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Amir Hamed
ISSN 1688-1672

 



PESSOA, FERNANDO - LIBRO DEL DESASOSIEGO -


El Libro del desasosiego
(algunas impresiones)(II)*

Sofi Richero
... y cada vez que esta línea sigue, enferma cada vez más de la enfermedad esencial que hay en traicionar la promesa de no sé que cosa más razonablemente justa y humildemente bella que yo podría haber dicho sobre este venerable libro

"El entusiasmo es una grosería.
La expresión del entusiasmo es, más que cualquier cosa, una violación de los derechos de nuestra insinceridad.
Nunca sabemos cuándo somos sinceros. Tal vez nunca lo seamos. Y aun cuando seamos sinceros hoy, mañana podremos llegar a serlo por una razón contraria.
Personalmente yo no tuve convicciones. Lo que tuve siempre fueron impresiones. Nunca podría odiar una tierra en la que hubiera visto un atardecer escandaloso.
Exteriorizar impresiones es más bien convencernos de que las tenemos, antes que tenerlas efectivamente
".

(fragmento 211, Libro del desasosiego"


Quien escribió esto no fue Fernando Pessoa, el poeta portugués a quien corrientemente se identifica con ese hombrecito que camina para siempre en las calles de la Baixa de Lisboa, creador desdoblado en muchos autores ficticios a quien inventó obra y biografía, y a quienes bautizó como "heterónimos". Quien escribió esto fue Bernardo Soares, auxiliar de tenedor de libros y fino sentidor de la Rua dos Douradores, en un libro que es el Libro del desasosiego, del que este dossier intenta ocuparse. Lo que el lector encontrará a continuación nace de un grosero entusiasmo en forma de provocación: invitamos a algunos de los coolaboradores habituales de Insomnia a registrar alguna impresión -que no convicción- sugerida por el libro, por un fragmento o una idea del mismo. El resultado es este indiscreto y asimétrico acopio de lecturas, que como se advertirá, asumen estilo y forma muy distinta. También el Libro del desasosiego es un fragmentario acopio de impresiones. Una "autobiografía sin hechos" o una "autobiografía de un hombre que nunca tuvo vida", como define Fernando Pessoa. Y "un cuaderno de esbozos e indicios que contienen al artista esencial en toda su diversidad heteronímica", según sentencia Richard Zenith en la introducción a la presente edición (*).

Se sabe que el libro nació por los menos un año antes que el trío Caeiro, Campos y Reis, con la publicación, en 1913, de "En la floresta de la enajenación", firmado por Fernando Pessoa, con la siguiente aclaración: "Del Libro del desasosiego, en preparación". Y aunque finalmente atribuído a Bernardo Soares, muchos otros heterónimos coolaboraron en él: algunos fragmentos de Fernando Pessoa, algo de Vicente Guedes, e incluso del Barón de Teive. El Libro del desasosiego es un proyecto esencialmente indefinido e inacabable, un libro que fue varios libros de varios autores, y la parte estrictamente soriana debe limitarse al período 1929-1935.

En vida, Pessoa publicó apenas doce fragmentos de él, y dejó, en muy diversos estados de elaboración, aproximadamente cuatrocientos cincuenta y cuatro párrafos adicionales señalados con un "L. del. D." Fueron éstos los que dieron lugar a la primera edición, publicada por la editorial Ática, en 1982. Otras ediciones llegarían mas tarde, remedando esa versión original, a medida que los manuscritos "L. del. D" se empecinaban en llamar la atención desde ese baúl legendario que dejó Pessoa y que todavía cuenta con materiales inéditos. Hasta el momento, la única edición castellana disponible
(Seix Barral, Barcelona, 1984) fue la organizada, traducida y anotada por el crítico y poeta español Ángel Crespo. La presente, amplía el libro para el castellano, en más de cien fragmentos.

(*) Libro del Desasosiego - Fernando Pessoa como Bernanrdo Soares - Edición de Richard Zenith y traducción de Santiago Kovadloff - Emecé - Buenos Aires, 2000 - 511 págs - Distribuye Emecé.

