H enciclopedia 
es administrada por
Sandra López Desivo

© 1999 - 2013
Amir Hamed
ISSN 1688-1672

 



URUGUAY - MONTEVIDEO - HERRERA Y REISSIG, JULIO - TRATADO DE LA IMBECILIDAD DEL PAÍS POR EL SISTEMA DE HERBERT SPENCER - QUIROGA, HORACIO -


Estudio preliminar al Tratado de la imbecilidad del país por el sistema de Herbert Spencer (III)*

Aldo Mazzucchelli

En el «Epílogo wagneriano…» anuncia a Oneto y Viana: «en una extensa obra de crítica enciclopédica, sobre el país, inserto un juicio tan largo como tu Política de fusión sobre lo que en mi concepto significan los partidos tradicionales». (...) agrega, «Auguro un aumento de mortalidad para cuando aparezca mi Tratado… Habrá tantos muertos como páginas».


III. El itinerario de escritura del Tratado de la imbecilidad del país...


Hemos repasado las crisis que atraviesa Herrera y Reissig entre
1900 y 1902,
LXXXVI y hemos visto que ellas proveen el marco para una transformación radical de aquel poeta que, aún en 1899, publicaba sus pequeñas piezas de un romanticismo trasnochado en periódicos y se apasionaba con las luchas de banderías políticas al uso. Es en esos días turbulentos de comienzos del siglo que da forma a estos textos, su Tratado de la imbecilidad del país por el sistema de Herbert Spencer, y pone en ellos toda su esperanza de estar construyendo un trabajo importante y perdurable. Las cartas a sus amigos Edmundo Montagne, Oscar Tiberio, y algunas otras declaraciones públicas de Herrera y Reissig trazan, con cierto detalle, el itinerario de la escritura del Tratado

Ese itinerario puede resumirse desde ya. A fines de 1900, Herrera y Reissig encara la redacción de algunos textos en prosa que, en un comienzo, serían parte de un trabajo en común con De las Carreras. Eventualmente, la zona herreriana de tales manuscritos creció y se independizó del proyecto original, para dar lugar a los ensayos y capítulos de su Tratado de la imbecilidad del país…, el cual parece estar definido como proyecto autónomo, y con su propio título, ya para octubre de 1901.
LXXXVII De la parte del proyecto correspondiente a De las Carreras, si alguna vez se escribió, no tenemos noticia cierta, aunque son abundantes las semimitológicas referencias a tales papeles en diversas fuentes. Tampoco sabemos el tono real de tal obra de De las Carreras, salvo por reportes indirectos.
LXXXVIII

Veamos ahora los testimonios de época que dan cuenta de estos asuntos. La primera mención de la que tenemos noticia a un trabajo que podría tener relación con el posterior Tratado de la imbecilidad del país por el sistema de Herbert Spencer es de carácter público. Abre, a su vez, una innecesariamente larga saga de especulaciones acerca de la autoría de los manuscritos producidos en aquellos tiempos, entre ellos los que compondrán el Tratado

En la edición popular del periódico montevideano El Siglo
del 7 de junio de 1901, en la página 1, columna 6, hay una noticia «bibliográfica» que dice:

Los señores Herrera y Reissig y Roberto de las Carreras, dos escritores sobresalientes, terminan el libro de crítica literaria y de crítica de literatos que hace tiempo están preparando. Esa doble crítica, en estilo vigoroso y nuevo, tendrá el privilegio de provocar debates interesantes.


