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FILOSOFÍA - HERNÁNDEZ, FELISBERTO - CONCHA, JAIME - SARTE, JEAN PAUL - PLACER - CONFUSIÓN EN LA NARRATIVA HERNANDIANA -


Felisberto Hernández y "las" filosofías (II)*

Lucio Sessa

"Si se cumplieran las cosas morirían; si no se cumplen, viven"(35), reza un dístico aforístico de Felisberto que podría ser citado como epígrafe de toda su obra. Como una rebelión a la instauración socrática del concepto que define las cosas a fin de capturarlas. Felisberto no quiere definir ni mucho menos capturar al Ser. Quiere al revés dejar que sea. Y para que sea y siga siendo, no hay que capturarlo, porque el Ser no se deja capturar vivo


Quedémonos con Sartre, siguiendo siempre la interpretación de Jaime Concha: las primeras líneas de La nausée, novela posterior en un año a la colección de
cuentos titulada Le mur, nos muestran al protagonista, Roquentin, ya atrapado en una profunda crisis relativa a una relación "trastocada" con los objetos: "Il faut dire comment je vois cette table, la rue, les gens, mon paquet de tabac, puisque c'est cela qui a changé"(16). Poco después el mismo protagonista nos cuenta el episodio del guijarro que parece haber dominado su voluntad: "Samedi les gamins jouaint aux ricochets, et je voulais lancer comme eux un caillou dans la mer. A ce moment-lá, je me suis arreté, j'ai laissé tomber le caillou et je suis parti... ji y avait quelque chose que j'ai vu et ~ui m'a dégoúté, mais je ne sais plus si je regardais la mer ou le galet"(17) . Y así concluye: "Je ne suis pas du tout disposé á me croire fou, je vois meme avec évidence que je ne le suis pas: tous ces changement concernent les objets"(18).

Escribe Concha: «En La nausée, la admirable novela de Sartre, el
héroe debuta, por decirlo así, con una duda metódica aplicada a los objetos e instrumentos. Ese guijarro que de pronto no puede ser arrojado a la playa, sino que se pega a las manos de Roquentin, ¿qué es sino un instrumento de función dislocada, un proyectil fenecido antes de iniciar su movimiento? Tal el cigarrillo del cuento de Hernández, que data por lo menos de diez años atrás (l929~1938)".(19)
Por supuesto, el crítico se refiere al cuento juvenil 'Historia de un cigarrillo'
(20). Muchas son las semejanzas efectivas: también ahí un objeto rechaza su función instrumental, poniendo en crisis al protagonista. Pero también en este caso cabe destacar que en Felisberto falta la tensión dramática, el pathos, que encontramos en el episodio sartreano. Nos parece casi normal que el cigarrillo tenga un poco de vida propia. El narrador, al menos, lo relata casi con nonchalance, como si eso no rompiese del todo el orden natural de las cosas. Y encuentra incluso justificaciones de orden filosófico-fantástico, adelantando la afirmación de los pensadores del "Círculo de Viena" según los cuales la metafísica no sería sino una rama de la literatura fantástica. Reproducimos las exactas palabras del protagonista del cuento: "Pero después pensaba que mientras yo estaba distraído, ellos [los cigarrillos] podían haberme dominado un poquito, que de acuerdo con su poquita materia, tuvieran correlativamente un pequeño espíritu".
A este respecto, ¿sería completamente descabellado pensar en Schelling? No era nuestro objetivo ensanchar aún más la lista de referencias filosóficas, pero en otro cuento, del mismo período, hay un personaje fantástico, 'La Piedra Filosofal'
(ese es el título del cuento) que dice: "Yo soy el otro extremo de las cosas. En este planeta hay un extremo de cosas blandas, y es el espíritu del hombre. Yo soy el extremo contrario; el de las cosas duras. Pero uno de los grandes secretos es que no existen cosas duras y cosas blandas simplemente: existe entre ellas una progresión, existen grados. Suponed que las piedras fueran lo más duro; después están los árboles que son más blandos; después los animales, después los hombres... [y] en el mismo hombre... primero los huesos, después los músculos, después los centros nerviosos, y lo más blando de todo después de una minuciosa progresión hacia lo blando: el espíritu"»(21).

