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Amir Hamed
ISSN 1688-1672

 



CIBERCULTURA - DEVENIRES - MÁQUINA - PORNOTECNOLOGÍA - ORGÍA - VEJEZ -

Devenires biomecánicos*

Fabián Giménez Gatto
Una nueva orgía para "después de la orgía", el futuro se nos ofrece como un paisaje mecano-orgánico, cargado de intensidades, una economía libidinal de cuerpos maquínicos en una orgía transexual y post-histórica, fantasías sexuales más allá de la historia y de la biología
Es claro que el cyborg ya está entre nosotros, basta contemplar a nuestra abuelita, extraño ser proteico: marcapasos, prótesis de cadera, prótesis dentales, prótesis auditivas, gafas. El híbrido de la ciencia ficción ya está aquí y no ha bajado de un platillo volador, es parte de la familia. La abuela, quién no sabe nada de computadoras, es, sin embargo, la figura arquetípica de la cibercultura. Muchos adorables ancianitos están más cerca del cuerpo amplificado de Stelarc que lo que sus nietos estarían dispuestos a aceptar. En el cruce de milenios, la vejez se convierte en una performance.

Desde nuestro espacio mitológico, constituido por los pequeños relatos de la
cultura masiva, la máquina como otro y sus perversos entrecruzamientos con el tejido humano genera toda una nueva estirpe de monstruos del Dr. Frankenstein, quizás Terminator, Robocop y los Transformers sean algunos de sus más famosos representantes. Sin embargo, otros personajes más radicales trazan el horizonte simbólico de las obsesiones tecno-fetichistas de la cibercultura, en este sentido, la magia de la técnica tiene más relación con el carácter erótico de la misma que con su funcionalidad, del gadget a la petit mort no hay más que un paso.

En este sentido, un recorrido por la
obra del artista plástico H. R. Giger puede resultar bastante ilustrativo de algunas de las obsesiones más profundas en torno a la metamorfosis del cuerpo, plasmadas en el arte contemporáneo. Giger nace en Chur (Suiza) en 1940 y ocupa un lugar privilegiado en la historia del arte fantástico, gracias, principalmente, a sus creaciones biomecánicas. La obra de Giger, amplia y ubicua, puede apreciarse en portadas de discos (Koo Koo del grupo punk Blondie, por ejemplo), películas (Alien, Alien III, Species, Poltergeist II, entre otras) y en una infinidad de exposiciones de su obra plástica (entre las que se destacan Necronomicon, Biomechanics, Erotomechanics, Passagen); a su vez, buena parte de su obra puede encontrarse en libros que dan cuenta de su producción artística a lo largo de más de 30 años (HR Giger Retrospective 1964-1984, HR Giger Arh+ y www HR Giger com, pueden señalarse como algunos de los más representativos).

Giger nos ofrece una serie de figuraciones del
cuerpo en donde la distinción entre organismo y mecanismo se diluye, el biomecanoide es definido por su creador como "una fundición armónica de la técnica, la mecánica y la criatura", es decir, el biomecanoide ilustra el triunfo de la prótesis, la invasión y colonización del cuerpo por la máquina, un entrecruzamiento de lo orgánico y lo inorgánico, un devenir biomecánico que tiene a H.R. Giger como profeta.
Nuevas figuraciones, esta supuesta fundición armónica no es otra cosa que la desaparición del límite entre
hombre y máquina, a favor de una alquimia erótica que juega con la fluidez de los cuerpos convertidos en máquinas de placer tecnofílico. Un paso más en la evolución post-humana iniciada en el cuerpo de nuestra abuelita.

La diferencia radica en el
carácter erótico que reviste la tecnología en Giger, las prótesis de la abuelita no van en contra de la moral y las buenas costumbres, en cambio, esta fusión sensual con la máquina que nos propone Giger prefigura las profecías post-apocalípticas y los sueños húmedos de la cibercultura.

"¿Qué hacer después de la orgía?" nos pregunta el pensador francés
Jean Baudrillard desde sus ejercicios de socio-ficción, Giger parece contestar a esa pregunta delineando nuevos devenires orgiásticos, nupcias de lo orgánico y lo inorgánico, del carbono y del silicio. Una nueva orgía para "después de la orgía", el futuro se nos ofrece como un paisaje mecano-orgánico, cargado de intensidades, una economía libidinal de cuerpos maquínicos en una orgía transexual y post-histórica, fantasías sexuales más allá de la historia y de la biología.

Según Roland Barthes, la máquina puede resultarnos poco simpática en tanto representa, en la figura del robot, "la terrible amenaza de la pérdida del cuerpo", sin embargo, la pérdida del cuerpo nos remite, desde otra perspectiva, a una
aventura fuera de los límites de nuestra piel, un salto cuántico a un futuro contrautópico. El alien gigeriano es un extranjero del tiempo más que del espacio, no un ser extraterrestre sino una criatura post-histórica; viene de otro tiempo, no de otro lugar, es un ser ucrónico, no necesariamente utópico. Timothy Leary no contuvo su entusiasmo en su prólogo de Giger`s Alien, al contemplar las oscuras imágenes surgidas de la fecunda imaginación de Giger, nos enfrentamos, según el gurú de la psicodelia, a visiones del futuro, un futuro que nos habla de un devenir post-humano.

En este sentido, recordemos que la ciencia ficción de los setenta termina permeando el imaginario de los ochenta y los noventa; el novelista Ballard gustaba pensar a la ciencia ficción como "el sueño del cuerpo de convertirse en una máquina", este sueño se ha convertido en el leit motiv de la cultura contemporánea, obsesionada por resignificar la corporalidad desde un horizonte configurado por extrañas visiones del futuro, paisajes biomecánicos donde metálicos cuerpos se mezclan en un éxtasis erótico, producto del sex appeal de lo tecnológico. Del organismo al mecanismo y de regreso,
hibridaciones, las fronteras se disuelven, la prótesis es el masaje.

