H enciclopedia 
es administrada por
Sandra López Desivo

© 1999 - 2013
Amir Hamed
ISSN 1688-1672

 



EL PARNASO ORIENTAL - GUIRNALDA POÉTICA DE LA REPÚBLICA URUGUAYA - ACUÑA DE FIGUEROA, FRANCISCO - LIRA, LUCIANO - SAFO ORIENTAL -

La patria y la pluma (I)*

Pablo Rocca
En aquellos años, la clase dirigente advirtió que la poesía funcionaba como crónica de la vida social y, aun mejor, en tanto crónica adicta del nuevo proceso político, ya que en la mayor parte de las composiciones se exaltaba una épica uruguaya


Una vez concluidas las guerrillas de "los patrias", cerrado en 1830 el arduo proceso político y diplomático que gestó el Estado uruguayo, la clase dirigente comprendió que era necesario edificar una mitología nacional que diera sentido a la frágil República. En medio de zozobras políticas, como en toda América Latina, los miembros del patriciado escribieron artículos en la prensa sobre los problemas cotidianos y, a menudo, sobre asuntos de carácter doctrinario. En aquellos años de emergencia, según Juan E. Pivel Devoto, los temas predilectos fueron "los partidos políticos de carácter permanente, la conveniencia en arraigar los hábitos republicanos, la enérgica oposición al tráfico de esclavos [...] y la prudencia con que debía ser ejercida la libertad de imprenta" (Pivel Devoto, 1981). La energía destinada a esta prédica les quitó tiempo para encarar una revisión a fondo sobre las marcas y las señales de la identidad aun en esa corta historia del territorio oriental.

Antes que una justificación de los orígenes de la nacionalidad, antes que pensar un proyecto moderno -de lo que se encargará el pensamiento romántico-, a la joven dirigencia le era imprescindible montar las estructuras básicas del Estado cuando la condición de argentinos y uruguayos, casi indiferenciada, no constituía aún la cifra de la identidad de este "pueblo de Oriente". Las escasas imprentas montevideanas publicaban hojas volantes, folletería menuda, periódicos de magra tirada y vida aún más breve. De esta forma circularon noticias, ideas y proclamas. En esos mismos impresos se le hizo lugar a los versos.


Un proyecto compartido

En 1833 Luciano Lira, un militar argentino nacido hace dos exactos siglos y exiliado en
Montevideo, donde se dedicó al magisterio, empezó a reunir los poemas de orientales -o que estuvieran referidos a esta República- con vistas a publicar un volumen colectivo. Quizá asesorado por su maestro el educador e historiador Juan Manuel de la Sota (circa 1780-1858), también emigrado argentino, trató de remontarse a los precursores. Por su parte, los escritores contemporáneos le facilitaron la tarea auxiliándolo con sus propias obras y archivos. El culto escritor Francisco Acuña de Figueroa (1791-1862), por la abundancia de sus producciones -un tercio del total seleccionado- debió haber sido el principal (e interesado) consejero de Lira para erigir la piedra fundamental del verso local: El Parnaso Oriental. Guirnalda poética de la República Uruguaya, tres volúmenes cuidadosamente editados, con diversos tipos y numerosas viñetas.

Si al soldado de poético apellido le sobraban convicciones republicanas y materiales literarios, en cambio le faltaba dinero para llevar adelante su proyecto. Entonces solicitó una contribución a los más acaudalados para editar el primer tomo que dedicó "Al Pueblo de Oriente. Testimonio de mi reconocimiento y amor". Alrededor de trescientos suscriptores colaboraron para financiar una edición que se acercó a un tiraje de cuatrocientos ejemplares, una cifra nada despreciable para una población de Montevideo que sumaba apenas unos pocos miles de habitantes.

Varios de estos mecenas ocupaban cargos relevantes en la conducción del Estado; otros incluso habían escrito alguna solitaria composición en periódicos como El Estandarte Nacional, El Universal, El Independiente o El Nacional, de donde el compilador tomó la mayor parte.

