H enciclopedia 
es administrada por
Sandra López Desivo

© 1999 - 2013
Amir Hamed
ISSN 1688-1672

 


/ / / / / /
 
          POLÍTICA NO APTA PARA POLITÓLOGOS

Diputado condenado a vagar por el desierto

 Carlos Rehermann

Chivo expiatorio

El chivo expiatorio es una figura que James Frazer usó para explicar algunos fenómenos sociales que se dan en diferentes comunidades, cuya forma original se encuentra en un episodio de la Biblia:

“[…] y pondrá Aarón sus dos manos sobre la cabeza del macho cabrío vivo, y confesará sobre él todas las iniquidades de los hijos de Israel, todas sus rebeliones y todos sus pecados, poniéndolos así sobre la cabeza del macho cabrío, y lo enviará al desierto por mano de un hombre destinado para esto.  Y aquel macho cabrío llevará sobre sí todas las iniquidades de ellos a tierra inhabitada; y dejará ir al macho cabrío por el desierto.” (Levítico, 16:22)

El mito tiene la misma forma que la explicación más frecuente de los parlamentarios uruguayos para justificar las dificultades que experimentan para hacer bien su trabajo.

Frazer cuenta que, en Roma, cada 14 de marzo un hombre era llevado en procesión, golpeado durante el camino y expulsado de la ciudad, con la finalidad de sacar fuera algunos males. En Queronea (Grecia), la ciudad de Plutarco, los agricultores y el primer magistrado repetían anualmente el rito de golpear a un esclavo que personificaba el hambre y expulsarlo al campo, al grito de “¡Afuera con el hambre, adentro con la riqueza y la salud!”. En épocas de peste, en tiempos de los griegos, en Marsella se alimentaba a un voluntario hasta el hartazgo durante meses, y luego se lo expulsaba de la ciudad, y en ocasiones, se lo lapidaba fuera de las murallas.

En su libro El chivo expiatorio, René Girard recupera un texto del siglo XIV, debido a un tal Guillaume de Machaut, en el que se da cuenta de una epidemia de la cual fueron culpables los judíos. Las matanzas de judíos acusados de provocar la peste (incluso antes de que se desatara una epidemia, como medida de prevención) fueron comunes en Europa hasta el siglo XX (la peste se cambió por otras calamidades, catástrofes económicas, degeneración de la raza, etcétera).

Girard alerta acerca de una confusión de la que responsabiliza a Frazer: no todas las víctimas propiciatorias son chivos expiatorios. Guillaume de Machaut cree firmemente que los judíos son culpables. La matanza, pues, tiene sentido: la justificación del castigo se basa en la firme y sincera creencia de la culpabilidad del perseguido. A partir de esta hipótesis, Girard explica algunas variantes. La figura del chivo expiatorio puede ser estructurante (es el caso de Machaut) o puede ser el tema de un mito, como en el texto bíblico del Nuevo Testamento en el cual Caifás explica que es mejor sacrificar a un hombre (Jesús) que a un pueblo entero. En el fondo, dice Girard, esta última no deja de ser una buena política.

Sin delito no hay culpa

Durante los primeros meses de 2011, el parlamento uruguayo trató una ley, cuyo contenido no es relevante para esta discusión, propuesta por el partido de gobierno. Hubo allí tres episodios de víctimas, chivos expiatorios y viejos marselleses que conviene traer a colación un año y medio después, cuando sobre uno de ellos ha caído un castigo ejemplarizante.

Las fuerzas políticas están divididas en mitades entre
oficialismo y oposición. Cuando se vota una ley, se trata primero en una cámara (por ejemplo, la de senadores) y, si es aprobada, debe tratarse en la otra cámara. Los números, en ocasión de la votación de la ley mencionada, eran tales que si un senador oficialista votaba en contra, la ley se aprobaba de todas maneras; pero si dos votaban en contra, la ley no se aprobaba. Dos senadores oficialistas, Saravia y Fernández Huidobro, no estaban de acuerdo en votar la ley. Saravia votó en contra; en cambio, Fernández Huidobro, a pesar de estar en desacuerdo, votó a favor, aduciendo que su deber era acatar la decisión mayoritaria de su partido.