Parece un compendio de filosofía schellingiana explicada al Pueblo. No es dificil imaginarse que
Hernández conociera la teoría schellingiana, que al negar la rotunda contraposición fichtiana entre Yo y No-Yo, postulaba sólo una diferencia de grado y de conciencia entre naturaleza y espíritu. Si Schelling había "vivificado" a la naturaleza, a la manera de los filósofos renacentistas, Hernández extiende esa "vivificación" al mundo (aparentemente) inanimado de los objetos. El proceso que frecuentemente encontramos en Felisberto, es decir la reificación de los hombres y la humanización de los objetos, normalmente analizado con enfoques de tipo psicólogico o sociológico, o con referencia a lo fantástico, ¿no podría tener esto algo que ver, al menos inicialmente, con esa intuición schellingiana que por ser más poética que filosófica tanto influyó en la literatura romántica? Formulamos esa hipótesis en voz baja, confiando en el estómago de avestruz del narrador uruguayo que parece capaz de contenerlo todo.

Lo que es cierto es que los objetos, en la
narrativa hernandiana, muy a menudo se organizan, conspiran entre ellos contra al sujeto dominador, que deja así de dominarlos. "Al día siguiente de mañana recordé que la noche anterior había puesto el cigarrillo roto en la mesa de luz. La mesa de luz me pareció distinta: tenía una alianza extraña con el cigarrillo"(22). Frente a esa rebelión, a esa autonomía, el sujeto llega a sentirse sartreanamente "de más" y puede recobrar sentido sólo a partir de los objetos mismos, convirtiéndose casi en un objeto más. Es el caso de Marisa en 'El Vestido blanco' o de María Hortensia en 'Las Hortensias'. A lo sumo, puede mantener su subjetividad pero "negociando" con los objetos, como en el caso del protagonista de El caballo perdido en la casa de Celina, en el incipit del cuento.

Ese movimiento -tan inútil como inevitable- de la conciencia que trata de aferrarse a un ser inamovible para escapar a su intrínseca movilidad, Sartre lo define «mauvaisefoi».
"El mundo -escribe J. P. Díaz- aparece como indescifrable; fuerzas lo recorren que no tienen que ver con la voluntad del
sujeto; se trata de algo así como de una rebelión espiritual de lo material; tiene un sentido en sí, ¿pero cuál? Es lo que Jaspers [¡otro filósofo!] llama la infilosofia"(23). Más adelante escribe el mismo crítico que "el objeto obsede en la medida en que no es trascendido por la acción del hombre... Sartre se refiere a esa situación cuando alude a la angustia ante una existencia que no necesita de mí para existir"(24). Más adelante aún, José Pedro cita a Marx, el Marx de los Manuscritos de 1844, que analiza la "objetivación como una pérdida y como servidumbre al objeto"(25).

Otra vez Marx y el concepto de alienación desde el cual el análisis se desplaza, casi automáticamente, de un plano filosófico a un plano sociólogico, como ya había hecho J. Concha, que en la segunda parte del ya citado ensayo pasa a analizar lo que él definirá "reificación a la manera de las capas medias"
(26).

Pero volvamos a Sartre. Efectivamente la opacidad del mundo objetivo, "étre-en-soi", no deja posibilidad alguna al hombre, «étre-pour-soi», de trascenderlo. De aquí la imposibilidad de ejercer un efectivo señorío sobre el mundo afuera de mí. De aquí la tentativa, operada muy a menudo por los personajes de Hernández, de confundirse con los objetos; un confundirse con la realidad objetiva para escapar a la
nada de la propia subjetividad y alcanzar una existencia... objetiva.

