pone en escena el deseo de triunfar afuera, sino además el de regresar "como bacanes". Tito condensa, en parte, la situación de los ilegales en tierras norteamericanas (era "el perfecto ilegal"): la necesidad de ampararse en una "red solidaria" de ayuda mutua, pero que él quiebra abusando de una Gold Card con la cual estafó a un homónimo del crack futbolero. Y también, por qué no, la figura del veterano de guerra de Vietnam, Sam Meham, ("Mixed emotions"), un expulsado del mismo territorio norteamericano que consigue por medio de un uruguayo, profesor de la universidad de Northwestern, ingresar a los predios de dicha universidad para comprarse una camiseta estampada con el nombre de la alta casa de estudios, presente griego, símbolo de la expulsión ("Meham nunca consiguió infiltrarse en un aula de Northwestern; como a tantos otros, lo habían rechazado", 11).

Desde Vietnam al
atentado de las Torres Gemelas, BNA, expone -sin dudas- el fin del sueño americano, la caída del imperio, el Apocalipsis. Pero, nos parece, la cuestión apunta también a otro lugar: el fin de los ideales de la década de 1960, ya no para los norteamericanos sino para los latinoamericanos, una tierra yerma, un basural lleno de gallinas para la generación de los jóvenes, una derrota al estilo Onetti en "Jacob y el Otro", presente en "Tobby y el desafiante de Texas" -tal como aclara su autor- pero más decisiva aún en el tono general de todo el libro. "Relato para pieles sensibles" bucea en esa América Latina perdida, a través del melancólico Mariño, devenido un músico peruano, detrás de cuyos anteojos encuentra el rostro del Inca Llora Sangre; que debe entonar "Dale a tu cuerpo alegría, Macarena" mientras suenan los latigazos en el cuerpo de los clientes; que descubre -en la gran rueda de torturas para los juegos sadomasoquistas de los clientes del Calabozo- desde las prácticas de la Inquisición en el remoto pasado colonial, hasta las esquirlas de la dictadura uruguaya; que percibe entre las rendijas de la droga una anunciación, un ángel, para descubrirse náufrago abandonado sin playa ("No hay playa en este borde renegrido..."). Relato de anagnórisis -como tantos de Hamed para quien la escritura es un camino zigzagueante que termina por encontrar el surco de una iluminación- en el cual Mariño encuentra su propio trazo en este relato latinoamericano de pérdidas: el aporte que la dictadura uruguaya hizo a la violenta rueda del mundo. El "criptocarnavalito" parece dar el tono del relato: la anunciación de un nacimiento que desemboca en el "parto de una lluvia ácida o de una criatura dentada, cruza de peruano y bicicleta".

La
América Latina y sus ideales devenida en restos, fragmentos, souvenirs, fetiches devaluados, el zipo de Vietnam, la camiseta de los Stones, la Sylvapen del otrora atleta, la olorosa camiseta de Hugo de León, los "souvenirs precolombinos"; en fin, esta América Latina atravesada por un gran apagón, sirve, sin embrago para la reunión de estos amigos -ya no tan jóvenes- que intercambian relatos y recuerdos teñidos de nostalgia.



Notas:

(1) Amir Hamed nació en Montevideo en 1962; cursó estudios en Letras en la Universidad de la República. Luego viajó a Estados Unidos donde se doctoró en la Universidad de Northwestern. Illinois. Su obra abarca ya una serie de novelas: Artigas Blues Band (1994); Troya Blanda (1996); Semidiós (2001); relatos breves como El probable acoso de la mandrágora (1982); La sombra de la paloma (1985); ¿Qué nos ponemos esta noche? (1991); Buenas Noches, América (2003), y ensayos: Orientales, Uruguay a través de su poesía. Siglo XX (1996); Retroescritura (1998).


* Publicado originalmente en la Revista Katatay Año 1- Nºs 1/2- Junio 2005.

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