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Amir Hamed
ISSN 1688-1672

 



URUGUAY - OSCAR - CHE GUEVARA - CULTURA -TUXEDO - MASS MEDIA - LATINOS -


Ahora que ganamos un Oscar*

Carlos Rehermann

¿Qué quiso decirnos el presidente Vázquez cuando nombró a Drexler mientras hablaba de los planes del gobierno en relación con la cultura? Seguramente no quiso decir que si nos vamos del país quizá podamos obtener un premio. Pero, ¿qué quiso decir? ¿Debemos esperar que la expresión cultural de los uruguayos aspire a entrar en los mecanismos industriales del imperio?

Los latinos en la patria del tuxedo

Ciento ocho de las páginas web del sitio www.oscar.com están dedicadas a las fotografías de algunos de los invitados a la ceremonia de entrega de los premios Oscar. Uno se entera allí, por ejemplo, de que Renée Zellweger vestía un Carolina Herrera, Penélope Cruz un Oscar de la Renta, y Kate Winslet un Badgley Mischka. Claro que había también Versace, Prada, Michael Kors, Rochas y Roland Mouret. Los varones fueron casi todos con esmoquin, que en inglés americano se dice tuxedo, porque fue en el Tuxedo Club de Nueva York —un sitio chic de tiempos ya olvidados— que uno de sus socios apareció vestido con solapas brillosas y sin tajo culero, hace más de cien años. Los tuxedos de la noche de los Oscar eran de Ozwald Boateng, Armani, Dolce & Gabanna, Hugo Boss o Richard Tyler. 

Como dicen nuestros célebres comedores de pororó —los críticos de cine contratados por Movie Center para posar en tuxedo en una foto publicitaria—, esto del Oscar no es un circo, sino una forma de imponerse en el mercado.

Un ganador del Oscar adquiere una notoriedad que favorece su carrera personal y empresarial, y las películas ganadoras venden más entradas. Se trata de un asunto serio,  si es que uno se toma en serio los asuntos de dinero.

En esta entrega de los premios Oscar hubo un movimiento reactivo, curiosamente asociado al Che Guevara, que en el plano del discurso se expresó como defensa de expresión de una subcultura —la de aquellos que su lengua materna es el castellano, que en la tierra del tuxedo se denominan latinos—, pero que en el fondo se trata de una cuestión de espacio económico.

En la noche de los premios todos los latinos actuaron como tales, trascendieron sus roles glamorosos y se dedicaron a defender algo que al parecer los une, pero que no resulta muy claro.

Nosotros, ellos, la audiencia, el arte, todo

En una carta difundida en Los Ángeles cuatro días antes de la entrega de los premios, el músico uruguayo Jorge Drexler dijo: “Son los productores del show quienes tienen una visión reduccionista de lo que es un artista latino, tratándonos como un grupo homogéneo de piezas intercambiables, en el que el único criterio válido es el índice de audiencia”. Se refería a la decisión de los productores de la ceremonia de entrega de premios, por la cual se descartaba la participación del músico en el escenario.

Es cierto que el único criterio de las personas que tienen como objetivo ganar dinero a través de la explotación de los medios masivos, es el índice de audiencia. Además de cierto, es razonable. Si no les importara el índice de audiencia no serían buenos empresarios de medios masivos. Drexler le reprochaba al olmo su parquedad en peras.

Por otra parte, no es cierto que traten como piezas intercambiables sólo a los latinos: tratan a todo el mundo como piezas intercambiables. Los colegas de Drexler que no son latinos igualmente vieron sus canciones interpretadas por otros.

La carta del músico terminaba con una misteriosa frase: “No nos van a aguar la fiesta”.

La clave de todo este asunto es el sujeto de esa frase: ¿quiénes somos nosotros? ¿A quiénes no nos van a aguar la fiesta?

El actor Gael García Bernal, que iba a ser quien presentara el premio a mejor canción, protagonista de la película por la cual Drexler obtuvo el premio, decidió no ir a la ceremonia, en explícito gesto de apoyo a la reacción del músico uruguayo. El suyo fue el primer gesto fuerte de todo el affaire, y quizá el único. Tal vez es una casualidad, pero García Bernal hizo lo que uno imagina que habría hecho el Che, que prefería atacarse de asma por correr en el monte que por hablar demasiado.