Cabe destacar que en Hernández la confusión aparece muy a menudo asociada al
placer. Al principio del cuento "El caballo perdido", el niño queda fascinado por la mujer de mármol que casi se confunde con una mujer real: "La primera vez que le puse la mano encima para asegurarme que no se movería se produjo algún instante de confusión y olvido. Sin querer, al encontrarla parecida a una mujer de la realidad, había pensado en el respeto que le debía, en los actos que correspondían al trato con una mujer real. Fue entonces que tuve el instante de confusión. Pero después sentía el placer de violar una cosa seria"(27). Más adelante escribe que... "en el placer que yo tenía al acariciar su cuello se confundían muchas cosas más" . Cuando se deshace la confusión entre la mujer de mármol y una mujer real, se deshace el placer. "Y ya se habían deshecho bastante las confusiones entre lo que era ella y lo que sería una mujer real"(29). Pero no completamente porque "al mirarla de más lejos y como de paso, la volvía a ver entera y a tener un instante de confusión"(30). En 'Menos Julia' así comenta el narrador: "Hoy tuve mucho placer. Confundía los objetos, pensaba en otros distintos y tenía recuerdos inesperados"(31). Como si solamente en la indistinción fuera posible una vida no desgarrada y una conciencia no desdichada.

Se nos ocurre el
nombre de otro filósofo, el griego Anaximandro, que pone al origen del mundo el apeirsn, lo indeterminado, de cuyo seno se han culpablemente desprendido las individualidades, que pagan con la muerte, según la ley del tiempo, la culpa de haber roto la originaria unidad indiferenciada. Fue Cortázar el que tuvo aquella gran intuición de asociar la narrativa de Felisberto a la filosofia de los presocráticos: "Felisberto pertenece a esa estirpe espiritual que alguna vez califiqué de presocrática, y para la cual las operaciones mentales sólo intervienen como articulación y fijación de otro tipo de contacto con la realidad"(32). Efectivamente en Hernández hay una constante preocupación de que un exceso de conciencia, un exceso de explicación, un exceso de logos, pueda anonadar la cosa viva. Escribe Cortázar que los protagonistas de los cuentos de Felisberto son siempre fieles a ellos mismos y a su visión del mundo sin hacer "el menor esfuerzo por explicarla, por tender puentes de palabras que ayuden a compartirla"(33).

Y efectivamente evitar la invasión de la conciencia que todo lo ordena y explica es un punto clave de la estética hernandiana, expresado claramente en la 'Explicación falsa de mis cuentos', donde enuncia su antiteoría de los cuentos-plantas, que tienen que desarrollarse por sí mismos, "evitando los extranjeros que ella [la conciencia] les recomienda"
(34). (Dicho sea de paso, J. P. Díaz, a este propósito, ha señalado el profundo parentesco que tiene esa concepción hernandiana con la filosofia de Vaz Ferreira y con la estética de Pirandello que contraponía rotundamente la forma y la vida.)

"Si se cumplieran las cosas morirían; si no se cumplen, viven"
(35), reza un dístico aforístico de Felisberto que podría ser citado como epígrafe de toda su obra. Como una rebelión a la instauración socrática del concepto que define las cosas a fin de capturarlas. Felisberto no quiere definir ni mucho menos capturar al Ser. Quiere al revés dejar que sea. Y para que sea y siga siendo, no hay que capturarlo, porque el Ser no se deja capturar vivo. Esa preocupación viene expresada por Felisberto con aguda conciencia: "Hablando con muertos conocidos, o expresándome con pensamientos corrientes, diré que encuentro tres muertos que se interponen en la realización de mi idea: Primero, la dificultad que existe en dejar vivir una idea, en que ésta no se pare, se termine, se asfixie, se muera, se haga pensamiento conceptual, es decir, otro muerto más"(36).

Es ese el
sentido en que interpretamos el paralelo que Cortázar establece entre Felisberto y aquellos filósofos cuyo pensamiento, todavía mezclado de mito, dejaba co-existir aspectos de la realidad que el sucesivo logos socrático-aristotélico separaría en aras de la distinción conceptual que corta y separa a fin de de-finir.
En Hernández la con-fusión es com-presencia de aspectos diferentes de la realidad y representa casi un organon gnoseológico.
(37)

"Tengo que buscar hechos que den lugar a la
poesía, al misterio y que sobrepasen y confundan la explicación. Antes de eso tengo que tener pensamientos firmes para que los hechos de poesía no los contradigan; aunque se vea que el hecho de poesía está confundido, no importa, debo hacer poesía de esa confusión"(38). Algo así como una metódica de la confusión, nutrida de profundo recelo hacia el pensamiento conceptual que, al definír, mutila la realidad.
En ese sentido nuestro autor se enlaza con una comente filósofica del principio del siglo, la filosofía de la vida, que, con matices diferentes, reaccionó contra aquella presunción positivista de explicarlo todo a través del método y del lenguaje científico.