Inmediatamente después de dar su voto para la aprobación de la ley, Fernández Huidobro renunció a su banca parlamentaria en un sacrificio bastante aplaudido, especialmente por opositores al gobierno. Igual que el viejo marsellés, abandonó la ciudad voluntariamente. Hizo lo que consideraba incorrecto (votar afirmativamente) y luego se ofrendó a sí mismo. Es un auténtico y clásico chivo expiatorio: no es culpable de nada, puesto que no hizo nada contra la masa (aquí la masa es la mayoría de los senadores del oficialismo) ni su acto ocasionó ningún mal. Fernández Huidobro sabe que no hizo nada; todos sabemos que no hizo nada. Lo que hizo fue negar su propia naturaleza (según afirmó) con tal de seguir el dictado de los sacerdotes (es decir, de los políticos que deciden qué se vota en el parlamento). Lo que Fernández Huidobro saca de la ciudad (del parlamento) es esa peligrosa tendencia suya a pensar por sí mismo y querer votar lo que se le da la gana, en vez de seguir instrucciones consensuadas. Con su renuncia, se lleva consigo “todas las iniquidades de ellos a tierras inhabitadas”, como el macho cabrío de Aarón.

El caso del senador Saravia, que opinaba, al parecer, igual que Fernández Huidobro pero levantó la mano en secuencias diferentes, es más complejo e interesa por las capas de significado que provee el apellido de revolucionario retobado (un antepasado suyo fue un célebre líder de ejércitos irregulares), que se lleva bien con el aura tupamara de indomable rebeldía justiciera, y justamente desobedece a quienes lo mandatan. Pero su acción tiene explicación: en el fondo no es uno de nosotros: en efecto, Saravia había pertenecido antes a un partido de la oposición (y después de este episodio volvió a sus filas), por lo cual cabe dudar de la pureza ideológica de sus posiciones. Este tipo sí es culpable, porque votó mal. Judío de mierda, causa de la peste, diría Machaut o cualquier cabeza rapada. El caso es que de todas maneras no se produjo un suceso (la peste) que requiriera la activación del mecanismo persecutorio: todo funcionó como si la masa fueran un bloque unánime. El acto de Saravia fue inocuo, ya que su voto no fue esencial, y por lo tanto no generó culpa.

Pero el olor de la peste comenzaba a sentirse.

La culpa es del pelado ese

Cuando en otro ciclo del universo (la cámara de diputados) el diputado oficialista Víctor Semproni anunció su voto en contra del proyecto de ley que había sido aprobado con el voto de Fernández Huidobro en el senado y alguien hizo la suma de las manos que se levantarían en la sala de sesiones, las cosas cambiaron. Si Semproni no votaba la ley, la ley no se aprobaba. Aquí sí hay un culpable, aquí sí un individuo es responsable de todo. Este no es un chivo expiatorio, como Fernández Huidobro, cuyos compañeros lloran ante su heroica resignación de prócer obligado por los de a pie, ni uno que no es de los nuestros, y por lo tanto, como Saravia, ni siquiera cabe calificar de traidor —aunque mantendremos un ojo sobre tu prepucio, desgraciado—: a este diputado Semproni hay que sacrificarlo porque es culpable. Es una víctima propiciatoria real, el verdadero responsable de la peste negra.

  

Girard recuerda a
Edipo, culpable de la peste que asola la ciudad que gobierna mientras es el feliz esposo de su madre. Según el oráculo, la culpa proviene del hecho de que mató al rey, que era su padre (el pobre Edipo no lo sabía). Voluntariamente (como Fernández Huidobro) Edipo abandona el trono, aunque no se sabe si lo hace tanto por haberse descubierto parricida como por incestuoso. El caso es que no todo lo que hizo Edipo fue malo; antes de entrar a la ciudad había matado a la Esfinge, monstruo malhumorado, cuya dieta de ciudadanos tenía hartos a los tebanos. Edipo hizo su obra de bien para la masa. Pero cuando la bella mamá se ahorca, ay, Edipo no resiste y se arranca los ojos, y seguido por sus hijas se interna en el desierto. Girard dice que nuestra cultura no entiende realmente el mito de Edipo, y hace caso omiso al hecho evidente de que no puede ser al mismo tiempo parricida incestuoso y víctima inocente. Un problema que da la impresión de ser la impronta del sistema político uruguayo.