Perdido el espacio latino de Drexler por decisión de los productores, y perdido el espacio latino de García Bernal por libérrima decisión de García Bernal, comenzó una danza de nombres latinos para no deslatinizar la noche. Primero se corrió la voz de que el cantante sería Enrique Iglesias, probablemente un bluff para que la elección final —Antonio Banderas— resultara un alivio para los horrorizados latinos cultos. Carlos Santana como acompañante no podía menos que concitar la simpatía de buena parte de los latinos del mundo, ya que el mexicano fue un pionero en la conquista de espacios no latinos. Salma Hayek ocupó el puesto de García Bernal. Su discurso fue raro: con expresión de dolor explicó las bondades de la letra de la canción a quienes no entienden el castellano. A esa altura, quedó claro para casi todos los latinos que estábamos mirando la televisión, que se estaba desarrollando un complot. Les vamos a ganar, pensábamos todos, aunque no nos den el premio, les ganamos. Un complot de latinos en defensa de su latinidad.

Así las cosas, Santana hizo sus santa-nadas habituales, Banderas entonó bien, aunque un poco banderillero de más, Drexler aplaudió, y se llevó el Oscar. En Uruguay se festejó como un triunfo nacional.

Cultura, industria, premio

Tanto se consideró un triunfo nacional, que el presidente Vázquez, en el discurso de la noche del primer día de su mandato, felicitó a Drexler por su premio. Lo hizo cuando abordaba el tema “cultura” de su agenda ministerial, y fue muy aplaudido, lo que demuestra la sincera alegría que una enorme masa de uruguayos sintió por el premio del compatriota.

Las radios abundaron, al día siguiente de la entrega de los premios, en comentarios acerca de la calidad de los artistas uruguayos, y varios periodistas expresaron, de una u otra forma, la idea de que el premio de Drexler “demuestra que se puede”.  

En su carta, Drexler dice: “me gustaría pensar que esta circunstancia puede impulsar un debate cultural acerca de qué significa ser un artista latino, al margen de guetos, estereotipos y preconceptos”.

La intención de esta nota, que a esta altura seguramente comienza a parecer antipática a muchos lectores, es recoger justamente ese deseo del músico uruguayo, y proponer algunos ingredientes para el debate.

Uno de los ingredientes tiene que ver con la contradicción que surge entre el deseo de entrar al sistema de ventas de la industria del espectáculo y la simultánea resistencia a aceptar sus reglas. Para algunos, como García Bernal, la cosa es muy clara: si hay choque entre mis reglas y las reglas del sistema, yo sigo mis reglas, y no entro. Para otros, como Santana, quizá basta ponerse una camiseta con la foto del Che.

El mensaje que dieron Banderas, Santana, Hayek y Drexler es confuso: la protesta y la defensa verbal pierden ante la potencia de la presencia en la pantalla.

Por lo demás, no está mal que un empresario defienda su negocio, o que un artista defienda su imagen, mediante el uso de pícaros recursos propagandísticos. En un país donde, si la minoría latina no estuviera, las cosas irían verdaderamente muy mal, porque constituye la principal fuerza de trabajo y en breve será esencial para determinar el rumbo político de la nación, defender las minorías es un gesto que se acoge con simpatía, de manera que hay que reconocer que se trató de una buena utilización de los medios disponibles para lograr los propios fines, que esencialmente coinciden con los del sistema: ser percibido para agrandar la base del mercado.

Si el resultado fue inmejorable (un premio de bajo perfil, como el de Canción Original, jamás tuvo un protagonismo como este, incluso en las áreas no latinas de los Estados Unidos), no parece tener mucho que ver con la cultura, especialmente con la cultura uruguaya. Drexler demostró que sabe hacerse un espacio en la industria, no sólo por cómo desarrolló su carrera en España, o por haber aprovechado talentosamente la oportunidad de escribir una canción ganadora, sino especialmente por el modo como manejó los medios de comunicación para obtener el espacio que quería.

Pero lo interesante para los uruguayos que están en Uruguay, más allá de la alegría y la simpatía que uno pueda tener por Drexler por “habernos hecho ganar un Oscar”, es que no podemos aprender demasiado de este éxito, y pocos parecen notarlo.

¿Qué quiso decirnos el presidente Vázquez cuando nombró a Drexler mientras hablaba de los planes del gobierno en relación con la cultura? Seguramente no quiso decir que si nos vamos del país quizá podamos obtener un premio. Pero, ¿qué quiso decir? ¿Debemos esperar que la expresión cultural de los uruguayos aspire a entrar en los mecanismos industriales del imperio?

Es importante saber lo que quiso decir, porque entre los cambios que hay que esperar, entre los cambios que hay que exigir, está el cambio de una concepción de la cultura como producto de consumo regido por objetivos de beneficio económico, por una visión más rica, más profunda, que nos permita una vida más jugosa, que nos abra espacios para expresar ideas y sentimientos, que nos haga más libres.
 

* Publicado originalmente en el Semanario Brecha.

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