Una importante noticia aparecida ese mismo año, y casi enseguida, el 20 de junio, en el periódico El Imparcial de Salto, página 1, columnas 1 y 2, continúa aportando datos sobre el proyecto por entonces en común. El periódico salteño publica entonces una extensa carta que, desde Montevideo, envía Horacio Quiroga a su amigo Federico Ferrando. En ella, entre otros comentarios y noticias sobre la actualidad del mundillo literario montevideano, se encuentran los siguientes párrafos:

La noticia de un libro a aparecer, escrito por Roberto de las Carreras –prólogo de Julio Herrera y Reissig– no es probable se conozca en esas regiones agrícolas. Trátase de una obra eminentemente nacional, con bonito título y tendencias más que humanitarias. Se pretende en ese libro dar una cabal idea de lo que somos, es decir, de lo que son nuestros compatriotas, explicando el origen de ciertas piedras cerebrales tan edificantes en la República Oriental del Uruguay, así como la virtud nacional de ser presuntuosamente estúpidos –perdón por la palabra, pero se trata de eso en el libro.

Desfilan en el prólogo de J. H. y R. muchas cosas: la República, su aspecto, Zorrilla de San Martín, las cañas dulces, singular parecido de Montevideo con Salto y Paysandú, los charrúas –indios que existieron antes– terrenos de sedimento, y algún […]pico.

Hay otras cosas, pero no las recuerdo.

Roberto de las Carreras moraliza. Extirpa a Eduardo Ferreira, excelente caballero, pero detestable escritor, (Carreras no cree que sea caballero), a José Rodó, víctima de ciertas cosas; a Víctor Pérez Petit, que tiene una enfermedad en la cabeza; y así pasan por la obra muchos hombres de letras, Carlos Reyles, Bobadilla (cubano), Papini y Zas y algunos otros.

Hasta pasa graciosamente Lugones, que es el primer poeta actual.

Hay además un diálogo-introducción en el que no me atrevo a decir se burlan, pero sí se ríen de los 200.000 kilómetros cuadrados de fértiles campiñas que en los mapas se llaman R. O. del U.. En verdad, y esto es necesario para la tranquilidad nacional, no se trata de que todos crean lo que dice el libro como en un evangelio. Va la obra a título de información, nada más. Cierto es que las páginas son graves; pero estoy seguro de que mis buenos amigos no pretenden organizar un movimiento de vergüenza hacia la suma de habitantes de nuestra tierra.


Hasta aquí el informe de Quiroga –quien por esos tiempos pasaba por una etapa de aparentemente buena relación con Herrera y sus allegados, cosa que no iba a mantenerse así en el futuro.

¿Cuál es, pues, la interpretación que puede darse al informe quiroguiano, así como al previo suelto en El Siglo, que hablan de una obra en común entre ambos amigos?

Atendiendo a algunos de los contenidos citados, se ve que varias de las zonas que hoy componen el Tratado de la imbecilidad… ya estaban redactadas, por Herrera y Reissig, para mediados de 1901. En efecto, todo lo que menciona Quiroga como parte del «prólogo» de Herrera y Reissig está efectivamente en los manuscritos que en este volumen se publican. Hay algunos pasajes en que se habla de «ciertas piedras cerebrales», como dice Quiroga, y también de Juan Zorrilla de San Martín (aunque no de su obra literaria, sino de sus opiniones urbanísticas).
Pero estos dos textos públicos no son el único testimonio de alguna colaboración efectiva entre Herrera y De las Carreras. Un breve –e incompleto– texto se conserva entre los papeles del primero, llamado Prolegómenos de una epopeya crítica (A la manera de Platón). Manuscrito por Herrera, es efectivamente un diálogo entre ambos amigos, Herrera y De las Carreras, y constituye una de las pocas referencias directas de los escritores a un posible libro compuesto en común.
LXXXIX

En este diálogo se hace referencia, una vez más, a dos textos, o a un texto escrito en partes separadas por uno y otro interlocutor. Por otro lado, las referencias, que son bastante generales, no permiten asociar ese texto referido con el Tratado de la imbecilidad… tal como llegó en su redacción por Herrera y Reissig.