De hecho, aún hoy, es esta la única compilación que existe sobre el período fundador: nadie ha recogido ni una modesta selección con aportes nuevos del verso oriental-uruguayo, entre 1811 y 1850, lo que da la medida del formidable atraso de la investigación literaria en Uruguay, a la par que expone los escasos reflejos para modificar, actualizar o siquiera revisar las tradiciones críticas más arraigadas, una prueba más de las dificultades para debatir el canon uruguayo o, incluso, otra auténtica muestra de la falta de discusión madura y a fondo.

En aquellos años, la clase dirigente advirtió que la poesía funcionaba como crónica de la vida social y, aun mejor, en tanto crónica adicta del nuevo proceso político, ya que en la mayor parte de las composiciones se exaltaba una épica uruguaya, se construía una noción homogénea de ciudadanía y una consiguiente política de lengua poética, se elogiaba a los caudillos activos y hasta a los mandatarios en ejercicio. Mecenazgo y dirigencia están estrechamente ligados.

El primer término supone la presentación pública del patriciado en el sacralizado objeto libro, que perpetúa su memoria y evidencia, en lo inmediato, una "vocación" por la
cultura letrada. La lista de suscriptores con que se cierra cada tomo representa una privilegiada muestra para el sondeo de los niveles de lectura de la época o de la intencionalidad en ser reconocido como tal, como lector y propietario del libro, es decir poseedor del arte de leer y de la pertenencia a la "alta" cultura.

Desde esos catálogos, también, puede calibrarse la existencia de un público clausurado a las pocas familias
(en general hombres o mejor prohombres), y la inexistencia de interesados fuera del encargo anticipado de ejemplar. Prueba de esto es que Jaime Hernández, el único esforzado librero de aquel Montevideo, compró diez unidades del tomo I, aparecido en 1835, sólo otros tantos del volumen siguiente (editado ese mismo año) y treinta del tomo III, publicado en 1837, y eso tomando en cuenta que se vendía en forma exclusiva en su casa; mientras que "los señores Mompié e Isac, del comercio de libros de Buenos Aires", adquirieron apenas una decena de ejemplares del último tomo.

Los altos funcionarios del pequeño Estado, por su parte, acostumbraron a ser los suscriptores más acuciosos. El poema que abre el tercer volumen, "En el 25 de mayo de 1836", de Francisco Acuña de Figueroa, está dedicada al "Exmo. Sr. Presidente de la República, Brigadier General Don Manuel Oribe", a quien en el tomo anterior el mismo Acuña había calificado de "Hijo heroico del Pueblo de Oriente/ Muestra Oribe virtud y valor./ Y la Patria segura le encarga/ Sus destinos su gloria y honor:/ Sucesor del ilustre RIVERA/ Alta gloria podrá merecer [...]"
("El voto público", Canción, T. II, pág. 80). Y en aquella oda, junto a la exaltada "inmensa gloria del excelso ORIBE" -al que también homenajea, entre otros, Carlos Villademoros-, el poeta oficial invoca a "LAVALLEJA inmortal! Tu nombre y fama,/ Y la de mil valientes/ Que allí tu ardor inflama/ Respetarán atónitas las gentes [...]" (T. III, pág. 6).

Consta que Lavalleja, uno de estos semidioses, aún de carne y hueso jóvenes y, simultáneamente, de papel, compró seis ejemplares para su mejor gloria. Esta línea que los estima como héroes fundacionales renacerá con fuerza singular en 1878 con La Leyenda Patria, de Juan Zorrilla de San Martín, quien llega a poner un retrato del Jefe de la expedición a la Agraciada en la portada de la segunda edición del poema.

La empresa de Lira no pudo encontrar mejor momento, porque muy poco después esta celebración colectiva y unánime de las tres figuras mencionadas sería imposible, dado que desde 1838 con la formación de las divisas blanca y colorada en la Batalla de Carpintería, identificadas con unos y otro, se fundaba la escisión del cuerpo de la jefatura nacional y de sus huestes. Las divisas en germen y las pasiones desatadas, sobre todo con la llegada de Juan Manuel Rosas al gobierno en la otra orilla, hubieran interpuesto más (auto)censuras.

