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Amir Hamed
ISSN 1688-1672

 



SEXO VIRTUAL - TELECONFERENCIAS - MÁQUINA -


Machina amantissima*

Carlos Rehermann
En Net Meeting hay una abultada cantidad de mensajes que propenden al intercambio de palabras, imágenes y sonidos de temática sexual. Allí puede uno tener un encuentro fugaz con diversos tipos de personas, de orientaciones sexuales heterogéneas
Nadie habrá dejado de observar la estrecha relación entre Crash, la novela de John Ballard, y Net Meeting, el programa de Microsoft. Es cierto que hay otros programas y formas de teleconferencias, pero basta con un ejemplo. En Crash, los personajes estaban poseídos de una carrofilia exacerbada. No se trata de ese amor que muchos varones sienten por sus autos, que los llevan a pasar la mañana del domingo acariciándolos y cepillándolos; no: era pura y simplemente concupiscencia: ánimo de fornicación, literalmente. Nada simbólico. Si el auto es un símbolo fálico, como dicen algunos, entonces lustrarlo y dejarlo reluciente, todo eso a la vista de los vecinos, sería como una mostración orgullosa del pene, al menos en la mente del propietario, aunque difícilmente formulado de manera consciente.

Uno puede sospechar cierta certeza en semejante interpretación, al observar la expresión de los rostros de los ufanos lustradores dominicales. Lavar el auto es una cosa probablemente freudiana, pero indudablemente mucho menos interesante que lo que pretendían hacer los personajes de Crash con sus máquinas.

Ahora bien, en Net Meeting
(y en otros ámbitos de teleconferencias) hay una abultada cantidad de mensajes que propenden al intercambio de palabras, imágenes y sonidos de temática sexual. Allí puede uno tener un encuentro fugaz con diversos tipos de personas, de orientaciones sexuales heterogéneas. Desde un texto de diálogo donde se va construyendo un relato erótico en directo (un auténtico nuevo género literario), hasta la visión simultánea, por medio del video, de los amantes. Aquel que decía que el medio es el mensaje ya pasó de moda, pero no vendría mal actualizar su eslogan. Porque los amantes teleconectados olvidan momentáneamente (¿olvidan realmente?) que no están ante otra persona, sino ante una máquina. Esto es innegable y no puede contradecirse. Pueden venir los defensores del espíritu a retrucar que lo esencial es invisible a los ojos, que la imaginación al poder, que esto y que lo otro. Pero el tipo está sentado frente a una máquina de plástico. Le hace cosas a una máquina: golpea sus teclas, o le habla a un micrófono, y cuando quiere mirar a los ojos a su amante, mira una cámara. Es una nueva clase de dualismo: cuerpo por un lado, espíritu (o mente, o lo que sea) por el otro.

Como en el caso de Manes, o de los cátaros, la afición a las máquinas
(al cuerpo) suele venir acompañada por un rechazo a lo material, y a una reivindicación de lo espiritual. Tal vez no sea casual el rebrote de entusiasmo por la tragedia de Occitania, aquella matanza de los dualistas llevada a cabo por la Iglesia. O la afición a los ángeles y la nueva espiritualidad envuelta en celofán de la Nueva Era.

Crash era una fantasía, una lectura simbólica de los anhelos de una sociedad. Pero la sodomización de las máquinas es un hecho real, está ocurriendo en este instante en muchos lugares del mundo. Probablemente sea un recurso de la especie, que se ve amenazada por la superpoblación, para limitar el número de nacimientos. En todo caso, los robots han empezado por donde los apocalípticos anunciaban que terminarían: por seducirnos con sus encantos eróticos. Porque hay que reconocer que los nuevos modelos de computadoras están buenísimos.


* Publicado originalmente en Insomnia
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