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Sandra López Desivo

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Amir Hamed
ISSN 1688-1672

 


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         ¿EN QUÉ CONSISTE LA ILEGITIMIDAD DE LA FIFA?

El gobierno global de la moralina

Aldo Mazzucchelli

En el mundo, por más cambiado que luzca, todo sigue siendo cuestión de legitimidades. En el origen del deporte en Europa del que tenemos registro escrito, como narra Píndaro en la Olímpica VI, esa legitimidad debía quedar por encima del cuestionamiento de los hombres, y es ese estar fuera del alcance lo que concedía la gloria, contenido abstracto si los hay pero que funcionó siempre como bisagra entre lo terreno y lo divino. El aura de trascendencia de la victoria deportiva tiene un componente de belleza, o sea estético, y otro de hazaña física (es decir, una combinación a la vez mágica y dura, no reproducible por medios espurios) que son los que habilitan la memoria y el recuerdo, y es en eso lo contrario de otra gran institución legitimadora de lo humano, si bien secundaria y servil: la retórica, que a menudo permite fingir con palabras lo que no tiene sustancia en el mundo. Pues como dice el mismo poeta, “Hazañas sin riesgo / ni entre hombres ni dentro de cóncavas naves / hallan honor, pero muchos recuerdan cuando algo bello se hizo con esfuerzo”. La retórica de Píndaro estaba al servicio de cierta legitimidad trascendente que da lo que, siendo humano, está más allá del alcance de todos los humanos, salvo del héroe, en este caso, deportivo.

Hoy, los gordos globales que se apropiaron del fuego sagrado están haciendo de las suyas, y la corrupción es el menor de los males que están convocando. Uno mayor es la zoncera y la hipocresía rampantes con la que promueven, día tras día, un falso ideal de igualitarismo que desprecia la verdad humana de la competencia y la excelencia, que es real dentro del campo mal que les pese a los dirigentes de la FIFA. Al hacerlo, están deslegitimando también el deporte y creando una sopa de tontería que enmascara el orden de mercachiflería mundial al que sirven.

Hacia el Supergobierno de lo Mismo disfrazado de diverso

La cosa es clara, y el nene ricachón que era incapaz de hacer nada con una pelota salvo ser el dueño de ella, se ha apropiado del capital simbólico que los grandes futbolistas de hoy y de antes han generado. Se lo ha apropiado y, munido de él, ha hecho algo aparentemente ingenioso: le ha quitado, al fútbol, el fútbol, para convertir al deporte en gigantesco espacio de simbolización de una fiesta ecuménica de igualitarismo falso, que soporte la increíble idea de promover, a través del fútbol, una suerte de moral global que pretende mejorar la tierra.  

Los documentos que la FIFA exhibe, en su website oficial, en apoyo de esta nebulosa boba, son del siguiente orden, por ejemplo: una carta al Papa Francisco el día de su cumpleaños, 17 de diciembre de 2014, que dice en su único párrafo no-fático: “Con la fe y el fútbol estamos ayudando a hacer mejor el mundo, ayudando a dar esperanza a quien la necesita. Día a día, paso a paso buscamos llevar con el fútbol la alegría y la felicidad aun a aquellos lugares donde acaso la vida no es fácil. Unidos en la fe y con amor por este deporte maravilloso”. Después agrega, mentiroso, que va a simpatizar por “el club San Lorenzo de Almagro” en el próximo partido que juegue (que Blatter no tiene la más puta idea de cuál será). Y en otra cartita enviada a sus amiguitos dirigentes de la FIFA, luego de animarlos a actuar de acuerdo al eslógan de la FIFA, dice Blatter “debemos también asegurarnos de que esto no es mero voluntarismo. Asumamos un verdadero rol peleando por hacer del mundo un lugar mejor, promoviendo la armonía global a través del Apretón de Manos para la Paz”

Nadie está en contra de darse la mano ni de “hacer del mundo un lugar mejor”, pero cualquiera se pregunta primero si el graduado en Economía y Negocios por la Universidad de Lausana, Sepp Blatter, que con mandatos sucesivos de largo dictatorial viene dirigiendo la FIFA desde 1998, no podría intentar al menos que los defensores de la mejora de la moral del mundo dejen de robar, aunque sea por un momento.

