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Amir Hamed
ISSN 1688-1672

 



URUGUAY - MONTEVIDEO - VIOLENCIA - CULTURA - GLOBALIZACIÓN -


Fronteras hiperdefinidas II. (De violencias, reclamos, sensibilidades y shoppings)*

Oscar Larroca

El gobierno “es sensible” en los hechos a través de recetas robinhoodianas manejadas por contigüidad, como el “Plan juntos” y otros programas asistencialistas. Solo que esa sensibilidad (definida, hiperdefinida) surge como un trueque de conveniencias forzadas y no como producto de la razón, el convencimiento y la planificación. 


Montevideo espejo de


La arquitectura capitalina sufre ciertos criterios de abandono, y esto se explica por dos razones. Por un lado, porque a nuestro entorno no lo sentimos como “propio” de nuestras vivencias, y, por otro, porque es un tema excluido de las políticas culturales por parte del Estado. Nada finalmente efectivo hicieron los últimos gobiernos para evitar —por ejemplo— el desmantelamiento de los ferrocarriles uruguayos ni para detener la demolición de edificios habitables presididos por una serie de concepciones más o menos calificadas. Para Gabriel Peluffo, el patrimonio ambiental y edilicio urbano, que oficialmente había comenzado a ser considerado como tal en Montevideo hacia 1950, aparecía dilapidado —o a riesgo de serlo— en 1980, especialmente en la Ciudad Vieja, por efecto de las operaciones especulativas del capital inversionista. Hoy en día, esa zona se ha convertido en un paisaje cuyos edificios tugurizados son solo algunos ejemplos de su desolación.

La arquitectura es mucho más que un tesoro a proteger de las injurias del tiempo, y mucho menos si uno se refiere a la mera noción de “patrimonio”; una ideología conservacionista que nos quieren vender por decreto ministerial una vez al año como si fuera una moda. En las últimas décadas Montevideo se ha estandarizado al igual que otras ciudades latinoamericanas: un ecléctico cambalache de diseños producidos entre 1940 y 1960 la caricaturiza con un velo “primermundista”. La eliminación desordenada de árboles, la  metódica degradación de la avenida 18 de Julio con sus buhardillas hoy tapiadas y sus frisos descascarados, sus marquesinas  de chapa oxidada,  la maraña de cables, su claustrofóbica y sucia cartelería de acrílico y sus cristales blindex, no guardan ninguna relación con la propiedad colectiva visual que supieron tener los montevideanos a comienzos del siglo XX.

Los gobernantes no reparan en que los países del primer mundo son ricos no solo debido a que aplican intereses financieros unilaterales (provocando conocidas asimetrías), sino también porque tienen un poco más de reserva a la hora de preservar el legado material colectivo perteneciente a su historia. En Europa aún transitan tranvías por las calles de ciudades desarrolladas (Bruselas, Viena, Praga, Montpellier, Nantes, etc.) al tiempo que se atienden las necesidades de un futuro en expansión tecnológica. Se han mantenido en funcionamiento los faroles a gas en Berlín y se ha reciclado la vieja Bolsa de Ámsterdam, convertida en la actualidad en sala de conciertos. La estación de ferrocarriles de Orsay de París, que funcionó hasta 1939, fue rehabilitada como museo en 1986. Aquí, el gobierno de Julio María Sanguinetti intentó reflotar la Estación Central General Artigas y su abandonado entorno mediante inversiones asiáticas (el fallido “Plan Fénix”). Ignacio de Posadas metaforizaba las prioridades de toda economía que se precie de ser saludable diciendo que “primero debe llenarse el vaso para que luego rebose hacia fuera”. El confiar en inversores privados (movidos por intereses ajenos a cualquier tipo de reserva ambiental o patrimonial) para que levanten, reconstruyan o vigilen un predio público, es exactamente la misma propuesta neoliberal, pero aplicada a la cultura.


