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OLIVER, SACKS - VEO UNA VOZ. VIAJE AL MUNDO DE LOS SORDOS - LA ISLA DE LOS CIEGOS AL COLOR - SORDERA - CEGUERA - SORDOS PRELINGÜÍSTICOS - LENGUAJE - SEÑA - SELF, WILL - MIGRAÑA -

Los sacos de Oliver (III)*

María José Santacreu
"El lenguaje universal que vuestros investigadores han buscado en vano y perdido la esperanza de hallar está aquí, justo ante vuestros ojos; es el de los gestos y señas de los sordos que viven en la indigencia. Como no lo conocéis, lo despreciáis, pero sólo él puede proporcionaros la clave de todas las lenguas"


Comunidades

El viaje, ya sea metaforica o literalmente, está siempre presente en los libros de Oliver Sacks. En 1985 Sacks reseñó para la New York Review of Books el libro de Harlan Lane titulado When the Mind Hears: A History of the Deaf. Su asombro frente a este voluminoso libro lo llevó a interesarse cada vez más en la sordera y a escribir Veo una voz. Viaje al mundo de los sordos. El viaje de Sacks y el del lector es, en este caso, metafórico, pero Sacks no puede dejar de referirse a su experiencia como si de un viaje real se tratara, llegando incluso a proponer que las notas a pie de página no son sino desvíos en el camino o rutas secundarias. Sin embargo su último libro La isla de los ciegos al color transcurre en Micronesia y el viaje es doble: al mundo de los acromatópsicos y a esas islas exóticas, llenas de una fauna y flora exhuberantes. Ambos libros, a pesar de ser totalmente diferentes en su estilo, tienen algo en común: ambos tratan de comunidades y no de casos individuales. Ya no habrá Sr. P., o Sra. O'C. sino los sordos o los ciegos al color.

Veo una voz es un libro que se acerca bastante a la línea de Migraña: no se trata de extraños casos que fascinan al auditorio por su excentricidad. El comienzo de Veo una voz lo subraya claramente "la sordera no tiene nada de interesante". En Veo una voz, no hay autistas prodigiosos, ni seres memoriosos o desmemoriados en extremo, ni nada parecido a ello. Tan sólo sordos y ¿qué se puede decir de ellos además de lo obvio?

Sin ir más lejos, cualquiera respondería que, de tener que ser privado de uno de sus sentidos, preferiría quedarse sordo y no ciego: "Tendemos a considerar la sordera, si alguna vez pensamos en ella, menos grave que la ceguera; tendemos a verla como un impedimento o un obstáculo, pero no la consideramos, ni mucho menos, tan terrible en un sentido radical. Es discutible que la sordera sea 'preferible' a la ceguera si se presenta en una etapa tardía de la vida; pero es infinitamente más grave nacer sordo que nacer ciego, al menos potencialmente. Los sordos prelingüísticos, que no pueden oír a sus padres, corren el riesgo de un retraso mental grave e incluso de una deficiencia permanente en el dominio del lenguaje, a menos que se tomen medidas eficaces muy pronto. Y una deficiencia del lenguaje, es una de las calamidades más terribles que puede padecer un ser humano, pues sólo a través del lenguaje nos incorporamos del todo a nuestra cultura y nuestra condición humana, nos comunicamos libremente con nuestros semejantes y adquirimos y compartimos información. Si no podemos hacerlo, estaremos grotescamente incapacitados y desconectados, pese a todos nuestros intentos o esfuerzos o capacidades innatas, y puede resultarnos tan imposible materializar nuestra capacidad intelectual que lleguemos a parecer deficientes mentales."
Y es por ello que por mucho tiempo los sordos fueron considerados como tales.

Pero lo fascinante de este viaje al mundo de los sordos, es no sólo enfrentarse a la enfermedad en sí y con la pregunta de cómo despertar en un individuo sordo la relación entre lenguaje y pensamiento, sino justamente la forma como éstos se comunican, su lenguaje natural, es decir la Seña.
Y la historia de el lenguaje por señas tiene sus avatares. Dado que la historia del mundo suele ser la de la dominación de una comunidad sobre otra
(con especial predilección por el sojuzgamiento del más débil), Sacks se aviene a contarnos como es que éste lenguaje natural fue prohibido durante mucho tiempo en los colegios para sordos, ya que se le daba mucho más importancia a que éstos aprendieran a hablar y a leer los labios que a que aprendieran a comunicarse entre sí de la manera que les era más apropiada, es decir usando un sistema gestual que constituye todo un lenguaje.

"El lenguaje universal que vuestros investigadores han buscado en vano y perdido la esperanza de hallar está aquí, justo ante vuestros ojos; es el de los gestos y señas de los sordos que viven en la indigencia. Como no lo conocéis, lo despreciáis, pero sólo él puede proporcionaros la clave de todas las lenguas", escribía el abate De l'Epée en 1755, quien fue el primero en lograr que los alumnos sordos corrientes pudieran leer y escribir y así adquirir una educación.
Es en Martha's Vineyard, la isla que John Kennedy Jr. involuntariamente volvió famosa, que Sacks se convence que el lenguaje por señas es un idioma básico del cerebro.

