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CINE - BERGMAN, INGMAR - DREYER, CARL THEODOR - BJOSTROM, VICTOR - STRINBERG, AUGUST - BECKETT, SAMUEL - MARÍAS, JULIÁN - VLACIL, FRONTISEKC - DURERO, ALBERTO - BRESSON, ROBERT - FINITUD -

Bergman: el mago de Faró nos dice adiós*

Oscar Portela
Si los cuadros de Frontisekc Vlacil sobre el medioevo no lo emularan, sería sin dudas El séptimo sello la más perfecta de las ilustraciones del ajedréz que juegan la eternidad y el tiempo, la vida y la muerte, el destino y la libertad, pintando como Durero el cruel viaje de la vida


Jean Marie Domenach cita a Bergman como el único trágico del
cine al que cita en su magna obra el sucesor de Emanuel Mounier. En realidad si los cuadros y la teología negativa de Dreyer, o el hermetismo de Tarkosvski, no alcanzan a desentrañar los límites de la condición humana que -a través de más de cuatro décadas- Ingmar Bergman se impuso como tarea, no cabrían dudas de que es él el más importante trágico de la historia del cine: un dramaturgo del linaje de Strinberg, que sólo admite comparación con Beckett, por su inmersión en la finitud y la capacidad del hombre a través del lenguaje (que es acto del habla), de transformar el mundo y, sobre todo, de alcanzar la trascendencia desde lo tras-mundano, además de la inter-subjetividad, en el silencio de un mundo que se ha convertido en un museo de fantasmas.

Ingmar Bergman supo sacar partido de la gran tradición de Stiller y Bjostrom: no le fue extraña tampoco la ácida comedia burguesa, pero como anota Julián Marías en sus dos tomos de Visto y Oído, es Cuando huye el día
(o
Fresas Salvajes)
su obra más lírica, un bellísimo adaggio, cruel, en el cual su antiguo maestro Bjostrom, hace su última y más luminosa aparición en la pantalla: el fracaso, la envidia, el egoísmo, la ruindad, se rinden cuentas en un viaje donde el costado del sueño le sirve a Bergman para recrear las imágenes más hermosas del cine, la luz y la salvación final.

Si los cuadros de Frontisekc Vlacil sobre el medioevo no lo emularan, sería sin dudas El séptimo sello la más perfecta de las ilustraciones del ajedréz que juegan la eternidad y el tiempo, la vida y la muerte, el destino y la libertad, pintando como Durero el cruel viaje de la vida. Detrás de un vidrio Oscuro -con reminiscencias de Bresson-, es el más cruel requisitario acerca del creador y la fe, estériles en este mundo para mostrar una salida del túnel. El mago juego irónico acerca de la identidad, la fantasía y la realidad, nos lleva a El silencio cumbre del solipsismo y el escepticismo bergmaniano: al silencio de Dios el desierto de los hombres de paja para los cuales la plegaria a muerto y las preguntas también aunque la alegoría se abra sobre una enorme "pregunta". La hora del lobo es así mismo una desesperada búsqueda de la identidad en un mundo de muertas máscaras.
De esta inmensa filmografía que inicia otro período de la
creación cinematográfica y de otra época, quizá sea Gritos y susurros la más perfecta de sus obras: un Rembranth mezclado con Artaud, sin que por ello Sonata de otoño (bellísimo adaggio), Persona, Cara a cara (el triunfo del amor), y Después del ensayo (la mejor interpretación de toda la carrera de Ingrid Thulin), sean obras que cedan en calidad.

Su último estudio En presencia de un payaso, vuelve a plantear el problema transferencial y el final de un Schubert que somos todos y deja abierta una vez más la posibilidad de la salvación. En sus parcas
palabras con el periodismo el mago de Faró apenas pidió que si iba al cielo después de terminar un corto, en él hubiese una pequeña pero sustanciosa cinemateca.


* Publicado en www.paginadigital.com

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