En rigor, la combinación de nacimiento de los bandos en Uruguay, el alineamiento de cada uno de ellos con sus semejantes argentinos
(rosistas y antirrosistas), la llegada en masa de los exiliados que reformularán el debate político y estético y, por último, el estallido del conflicto internacional conocido como Guerra Grande (1839-1851), que involucró la presencia de todas esas fuerzas, habían condenado al fracaso el proyecto "parnasiano". El propio final de Lira habla de ese brusco cambio de rumbo.

Alberto Zum Felde comenta con agrio desdén y con inocultable racismo que por su empeño, "Luciano Lira, un pardo algo letrado, vino a ser el primer «editor» de libros habidos en el país"
(Zum Felde, 1967). El primero de los tres tomos de El Parnaso... se imprimió en Buenos Aires, los dos restantes en Montevideo. El propio Lira era dueño de la Imprenta Oriental, sita en la calle San Fernando Nº 11, en la que editó el tercer volumen. Tenía otro en preparación, que no salió y que se ha extraviado, bien porque el dinero de los contribuyentes se acabó o porque el editor abandonó el esfuerzo o porque la hora política había desmerecido muchas de las "composiciones métricas que me ha sido imposible registrar en este volumen [tercero]". Como sea, a comienzos de 1839 Luciano Lira se alistó en el ejército del general Lavalle. Pocos meses después, en territorio argentino, el primer colector de la poesía uruguaya perdió la vida.


Una colección informe

Los dos centenares de textos líricos y las cuatro piezas dramáticas versificadas que contiene El Parnaso Oriental, se suceden sin orden alguno. El criterio meramente acumulativo no será superado por otros florilegios nativos del pasado siglo. Ni aquí, ni -como lo probara Hugo Achugar-, en el resto de América Latina
(Achugar, 1998). En rigor, el primer coleccionista de versos uruguayos se inspiró en dos volúmenes aparecidos en Buenos Aires que pretendieron juntar toda la producción poética argentina. Se trata de la antología La Lira argentina (1824), reunida por Ramón Díaz en la capital porteña e impresa en París al cuidado de Francisco Almeira y Miguel Rivera. Debió consultar también la Colección de Poesías Patrióticas (1827), de incierto organizador, aunque la mayoría de las fuentes le atribuyen esta labor a los hermanos Juan Cruz y Florencio Varela.

Luciano Lira incluyó en su plan composiciones de versificadores extranjeros
(un boliviano, algunos españoles de fe liberal y, sobre todo, varios argentinos), que cortejaron a "las musas con suceso", celebrando las glorias patrias de la novísima República. Por cierto que en esa época de exilios constantes, la literatura de los países del Plata estaba tan mezclada que, como dice Marcelino Menéndez y Pelayo, "es casi imposible dejar de mencionar entre los argentinos algún escritor uruguayo, o viceversa" (Menéndez y Pelayo, 1948).

Y, sobre todo, como señala Rosalba Campra, la inclusión de estos escritores extranjeros se debe a que, "en ese momento, ser americano es un hecho ético, no geográfico. La idea nacional de la literatura se ve rebasada por el concepto de americanidad"
(Campra, 1987).

Aparte de la común inorganicidad de las tres compilaciones rioplatenses, en ellas triunfa la exaltación nacional envasada en la estética neoclásica. En boga entre los poetas de la metrópoli europea desde mediados del siglo XVIII, esta escuela nació como una reacción contra el
barroco; propuso la restauración de las normas de equilibrio, serenidad y armonía del arte griego y romano antiguos. Fue un intento de construcción de un estilo colectivo, en que se sometió casi toda muestra de expresión personal demasiado libérrima.

El Parnaso testimonia esta literatura academicista: abundan las citas y epígrafes de autores latinos y hasta las buenas traducciones de las odas de Horacio, a cargo de Acuña de Figueroa. Petrona Rosende de de la Sierra
(1787-1863) -única mujer que aparece en la obra- describe el estatus intelectual de su tiempo en esta parodia de un presumido:

¡Estudioso!
¡En gran manera!
Se levanta con Horacio,
Y con
Homero se acuesta,
Almuerza con Cicerón,
Y con Sócrates merienda.

