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ISSN 1688-1672

 



REAL DE AZÚA, CARLOS - EL PATRICIADO URUGUAYO - EL IMPULSO Y SU FRENO -

El historiador barroco: Carlos Real de Azúa*


Roberto Echavarren

Un recorrido por los artículos de "Historia y política en el Uruguay" nos revelará el drama (o la tragedia) que de un modo postergado vive Real en sus trabajos históricos: no puede resignarse a aceptar la posición sometida y secundaria que el Uruguay "independiente" pasa a desempeñar vis a vis de las dos potencias que lo cercan: Brasil y Agentina

Si Carlos Real de Azúa (1916-1977) es el hombre que había leído todos los libros, como aseveraban algunos de sus contemporáneos, la vasta obra que ha dejado, si bien irregular y a veces deslucida, fue en su momento un poderoso acicate a la reflexión en los campos de la historia, de la teoría del estado, y de la teoría literaria.

En lo personal, recuerdo la impresión que me produjo un ensayo breve, El patriciado Uruguayo, no tanto porque él había leído todos los libros sino porque sabía vida y milagros de las principales familias del Uruguay a partir de la independencia nacional. Era un libro a la vez elegante y suculento, en que se contaba con gracia y agilidad una historia del país a partir de las estirpes notables o distinguidas. Otro de sus libros, El impulso y su freno, acerca del batllismo, empezaba muy bien pero se quedaba algo corto en sus promesas, y tenía el tono depresivo de un momento difícil de nuestra historia: la desagregación del proyecto de Batlle y Ordoñez después de varias décadas de gobierno colorado y la inminencia del golpe militar que ocurrió en los setentas.

Real de Azúa fue una figura prominente, a mi ver el más destacado pensador sociologizante de los cincuenta y sesenta en Uruguay. En el semanario Marcha se leían sus escritos siempre informados pero desparejos en su capacidad de procesar y trasmitir esa información (de hecho, la mayor parte de los materiales que incluye este breve volumen publicado por Cal y Canto consta de artículos aparecidos en Marcha y Cuadernos de Marcha).

No sé si puede decirse que la escritura complicada y "barroca" de Real sea una buena escritura. Abundan las cacofonías, la descolocación de verbos y el agregado de perífrasis de último momento da por resultado un discurrir desgonzado, trabajoso. En otras ocasiones -pocas- produce un atisbo de historia poética al modo de su contemporáneo, el cubano José Lezama Lima, pero sin la densidad visionaria de éste: "Porque más allá de la ya raída hagiografía partidaria, en Berro y Flores suena el temple inconfundible de dos auténticas criaturas humanas. Más allá de culpas y méritos los dos se revolvieron como leones contra las imprecisables fuerzas que los movieron y trituraron. Y si, Eteocles y Polinices de esta Tebas, que no Troya, platense, si uno tuvo los honores póstumos y el otro el vilipendio y el silencio, la posteridad, más esclarecida, les ha dado otra posición a los platillos de sus destinos".

Quizá el más terso y rendidor de los ensayos aquí reunidos sea el titulado "Bernardo Berro, el puritano en la tormenta". Toma como referente la bibliografía dedicada al presidente Berro y los "Escritos" del mismo Berro editados por Pivel Devoto. A partir de allí, desdeñando la superabundancia de datos, Real traza el cuadro de un poeta y pensador neoclásico y principista, antirromántico, descendiente de Pedro Berro, comerciante español radicado en Montevideo, y la tercera fortuna del país. A pesar de que Real retacea los datos biográficos de Berro, destaca algunos que le provocan notoria fruición: los barcos armados por Pedro Berro, su padre, no sólo sirvieron para reconquistar Buenos Aires sino que con patente de corso hundían barcos ingleses en el Océano Indico. Este es el "rugido del ratón" que tanto disfruta Real: en el momento de la independencia, la Banda Oriental todavía no era el país "encajonado" -este último adjetivo es del presidente Berro- que fue después de 1830, habiendo perdido a favor del Imperio del Brasil más de la mitad de su territorio. Además, agrega Real, en la época de las invasiones inglesas todavía era posible para una potencia menor como el Virreinato del Río de la Plata y para un armador privado
(Berro) poner en jaque las armas de un imperio como el inglés.

De hecho, un recorrido por los artículos de "Historia y política en el Uruguay" nos revelará el drama
(o la tragedia) que de un modo postergado vive Real en sus trabajos históricos: no puede resignarse a aceptar la posición sometida y secundaria que el Uruguay "independiente" pasa a desempeñar vis a vis de las dos potencias que lo cercan: Brasil y Agentina. Otra ocasión para considerar esta desgracia es la guerra de la Triple Alianza, en que el Uruguay se ve forzado a tomar partido por los países opresores y se autoinflige su última herida: acabar con su socio natural, el Paraguay, con el que podría haber formado una cuña defensiva frente a los dos colosos. Más allá de si esto hubiera sido posible o no, la reflexión de Azúa es patriótica en un sentido amplio. Como Artigas, no se resigna a la patria "chica" a que ha quedado reducido el país. El Presidente Berro es aquí su héroe, entre otras cosas, porque su política se dedicó a resistir al Brasil, y murió -fue asesinado- en la demanda.

Se verifica en Real una descolocación de sus curiosidades y sus lecturas con respecto al medio limitado y provinciano en el que le tocó actuar. En 1975, próximo a la muerte, decía: "Es natural que los jóvenes -se refería al éxodo masivo en tiempos de la dictadura- abandonen un país ínfimo en el momento más negro de su historia". Si el Uruguay de hoy -como Alemania después de la segunda guerra- tiene un algo de país descerebrado
(o que ha sufrido una lobotomía), podría recuperar una memoria ansiosa en los escritos, a ratos asfixiantes, por asfixiados, de un escritor (Real) que tuvo el coraje y la grandeza de figurarse un país en dimensiones reales.


La presente reseña fue originalmente escrita a pedido de Insomnia, suplemento cultural de la Revista Posdata, en 1998. Sin embargo no fue publicada. Se me hizo saber extraoficialmente que Manuel Flores Silva, director de la revista, no aprobaba el texto debido a los conceptos que en el mismo se vertían sobre Venancio Flores. Esos conceptos no estaban articulados por el reseñista sino por el reseñado, es decir, Carlos Real de Azúa. El curioso resultado fue un veto a la reivindicación que dicho autor realizaba de la línea principista de Bernardo Berro, a quien Flores depuso.
R.E.


* Publicado originalmente en Revista Crac, Nº 1 (Julio 2001)

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