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Amir Hamed
ISSN 1688-1672

 


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          TRADUCCIÓN O SOMETIMIENTO

El gringo que te hace eso

Amir Hamed

Siempre es Bartolomé y los gringos,
si bien nunca la cuentan igual. En Argentina, por ejemplo, por estos tiempos se la puede leer, en un caso, así: el general Bartolomé Mitre, en su tienda de campaña, durante la Guerra de la Triple Alianza que arrasó con el Paraguay (1865-1871), traduciendo la Divina Comedia y su interlocutor un soldado que, enterado de que el comandante de las tropas argentinas estaba traduciendo a Dante, replica “a esos gringos hay que darles con todo”. Hay también esta versión más enconada, no porque la guerra entre federales y unitarios haya siquiera aproximado el horror del exterminio y robo de territorios que se le hizo a los paraguayos, pero en este caso la contraparte es Lucio V. Mansilla, el autor de Una expedición a los indios ranqueles, federal y rosista, quien luego de ser sometido a una buena amansadora, es requerido de una felicitación, por el propio Mitre, recién terminada su versión de la Divina Comedia. Mansilla, instantáneo, responde: “¡Bien General! ¡A esos gringos hay que hacerlos mierda!”.

Este columnista, sin embargo, había conocido la anécdota, allá por el siglo XX, de labios del profesor Vicente Cicalese, en Montevideo, en la Facultad de Humanidades, cuando le hacía estudiar las traducciones latinas de Mitre, de Horacio en particular. Cicalese contaba, por ejemplo, que según las malas lenguas no se podía pasar por enfrente de la casa de Mitre porque se corría riesgo de terminar traducido. En cuanto a la anécdota de la Comedia, Cicalese mencionaba otro coprotagonista, a Dalmacio Velez Sársfield, quien había polemizado con Mitre por su historia de Belgrano y, en ocasión de enterarse de la traducción de Dante, habría dicho “me parece muy bien; a esos gringos hay que hacerles eso”.

El subordinado, el adversario y el antagonista polémico vendrían a decir, los tres, con términos algo disímiles, exactamente lo mismo. Mitre (cosa comprobable) no era un traductor muy brillante, pero la carga de la prueba de esta ironía, de todos modos, hay que buscarla en la ética del emprendimiento. El “gringo” es la voz replicante del americano, alguna vez tildado de bárbaro por los europeos; el gringo es un bárbaro, no importa cuán encumbrado, que habla una lengua distinta a la nuestra. Hacerles “eso” (en este sentido, es mejor que hacerlos mierda, o que darles con todo) es insertarlos en un proceso civilizatorio, el de asentar las bases de una cultura nacional (no por azar, Mitre fundaría un periódico llamado La nación), que aquí cabe entender como las bases de una cultura americana.

El ideologema civilización-barbarie, o civilización vs barbarie, que Mitre incorporó de su camarada unitario Domingo Faustino Sarmiento, se resuelve mejor si se lo lee como civilización-gringada. El primero, como se sabe, siguiendo modelos franceses, se incorporó al Plata y a Hispanoamérica, arrasando con indios y gauchos, y ha vuelto a ser trending topic esta misma semana, porque la muerte y destrucción que cargó no la lava fácilmente siquiera el agua de los siglos. En el segundo, sin embargo, comulgan todos, no solo los unitarios sino también los cómplices subordinados de la masacre paraguaya, los adversarios intelectuales e incluso los enemigos políticos: es que el gringo, ente ininteligible, no puede formar parte de una cultura americana. Ovidio, Horacio, Dante, Shakespeare, Diderot, etc., son sonoramente gringos, es decir, gringos afamados, que deben perder su gringuez por un ejercicio de asimilación, es decir, de traducción. Esta nacionalización, a su turno, implica un gesto emancipatorio, ya que desposeer de gringuez al gringo es parte del emprendimiento liberador por el cual el americano busca por entonces dosposeerse de los mandatos de una lengua celosamente custodiada por las prescripciones de la Real Academia Española, erigida en el siglo XVIII. La lengua en las repúblicas de Hispanoamérica, es decir, de las repúblicas emancipadas, ha evolucionado en tensión con aquella heredada de la metrópoli: desde la Gramática Castellana de Andrés Bello, en el siglo XIX, el americano ha buscado desasirse del español peninsular que se entendía, por entonces, como preceptivo, un español peninsular que, como se mostraba en otra columna de interruptor, sería entendido en el siglo XX, por parte de unos y otros, como gritado.

De esa grita peninsular es que buscan emanciparse los americanos Mitre y Vélez Sarsfield (o Mansilla y el subordinado), buscándose en otra lengua, una gringa, desde la cual traducirse. Las revoluciones literarias hispanoamericanas, que fueron movimientos de emancipación cultural, comportan ejercicios de traducción, como el modernismo dariano que toma los metros franceses y los adjunta a metros hispánicos medievales para dar una lengua nueva; como el Jorge Luis Borges que busca sabidamente en el inglés (y, agréguese aquí, claramente también en el latín, sobre todo el de Tito Livio) una lengua más sintética que le permita pensar en castellano, lengua desentendida, desde los inicios de la Contrarreforma, de la especulación. Y hacer mierda al gringo, como proclama Mansilla, será, estrictamente, lo que proclamará la antropofagia, para decirlo con los términos surgidos del manifiesto brasilero de 1928, incorporada por las vanguardias hispánicas del siglo XX, cuyo correlato más manifiesto era la traducción (el digerir un cuerpo ajeno, asimilarlo y devolverlo propio).

Claro que este furor antropófago y traductor, que asimiló también a los intelectuales españoles refugiados en América del franquismo, tenía, como correlato natural, políticas editoriales: Buenos Aires, durante la primera mitad del siglo XX, y llegando a los años 1960, fue el gran centro editorial hispánico, una usina de traducciones, de divulgación de textos, un proyecto civilizador (como lo fue también, en su medida, el México del PRI, y más tarde, aunque sin éxito, trató de serlo Caracas). De la mano de una industria editorial había una obligación civilizatoria, a la que Hispanoamérica, hoy, parece haber renunciado.

Es obvio que, en el continente cultural, deberían volver a leerse los textos de otras lenguas traducidos por americanos y no resignar el mundo (es decir, las novedades del mundo que llegan traducidas) a un sistema que, como el que producen las editoriales con sede en España, y según se mostró en columna precedente, tiene menos de traducción que de doblaje, de borramiento de los orígenes, de los contextos, de aquello que del texto hace texto. Para ello sería preciso que los americanos de habla hispana, sus ciudadanos y gobernantes, pensaran, nuevamente, que nada hay más necesario que la emancipación, es decir, que nada hay más necesario que la ilustración, que es un estadio de emancipación intelectual y cívica.

Es obvio también que el capital desnacionalizado, que desde hace un par de décadas sostiene la industria cultural en esas editoriales peninsulares que doblan y no traducen, entiende estrictamente lo contrario. Se dijera que, entre hipos y carcajadas, el manifiesto anti-antropófago del capital proclama que a esos americanos hay que hacerlos mierda, es decir, hacerles eso. 

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