(A Julia, letrilla).

Según la costumbre de la retórica neoclásica, las diferencias entre el mayor número de los textos que se adecuan al discurso urbano y al castellano académico son tan insignificantes, que casi todo aparece como una masa confusa, de pocas variaciones temáticas y nula impronta personal, salvo en muchos textos del multiforme Acuña y en los de la propia Rosende, en los que puede verse la emergencia de una aguda sensibilidad en virtud de la apelación emotiva, en general ausente en los demás poetas.

"Los temas -anotó Gustavo Gallinal- además de los sucesos históricos, son los grandes lugares comunes de la poesía civil: la libertad, la patria, el progreso, el odio a la tiranía"
(Gallinal, 1927). La universalidad de estos asuntos, reforzada por fatigadas menciones de la historia y la mitología grecorromanas, en ocasiones asfixia las alabanzas del caudillo o de la batalla protagonizada por sus "bravos". Ese lenguaje programó "efusiones obligatorias", como le gustaba decir a Borges. Casi no hay composición patriótica que no exhiba verbos como "inflamar", "perecer", "oprimir", "implorar" o "retemblar".

El juego de los antagonismos también es muy reclamado: luz/oscuridad, patriota/déspota, libertad/esclavitud, etcétera. Lo mismo ocurre con los sustantivos "palma", "honor", "furor" y con los adjetivos "intrépido", "valiente", "fragoso" e "invencible". Por eso los "envases" poéticos favoritos fueron los de origen clásico: la oda y el himno, en particular este último que retiene un tono de religiosidad laicizada, lo que permite al poder del Estado efectuar la operación de colocar esta forma en la "categoría de símbolos sagrados, eternos e intangibles"
(Poch, 1998).

El primer tomo del Parnaso está presidido por el "Himno. Declarado Nacional por el superior decreto de 8 de julio de 1833, dedicado al Exmo. Gobierno", de Acuña de Figueroa. Se trata de la primera versión -muy corregida por su autor en 1845-, en la que constan algunos versos en exceso atados a lo inmediato:

Ya los grillos rompiendo con gloria
Nuestra Patria se vé prosperár,
Y el altar de las leyes sustenta
Sus destinos, su gloria inmortal !!!

Quizá el creador interpretó la urgencia que tenía el nuevo Estado de una composición ritual que asegurara "la lealtad de los individuos, y contribuyera a la construcción de esa parte del imaginario colectivo llamado Nación", según opina Esteban Buch refiriéndose al Himno Nacional Argentino (Buch, 1994).

Pese a las rigideces enumeradas, entre los veinticuatro vates del Parnaso muy pocos son los que aciertan a medir con exactitud sus octavas, sus décimas o sus sonetos. De esto también se había dado cuenta Petrona Rosende quien, cuando abandonaba cierto tono lacrimógeno y funeral, daba muestras de preciso ingenio y buen humor:

Poetas sabios
[...]
Se evaporizan
Haciendo versos,
Por un chillido,
Por un bostezo,
[...]
Unos son cojos
Otros son tuertos
Algunos mancos
Y muchos ciegos

(A los que hacen versos a cada cosa, letrilla).


De las censuras, los rescates y la ciudadanía

Ante todo, la imagen de la Patria fue visualizada "como una entidad femenina [algo que] permite la asociación con el tema del amor por un lado, y por otro con el del honor en su doble vertiente familiar y patriótica. Así se formula una y otra vez la alegoría de la Nación como una gran familia, y la Patria como la madre cuya virtud debe ser preservada"
(de Torres, 1995). La cruzada de los Treinta y Tres, las batallas de Sarandí e Ituzaingó y las jornadas de la independencia en 1830, son los episodios celebrados en las páginas del Parnaso Oriental. Además de encumbrar a los conductores ya referidos, la muerte de Bernabé Rivera y de sus hombres a manos de los entonces aborrecidos charrúas, encuentra sus emocionados evocadores.