Hacia la construcción de un mundo mejor

Los fines de la FIFA son declarados sin mucho remilgo por la FIFA misma. Su eslógan principal es tripartito: “Develop the game, touch the world and build a better future”. El eslógan es extraordinariamente pretencioso. Comienza con un impulso empresarial. Pues siguiendo la conducta práctica de la FIFA, se hace notorio que “desarrollar el juego” no quiere decir, de ninguna manera concebible, mejorar la calidad futbolística del fútbol. Quiere decir imponer un sucedáneo descafeinado del fútbol hasta a los parajes más remotos, o sea, hacer más clientes; generar más gente ligada al fútbol sobre la cual influir y a la cual tener a disposición para sacarle dinero. Después, “Conmover al mundo” es continuar abriendo la brecha emocional que el fútbol es capaz de generar por su tocante espectacularidad, de modo de tener a la gente a disposición para que se trague los múltiples mensajes de la FIFA y sus espónsores. Y lo tercero, construir un futuro mejor, querría en la lógica de la FIFA hacer mejores personas de todos aquellos que participan mundialmente de partidos de fútbol, aunque en realidad es difícil saber cómo es que va a lograr semejante cosa. Salvo que se crea, como parecen creer los directores de la FIFA, que eso se logrará difundiendo una ideología global de la “diversidad” y el consumo espolvoreada de estupideces edificantes, al tiempo que siguen incidiendo políticamente en la competencia deportiva nombrando árbitros ‘sensibles’ a su ideología ecuménica horrible, mientras ellos mismos se roban hasta el vuelto de los delivery que llegan a la sede en Zurich.

Tomado del modo simplista que lo hace la FIFA, el igualitarismo consiste en prometer que la gloria en fútbol está al alcance de cualquier nación y cualquier humano, a cambio de integrar la sonrisa esperanzada de miles de millones de personas al negocio global controlado por los pocos que dirigen el fútbol, aderezando todo eso con la ilusión de que, al ir a la cancha o comprar el merchandising, el mundo se hermana (realmente se hermana, la idea es bastante indecente) alrededor de la pelota. Ese es el negocio de la FIFA: darle al mundo la ilusión de lo que no es (pero que, por televisión, podría ser), a cambio de la participación del mundo en el negocio global de productos ligados a la épica del fútbol, y de chucherías simbólicas (el merchandising de los grandes equipos y selecciones, por ejemplo) que deja ganancias al capital que se mueve alrededor del fútbol —incluida especialmente la televisión. Así, lo más desagradable de la FIFA es su intensidad abrumadora y monopólica en vender la peor versión de la globalización, insistiendo en enmascararla en ideales —la igualdad, la democracia, la competencia limpia — que merecerían defenderse mejor. Pero, bien miradas, da la impresión de que las sociedades y las culturas no son iguales, y es feo pretender que lo sean. La idea de un mercado global de algo, sea música o fútbol o comida, es idiota, es berreta, es inauténtica, es plástica, salvo para quienes cobran por venderle la misma basura a todo el mundo. La FIFA es, en consecuencia, quizá el ejemplo más escandaloso de la perversión de lo que hay de mejor en el ideal de la diversidad. El ideal de la diversidad implica dar derechos equivalentes para el desarrollo de lo diverso. Para la FIFA, en cambio, es conquistar lo diverso igualándolo exteriormente (es decir, al nivel de imágenes y emociones en que el lenguaje del marketing puede operar) para que todos participen de una farsa global.

Cuando las federaciones pasan a sustituir al fútbol

Sin embargo, pese a toda la fealdad y la corrupción, la FIFA tiene su boliche abierto en esa dimensión. ¿Cómo puede mantenerlo? Es facilísimo: un país, un voto. Y los países son Brasil, Alemania, Argentina, Uruguay, Francia, Italia, España, Inglaterra (es decir, el club de los ocho países que al menos una vez ganaron la copa FIFA), más los demás doscientos un países, incluyendo no sólo a los que verosímilmente pueden ganarla en un futuro previsible porque practican el fútbol con cierto grado medible de destreza, como varios de los demás sudamericanos, alguno de los africanos, alguno de Europa oriental o Estados Unidos, sino también los que no pueden ganarla, como Bermuda, las Islas Vírgenes, Comoros, las Islas Turcas y Caicos, y los demás miembros de la cuestión. Todos ellos valen, para la FIFA, lo mismo: un voto. Hasta Wikipedia se dio cuenta de cuál es la estrategia de Blatter y sus aliados: “En la edición del 25 October 2013 del FIFA Weekly, Blatter escribió: “Desde una perspectiva puramente deportiva, me gustaría ver que la globalización finalmente se toma en serio, y se les acuerda a las asociaciones nacionales de África y Asia el estatus que merecen en la Copa del Mundo de FIFA. No puede ser que las confederaciones de Europa y Sud América reclamen la mayoría de los espacios en la Copa del Mundo”.