De estos hechos, seguros, no tiene por qué inferirse la inexistencia de otros textos aún no conocidos, entre ellos ese posible «tratado literario» que Quiroga anticipa. Como hipótesis, no debe descartarse que De las Carreras haya escrito su parte, que quizá realmente haya existido ese otro tratado de crítica literaria, hoy perdido –u oculto entre los papeles de Roberto de las Carreras–. A ese tratado, escrito en común, se referirían entonces los «Prolegómenos» antes mencionados. Apoya esta hipótesis que las referencias hechas en los «Prolegómenos» no parecen corresponder a los textos reunidos en el Tratado…, sino a una obra de carácter más literario con prólogo de Herrera y Reissig, reafirmando lo anunciado por Quiroga. También sería un indicio de la existencia de, al menos, algún manuscrito preliminar de De las Carreras, una cita que Herrera incluye en el Tratado…, en la que, en nota al pie de página, dice «Véase Literatura Colonial de Roberto de las Carreras».

No obstante, tanto esa remisión como los «Prolegómenos» pueden haberse escrito por anticipado a la obra, remitiendo a una idea aún no realizada, o en vías de realización luego abortada, elogiando lo que aún no existía.
XC

En resumen, en cuanto a la autoría, pues, pese a la posibilidad de una colaboración literaria y ensayística en los años que nos ocupan entre Herrera y Reissig y De las Carreras, existe la certeza de que el Tratado de la imbecilidad del país por el sistema de Herbert Spencer es de Julio Herrera y Reissig, con independencia del grado en que esa colaboración haya derivado en otros proyectos no llevados a cabo o en otras realizaciones perdidas. Herrera y Reissig escribe las seiscientas páginas de su puño y letra, trata a sus páginas como propias, dispone de ellas, anuncia en privado y en público la aparición del libro como suyo, y no es nunca desmentido o cuestionado en su autoría por De las Carreras.

Con el correr de los meses –y, previsiblemente, al progresar Herrera en su trabajo de escritura– las referencias a la obra se multiplican y se hacen más precisas. Hay, así, dos fragmentos de una carta que envió Julio Herrera y Reissig al poeta platense Oscar Tiberio, que resultan también útiles a la hora de estudiar la mirada del propio Herrera sobre su manuscrito.

«Oscar Tiberio» es el seudónimo de Jacinto Bordenave, poeta y escritor de La Plata que mantuvo correspondencia con Herrera, sin llegar a conocerlo personalmente, entre 1899 y 1902.
XCI En esos fragmentos, ambos de una carta de septiembre del año 1901,XCII el uruguayo revela las grandes expectativas que abrigaba respecto del triunfo de su obra, al tiempo que hace una breve definición de lo que él entendía estaba escribiendo. Hace una primera mención, al pasar, a un «próximo libro» que está escribiendo y que espera servirá como «prueba» de su «descendencia» de Hobbes, «abofeteador de imbéciles, domador de bellacos, catapulta contra las mentiras de la sociedad (…)», para enseguida volverse más específico:

Hace un año que trabajo sin descanso en este libro, que creo será lo único bueno que hasta la fecha haya producido, y donde verdaderamente haya vaciado toda mi alma artística. El libro en cuestión abraza todo mi país y parte de la América del Sur. Es un estudio psico-fisiológico de la raza y un examen crítico de sus manifestaciones emocionales e intelectuales. Destrozo en él a esta sociedad, imbécil y superficial, y a sus literatos, uno a uno, examinando detenidamente sus obras.


Si esta carta es, como se conjetura, de septiembre-octubre de
1901, eso nos informa que la redacción del Tratado… comenzó en ese último cuarto del año 1900. Herrera se refiere a un libro que es tanto un «estudio psico-fisiológico de la raza y un examen crítico de sus manifestaciones emocionales e intelectuales» como un tratado de crítica literaria. De él tenemos lo primero, incluyendo el destrozo anunciado, que es lo que se publica en este volumen. En cuanto al prometido «examen detenido» de las obras de los literatos del Uruguay, quizá Herrera esté en este caso exagerando el papel de los pasajes del libro en que, efectivamente, menciona y comenta la creación literaria en el Montevideo de su tiempo. En todo caso, lo seguro es que no contamos con el prometido «examen detenido» de casi ninguna obra, salvo una larga nota al pie en que se critica un aspecto de El que vendrá de Rodó, una consideración de un artículo urbanístico de Zorrilla de San Martín, y un comentario sobre el punto de vista moral adoptado por Rafael Sienra en su libro sobre el Bajo montevideano que se titulaba Llagas sociales.