Montevideo, ciudad iberoamericana de


La “Capital Iberoamericana de la Cultura” se asemeja cada día más a un basurero cultural que asimila lo peor de las tendencias urbanas de otros países; tanto del tercer mundo como del primero. No debemos desconocer los estragos directos de una economía adversa que ha convertido a esta capital en las tinieblas de su propio pasado (sobre todo, en algunos barrios situados al norte de la avenida Rivera). Pero también la mano humana produce estragos: las casas de Eduardo Fabini, Juan Manuel Blanes y  Pedro Blanes Viale, descuidadas por los sucesivos gobiernos de turno; la desaparición casi absoluta de los mantenimientos; o el contradictorio conglomerado de elementos escultóricos en la zona de Tres Cruces (el monumento a la bandera inaugurado por la dictadura en 1977, la Cruz católica implantada en 1988, la efigie del Papa, la escultura a Ansina, más cartelería, torres-antenas, etc.). Esta degradación de la cara visible de Montevideo se dio de forma  paralela al lento naufragio de la “Suiza de América” entre los años 1945 y 1985, provocando, finalmente, una polución visual que agrede el espacio del transeúnte.

Los barrios privados que se han construido en las últimas décadas a lo largo de la costa del departamento de Canelones, son otro ejemplo de las corrientes estético-habitacionales que han aterrizado en esta parte del mundo de la mano de la globalización. ¿Quién no ha visto seriales o filmes norteamericanos donde se exhiben  ciertos barrios-jardín de clase media (con casas de dos plantas sobre césped, jardín generoso, cerca blanca, etc.), provocando empatía en el espectador? Un arquitecto que ha trabajado para esos residenciales exclusivos, mencionó que éstos —proyectados y fabricados desde conceptos culturales anglosajones—, se parecían “a tomar agua destilada en un quirófano” (frase de ética similar a la espetada hace algunos años por un constructor capitalino: “Yo no hago apartamentos para vivir, hago apartamentos para vender”)
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Reclamos desgarrados y shoppings  


Una ciudad grafiteada, sucia y desmantelada refleja (además de la exhibición privada en el escenario de lo público) un estado de irresponsabilidad civil, así como un estado implícito de violencia. Esta violencia, llevada al escenario del enfrentamiento físico entre individuos, no tiene color de piel, ni edad, ni sexo. Si las diferencias se dirimen de la peor manera como ocurrió por ejemplo en el caso de la brutal golpiza a Tania Ramírez, no es solamente por una cuestión lisa y llana de racismo (que también lo es) sino porque hay una puesta en práctica de ciertas conductas que tienen que ver con la intolerancia en un mundo pintado con el barniz de lo “políticamente correcto”, imponiendo soluciones territoriales en lugar de dirimir los conflictos de forma civilizada. El problema es que ese manto de barniz se craquela con suma facilidad: las marchas a propósito de los genuinos reclamos de las víctimas no resuelven el problema de fondo (como tampoco resuelven el problema de fondo las medidas tomadas por el Ministerio del Interior ante la violencia doméstica), sin mencionar que la aparente solidaridad desatada se hizo carne en una activista negra y no en una mujer (a secas) que fue asesinada gratuitamente un día después[1] de la golpiza. En uno y otro caso la violencia es la misma.

Ahora bien, una vez finalizada esa marcha, y de regreso en nuestros hogares, volvemos a nuestras ansiedades mundanas, sin comprender quizá que ese mundo violento que repudiamos tiene su correlación en nuestro proceder como consumidores: sujetos pasivos ante la violencia simbólica que se desprende del mandato individualista del sistema. En un planeta globalizado y regido por la rentabilidad a corto plazo, l
as mujeres que apalearon a Tania, los afrodescendientes, los heterosexuales, los GLBT, los ricos y los pobres se dan cita, de vez en cuando, en las grandes superficies comerciales de los shoppings. Todos harán una fila ordenada ante la caja del comercio y sacarán un crédito en ese santuario profano para luego retornar a los territorios parcelados de cada quien. Conviene aclarar que no se trata de “no comprar”, sino de entender los comportamientos esclavizados de los intercambios no pensados en la sociedad capitalista. Como dice Soledad Platero: “Es extraño que a nadie le llame la atención que un mundo en el que se estimulan constantemente la competencia, la libre empresa, la velocidad y la superación personal tenga como correlato personas cada vez menos capaces de controlarse, menos interesadas en entender y respetar a los demás y menos orientadas a mantener sus vidas dentro de los más básicos parámetros de civismo”.


