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Amir Hamed
ISSN 1688-1672

 



CINE - TELEVISIÓN - INTERNET - MASS MEDIA - ACTOR - CIBERACTOR - ULTRAFRAGMENTADRIEDAD - MC LUHAN, MARSHALL - INTER-MULTI-MEDIÁTICO - DUCHAMP, MARCEL - ECO, UMBERTO - PUCHERO MEDIÁTICO -

¡Actores, un paso más!

Carlos Atanes

Inevitablemente surgirá el actor de Internet, como surgió el de cine o el de televisión -y no estoy hablando ahora del actor como persona individual, sino del actor como acto de actuar encarnado-. Interactividad, ubicuidad, fragmentariedad, son conceptos que enseguida acuden al sobrecejo en cuanto metemos un manual de arte dramático dentro de la caja de un ordenador y la agitamos

Míster Marshall McLuhan nunca dejó de sorprenderse del poco interés general que suscitan los medios de comunicación en cuanto medios. La polémica gira siempre en torno a los contenidos, al efecto beneficioso o manipulador de éstos sobre los ciudadanos. La opinión más extendida es la de que un medio no es bueno ni malo en sí, sólo lo será dependiendo del uso que se haga de él. Buen cine o mal cine, buena televisión o mala televisión... McLuhan se preguntaba si un pastel de manzana podía ser bueno o malo dependiendo del uso que se hiciera de él. Vio muy claro que la irrupción de un medio nuevo de comunicación, por el simple hecho de serlo, y al margen de los contenidos que pueda difundir, provoca un cambio en nuestra manera de percibir, y por lo tanto de vivir el mundo: imprentas, trenes, teléfonos, radio, televisión, Internet... todos los medios, sean del tipo que sea, han generado nuevos paradigmas vitales.

La historia del actor es también la historia de lo mediático. El actor es en sí mismo un medio humano, y su técnica ha evolucionado pareja a la de los medios técnicos. El contador de cuentos saltó al escenario, del escenario a la radio, de la radio a la gran pantalla, y de la grande a la pantalla pequeña. Esta evolución, a diferencia de otras, ha sido acumulativa, y en la actualidad conviven el teatro, el cine y la televisión. Cada medio aporta cosas distintas, insustituíbles: la proximidad al público, la inmediatez, el primer plano, el directo... Y el arte de la actuación se amolda a las exigencias de cada medio concreto, a veces hasta el extremo de la especialización: algunos actores de teatro no se desenvuelven con la misma soltura ante una cámara de cine, y viceversa.

La novedad siempre ha sido recibida con una mezcla de entusiasmo y escepticismo. Cuando se inventó el cine, los actores de teatro mostraron una cierta reticencia a trabajar en un medio que consideraban menor. La posterior llegada de la televisión fue valorada con el mismo recelo. Pero el tiempo acaba limando asperezas: la televisión, que en sus inicios venía a ser un retiro de actores cinematográficos en decadencia, ha acabado ejerciendo el papel inverso: trampolín hacia la gran pantalla. Ahí tenemos a Bruce Willis, entre muchos otros. De lo que se trata es de actuar.

Internet: el último medio -de momento-. Un paso más. ¿Tienen cabida en él los actores?... Ciertamente, circulan muchas películas a través de la red. Pero no me refiero a esto. Me pregunto si la mencionada evolución histórica del actor se acaba en la televisión, o tiene reservado un lugar específico, diferenciado, en el ciberespacio. Podría objetarse que Internet no es más que un cajón de sastre, un medio de medios. Sin embargo la televisión también lo era, y cuando se emprendió la producción de espacios dramáticos, enseguida cuajó una forma específica de realización, determinada por las especificidades del canal: la baja resolución, el formato 3x4 en pantalla de tamaño reducido, el inevitable corte publicitario, la planificación multicámara, la escasa latitud de luminancia... Por no hablar de las limitaciones originales del formato vídeo, que prácticamente impedían la edición de los contenidos y forzaban la emisión en directo de la actuación en vivo.

El uso del formato cinematográfico -ya sea de 16 ó 35 mm- en producciones televisivas asimiló también esta forma de hacer, rápida, concisa, directa, mecánica, cercana. Plano general, plano contraplano en primer plano y vuelta a empezar. Esto es lo que hace que, aún hoy, sea relativamente sencillo distinguir un telefilme al uso de una película «de cine» convencional, aunque sólo sea por el tamaño de las letras de los títulos de crédito. La televisión reinstauró la luz «de plató» y la inmediatez del escenario, entronizó definitivamente el primer plano. Y dividió la tarea directiva en dos, separando al realizador del director, escindiendo también, por lo tanto, la mise en scène en cámaras y escena.

En el teatro -en el teatro «a la italiana»- actor y espectador se sitúan en dos cajas separadas, abiertas la una a la otra. En otros tipos de teatro, actor y espectador comparten el mismo espacio, la misma caja. En el cine, el espectador está dentro de una caja, y el actor le envuelve. En la televisión, el espacio del espectador es lo que envuelve a la caja que encierra al actor. ¿Qué tipo de interacción espacial se establece en
Internet?...

