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GLOBALIZACIÓN - INDUSTRIA DE SERVICIOS - LIBERALIZACIÓN COMERCIAL - TRABAJO SOCIAL REPRODUCTIVO - MERCADO DE SERVICIOS - CORPORACIONES TRANSNACIONALES DE SERVICIOS - ESPECIALIZACIÓN/CONOCIMIENTO/TECNOLOGÍA - TERCERIZACIÓN - POLÍTICA ECONÓMICA VS NORMAS DE GÉNERO - PRIVATIZACIÓN -

La comercialización de la reproducción social en la nueva economía dirigida por los servicios*

Marina Fe B. Durano
Entre los desafíos que enfrentamos hoy está la necesidad de crear un conjunto de instrumentos políticos y jurídicos que reconstruyan el contexto institucional sesgado por el género en el cual funciona la globalización. Las autoridades ya no pueden ignorar las interacciones entre la política económica y las normas de género. Estas últimas invariablemente dictan la conducta social y la reacción a las políticas económicas


Las políticas se implementan en un contexto institucional que dicta la distribución de costos y beneficios. Entre los desafíos que enfrentamos hoy está la necesidad de crear un conjunto de instrumentos políticos y jurídicos que reconstruyan el contexto institucional sesgado por el género en el cual funciona la
globalización. Mientras los mercados generaron una estructura de incentivos que alienta a las mujeres a asumir actividades productivas, prácticamente no conocemos incentivos que alienten a los hombres a asumir responsabilidades de cuidado. El resultado es la expulsión de la reproducción social del hogar a la esfera privatizada del mercado, en lo que parece ser un paso de mal en peor.


Introducción

Entre las características de la ola de globalización en curso está el advenimiento de la industria de los servicios y el incremento del comercio de las actividades de servicios. Los países desarrollados que marcan el camino se transformaron progresivamente en economías dirigidas por los servicios en las últimas dos décadas. Estas economías han valorado los servicios intensivos en especialización, conocimientos y tecnología, ya que son éstos los que proporcionan los rendimientos más altos y el mayor valor agregado. Entre tanto, los sectores manufactureros desindustrializados de los países desarrollados han trasladado cada vez más sus operaciones a los países en desarrollo en la forma de inversión extranjera directa, a la vez que retienen el control sobre las actividades productivas en sus oficinas centrales.

El sector de los servicios en los países en desarrollo refleja las características de la naturaleza poco especializada y con bajo valor agregado de sus sectores industriales, que han decaído como consecuencia de las amenazas que representa la competencia de los sustitutos importados por la liberalización comercial. Así, la polarización entre los mundos desarrollado y en desarrollo perdura y hasta se intensifica.

A medida que sucede este cambio estructural industrial y laboral, las mujeres no pueden subir la escalera del valor agregado ya que la posesión de especialización, conocimiento y tecnología sigue favoreciendo a los hombres. Asimismo, los sectores de servicios que respaldan la labor reproductiva social, como los servicios comunitarios, sociales y personales, los servicios educativos y sanitarios, están perdiendo el respaldo financiero público ya que el mercado se presenta como un método más eficaz para suministrar estos servicios. Esto ocurre en un momento en que la estabilidad de los presupuestos de gobierno se ve amenazada constantemente por crisis financieras y económicas.

Sin embargo, la provisión de cuidados debe continuar y se confía en que el "altruismo socialmente impuesto" asegure que ese suministro se produzca. Asignar roles de proveedoras de cuidado a las mujeres las coloca bajo la doble carga del trabajo productivo y reproductivo social. La naturaleza de los subsectores de servicios donde las mujeres tienen gran participación está determinada por estas expectativas de roles. Los subsectores varían según si las mujeres actúan predominantemente como consumidoras o tanto como consumidoras y productoras. En este último caso, los servicios son menos valorados ya que tienden a ser dicotomizados entre lo regulado formalmente y lo regulado informalmente, siendo las mujeres en el sector informal las más vulnerables ante las crisis.

El proceso de liberalización comercial y globalización puso en el centro de atención al sector de los servicios, que solía considerarse no comercializable. La insistencia de la inversión como forma de comercializar los servicios facilita la apertura de los mercados de servicios a los intereses extranjeros. Cuando se aúna con la privatización de los bienes y corporaciones del Estado en este sector, la comercialización de los servicios para la reproducción social está prácticamente garantizada.