Detengámonos un instante frente a la obra Erotomechanics V: un trasero metálico, iluminado por un extraño resplandor, se alza al cielo mientras un
pene de considerables proporciones penetra una vulva que se abre gustosa para recibirlo, promiscuidad de unos cuerpos donde la piel brilla por su ausencia, siendo sustituida por algo parecido a un exo-esqueleto surcado por un complejo entramado de líneas que evocan el fuselaje de una máquina. Las visiones gigerianas de cuerpos fríos y susurrantes, como todas las máquinas que funcionan bien (Barthes dixit), nos acercan a una noción de erotismo tecnofílico donde no es el contacto con la máquina sino el cuerpo como máquina lo que nos seduce. Los paisajes biomecánicos son fascinantes, ilustraciones de una geografía orgánica, pero, al mismo tiempo, plagada de mecanismos de relojería que convierten esos fragmentos de cuerpos sin rostro en formas intrigantes, donde nos fascina esa indeterminación de extrañas máquinas supurantes, cubiertas de óxido y secreciones sexuales a la vez.

Máquinas, máquinas de máquinas, flujos y cortes de flujos, este paisaje tecno-cárnico hace de la obra de Giger un fenómeno que trasciende el reducido espacio simbólico ocupado por los
tatuajes tecno-tribales y la infinidad de rip offs de Alien.

Me parece que la argumentación del
crítico cultural Scott Bukatman a propósito del filme Tetsuo del director japonés Shinya Tsukamoto (un filme de bajo presupuesto estrenado en 1989, que se ha convertido, a lo largo de los años, en una obra de culto del movimiento cyberpunk) puede extenderse a las imágenes que conforman la serie Erotomechanics de Giger, dónde nuestra mirada recorre cuerpos de apariencia maquínica entregados a los goces del amor (¿carnal?), en ellos también podemos leer "un discurso de y sobre el cuerpo blindado en la tecnocultura". Tecnosurrealismo comparable al del director japonés Tsukamoto, la obra de Giger traza la discursividad erótica del metal en el imaginario cyber, en la discursividad del filme Tetsuo, así como en los paisajes biomecánicos de H. R. Giger, el metal tiene la última palabra. Escuchemos a Tsukamoto referirse al erotismo: "La tradicional idea de erotismo está estrechamente asociada con la carne humana, pero yo quise contrastar esa carne humana, qué es frágil y cálida, con el metal, que es duro y frío. Lo que a mí me parece realmente excitante es ese encuentro entre la carne y el metal: la mutación, por tanto, es aquí sumamente sugerente."

Un erotismo que se nos presenta como el correlato oriental del biomecanoide gigeriano. Hardware y wetware, metal y carne, he ahí el objeto sexual de una pulsión más allá del deseo freudiano. Nuevos desafíos para los que continúan en la dura lucha por la liberación de su
deseo: de la vagina dentada del psicoanálisis a la vagina metalizada de la tecnocultura.

De las "máquinas deseantes" de los filósofos
Gilles Deleuze y Félix Guattari a la "máquina de follar" que da título a uno de los relatos más divertidos del escritor norteamericano Charles Bukowski hay sólo un paso, uno de los méritos de la obra de Giger es que conjuga, paralelamente, la ontología de la filosofía del deseo y el materialismo sucio de fin del siglo XX desencantado, quizás ahí radique parte del encanto de las imágenes de Erotomechanics. Estamos más allá de los pin up hiper-realistas del artista Hajime Sorayama, donde los cuerpos femeninos, más o menos fetichizados por la tecnología, recuperan su subjetividad en un rostro, una sonrisa, una mirada. En cambio, el gigeriano medical shot de una penetración chirriante y oxidada presenta al cuerpo ya no desde la apacible visión soft-core de brillantes cuerpos erotizados por el metal, sino que prefigura la apertura del cuerpo maquinizado a un devenir post-humano. Hard-core cyberpunk, porno-tecnología para mutantes del nuevo milenio.

Veamos, las gynoids
(término acuñado por Sorayama para señalar, todavía más explícitamente, el carácter femenino de sus sensuales robots) son la versión femenina del androide, pero, en ese sentido, no hacen más que espejear el deseo masculino en un espectáculo voyeurístico. Las gynoids de Sorayama no son más que barbies electrónicas, muñecas de placer y máquinas de follar, objetos-fetiche que yuxtaponen la piel femenina, la seda y el metal en una vecindad no carente de sensualidad, pero donde la radicalidad del cyborg propuesto por Donna Haraway como metáfora de la mutabilidad cultural de lo femenino está supeditada a las predecibles fantasías masculinas.

En lugar de cyborgs, las gynoids no son más que diosas sexuales, y, como sabemos, la ciberfeminista Donna Haraway prefiere, según nos dice en su
Manifiesto, ser un cyborg en lugar de una diosa.

¿Cómo ser cyborg y no morir en el intento? Quizás Sil, el alien erótico de la
película Species, se convierta en un mito fundacional del ciberfeminismo, este personaje extraterrestre y biomecánico nos presenta la sugerente paradoja de una figura femenina que es, al mismo tiempo, madre y depredadora sexual, una máquina-madre liberada del poder de lo masculino. Cartografías del futuro, la obra de Giger nos seduce en tanto prefigura un devenir más allá de lo humano, el biomecanismo es un post-humanismo, una ontología high-tech donde la carne se libera de la subjetividad y se conecta a la intensidad de lo maquínico. Un nuevo futurismo para la época del fin de las vanguardias.

*Publicado originalmente en El Huevo (Revista cultural de México)
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