Más historias de chivos

No se trata de un problema del partido de gobierno. En la sesión de la cámara de diputados en que el diputado Semproni hizo fracasar el proyecto de ley, casi todos los discursos de la oposición también apelaron al chivo expiatorio, aunque les faltó masa para poner en marcha la persecución: los culpables de todas las desgracias del país son quienes nos gobiernan (es un nos complejísimo, que deja afuera a casi todo el mundo, pero no importa mucho, ya que estamos en el reino de los mitos estructurantes: ya vendrá, lo estamos preparando con estos discursos, el tiempo de perseguir a los gobernantes de hoy).

Ha pasado un año y medio, y llega ahora el dictamen de un tribunal partidario que sanciona al diputado Semproni con penitencias de kindergarten: tiene que seguir pagando la cuota de afiliación al partido, no puede entrar a ciertos locales partidarios, etcétera. Nadie recuerda cuál fue el motivo del castigo, y nadie parece reparar que el mecanismo del chivo expiatorio y de la víctima propiciatoria son las constantes más firmes del comportamiento político uruguayo. Es un fenómeno curioso, porque la humanidad debería haber aprendido que la expulsión de un macho cabrío de la ciudad no termina con las calamidades, y que la ejecución de víctimas propiciatorias no cura la peste. Pero con implacable estolidez repetimos el ciclo de expulsiones y apaleamientos, para meses después olvidar de qué era culpable quién, cómo y por qué.  

Poco antes de ese episodio, el parlamento entero había dado muestras de una notable incapacidad de comprensión lectora. Un tribunal de apelaciones dictaminó que ciertos delincuentes debían ser declarados inocentes porque se había derogado cierto artículo de cierta ley. Según hizo saber un parlamentario de la oposición cuya habilidad mayor es el canto en guaraní, el culpable de semejante ataque a la moral pública era un abogado y político, Gonzalo Fernández. Este flamante designado chivo expiatorio había sido consultado por algunos parlamentarios y había asegurado que estaba bien derogar ese artículo. El parlamento así lo hizo. Luego, cuando vinieron esas dislexias y esos analfabetismos funcionales masivos e irrestrictos, el parlamento entero, incluyendo sus correligionarios, se puso levítico y quiso mandar a Fernández a vagar por el desierto. Fernández, dando muestras de una cortesía que sus castigadores no merecían, les evitó la vergüenza de tener que reconocer que él tenía razón: renunció a la política antes de que el 14 de abril de 2011 la suprema corte de justicia dictaminara que su recomendación había sido buena y que el tribunal de apelaciones estaba equivocado.

Ningún parlamentario, incluyendo a los de su propio partido, asumió la responsabilidad por lo que había hecho (levantar su mano en una sesión del parlamento); en cambio, en tropel embistieron contra el primero que pudiera cargar con una culpa. Ninguno leyó lo que había votado, para tratar de discernir alguna verdad a través de la razón. El recurso al chivo expiatorio está tan impreso en el alma de muchos políticos que es lo primero que articulan cuando deben dar alguna explicación. Parecería que el objeto de la actividad política es, cada día más, el de generar mitos estructurantes, con la intención de que los oponentes se conviertan en carne de persecución. Alguien siempre tiene que tener la culpa, incluso si no se sabe de qué. La designación de culpables es el centro de la estrategia de uno de los partidos de la oposición, que ha definido que el peor peligro para la ciudadanía son las personas que tienen 16 y 17 años, por lo cual propone bajar la edad que legalmente permite a los jueces tratar a los delincuentes como adultos a los 16 años. Una variante del asunto del chivo expiatorio ampliada a un grupo social.

Los actos políticos pierden día a día su calidad política; se parecen más bien a un ciclo mitológico, y tienen más capacidad para crear un relato justificador que para modificar el mundo; son más adecuados para el análisis de un antropólogo o de un crítico literario que para el de un politólogo.
© 2012 H enciclopedia - www.henciclopedia.org.uy

Google


web

H enciclopedia