Por los mismos días, también a Edmundo Montagne
XCIII toca ser informado por Herrera y Reissig del trabajo que éste tenía entre manos. La primera de esas informaciones ocurre en una misiva que Herrera fecha hacia fines de noviembre de 1901, y esta mención es importante, porque en ella se da por vez primera el título de la obra. Dice Herrera:

Trabajo muchísimo en mi futuro libro de prosa: El Tratado de la imbecilidad del país, por el sistema de Herbert Spencer. Aparecerá esa obra para principios de año.XCIV


Y enseguida, precisando más el espíritu de su obra, el 8 de diciembre de 1901, insiste:

Oh, cuando aparezca mi libro (de crítica) ¡qué revolución en América! Aguardemos hasta entonces, querido Montagne. Todo esto hay que ponerlo en la picota. Lo único que cabe hacer aquí, es la risa amarga y eterna de Voltaire y de Byron! Hacer una obra de demolición, de crítica, es inmortalizarse. Eso es lo único que vivirá. Creo que mi libro será una de las obras más originales y valiosas de cuantas se hayan escrito sobre un país, una época y una raza! Creo de veras que no morirá y tendrá resonancia hasta en Europa, pues la haremos traducir al francés y al italiano. Me faltan todavía seis meses de trabajo. Es una joya literaria. Hay que limpiarla, pulirla siempre.


El fragmento da una clara idea de la expectativa y el interés intenso que Herrera tenía por entonces en su trabajo con el Tratado de la imbecilidad… También de la centralidad que en el proyecto tiene esa «risa amarga», que se asocia directamente en esta concepción con la crítica, una crítica esencialmente irónica, pues. También es importante ver que Herrera calculaba terminaría su trabajo para mediados de 1902 (dice que le faltan «seis meses» de trabajo). Esa estimación es consistente con la que desliza, en un tono mucho más deprimente, en su próxima mención al Tratado..., en nueva carta a Montagne del 1º de junio de 1902:

Muy triste me hallo. Muy abatido – Muy pobre. Así me ha tomado su carta. Estuve dos meses enfermo, con palpitaciones nerviosas al corazón – A consecuencia de esa calamidad tengo forzosamente que haraganear, dejando la conclusión del Tratado de la imbecilidad de mi país para dentro de un par de meses, si para entonces, como se entiende, estoy bien de salud.


Hasta este momento, junio de 1902, pues, Herrera y Reissig tiene avanzado pero no terminado su trabajo. En setiembre de 1902 tendrá lugar la publicación de algunos fragmentos. Esa publicación guarda abundante información sobre la estructura, intención y carácter del libro.


El «Epílogo wagneriano a La política de fusión» y la caída del proyecto


Como hemos visto ya en otra parte, un crítico, al comentar los dos fragmentos de la carta de Herrera a Tiberio de septiembre de 1901 en que aquél se refiere a su Tratado…, dice que «del conjunto [de esta obra], segregó Herrera al cabo algunos pasajes que reorganizó y adaptó con un rótulo, “Epílogo wagneriano a 'La política de fusión´”. Tales páginas dan una idea bastante explícita de la entidad originaria».