El ascenso de la economía de servicios

Las negociaciones sobre aranceles de las exportaciones manufacturadas no sólo perdieron relevancia en las últimas décadas, sino que las economías desarrolladas también han transferido su estructura industrial y de empleo de la manufactura a los servicios, principalmente debido a los avances tecnológicos y a la constante especialización. A mediados de los años 90 la proporción de servicios en el PBI de los países industrializados rondaba el 70%. La proporción representa entre 50% y 60% en las economías recientemente industrializadas, y se aproxima al 40% en los países en desarrollo (Kang, 2000).

En este período descendió el precio de los servicios, sobre todo para el transporte y las comunicaciones. Jones y Kierzkowski (1990) piensan que la caída explica el mayor uso, de parte de las firmas manufactureras, de las cadenas de producción internacional como estrategia de producción. Así nos encontramos con una fragmentación de la producción en bloques productivos que son distribuidos entre varios países, en su mayoría en desarrollo. Por cierto, los artículos intermedios producidos por estos bloques productivos constituyen gran parte del comercio mundial actual. Según Milberg (1999), el comercio entre las firmas representa ahora entre el 30% y el 50% del volumen de comercio de los principales países industrializados. Esto significa que los insumos importados son cada vez más importantes para estos países. Gran parte de esto fue posibilitado por el descenso en el precio del transporte, que ha disminuido el costo del movimiento físico de los productos, y por la caída del precio de las comunicaciones, que ha reducido el costo de coordinación entre las oficinas centrales y los bloques productivos.

Con la expansión del proceso productivo por todo el mundo crece la necesidad de otros servicios de apoyo, tales como servicios financieros, contables y jurídicos para hacer frente a la fragmentación de la producción. Las corporaciones que utilizan esta estrategia de producción deben decidir si estos servicios de apoyo serán suministrados internamente por la firma o tercerizados al mercado de los servicios. El incremento en el número de empresas de servicios indica que muchas han optado por esto último. Los servicios deben adoptar un cariz transnacional para atender a su clientela corporativa y, por lo tanto, hay un impulso para abrir los mercados de servicios a las corporaciones transnacionales de servicios.

Simultáneamente, el sitio elegido para los bloques productivos depende de la disponibilidad de mano de obra barata -por lo habitual femenina- y de un conjunto de incentivos fiscales y económicos proporcionados por los gobiernos de los países en desarrollo para fomentar la inversión extranjera directa.

La economía del cuidado

La fragmentación no sólo se produce entre las firmas de producción. Los hogares también experimentan una fragmentación similar; cada vez más servicios socialmente reproductivos son tercerizados a medida que más mujeres participan de actividades productivas en el mercado. El incremento de la participación femenina en la fuerza laboral, alentado por las políticas orientadas a la exportación, no puede comprenderse sencillamente como una contribución al crecimiento económico. Sin embargo, la participación femenina en la producción está condicionada a la presencia de un sustituto para el trabajo de reproducción social que queda descuidado.

El trabajo social reproductivo abarca aquellos servicios con funciones claramente de cuidado, que son particularmente importantes en un contexto donde existen personas dependientes -niños, ancianos y enfermos. El papel de la mujer como principal dispensadora de cuidado es una imposición social. Las normas sociales sobre las obligaciones familiares asignan a las mujeres la mayor responsabilidad por este cuidado. Las economistas feministas se refieren en ocasiones al suministro de estos servicios como la "economía del cuidado".

Cuando las mujeres ingresan a la fuerza laboral, el trabajo que tradicionalmente hacían en el hogar igual se debe desempeñar. La sustitución para la mujer que trabaja puede tomar muchas formas: electrodomésticos que le ahorren tiempo, como lavarropas y secarropas, lavaderos o aspiradoras; empleadas domésticas, cocineras de tiempo parcial o cadenas de entrega de comida rápida; niñeras de tiempo completo o por hora, o servicios de atención infantil; hijas mayores, abuelos u otros integrantes de la familia. El incremento de servicios domésticos ayuda a explicar en cierto grado al mercado informal de servicios, que está conformado principalmente por estos servicios. Es así que la provisión de cuidado se realiza de las siguientes maneras: a través de la labor no remunerada de las mujeres de la casa, de los avances tecnológicos en los electrodomésticos o del mercado de servicios.

