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			Montevideo 
			espejo de
 
 La 
			arquitectura capitalina sufre ciertos criterios de abandono, y esto 
			se explica por dos razones. Por un lado, porque a nuestro entorno no 
			lo sentimos como “propio” de nuestras vivencias, y, por otro, porque 
			es un tema excluido de las políticas culturales por parte del 
			Estado. Nada finalmente efectivo hicieron los últimos gobiernos para 
			evitar —por ejemplo— el desmantelamiento de los ferrocarriles 
			uruguayos ni para detener la demolición de edificios habitables 
			presididos por una serie de concepciones más o menos calificadas. 
			Para Gabriel Peluffo, el patrimonio ambiental y edilicio urbano, que 
			oficialmente había comenzado a ser considerado como tal en 
			Montevideo hacia 1950, aparecía dilapidado —o a riesgo de serlo— en 
			1980, especialmente en la Ciudad Vieja, por efecto de las 
			operaciones especulativas del capital inversionista.  
			
			Hoy en día, esa zona se ha convertido en un paisaje cuyos 
			edificios tugurizados son solo algunos ejemplos de su desolación.
 
 La arquitectura es mucho más que un tesoro a proteger de las 
			injurias del tiempo, y mucho menos si uno se refiere a la mera 
			noción de “patrimonio”; una ideología conservacionista que nos 
			quieren vender por decreto ministerial una vez al año como si fuera 
			una moda. En las últimas décadas Montevideo se ha estandarizado al 
			igual que otras ciudades latinoamericanas: un ecléctico cambalache 
			de diseños producidos entre 1940 y 1960 la caricaturiza con un velo 
			“primermundista”. La eliminación desordenada de árboles, la  
			metódica degradación de la avenida 18 de Julio con sus buhardillas 
			hoy tapiadas y sus frisos descascarados, sus marquesinas  de chapa 
			oxidada,  la maraña de cables, su claustrofóbica y sucia cartelería 
			de acrílico y sus cristales blindex, no guardan ninguna relación con 
			la propiedad colectiva visual que supieron tener los montevideanos a 
			comienzos del siglo XX.
 
 Los 
			gobernantes no reparan en que los países del primer mundo son ricos 
			no solo debido a que aplican intereses financieros unilaterales 
			(provocando conocidas asimetrías), sino también porque tienen un 
			poco más de reserva a la hora de preservar el legado material 
			colectivo perteneciente a su historia. En Europa aún transitan 
			tranvías por las calles de ciudades desarrolladas (Bruselas, Viena, 
			Praga, Montpellier, Nantes, etc.) al tiempo que se atienden las 
			necesidades de un futuro en expansión tecnológica. Se han mantenido 
			en funcionamiento los faroles a gas en Berlín y se ha reciclado la 
			vieja Bolsa de Ámsterdam, convertida en la actualidad en sala de 
			conciertos. La estación de ferrocarriles de Orsay de París, que 
			funcionó hasta 1939, fue rehabilitada como museo en 1986. Aquí, el 
			gobierno de Julio María Sanguinetti intentó reflotar la 
			Estación 
			Central General Artigas y su abandonado entorno mediante inversiones 
			asiáticas (el fallido “Plan Fénix”). Ignacio de Posadas metaforizaba 
			las prioridades de toda economía que se precie de ser saludable 
			diciendo que “primero debe llenarse el vaso para que luego rebose 
			hacia fuera”. El confiar en inversores privados (movidos por 
			intereses ajenos a cualquier tipo de reserva ambiental o 
			patrimonial) para que levanten, reconstruyan o vigilen un predio 
			público, es exactamente la misma propuesta neoliberal, pero aplicada 
			a la cultura.
 
 
 Montevideo, ciudad iberoamericana de
 
 
 La “Capital Iberoamericana de la Cultura” se asemeja cada día más a 
			un basurero cultural que asimila lo peor de las tendencias urbanas 
			de otros países; tanto del tercer mundo como del primero. No debemos 
			desconocer los estragos directos de una economía adversa que ha 
			convertido a esta capital en las tinieblas de su propio pasado 
			(sobre todo, en algunos barrios situados al norte de la avenida 
			Rivera). Pero también la mano humana produce estragos: las casas de 
			Eduardo Fabini, Juan Manuel Blanes y  Pedro Blanes Viale, 
			descuidadas por los sucesivos gobiernos de turno; la desaparición 
			casi absoluta de los mantenimientos; o el contradictorio 
			conglomerado de elementos escultóricos en la zona de Tres Cruces (el 
			monumento a la bandera inaugurado por la dictadura en 1977, la Cruz 
			católica implantada en 1988, la efigie del Papa, la escultura a 
			Ansina, más cartelería, torres-antenas, etc.). Esta degradación de 
			la cara visible de Montevideo se dio de forma  paralela al lento 
			naufragio de la “Suiza de América” entre los años 1945 y 1985, 
			provocando, finalmente, una polución visual que agrede el espacio 
			del transeúnte.
 