El «Epílogo wagneriano» no es, sin embargo, en su entidad ensayística, un zurcido de fragmentos reorganizados del tratado que hoy publicamos. Lejos de ello, es una carta-ensayo, publicada en la revista trimestral Vida Moderna en septiembre de 1902, en la que Herrera y Reissig hace la crítica del ensayo histórico La política de fusión, publicado por su amigo Carlos Oneto y Viana
XCV en abril del mismo año, y en el cual incluye una serie de citas textuales de otro libro, el Tratado de la imbecilidad

El hilo conductor de Herrera en este trabajo es la observación de que lo que hace falta al mundo intelectual uruguayo no es la clase de textos de revisionismo histórico –del que es ejemplo el de Oneto–, que, a juicio de Herrera, pese a sus virtudes ocasionales, no alcanza a elevarse por sobre la tradicional discusión de banderías y política más o menos menuda. En cambio, el poeta pide una visión más amplia y profunda, de conjunto, que explique a los partidos como uno más de los elementos que intervienen en la dinámica social del país. Herrera y Reissig aboga por el estudio «sociológico» y «científico» que sustituya al ensayo político-histórico de sesgo partidario.

En ese marco es que Herrera incluye, sí, fragmentos de su tratado. Pero, lejos de ser una «reorganización y adaptación» de aquellos, se trata de citas, aunque extensas, de carácter ilustrativo de un tipo de texto distinto al de Oneto. Lo que hace Herrera es dar un verdadero «adelanto» de partes de su Tratado…, aclarando además la ubicación que les corresponde en la entidad original a la que pertenecen. Todavía en el momento de publicar el «Epílogo…», septiembre de 1902, Herrera tenía –como las seguirá teniendo por un tiempo aún– grandes expectativas sobre su Tratado… y sobre el impacto público que llegaría a tener.

En el «Epílogo wagneriano…» anuncia a su corresponsal Oneto y Viana: «en una extensa obra de crítica enciclopédica, sobre el país, que saldrá a luz próximamente, inserto un juicio tan largo como tu Política de fusión sobre lo que en mi concepto significan los partidos tradicionales». Y más adelante previene:

Para que tú, como tus colegas, noten la diferencia que existe entre escribir por vanidad y por ambición, y se persuadan de que en esta tierra se ha tomado la literatura por sastrería, inserto unos renglones de mi famoso libro, y termino con ellos esta ya extensa carta sinapismada que quizás a cuántos estólidos llene de consternación…!


E inmediatamente a esto, en nota, agrega «Auguro un aumento de mortalidad para cuando aparezca mi Tratado… Habrá tantos muertos como páginas…».

Estas puntualizaciones muestran nuevamente que el espíritu con el cual Herrera publica los fragmentos a que nos venimos refiriendo es el de dar un adelanto de su gran obra, que para septiembre de 1902 aún espera publicar, y sobre la que en esa fecha tiene enormes expectativas. De ninguna manera existe entonces o después un «retroceso» o «arrepentimiento» sobre estos textos, como se ha sugerido equivocadamente.

¿Por qué el libro anunciado en privado y en público por las diversas vías reseñadas hasta aquí no llegó a ver la luz? ¿Cuánto tiempo se prolongaron tales expectativas, al pasar los meses y no verificarse la publicación del anunciado Tratado…?

Aunque no exista una explicación única y simple a esta cuestión, pueden aventurarse al menos cuatro factores.

Un primer factor, cierto –que no descarta otros posibles–, es el desánimo de Herrera y Reissig ante la ausencia de reacciones luego de su publicación de los fragmentos del Tratado de la imbecilidad… dentro de su «Epílogo wagneriano». Tenemos prueba de esto último un año largo más tarde. En enero de 1904, en una carta del poeta a su amigo Juan José Ylla Moreno, Herrera se queja del poco eco que sus fragmentos tuvieron en una Montevideo que, aún entonces, más de un año más tarde, le parece un «Tontovideo», lleno de «indigencia rústica». Dice Herrera:

Yo publiqué en Vida Moderna y en La Alborada.XCVI Ni un eco, ni una resonancia… silencio. Muerte de imbecilidad y de sombra, la más mortal de las Muertes, la más incolora y la más uruguaya.