Sin las investigaciones de Lira, tal vez se hubiera perdido para siempre la primitiva poesía académica de este territorio: los poemas de José Prego de Oliver y el drama La lealdad más acendrada y Buenos Aires vengada, del presbítero Juan Francisco Martínez. Estos textos cantan la resistencia de Montevideo contra el invasor inglés en 1807. Y aunque se dispone de mínimas informaciones sobre sus autores, se sabe que los dos fueron fieles a la corona española hasta el final. El "constitucional" Luciano Lira censuró las estrofas en que Prego elogiaba al sistema monárquico; asimismo excluyó "odas y diálogos relacionados con la guerra del Brasil para no acentuar en demasía la derrota del Imperio"
(Pivel Devoto, 1981).

A la inversa, y como parte de ese delicado equilibrio político, hizo un minucioso relevamiento de cuanto verso hablara maravillas de las jerarquías en ejercicio. En este tipo de compilaciones fundacionales, ha observado Achugar que "el sujeto interpelado es el ciudadano y el sujeto que enuncia, o, mejor, la posición desde donde enuncia el sujeto de ese parnaso es la de quien entiende que «nación y realidad» y «nación y verdad histórica» no mantienen una relación necesaria. La construcción poética de la nación debe operar con el olvido selectivo, con la exclusión de la extranjería. Y lo extranjero es todo aquello que pueda perturbar el escenario del nuevo estado".

A Lira se le debe, también, el conocimiento de todos los poemas de Petrona Rosende, que extrajo de la prensa y de las propias manos de esa "Safo oriental", como la llamó Acuña, los cuales hubieran tenido que esperar quién sabe cuántos siglos más para que alguien los descubriera. Esos mismos poemas son los que todavía no han sido reunidos en volumen independiente y que nadie ha acrecentado con nuevos descubrimientos, por más que últimamente se le ha dispensado a su obra y a La Aljaba. Periódico para el bello secso
(sic) argentino (1830-1831), una atención de la que antes estaba huérfana (Massiello, 1992; Lago, 1994; de Torres, 1995; Hernández, 1998). Lira recuperó la provocativa Décima compuesta en 1811 por el inasible Eusebio Valdenegro (1781-1818), y a él corresponde su primera exégesis que la sitúa como una página adherida en una bandera de color blanco y rojo, el estandarte de los sitiadores de la plaza fuerte española, a los que desafió con ardor bélico y lírico.

Artigas fue el gran ausente de esta serie de libros o es una presencia susurrante, que habita en los arrabales del verbo patrio, en las orillas del fárrago de versos o en la imagen casi elíptica, en un escondido rincón del santoral esquivo. Artigas es un fantasma que debe explicarse en nota al pie. Aunque por tres lustros permanecerá en su cautiverio del Paraguay, donde morirá en 1850. Su prestigio y el de la revolución que encabezara habían caído en un voluntario olvido; su trayectoria era repudiada o ignorada, su proyecto federal entraba en colisión con la realidad: la definitiva formación de un nuevo Estado, cuya clase dirigente pugnaba por darle sentido.

En El Parnaso... hay una prueba de esta repentina amnesia, a sólo dos décadas de concluido el gobierno revolucionario. En el Tomo I hay una nota a la Marcha Oriental
(1811), de Bartolomé Hidalgo (1788-1822), en la que Lira se ve en el deber de aclarar que el "guía animoso" de su pueblo al que se alude en el texto es "D. José Artigas, General de los Orientales". Un poema de Francisco Araúcho (1794-1863), escrito en 1814, obsequia al protocaudillo estos deslucidos versos:


Y tú, modelo de los hombres libres,
Impertérrito Artigas,
Vencedor de los riesgos y fatigas,
Arístides virtuoso, mientras vibres
El acero luciente,
Vivirá el Oriental independiente
Por tí aparece la deseada aurora
Del memorable día,
Final para la horrenda tiranía

(Al heroico empeño del pueblo oriental).


*Publicado originalmente en Insomnia

VOLVER AL AUTOR

             

Google


web

H enciclopedia