La tercerización de los servicios domésticos quizá no sea tan compleja como las cadenas de producción internacional, pero sí adquiere un aspecto global. En los países desarrollados donde tanto la participación masculina como la femenina en la fuerza laboral es muy elevada, y los sistemas de parentesco ya no son una fuente confiable de apoyo, los servicios domésticos deben adquirirse en el mercado.

Los salarios bajos en situaciones de fuerte estrés caracterizan a muchos de los servicios proporcionados por mujeres, como la enfermería, enseñanza y el trabajo doméstico. Las reglas sobre inmigración se modifican convenientemente para llenar los vacíos de mano de obra en estos sectores. Filipinas es conocida por proveer de empleadas domésticas a familias de Hong Kong, por ejemplo. El sistema de escuelas públicas de EE.UU. también recluta maestras en algunos países del Caribe.

La segregación ocupacional se refleja en la desigualdad salarial existente entre hombres y mujeres. Esta segregación representa una parte importante de la brecha salarial entre los géneros. Y dado que el advenimiento de la economía de servicios depende en gran medida de la especialización, el conocimiento y la tecnología, es de esperar que esta brecha se profundizará en el futuro. Sassen (1998) ya ha señalado la intensificación de la desigualdad en las ganancias e ingresos en las ciudades del mundo que actúan como base de las industrias de servicios. Un estímulo adicional a la mayor desigualdad es la creciente "ocasionalización" del empleo en el sector de servicios, a medida que las empresas tienen menos demanda de puestos permanentes y de capacitación intermedia.

El ocaso de la prestación de los servicios públicos

A veces no es fácil identificar qué queremos decir con servicios prestados públicamente. Existen muchos términos: servicios sociales, bienestar social, fondos sociales, seguro social, redes de seguridad social, seguridad social, política social, presupuestos sociales, etc. Estos términos refieren a la modalidad de la prestación, pero todos contienen servicios sociales. Cualquiera sea el sentido que le demos a los servicios prestados públicamente, la prestación de los mismos está amenazada por los recortes fiscales y la privatización, especialmente en las economías endeudadas. Los servicios prestados por el sector público fueron vendidos a compañías privadas o utilizan un sistema de vales o tarifas de usuario. Cuando la privatización se acopla a la liberalización comercial, la experiencia general indica que la carga del cuidado social se intensificará para las mujeres, dado que ellas son las proveedoras de cuidado por defecto.

Incluso cuando existen servicios públicos deben plantearse algunas interrogantes acerca de la naturaleza de los mismos. Los servicios de infraestructura no satisfacen las necesidades de las mujeres. Los servicios sociales aplican un enfoque paternalista a la provisión de cuidado. La seguridad y los seguros sociales recurren al concepto del hombre proveedor a la hora de elaborar sus programas.

Los servicios pueden dividirse en servicios de infraestructura y servicios sociales. Los dos no podrían estar más alejados entre sí. Ambos, sin embargo, son muy importantes para las mujeres. La diferencia entre los dos es la forma de participación de las mujeres como productoras o como usuarias. Los servicios de infraestructura tienden a estar impregnados de un sesgo masculino porque los hombres dominan los aspectos de diseño, ingeniería y construcción, mientras las mujeres tienden a ser usuarias de estos servicios. La infraestructura del agua y la energía en las zonas rurales podría ayudar a reducir el tiempo que las niñas pasan recolectando agua y leña, y así aumentar el tiempo disponible para asistir a la escuela, si el planeamiento reconociera a las mujeres como principales usuarias de estos servicios.

Un panorama distinto surge con los servicios sociales donde las mujeres predominan tanto en su producción como en su uso. Las mujeres no pueden controlar ni determinar la naturaleza de la provisión como productoras y usuarias de los servicios sociales, sino que tienen que aceptar que en la actualidad la provisión de servicios es paternalista, sirviendo sólo para apoyar y reforzar los roles de "dispensadoras de cuidado" de las mujeres. Dado que las mujeres participan directamente en el cuidado de la familia, deberían ser quienes reciban apoyo en sus ingresos o subsidios sociales. Los programas de vacunación, nutrición y similares tienden a concentrarse en las madres, por ejemplo. Este enfoque puede criticarse por tomar un punto de vista instrumentalista de las mujeres.