En Internet, cada uno está dentro de su propia cajita. Con el culo fuera y la cabeza dentro, por decirlo rápido. Acercamos las narices y metemos la mano. En esto es muy diferente de la televisión, de la que nos alejamos lo suficiente como para tener que recurrir al mando a distancia y no distinguir un píxel del contiguo. Si chateamos, metemos la mano en la pantalla y palpamos la cara de un desconocido, a ciegas. Si leemos el texto de un sitio web, intuimos que la extensión de la página es superior a la de la pantalla, y eso nos hace mover el cursor hacia abajo o hacia arriba. Las dimensiones de la superficie del texto exceden el marco de lo que se nos permite ver, y además tiene profundidad. Hay más páginas detrás de la que vemos, miles, infinitas. Infinidad de páginas de grosor infinitesimal, como las de los libros alineados en los anaqueles de la Biblioteca de Babel de Borges. El televisor es un pequeño teatrillo, y lo que vemos está dentro, se nos sirve dentro, como la bandeja de comida caliente que desciende en el montacargas de un restaurante; por el contrario, el monitor a través del cual oteamos Internet es un periscopio en el ciberespacio, pero por el hecho de usarlo, nosotros mismos nos convertimos en sustancia del ciberespacio también, porque podemos ser escrutados por periscopios ajenos.

El tipo de vínculo espacial que el actor establece con el espectador es fundamental, porque es lo que determina su forma de actuar. ¿Tengo que gritar para que se me oiga, o me está usted viendo las legañas?... ¿Viene usted a mí, o voy yo a usted?... ¿Nos encontramos dentro del mismo sitio, o tengo que teletransportarme hasta su casa y empequeñecerme hasta caber dentro de su cajita mágica?... Yo, el actor, respecto a usted, espectador, ¿me presento como un superhombre, en tamaño y fuerza, o como un homúnculo pintado con tres colores?...

Si el actor va a obtener su lugar en el nuevo medio, antes o después encontrará cómo lidiar con las ventajas y con los inconvenientes de éste. Inevitablemente surgirá el actor de Internet, como surgió el de cine o el de televisión -y no estoy hablando ahora del actor como persona individual, sino del actor como acto de actuar encarnado-. Interactividad, ubicuidad, fragmentariedad, son conceptos que enseguida acuden al sobrecejo en cuanto metemos un manual de arte dramático dentro de la caja de un ordenador y la agitamos. Pero por favor, no hagamos descarrilar el tren de las prometedoras nuevas usando raíles corroídos por el óxido. No estrechemos las miras: las posibilidades son infinitas, y no se agotan en la actuación a la carta, o sea, con un actor obedeciendo las peticiones que le envían por e-mail doce millones de internautas con web-cam, como hacen las chicas de sexo-en-vivo.

Hoy, nuestros teatros escupen sin parar espectáculos que a duras penas merecerían estar en televisión -pero que en cualquier caso son intrínsecamente televisivos- y nuestras televisiones programas que mejor estarían sepultados bajo los excrementos de una fosa séptica. A menudo topamos incluso con regurgitamientos del estilo «televisivo» en grandes superproducciones cinematográficas -un ejemplo: fíjese, si es que consigue mantenerse despierto/a, en cómo está realizada El Señor de los Anillos-. No quiero condenar ahora lo inter-multi-mediático. No está mal que de vez en cuando diferentes medios se crucen, hibriden y retocen durante un rato. Pero si la gran aportación de la televisión, la ultra-fragmentariedad, esa condena, ese cáncer, tiene que estar salpicando constantemente, contaminando sin piedad, pudriendo todo lo que toca y lo que deja de tocar, será mejor apuntarse al club de los puristas hasta que lleguen tiempos mejores. Obra Abierta de Umberto Eco es un libro muy interesante, y está muy bien que se ocupase en escribirlo; Duchamp también se comportó de una forma bastante simpática al firmar un urinario; mezclar teatro con cabaret y chascarrillo, zapping televisivo con improvisación escénica, karaoke con psico-drama... son burbujas animadas por el chup-chup del puchero mediático. Va con los tiempos. Pero quizá sea conveniente conservar un pequeño espacio protegido donde los autores de obras puedan subsistir. Donde puedan hacer sus cosas sin temor a ser descuartizados por la sierra post-posmoderna.

Todo esto lo digo porque creo que es interesante plantearse esta cuestión: ¿qué nos ofrece Internet que no nos ofrezca otro medio?... ¿dónde radica su encanto si es que lo tiene?... ¿Vale la pena hacer algo con / de / por Internet? -esta pregunta debe formulársela uno después de haber respondido afirmativamente a la de si vale la pena hacer algo, en / por lo general-. Y, ¿puede un actor servirse de Internet como un espacio en el que actuar de forma sustancialmente distinta a como lo haría en otro medio, pudiendo confiar razonablemente en que este atrevimiento vaya a aportar algo nuevo y -sobre todo- interesante al mundo en general y al mundo del espectáculo en especial?... ¿Se corresponderá con hiperactuación a la actuación, así como se correspondió al texto con hipertexto?... ¿Habrá ciberactores?... ¿Y cómo serán?... ¿Serán de carne y hueso, de bits, de caramelo?... -estad alerta, actores formados por moléculas orgánicas, que como diría la niña de Poltergeist, los actores virtuales ya están aquí, y más vale ser titiritero que títere, así que id pensando en actualizar vuestras nociones de informática-. La respuesta no es fácil, pero seguro que existe una, porque de igual forma que salen a pasear por el bosque los caracoles después de la lluvia, allá donde se despliegue un nuevo campo de comunicación entre seres humanos, aparecerán los comediantes. Y porque si no hay dos sin tres, menos va a haber tres sin cuatro. Y porque si non è vero, è ben trovatto.

 


Barcelona, enero de 2004

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