Escribe N. G. Dei Cas que "la llamada 'filosofia de la vida' incluye entre sus conceptos primordiales el de que, la esencia del mundo, al no estar regido por la razón, sólo puede ser accesible al hombre a través de experiencia e intuición y no pensamientos discursivos, las cuales se transforman así en los verdaderos instrumentos del conocimiento. Dos elementos relacionados vinculan el espíritu de la literatura de Hernández con la 'filosofia de la vida', a la cual está afiliado el pensamiento de Vaz Ferreira, como el de W. James y Bergson: el permanente cuestionamento de la articulación entre las cosas existentes y las finalidades para las que fueron creadas, y como consecuencia, un hábito introspectivo, índice de una perpetua voluntad desdoblada que al mismo tiempo de verse obligada a actuar sobre un mundo escalonado irracionalmente, se cuestiona y analiza persistentemente"
(39).

Buena parte de la
literatura hernandiana se puede entender como un intento, ya de antemano destinado al fracaso, de comunicar eso que los alemanes llaman Erlebnis, la "vivencia", según el feliz hallazgo terminológico de Ortega. Algunas de sus narraciones son la crónica fiel y consciente de este fracaso. Por esto nos apasionan y desconciertan, procurándonos, a veces, un malestar casi físico, que exhala de sus cuentos como un sinestésico "resplandor de magnolias".

En conclusión, todas estas referencias filosóficas que se mueven alrededor de la obra de Hernández, por más que puedan maravillar, son perfectamente legítimas, aunque debidas -según nuestro parecer- no tanto a la formación filósofica de nuestro autor -que tiene por supuesto su relevancia- como a su capacidad de asir, a través de intuiciones conscientes, situaciones esenciales del hombre y de la existencia, relatándolas con una mueca de dolorosa perplejidad.

Y si la filosofía nace de la maravilla, no hay lugar a duda de que se alimenta de unas cuantas perplejidades esenciales que, no sin soberbia, y parafraseando a
Borges, llamamos metafisica.

Notas:

16 J. P. Sartre, La nausée, Paris, Gallimard, 1980, p. 11.
17 Ibid, p. 12.
18 Ibid. (Yo subrayo).
19 J. Concha, op. cit., p. 71.
20 F. Hernández, 'Historia de un cigarrillo', O. C., op. cit., vol. 1, p. 37.
21 F. Hernández, 'La Piedra Filosofal', O. C., op. cit., vol. 1, p. 27.
22 F. Hernández, 'Historia de un cigarrillo', O. C., op. cit., vol. 1, p. 38.
23 J.P. Díaz, op. cit., p. 135.
24 Ibid, PP. 135-136.
25 Ibid, p. 136.
26 J. Concha, op. cit., p. 72.
27 F. Hernández, El caballo perdido, O. C., op. cit., vol. II, PP. 12-13.
28 Ibid, p. 13.
29 Ibid.
30 Ibid.
31 F. Hernández, 'Menos Julia', O. C., op. cit., vol. II, p. 106.
32 J. Cortázar, Prólogo, en F. Hernández, La casa inundada y otros cuentos,
Barcelona, Lumen, 1975, p. 5.
33 Ibid.
34 F. Hernández, 'Explicación falsa de mis cuentos', O. C., op. cit., vol. II, p. 176.
35 F. Hernández, 'Estoy inventando algo que todavía no sé lo que es', O. C., cit., vol. III, p. 265.
36 F. Hernández, 'Tal vez un movimiento', O. C., op. cit., vol. 1, p. 132.
37 Traté este tema en 'Felisberto Hernández: una poetica della con-fusione', presentado en el Congreso "Italia-Uruguay, culture in contatto", que tuvo lugar en la Universidad de Salerno y cuyas "Actas" están en curso de publicación.
38 F. Hernández, 'Diario del sinverguenza', O. C., op. cit., vol. III, PP. 262-263.
39 N. G. Dei Cas, op. cit., p. 43.

Biliografía

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Alain Sicard, Felisberto Hernández ante la crítica actual, Caracas, Monte Avila, 1977.


* Publicado originalmente en Insomnia

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