¿No puede ser? Dando una versión hondamente delincuencial de la igualdad (es delincuencial igualar lo desigual en beneficio propio), Blatter escamotea el fútbol. Es decir, mezcla en pase mágico retórico el fútbol, es decir lo que pasa en la cancha y solo eso, con “las confederaciones”. De ese modo, si bien el fútbol de Turcos y Caicos no es serio, su confederación es, burocráticamente hablando, tan confederación como la Deutscher Fußball-Bund alemana. De modo que cada una tiene un voto, y derecho a estar en el Mundial. Oscura y demagógicamente, se supone además que las confederaciones representan, no a los dirigentes, y a otros actores que son parásitos de los futbolistas, que es lo que verdaderamente representan, sino a “los pueblos”.

Blatter ha sido reelecto con los votos abrumadores de estas confederaciones, inexistentes en el campo de juego, de modo que sigue adelante el proyecto de gobierno mundial moral (y económico también) basado en un discurso que pasa una falsa igualdad en ancas del poder aurático del talento futbolístico, por un lado, y por otro de conceptos simpáticos pero hondamente escamoteadores de lo humano, como los de una falsa diversidad, el empoderamiento desde arriba de lo minoritario, y la discriminación positiva de quien es incapaz por sí mismo de lograr algo. Mientras tanto, en el website oficial de la FIFA una de las páginas proclama a la organización como “Guardians of the Game”, y el videíto que se ofrece al consumo ecuménico razona que el fútbol empezó como un juego, pero hoy “es mucho más que un juego” nótese que, siempre, la línea de la FIFA es borronear el fútbol mismo y quedarse con el resto. Y agrega que “en tanto guardianes del juego” la FIFA debe “castigar y luchar contra el engaño y la corrupción”. Entre otras cosas, ponen cheating and corruption en la misma frase, porque les conviene. En su demagogia habitual, fingir un penal (engaño en el juego) es igual, o peor, que robarse 130 millones de dólares (corrupción en las oficinas). La retórica es así, y ellos lo saben bien.

La destrucción efectiva de todos los ideales que se proponen defender es acalambrante. Howard Webb es uno de los ejemplos más notorios de cómo funciona el gobierno que va a traer moral a la humanidad. Su carrera ascendente en la FIFA comenzó como dirigente principal de las Islas Caimán, país al cual logró, mediante dádivas de la FIFA, darle un campo de fútbol en base a su alianza con Blatter. No debía acaso importar, a la hora de regalarle a las Islas Cayman millones de dólares, que la población de esa nación es de 58.000 almas, de modo que si fuese toda, apenas llegaría a completar el Centenario. El asunto era otro. En octubre de 2013 Blatter fue a la cena de gala en que se celebraba el ascenso de Webb a presidente de la Concacaf y al Comité Ejecutivo de la FIFA (había sido nombrado en esos cargos en mayo de 2012). En ese momento se integró a Webb al comité financiero (nada menos) de la FIFA, y se le encomendó liderar un grupo de lucha contra el racismo en el fútbol. Según la investigación hoy en curso, por esos mismos días, Webb estaba solicitando un soborno de tres millones de dólares a Traffic Sports, una compañía de marketing deportivo con sede en Miami que se quedaba, así, con los derechos de marketing y transmisión de las eliminatorias caribeñas para los mundiales 2018 y 2022. Ese y varios otros sobornos han sido, según la fiscalía norteamericana dirigida por Loretta Lynch que lleva el caso FIFA, la práctica habitual de este y otros oficiales. Como por ejemplo Jack Warner, ex presidente de la Concacaf, acusado de haberse quedado con 10 millones de dólares a cambio de influir en la votación de la copa 2010 para Sudáfrica.

Y así es todo. Después del escándalo de corrupción que tocó más de cerca a Blatter (que de todo lo anterior no sabe nada) que involucrase derechos televisivos y que culminó con un reporte interno que provocó la dimisión de Leoz y el ostracismo de Havelange, Blatter emitió una resolución autocelebrándose: “He notado con satisfacción" que el reporte "confirma que la conducta del Presidente Blatter no pudo ser clasificada en modo alguno como inconducta respecto de ninguna regla ética". Y agregó que "no tengo dudas de que FIFA, gracias al proceso de reforma de la gobernanza que [yo mismo, Blatter] ha propuesto, tiene ahora los mecanismos y medios para asegurarse de que algo así no vuelva a ocurrir". No, qué va.