Termina esa carta en tono entre irónico y desesperanzado, calificándose a sí mismo como un «herido en el campo de batalla de los charrúas».
XCVII

El clima espiritual e intelectual, así como el estilo y las opiniones sobre su país expuestas en el Tratado… escrito en 1901 y 1902, están intactos aún,
XCVIII aunque el desengaño por la falta de eco que han recibido los adelantos publicados es patente, y probablemente, entonces, una de las causas de que el libro no se haya dado a la imprenta.

Una segunda causa posible de la no publicación es la naturaleza excesivamente transgresora, hasta llegar a lo crudamente ofensivo, del texto. Su ubicación, extramuros de cualquier estándar de corrección literaria y política para su época, debe haber desestimulado al menos a todos los potenciales editores. A ello debe agregarse, como tercer factor a no desdeñar, que la publicación de un texto tan extenso sin un editor que la financiase se convertiría en un problema económico importante, y las finanzas de Herrera y Reissig nunca fueron, y menos en 1902, florecientes.

Un cuarto factor es el cambio en el propio Herrera y Reissig. No un cambio ideológico que lo hubiese llevado a renegar de las ideas de su texto ni a abandonarlas, pues puede verse aún en 1907 y más tarde que su aproximación a las cuestiones que le preocupaban a comienzos de siglo se consolida y en todo caso se profundiza, aunque tomando un aspecto más constructivo que destructivo.
XCIX En cambio, es el tono general de su aproximación y las prioridades vitales lo que cambia, profundizando su soledad personal, alejándolo cada vez más del ambiente en que vivió en los primeros años del siglo, de la época y del tono en que podría haber empujado sus manuscritos hacia la publicación.

En febrero de 1904 conocerá a Julieta de la Fuente, con la que establecerá un largo noviazgo de cuatro años y luego se casará. Ese mismo año, sobre el mes de septiembre, viaja a Buenos Aires para una estadía de cinco meses en esa ciudad, aprovechando la oportunidad de un trabajo en la oficina del Censo en la capital porteña. A su vuelta la ciudad y el país estarán cambiando aceleradamente, como consecuencia de una situación política nueva. Su amistad con De las Carreras se ha enfriado y se encamina a su áspero fin, que no ocurrirá explícitamente hasta 1906; pero las alianzas literarias se han rehecho aislando a Herrera y Reissig de varios de sus antiguos amigos, ahora alineados en filas «enemigas». El antiguo pontífice de la Torre de los Panoramas, ya sin visitantes, se encierra en un nuevo cambio y se reconcentra en la elaboración de su obra lírica.



Notas:
 

LXXXVI Hay una discusión más específica acerca de la crisis filosófica en el Posfacio crítico, incluido en el cd-rom.

LXXXVII En una anotación inédita comentando una carta de Quiroga que citamos enseguida, Roberto Ibáñez llegaba ya a esta misma conclusión, que por otro lado parece la única posible luego de examinar manuscritos y testimonios.