 Los barrios privados que se han construido en las últimas décadas a 
			lo largo de la costa del departamento de Canelones, son otro ejemplo 
			de las corrientes estético-habitacionales que han aterrizado en esta 
			parte del mundo de la mano de la 
			globalización. ¿Quién no ha visto 
			seriales o filmes norteamericanos donde se exhiben  ciertos 
			barrios-jardín de clase media (con casas de dos plantas sobre 
			césped, jardín generoso, cerca blanca, etc.), provocando empatía en 
			el espectador? Un arquitecto que ha trabajado para esos 
			residenciales exclusivos, mencionó que éstos —proyectados y 
			fabricados desde conceptos culturales anglosajones—, se parecían “a 
			tomar agua destilada en un quirófano” (frase de ética similar 
			a la espetada hace algunos años por un constructor capitalino: “Yo 
			no hago apartamentos para vivir, hago apartamentos para vender”).
 
 
 Reclamos desgarrados y shoppings
 
 
 Una ciudad grafiteada, 
			sucia y desmantelada refleja (además de la exhibición privada en el 
			escenario de lo público) un estado de irresponsabilidad civil, así 
			como un estado implícito de 
			violencia. Esta 
			violencia, llevada al 
			escenario del enfrentamiento físico entre individuos, no tiene color 
			de piel, ni edad, ni sexo. Si las diferencias se dirimen de la peor 
			manera como ocurrió 
			—por ejemplo— 
			en el caso de la brutal golpiza a Tania Ramírez, no es solamente por 
			una cuestión lisa y llana de racismo (que también lo es) sino porque 
			hay una puesta en práctica de ciertas conductas que tienen que ver 
			con la intolerancia en un mundo pintado con el barniz de lo 
			“políticamente correcto”, imponiendo soluciones territoriales en 
			lugar de dirimir los conflictos de forma civilizada. El problema es 
			que ese manto de barniz se craquela con suma facilidad: las marchas 
			a propósito de los genuinos reclamos de las víctimas no resuelven el 
			problema de fondo (como tampoco resuelven el problema de fondo las 
			medidas tomadas por el Ministerio del Interior ante la violencia 
			doméstica), sin mencionar que la aparente solidaridad desatada se 
			hizo carne en una activista negra y no en una mujer (a secas) que 
			fue asesinada gratuitamente un día después[1] 
			de la golpiza. En uno y otro caso la 
			violencia es la misma.
 
 Ahora 
			bien, una vez finalizada esa marcha, y de regreso en nuestros 
			hogares, volvemos a nuestras ansiedades mundanas, sin comprender 
			quizá que ese mundo violento que repudiamos tiene su correlación en 
			nuestro proceder como consumidores: sujetos pasivos ante la 
			violencia simbólica que se desprende del mandato individualista del 
			sistema. En un planeta globalizado y regido por la rentabilidad a 
			corto plazo, las mujeres que apalearon a Tania, los 
			afrodescendientes, los heterosexuales, los GLBT, los ricos y los 
			pobres se dan cita, de vez en cuando, en las grandes superficies 
			comerciales de los shoppings. Todos harán una fila ordenada ante la 
			caja del comercio y sacarán un crédito en ese santuario profano para 
			luego retornar a los territorios parcelados de cada quien. Conviene 
			aclarar que no se trata de “no comprar”, sino de entender los 
			comportamientos esclavizados de los intercambios no pensados 
			en la sociedad capitalista. Como dice Soledad Platero: “Es 
			extraño que a nadie le llame la atención que un mundo en el que se 
			estimulan constantemente la competencia, la libre empresa, la 
			velocidad y la superación personal tenga como correlato personas 
			cada vez menos capaces de controlarse, menos interesadas en entender 
			y respetar a los demás y menos orientadas a mantener sus vidas 
			dentro de los más básicos parámetros de civismo”.
 