*****

La mayoría de la gente enferma por no saber decir lo que ve y lo que piensa. Así dice la primera línea del fragmento 117 que copié y que tal vez elegí, incluso elegí y me dije que todas estas líneas enfermas, de aquí para abajo estas líneas que ya estaban enfermas de temor de tener que existir, enfermarán cada vez más y con justicia y con esta levedad triste de temporal de Santa Rosa, enfermarán posiblemente mucho cada vez y me pondré mala como antes se decía.

Copié esa línea y comencé cuando comencé en ese momento y en no otro, y ahí empecé a enfermar sin interrupción y cada vez que esta línea sigue, enferma cada vez más de la enfermedad esencial que hay en traicionar la promesa de no sé que cosa más razonablemente justa y humildemente bella que yo podría haber dicho sobre este venerable libro que reposa conmoviendo todo lo que hay exactamente entre mí y mi idea de este libro.

Y aunque también me gustaba el fragmento 70, cuando el de la Rua dos Douradores observa la espalda de un transeúnte ocasional y experimenta una rara clase de ternura abstracta por todo los detalles impertinentes y conmovedores de la humanidad, como esa espalda sola, vestida de un traje modesto de no se qué clase de franela o tejido, una clase de franela y no otra, de forma conmovedora una franela sí y otra no, en una calle cuyo nombre es Rua Nova, en unos minutos del mundo. Y aunque también, prosigo en enfermar, podría haber sido posible copiar ese fragmento 70, copié sólo ésta primera línea del fragmento 117, que dice que todos enferman por no saber decir. Y me pregunto mientras avanzo si el fragmento 117 era el fragmento, y ahora la palabra es "representativo", de este libro del desasosiego y sus ideas que vuelven una y otra vez.

Si era fiel a ese recurrente sentimiento de hastío abstracto que cada tanto domina al sentidor crónico de la Rua dos Douradores cuando en la espalda de un hombre con esta clase de franela y no otra clase de franela, dibuja las preguntas agnósticas de su fé única. Y no sé si sería el fragmento 117 el fragmento mas fiel a esa idea de que así como hay una erudición del conocimiento y una erudición del entendimiento hay también una erudición de la sensibilidad, y que es esa precisamente la erudición de quien firma este libro que entre todos los libros es el que mejor dice esa idea. Tampoco dice el fragmento 117 sobre el camino de la negociación con el no, con el claudicar budista del deseo, tampoco dice sobre eso que Bernardo Soares ha dicho diáfana e inauguralmente para este occidente todo tartamudo de orientalidad.

Pero hay algo que sí dice el fragmento 117 cuando dice que la gente enferma por no saber decir y que no hay nada mas difícil que definir en palabras que una espiral. Y entonces no enferma y dice: "Toda la literatura consiste en un esfuerzo por volver la vida real. Como todos saben, aun cuando actúen sin saber, la vida es absolutamente irreal, en su realidad directa; los campos, las ciudades, las ideas, son cosas absolutamente ficticias, hijas de nuestra compleja sensación de nosotros mismos. Son intrasmisibles todas las impresiones, salvo si las convertimos en literarias. Los niños son muy literarios porque dicen las cosas del modo que las sienten y no como debe sentir quien siente según la opinión de otro.

Una vez oí no estúpidamente como lo haría un adulto, 'Tengo ganas de llorar', sino que dijo: '¡Tengo ganas de lágrimas!'. Y esta frase, absolutamente literaria, al punto que resultaría afectada en un poeta consumado, suponiendo que fuera capaz de decirla, se refiere resueltamente a la presencia ardiente de las lágrimas, irrumpiendo en los párpados que saben de la pena a punto de derramarse. '¡Tengo ganas de lágrimas!' Sí, aquel niñito supo definir su espiral. ¡Decir! ¡Saber decir! ¡Saber existir por la voz escrita y la imagen intelectual!

No hay nada que valga más en la vida: lo demás son hombres y mujeres, supuestos amores y vanidades ficticias, subterfugios de la digestión y el olvido, gente revolviéndose, como bichos cuando se alza una piedra, bajo el gran empedrado abstracto del cielo azul sin sentido.
"


* Publicado originalmente en Insomnia, Nº 137

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