Los programas de seguridad social no se han adaptado al ascenso de la economía de servicios. A medida que el mercado de trabajo se vuelve más informal y ocasional, los regímenes de seguridad social basados en las relaciones tradicionales de empleo manufacturero se tornan irrelevantes. Hace falta que la seguridad social se despoje del sesgo del hombre como proveedor (Elson y Cagatay, 2000), y que incluya a aquéllos que están excluidos del alcance regulatorio y a aquéllos que comienzan a quedar fuera del alcance regulatorio del respaldo social público, en concordancia con la reorganización del mercado de trabajo.

Esto no significa, sin embargo, que este tipo de programas no ayude a las mujeres. Son necesarios y respaldan sus funciones de cuidado y las ayudan a aligerar sus cargas de reproducción social. La crítica que se puede hacer a estos programas refiere a que no cuestionan las normas de género relativas al cuidado.

Conclusiones

Entre los desafíos que enfrentamos hoy está la necesidad de crear un conjunto de instrumentos políticos y jurídicos que reconstruyan el contexto institucional sesgado por el género en el cual funciona la globalización. Las autoridades ya no pueden ignorar las interacciones entre la política económica y las normas de género. Estas últimas invariablemente dictan la conducta social y la reacción a las políticas económicas.

Las políticas se implementan en un contexto institucional que dicta la distribución de costos y beneficios. Los instrumentos políticos rozan contra instituciones rígidas. No se puede esperar que las políticas en sí cambien el marco institucional de los derechos de propiedad y las obligaciones de cuidado porque no fueron creadas para eso. Los resultados inconsistentes hallados por la literatura sobre género y comercio se explican por esta separación entre el instrumento político y su contexto institucional.

Aunque las mujeres y sus movimientos se han opuesto a este marco institucional, la resistencia sigue siendo fuerte. Sabemos que los mercados generaron una estructura de incentivos que alienta a las mujeres a asumir actividades productivas. Pero prácticamente no conocemos incentivos que alienten a los hombres a asumir responsabilidades de cuidado.

Este es un dilema para las activistas feministas. Las autoridades sólo quieren hablar de las políticas y no de la interacción de las políticas con las instituciones. Si no se presta la debida atención a las instituciones, la política económica siempre le falla a las mujeres. En el peor de los casos, las políticas explotan a las mujeres.

Finalmente, aunque existen opiniones diferentes sobre el análisis de la economía del cuidado, hay consenso sobre la "preocupación por la calidad futura de la vida en un mercado capitalista en el cual los servicios de cuidado pagados tienen un papel cada vez más importante" (Badgett y Folbre, 1999). Las políticas que no toman en cuenta el género se aúnan para expulsar la reproducción social del hogar e insertarla en la esfera privatizada del mercado, en lo que parece ser un paso de mal a peor.

Referencias

Diane Elson y Nilufer Cagatay. "The social content of macroeconomic policies," World Development, 28(7): pp. 1347-1364, 2000.

M.V. Lee Badgett y Nancy Folbre. "Assigning care: gender norms and economic outcomes," International Labour Review, Vol. 138 (1999), No. 3, pp. 311-326, 1999.

Ronald W. Jones y Henryk Kierzkowski . "The role of services in production and international trade: a theoretical framework," en Ronald R. Jones y Anne Krueger, eds. The Political Economy of International Trade. Oxford: Basil Blackwell, 1990.

Jong-Soon Kang. "The services sector in output and international trade," en Christopher Findlay y Tony Warren, eds. Impediments to Trade in Services: Measurement and Policy Implications. Londres: Routledge, 2000.

William Milberg. "Foreign Direct Investment and Development: Balancing Costs and Benefits," en International Monetary and Financial Issues for the 1990s Vol. XI, Ginebra: UNCTAD, 1999.

Saskia Sassen. Globalization and Its Discontents: Essays on the New Mobility of People and Money. Nueva York: The New Press, 1998.

*Publicado originalmente en Social Watch 2003

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