Cultura y shoppings


El Parque de Esculturas inaugurado en 1996, emplazado al frente de la última sede física del gobierno nacional, quedó a merced del vandalismo y la violencia anónimos. Las esculturas de un valioso puñado de escultores (
Germán Cabrera, Gonzalo Fonseca, Manuel Pailós, Salustiano Pintos, Francisco Matto, Octavio Podestá, Enrique Silveira-Jorge Abbondanza, Nelson Ramos, María Freire, Ricardo Pascale, Guillermo Riva-Zuchelli, Mario Lorieto) siguen sufriendo esos desmanes ante la inoperancia de las autoridades encargadas de su mantenimiento. Ni el ministerio del ramo, ni la Dirección de Paseos Públicos, ni el Departamento de Cultura de la Intendencia, ni ASSE han sido capaces de hacerse cargo. Sin embargo, no es necesario apelar a argumentos conspirativos[2]; más bien se debería establecer un paralelismo entre esa desidia, la burocracia y la improvisación de una clase política ocupada en vaivenes delirantes (“El asado del Pepe” o las preocupaciones gastronómicas de “El churrasco de Borsari”: dos representantes políticos hermanados por la carne bovina). Para alivio de autoridades y de reclamantes bienintencionados ya se escuchan voces que prometen el anhelado rescate del conjunto escultórico: en el predio contiguo se está construyendo un nuevo shopping (una apuesta inversionista con mejores dividendos que los del frustrado “Plan Fénix”). Así, la administración del conglomerado podría ser la encargada de salvaguardar ese patrimonio material. En esta dirección, fundada en la impermeable “asociación público-privada”, se orientan ahora las gestiones de un grupo de ediles nacionalistas afligidos por la decadencia del parque. Son como los tres reyes magos que traerán la ofrenda  (la restauración de las obras, los cartelitos, el corte de césped y el barrido del parque) para el nuevo Mesías o sucursal del hiperconsumo. “Dejad que los compradores vengan a mí” podría ser el eslogan del novel shopping luego del “Siempre iremos contigo” (evocado por la compañía de transporte propietaria del terreno donde se emplaza el centro comercial). Todo lo anterior indica claramente la orientación ideológica de un gobierno que se presumía de izquierda y que se decía sensible a las circunstancias del arte, la educación y la cultura. Sin embargo, no hay engaño alguno: el gobierno “es sensible” en los hechos a través de recetas robinhoodianas manejadas por contigüidad, como el “Plan juntos” y otros programas asistencialistas. Solo que esa sensibilidad (definida, hiperdefinida) surge como un trueque de conveniencias forzadas y no como producto de la razón, el convencimiento y la planificación.


Yendo de la cama al living


De la ciudad-concepto a la ciudad-postal impuesta (de la provisión al Fast Mart, de la galería comercial al shopping, del almacén al Mini-market, del supermercado al hiper, de la playa de estacionamiento al parking, de la pizzería al fast-food y de las “minutas al paso” al delivery, de la casa o el apartamento al country exclusivo y protegido). De la congoja y la impotencia a la marcha, y de la marcha a la congoja. De los territorios étnicos, sociales y sexuales al shopping. Del reclamo por la defensa del patrimonio a la solución pragmática y cortoplacista. Poseer fuerza económica para mudarse a un suburbio privado o tener fuerza corporativa para recluirse en espacios estancos, inhabilita ver la totalidad del bosque: un ir y venir que deja gran parte de las causas en su lugar.

 
Notas:

[1] Al finalizar un partido de básket entre Cordón y Welcome, las dos parcialidades se encontraron en las proximidades del cruce de Uruguay y Gaboto registrándose disturbios de proporciones. En determinado momento María Soledad Barrios (28 años) se asomó a la terraza de su apartamento en un edificio situado en la calle Paysandú y Gaboto observando a varios menores arrojándose piedras. Les recriminó tal acción, gritándoles que se alejaran de su auto. En el video de la cámara de seguridad de un comercio cercano se observa, en ese momento, a un joven efectuando disparos con un revólver. Una de las balas alcanzó a la mujer provocándole la muerte. Su cuerpo fue hallado recién en la noche del día siguiente, caído entre la terraza y el dormitorio.

[2] El parque de Esculturas fue creado a instancias del entonces presidente Julio María Sanguinetti. Si bien es cierto que cada equipo de gestión que asume inaugura su mandato marcando territorio y dejando caer en el olvido algunas obras físicas levantadas durante anteriores administraciones (“Casi siempre los cambios de logotipos en los ámbitos políticos funcionan como el perro que mea marcando su territorio”, afirma el diseñador Rodolfo Fuentes) la desidia y la inoperancia son más fuertes.

 


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Publicado originalmente en la separata de la revista Caras y Caretas, Tiempo de crítica Nº 43, 11 de enero de 2013.

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