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Amir Hamed
ISSN 1688-1672

 



CULTURA - ARTE -


Baño de cultura*

Carlos Rehermann
Un aserto largamente indiscutido establece que, en tanto la humanidad evoluciona, el arte simplemente cambia. Esto permite acercarse al arte del pasado con una actitud apta para aceptarlo de acuerdo a sus propios principios, en lugar de mirarlo desde una posición inadecuadamente superior
Nadie habrá dejado de observar que en algunos países de Europa la gente usa jabón líquido en vez de usar jabón en barra. Recuerdo un viaje en auto entre dos extremos de una isla Balear, en compañía de un uruguayo y un catalán. El uruguayo, que trabajaba en una discoteca de Pollensa, intentaba explicar al catalán el lamentable estado de marginación en que se encuentra el Uruguay. "Imagínate -decía, con entonación compadeciente- allá todavía se bañan con jabón en barra". El catalán sacudía la cabeza, en silenciosa muestra de pésame. Y luego, en una repentina expresión de pasión solidaria, exclamó: "¡Oye! ¿Y si exportáramos...?" El catalán, por cierto, era escritor de novelas policiales, y estaba radicado en Deià, comunidad de artistas de diversas procedencias, con el orgullo compartido de tener vista sobre el acantilado privado de Michael Douglas. Las novelas de este catalán, que escribe con seudónimo mallorquí, se parecen al jabón líquido: son caras y poco rendidoras, aspectos que no impiden sus ventas al punto de permitir a su autor vivir de sus derechos literarios.

Así es que, cuando, años después, descubrí en un anaquel de supermercado un jabón líquido para baño, de inmediato pensé en sus truculentos argumentos policiales, pero un examen de la etiqueta del producto me hizo saber que después de todo, el catalán no se había dedicado a la exportación de jabones.

Un aserto largamente indiscutido establece que, en tanto la humanidad evoluciona, el arte simplemente cambia. Esto permite acercarse al arte del pasado con una actitud apta para aceptarlo de acuerdo a sus propios principios, en lugar de mirarlo desde una posición inadecuadamente superior. De todas maneras, algunas obras del pasado nos resultan tan cercanas que corremos el riesgo de juzgarlas según nuestra percepción actual de las cosas, percepción ésta supuestamente evolucionada, en virtud del avance de la sociedad humana. En realidad, decir que la humanidad evoluciona es una muestra de autosatisfacción probablemente equivocada. Si bien puede quedar a la moda en labios del presidente de un ente autónomo, que intenta justificar determinadas inversiones, lo cierto es que no resulta evidente que haya habido ninguna clase de evolución.
No está claro si los esclavos romanos estaban peor que los obreros victorianos, por ejemplo, o si una campesina sumeria se sentía más desgraciada que una secretaria uruguaya. Pero al parecer, la gente establece criterios tales como que si uno no usa jabón líquido, vive sumergido en la más recalcitrante de las miserias morales. Que lo diga un uruguayo que desesperadamente intenta legitimar un exilio económico que en el fondo no lo tiene conforme, pase; pero que lo diga un sedicente artista, vaya. El catalán, que intenta demostrar- aunque inconscientemente- que el arte no evoluciona, sino que involuciona
(el pobre escribe horriblemente mal), vive convencido, y contribuye a difundir la idea, de que la sociedad de hoy, consumidora desaforada de cada nuevo plástico que se cuelga por delante de sus ojos, ha evolucionado. Y en secreto cree que su arte significa una evolución parecida. En el fondo, tiene razón.


* Publicado orginalmente en Insomnia
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