 
 Cultura y shoppings
 
 
 El Parque de Esculturas inaugurado en 1996, 
			emplazado al frente de la última sede física del gobierno nacional, 
			quedó a merced del vandalismo y la violencia anónimos. Las 
			esculturas de un valioso puñado de escultores (Germán 
			Cabrera, Gonzalo Fonseca, Manuel Pailós, Salustiano Pintos, 
			Francisco Matto, Octavio Podestá, Enrique Silveira-Jorge Abbondanza, 
			Nelson Ramos, María Freire, Ricardo Pascale, Guillermo 
			Riva-Zuchelli, Mario Lorieto) siguen sufriendo esos desmanes ante la 
			inoperancia de las autoridades encargadas de su mantenimiento. Ni el 
			ministerio del ramo, ni la Dirección de Paseos Públicos, ni el 
			Departamento de Cultura de la Intendencia, ni ASSE han sido capaces 
			de hacerse cargo. Sin embargo, no es necesario apelar a argumentos 
			conspirativos[2]; 
			más bien se debería establecer un paralelismo entre esa desidia, la 
			burocracia y la improvisación de una clase política ocupada en 
			vaivenes delirantes (“El asado del Pepe” o las preocupaciones 
			gastronómicas de “El churrasco de Borsari”: dos representantes 
			políticos hermanados por la carne bovina). Para alivio de 
			autoridades y de reclamantes bienintencionados ya se escuchan voces 
			que prometen el anhelado rescate del conjunto escultórico: en el 
			predio contiguo se está construyendo un nuevo shopping (una apuesta 
			inversionista con mejores dividendos que los del frustrado “Plan 
			Fénix”). Así, la administración del conglomerado podría ser la 
			encargada de salvaguardar ese patrimonio material. En esta 
			dirección, fundada en la impermeable “asociación público-privada”, 
			se orientan ahora las gestiones de un grupo de ediles nacionalistas 
			afligidos por la decadencia del parque. Son como los tres reyes 
			magos que traerán la ofrenda  (la restauración de las obras, los 
			cartelitos, el corte de césped y el barrido del parque) para el 
			nuevo Mesías o sucursal del hiperconsumo. “Dejad que los compradores 
			vengan a mí” podría ser el eslogan del novel shopping luego del 
			“Siempre iremos contigo” (evocado por la compañía de transporte 
			propietaria del terreno donde se emplaza el centro comercial). Todo 
			lo anterior indica claramente la orientación ideológica de un 
			gobierno que se presumía de izquierda y que se decía sensible a las 
			circunstancias del arte, la 
			educación y la 
			cultura. Sin embargo, no 
			hay engaño alguno: el gobierno “es sensible” en los hechos a través 
			de recetas robinhoodianas manejadas por contigüidad, como el 
			“Plan juntos” y otros programas asistencialistas. Solo que esa 
			sensibilidad (definida, hiperdefinida) surge como un trueque de 
			conveniencias forzadas y no como producto de la razón, el 
			convencimiento y la planificación.
 
 
 Yendo de la cama al living
 
 
 De la ciudad-concepto a la 
			ciudad-postal impuesta (de la provisión al Fast Mart, de la 
			galería comercial al shopping, del almacén al Mini-market, 
			del supermercado al hiper, de la playa de estacionamiento al
			parking, de la pizzería al fast-food y de las “minutas 
			al paso” al delivery, de la casa o el apartamento al 
			country exclusivo y protegido). De la congoja y la impotencia a 
			la marcha, y de la marcha a la congoja. De los territorios étnicos, 
			sociales y sexuales al shopping. Del reclamo por la defensa del 
			patrimonio a la solución pragmática y cortoplacista. Poseer fuerza 
			económica para mudarse a un suburbio privado o tener fuerza 
			corporativa para recluirse en espacios estancos, inhabilita ver la 
			totalidad del bosque: un ir y venir que deja gran parte de las 
			causas en su lugar.
 
				 
					
					
					Notas:
					
					
					
					[1] 
					Al finalizar un partido de básket entre Cordón y Welcome, 
					las dos parcialidades se encontraron en las proximidades del 
					cruce de Uruguay y Gaboto registrándose disturbios de 
					proporciones. En determinado momento María Soledad Barrios 
					(28 años) se asomó a la terraza de su apartamento en un 
					edificio situado en la calle Paysandú y Gaboto observando a 
					varios menores arrojándose piedras. Les recriminó tal 
					acción, gritándoles que se alejaran de su auto. En el video 
					de la cámara de seguridad de un comercio cercano se observa, 
					en ese momento, a un joven efectuando disparos con un 
					revólver. Una de las balas alcanzó a la mujer provocándole 
					la muerte. Su cuerpo fue hallado recién en la noche del día 
					siguiente, caído entre la terraza y el dormitorio. 
					
				 
					
					
					
					
					[2] El 
					parque de Esculturas fue creado a instancias del entonces 
					presidente Julio María Sanguinetti. Si bien es cierto que 
					cada equipo de gestión que asume inaugura su mandato 
					marcando territorio y dejando caer en el olvido algunas 
					obras físicas levantadas durante anteriores administraciones 
					(“Casi siempre los cambios de 
					logotipos en los ámbitos políticos funcionan como el perro 
					que mea marcando su territorio”, afirma el diseñador Rodolfo 
					Fuentes) la desidia y la inoperancia son más fuertes. 
			 
			
	
			
			 * Publicado originalmente en la separata de la 
			revista Caras y Caretas, Tiempo de 
			crítica Nº 43, 11 de enero de 2013.
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