LXXXVIII Alberto Zum Felde cita algunos inéditos de De las Carreras: «Su obra maestra quedó inédita, sin embargo; y probablemente ya ni existen los manuscritos de ella. Era una especie de crónica montevideana, burlesca y licenciosa, titulada El sátiro, donde el escritor hacía gala de toda la agudeza de su ingenio y de su estilo, y en la cual fi- guraban, como personajes, hombres y damas conocidos del ambiente político y mundano de la época. Por tal razón –y mediando influencias amistosas– el autor no se decidió a publicarla, siendo solo conocida, en parte, por lecturas privadas. Zum Felde, Proceso in- telectual…, op. cit. [329]. Arturo Sergio Visca («Prólogo» a Antología de poetas modernistas menores [Montevideo: Biblioteca Artigas, 1971]: xxi) y Ángel Rama añaden a esa refe- rencia otras, también tomadas de Zum Felde. Dice Rama, en uno de los textos más inte- resantes que se hayan escrito sobre este período: «[De las Carreras] encara con [Herrera y Reissig] la realización de algunos de los libros escandalosos que diariamente dictaba a sus secretarios en el Moka, interrumpiéndose de pronto para tararear una melodía vaga que explicaba: “invoco la palabra”, “silencio, busco el vocablo”. Entre estos libros estaba la Antología de la aldea, crítica de escritores, El sátiro, que al parecer narraba con fruición la vida privada de muchos uruguayos, dícese que incluso la de Batlle y Ordóñez, y Fuego sobre el Ateneo, ambicioso volumen referido al “amor libre” y del que llegó a adelantar un escrito ocasional, Don Amaro y el divorcio, publicado con motivo del escándalo que De las Carreras y otros anarquistas promovieron en el santuario ateneísta, echando de la tribuna al Dr. Amaro Carve que dictaba una conferencia contra el proyecto de ley de divorcio y reempla- zándola con un alegato por el “amor libre”». En Rama, op. cit. (1967): 26-27.

LXXXIX Lo que se conserva de ese diálogo se publica completo en este volumen. Otra referencia a un trabajo en común se encuentra en la carta pública de De las Carreras a Herrera y Reissig publicada en El Trabajo el 8 de octubre de 1901: «La noticia de mi pre- sentación al Juez ha levantado una tromba de alegría entre los trilingües burgueses, reos de imbecilidad que enviaremos a la horca, en nuestra próxima catilinaria; cuyas fauces serán rellenadas por el polvo olímpico de nuestro carro de combate. ¡En esa obra colosal, hermética, lo único bueno que se haya escrito en el país hasta la fecha, cuyos ecos ca- vernosos atronarán las Españas, le pondremos la nación de sombrero a los estólidos uru- guayos! Ella será la credencial gloriosa de nuestra psique revolucionaria, de nuestro valor único, de nuestra personalidad ungida por Minerva!».

XC Una última anotación, de carácter anecdótico, sobre este punto, la aporta Roberto Bula Píriz (sin informar de dónde ha sacado el dato) que vincula el proyecto supuesto en común con la nota a pie de página en el Tratado… mencionada antes: «Todo esto era en Julio una imitación de las protestas paranoicas de Roberto de las Carreras, quien le in- fundió además el propósito de escribir en colaboración un libro que titularían Literatura Colonial, para burlarse acerbamente de todos los literatos, sin excepción, “que escribían en la toldería de Tontovideo”. Carlos Reyles tuvo noticia del proyecto, y manifestó: “Si esos dos me llegan a maltratar en lo más mínimo los mataré como a perros, sin vacilación”. Y como ambos sabían muy bien que Reyles no era hombre para amenazar en vano, el libro permaneció en proyecto». Bula Píriz, op. cit. (1952): 21. Si lo que dice Bula es correcto, confirma que Literatura Colonial fue realmente la denominación de la parte de De las Ca- rreras. Es probable que Reyles se haya «enterado del proyecto» a partir de lo publicado por Quiroga, quien como se ve lo nombra como uno de los autores a (des)tratar en el misterioso libro.

XCI Bordenave es presentado en junio de 1900 en la revista La Alborada como «uno de los jóvenes inteligentes que en la república vecina trabajan en provecho de la estabilidad del arte». La misma presentación dice que «hace apenas tres años que se inició públicamente en el reinado de las letras». Bordenave había actuado como militar hasta 1896. La nota informa también que Bordenave «ha sido redactor de Vida Artística y de La Aurora, y ac- tualmente dirige La Revista Literaria…».

XCII La fecha de la carta es estimada por Roberto Ibáñez, que es como en tantos otros casos el primero en estudiarlas. Tiberio publicó éstos y otros fragmentos de su correspon- dencia con Herrera y Reissig recién el 20 de abril de 1913, en El Día, de La Plata, sin dar indicaciones precisas respecto a las fechas de las misivas.