La legitimidad que inventó la FIFA es esa, y ningún discurso que salga de semejante lugar, por más simpático que parezca, puede ser legítimo. La dirección de la organización incluye más y más “federaciones nacionales”, decenas de las cuales son poco más que un sello, y usa el dinero que recauda para comprar a los representantes de estas misteriosas entidades, quienes con su voto mantienen a esa misma dirección en funciones. ¿Qué legitimidad habrá pensado que le investía el representante de Tonga en el Comité Disciplinario de la FIFA, Lord Ve’ehala? Pese a que su nación prácticamente está descubriendo el fútbol (en la página oficial de la Tonga Football Association se dice que la meta es “establecer al fútbol como deporte nacional en un plazo de diez años” y que esto se busca lograr fundamentalmente a través del marketing), Lord Veehala se sintió, de todos modos, suficientemente legítimo como para impedir a Luis Suárez jugar en la selección bicampeona del mundo de Uruguay, haciendo un mandado de la ideología que considera que un mordisco que no dejó rastros apreciables es un crimen de lesa humanidad si viene de un jugador que, notoriamente, no comulga con la moralina de FIFA. Eso para no mencionar a Rafael Esquivel, otro miembro de dicho Comité Disciplinario, un venezolano cuya biografía, o prontuario, puede consultarse en todas partes, ex presidente de la Conmebol, presidente de la Federación Venezolana, y ahora futuro presidiario, pero que hace un año votó la escandalosa condena en la cangaroo court montada para disciplinar al salteño. La FIFA dice tener comités disciplinarios y ejercer la justicia, pero ha intentado mantenerse al margen de la ley, y lo viene consiguiendo en gran medida, fundando su propia legalidad paralela, que le permite las arbitrariedades que comete continuamente, apoyadas por su máquina de propaganda. La “justicia” interna de FIFA es naturalmente ilegítima, pues no se garantiza el derecho a la defensa de los acusados. Por tanto, sus edictos y resoluciones tienen la misma legitimidad que la de una dictadura, es decir ninguna. Sin embargo, se aplican, y nadie hace nada. El epítome de esta mascarada de legalidad es el decreto, vigente en el orden jurídico de Paraguay, que declara “inviolable” a la sede permanente de la Confederación Sudamericana de Fútbol (Conmebol) en Asunción. La ley, que existe desde 1997, le confiere a los edificios de la Confederación el mismo estatus de una embajada o legación diplomática. Es claro que esta ley, pese a rumores que lo sugieren, no será derogada.

Ondino Viera se había dado cuenta de lo que iba a pasar, y lo había anticipado en su legado final, el libro El fútbol, arte de América. En él nombra como “dictatorial adversaria” del fútbol a la “FIFA UEFA COCA COLA”. En un párrafo que traduzco de la página 57 dice: “El internacionalismo académico de la FIFA [...] es muy importante, e injusto; pedagógicamente, científicamente, metodológicamente, sociológicamente y filosóficamente va contra el fútbol-arte de su principal rival y afiliado continental, la Confederación Sudamericana (CONMEBOL)”. Lamentablemente, el legado de Viera es difícilmente legible, además de porque no se lo encuentra, porque está pésimamente redactado y peor editado. Pero la lucidez de Viera fue temprana, y todo esto a lo que estamos asistiendo ahora es la realización de la farsa “FIFA-UEFA COCA COLA”, como la motejaba él. Él entendió que la ética del fútbol, que es la que dicta la gente que compite, y no la que se ha montado, confiscatoria, la FIFA, iba a ser la perjudicada.


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La némesis de la FIFA es el atleta, y su estatura individual, incontrolable para la retórica. Así, aquello con lo que la FIFA aun no puede, gracias a la complejidad y exigencia del juego del fútbol, es con los grandes jugadores de fútbol. Dentro del campo, como se argumentase aquí hace tiempo, el fútbol es uno de los deportes que aun da lugar a la destreza y el talento como hechos absolutos. En calidad de tal, el fútbol es uno de los elocuentes resguardos de la metafísica—es decir, de la certeza de existencia de verdades duras que se resisten a la retórica y a la deshonestidad del lenguaje: ninguna cantidad de conversación o de marketing va a hacer de Bale un delantero mejor que Neymar. Y es eso lo único que puede resistirle a la FIFA, y que de hecho le resiste, en la indignación popular con sus tejes y manejes, su sucia corrupción, y la cursilería indignante de su discurso oficial. Mal que le pese a la FIFA, los hombres que ellos quieren engañar y al mismo tiempo educar saben que esa astucia es deleznable, mientras que mirando a Messi o a cualquiera de los talentosos jugadores que abundan, se sabe instantáneamente que Píndaro tuvo razón, pues es un hecho que, aunque nadie va a recordar al olvidable Blatter dentro de quince años, “muchos recuerdan cuando algo bello se hizo con esfuerzo”.

 

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