Allí, a causa de la mutación de un gen recesivo debido a la endogamia, existió, por más de 250 años, una forma de sordera hereditaria, que llegó a afectar a uno de cada cuatro habitantes. Esto hizo que toda la comunidad aprendiera a hablar por señas y que aún hoy, a casi cincuenta años de que muriera el último isleño sordo, el lenguaje de señas emerja naturalmente y que quienes lo han aprendido a usar lo sigan haciendo toda su vida, pasando, sin notarlo apenas, del habla a la seña en medio de una conversación.

Contigüidad de unas islas

A quien recuerde el cuento de Cortázar 'Contigüidad de los parques' no puede parecerle extraño que de Martha's Vineyard, Massacchusetts, a Pingelap y Pohnpei, Micronesia, haya un paso.
Sacks es un apasionado de las islas, como suele serlo cualquier aficionado a la aventura.
"Las islas siempre me han fascinado y con seguridad fascinan a todo el mundo", escribe certeramente al comienzo de La isla de los ciegos al color. Pero al interés que cualquiera puede sentir por un lugar que parece perfecto para la aventura, en el caso de Sacks suma una razón científica: las islas suelen albergar, en su aislamiento, formas únicas de vida. Y también enfermedades únicas o que se dan con una incidencia muy alta en ellas.

Una vez más, las migrañas visuales que Sacks sufrió de niño fueron el detonante de su interés por los acromatópsicos, al igual que el haber escrito sobre el pintor que quedó ciego al color luego de un accidente automovilístico en Un antropologo en Marte. Esto lo llevó a preguntarse si no existiría un lugar donde los colores no existieran, una isla de ciegos al color. No fue ajeno a esta fantasía, el relato de Wells 'El país de los ciegos' y la experiencia de sordera hereditaria en Martha's Vineyard. Cuando en 1993 Sacks visita Guam, averigua a través de un amigo que ha practicado la neurología a lo largo de Micronesia, que de hecho sí existe tal comunidad de acromatópsicos en Pingelap, una isla a mil doscientas millas al sureste de Guam.

Sacks va a aprovechar la exhuberancia y el exotismo de estas islas para darse el gusto de ser el naturalista que siempre fue, eclipsando muchas veces al médico y el libro se transforma por momentos en un tratado de botánica, con sus correspondientes dibujos de cicas, dragos y helechos. En La isla de los ciegos al color está Sacks en su mejor forma como narrador. Sin ir más lejos, el recuento de su viaje de atolón en atolón hasta llegar a Pingelap sólo puede compararse a la escena de Con una sola pierna cuando Sacks huye despavorido del toro, preso del pánico. Por momentos Sacks puede ser tan gracioso como Tom Sharpe para pasar en la página siguiente a ser una especie de Darwin aficionado y en la próxima sencillamente un médico.
Es muy posible que el Dr. Sacks continúe fluctuando entre sus muchas pasiones en sus libros futuros.

Lo invariable será quien escribe y ello nos asegura que el resultado será siempre cautivador, aunque no corran buenos tiempos para el humanismo. Tal vez el título más apropiado para este artículo hubiera sido "Un humanista en los tiempos de Slipknot".Y es que Oliver Sacks no es precisamente Gilles de Rais. En realidad lo que molesta a quienes le salen al cruce es que los libros de Sacks sean "demasiado humanos", o de un mediano humanismo à la carte. Es decir que hay quienes creen encontrar en sus libros una exaltación incondicional del ser humano, una bondad de santo y una celebración del triunfo de la luz sobre las tinieblas que ignora olímpicamente que, la mayor parte del tiempo, el ser humano es bastante abyecto.

Pero esto no es más que una simplificación desencantada y algo cínica. El Dr. Sacks parece ser un blanco en exceso obvio y no es demasiado difícil delinear una caricatura de Sacks describiéndolo como un arribista que se hizo famoso apelando al lado morboso del lector sacando a pasear a sus freaks y, para peor, maravillándose del prodigio de que de un hombre pueda quedar sólo el tronco
(a la mejor manera de Monty Python de Los caballeros de la mesa cuadrada) y seguir luchando. Algo que, para muchos, lejos de ser un mérito es una prueba fehaciente de lo horrendamente patético que es el ser humano en su afán de aferrarse a la vida a toda costa.

Lo que no parecen cuestionarse es que ese no es el punto y que se están empeñando en hacer una lectura moral de lo que no es más que divulgación científica, literatura y entretenimiento. Tan literaria y tan poco sujeta a interpretación moral como la parodia de Sacks que hace Will Self. Sin embargo parece no haber dudas en que Sacks no se adecua mucho al prototipo de lo cool en los tiempos de Easton Ellis y Slipknot. Pero, quienes encuentran divertidos los prototipos, les encantará enterarse que en los '60 hasta Oliver Sacks se dio una vueltita por California para pasear en moto con los Hell Angels.

* Publicado originalmente en Insomnia Nº 144

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