XCIII Edmundo Montagne (Montevideo: 1880), hijo de inmigrantes franceses. Pasó con su familia a vivir a Buenos Aires siendo un niño. Publicó muy joven sus primeros versos, en 1894. Su obra, marcada por el modernismo, es extensa y recorre todos los géneros. Se suicidó el 24 de abril de 1941.

XCIV PCP: 813.

XCV Carlos Oneto y Viana, jurisconsulto y político nacido en Montevideo el 7 de no- viembre de 1877. Se graduó de abogado en 1902. Fue diputado durante varios períodos. Su principal aporte en ese sentido es haber preparado y redactado la Ley de Divorcio, que se aprobó en 1907. Además de su trabajo sobre La política de fusión, publicado por el Club Vida Nueva en 1902, escribió El pacto de La Unión (11 de noviembre de 1855). Sus antecedentes y consecuencias (1900), El país y la vida institucional (1904), La diplomacia del Brasil en el Río de la Plata (1904).



XCVI La publicación referida, en la revista La Alborada, no está directamente rela- cionada con el Tratado… En la edición del 27 de septiembre de 1903, año VII, n.o 289, aparecen varias referencias y textos de Herrera. En ese número ve la luz el poema «La cita», de Herrera y Reissig, y un breve texto titulado «La vejez de Anacreonte», del mismo autor. Finalmente, y lo más importante, aparece la ya citada crónica de dos páginas ti- tulada «En el cenáculo» y firmada por Vicente Martínez. En ella se hace una muy positiva valoración de Herrera y Reissig, se lo pinta ya como el más talentoso de los poetas de su ge- neración, se lo describe como una eminencia intelectual aislada en su torre de un medio que no lo comprende.

XCVII Carta recuperada por Wilfredo Penco y publicada en Maldoror, «Informe desde la Aldea», en Maldoror, n.o 15 (1980): 41-43.

XCVIII Dice Herrera en la citada carta a Ylla Moreno, quien está viviendo en Colonia del Sacramento: «Le veo brumoso de nostalgia por Tontovideo. [Sin embargo] Todo el país, y no esa ciudad cataléptica, debería llamarse Colonia. La ingenuidad disculparía la indigencia del ambiente rústico en que bostezamos. (…) Nada excepto el grupo escogido de mis amigos, me interesa en esta Pampa monótona y ceñuda. (…) tomo algún chopp de pampero en mi terraza gringo-gallega (…) voy a la Playa y subo a los caballitos de a vintén la vuelta, lo cual me da la impresión de la vida que se lleva en Montevideo y cómo se pasa el tiempo de una manera infantil».

XCIX El sistema satírico que ordena el texto del Tratado… había mostrado en Herrera algunas preocupaciones que se continuarán en los años que le queda de vida, pero luego el enfoque parece haber dado un golpe de péndulo, de la extrema negatividad necesaria a la creación de la denuncia sardónica que funciona en la obra de 1901, a la practicidad de propuesta manifestada especialmente en el texto «En el Circo», que abre su efímera revista de ciencia positiva y esoterismo, La Nueva Atlántida, en 1907. En esta última, aquella visión que se mofaba de las pretendidas riquezas minerales del Uruguay y lo juzgaba todo piedra inservible en el Tratado…, sin abandonar el interés por esa dimensión mineral, se trueca en esperanza de que las que ahora considera grandes riquezas sean explotadas, mostrando una visión emprendedora que lo llevará a él mismo, poco después, a hacer un intento de entrar en el mundo más positivo del comercio, a través de la importación y venta de vinos franceses.
 

*Publicado originalmente en el TRATADO DE LA IMBECILIDAD DEL PAÍS POR EL SISTEMA DE HERBERT SPENCER JULIO HERRERA Y REISSIG - transcripción, edición, estudio preliminar, postfacio crítico y notas de Aldo Mazzucchelli.

 

VOLVER AL AUTOR

             

Google


web

H enciclopedia