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			A principios del siglo XX los compositores 
			uruguayos de música académica eran proclives a la imitación de los 
			estilos europeos en boga, como el 
			impresionismo y el nacionalismo, sin demasiadas propuestas que 
			apuntaran a ampliar las posibilidades de expresión. Sin embargo, 
			hubo una personalidad compositiva excepcional que se atrevió a 
			experimentar y a innovar desde la exploración propia. Se aventuró a 
			hurgar en la pluralidad de identidades de un
			Estado joven y a 
			intentar unificarlas con la tradición académica europea. Alguien que
			-a
			casi un siglo de sorprender con sus 
			primeras composiciones-
			continúa siendo ignorado 
			en nuestro medio y, hasta el día de hoy, 
			su obra es factor de controversias y desatinos. 
			 
			El 18 de marzo de 1888 nació en
			Montevideo María del 
			Carmen Pérez Giménez, la hija mayor del matrimonio entre 
			Santos Giménez Rojas y Antonio Pérez Barradas españoles residentes
			en la capital. La madre fue ama de casa 
			y el padre artesano 
			decorador de paredes y pintor de bodegones. 
			La familia propició el espacio 
			para que cada hijo tuviera la posibilidad de desarrollar su 
			sensibilidad: Carmen a través de la música, Rafael con la pintura y 
			Antonio en la poesía. Espacio que crecía a medida que los artistas 
			evolucionaban; según testimonios, los hermanos desarrollaban 
			paralelamente la búsqueda de un lenguaje artístico propio y 
			compartían conceptos que cada uno desplegaba desde su disciplina. 
			Una de las primeras experiencias 
			duras que le tocó vivir a Carmen fue la muerte de su padre en 1898; 
			la tristeza la llevó a abandonar los estudios musicales que había 
			comenzado desde muy pequeña con el Maestro Antonio Frank. Luego, 
			gracias al apoyo de unas amigas de la familia, retomó las clases 
			de solfeo y piano. Más tarde obtuvo una beca que le permitió 
			continuar su formación con Martín López en el Conservatorio “La 
			Lira” y luego con Aurora Pablo en el “Conservatorio del Uruguay”. 
			Fue allí donde en 1915 obtuvo el título de profesora de piano. Con 
			esa formación llegó a España acompañada 
			de su familia, el 2 de octubre de 1915. El objetivo del viaje fue 
			encontrarse con Rafael, que vivía en Europa desde 1913 y que, a raíz 
			de la guerra que sufría Europa, había solicitado al gobierno 
			uruguayo que le ayudase a retornar a
			Uruguay 
			con un pasaje de emigrante, pedido al que el
			Estado uruguayo se 
			negó. Como consecuencia de esto 
			la familia decidió ir a su encuentro. Las condiciones en que 
			viajaron no fueron amables; los libros de salida de emigración 
			documentan que el barco los llevó como jornaleros a bordo. 
			
			Rafael estuvo primero en Italia y luego en España. 
			Llevaba una intensa vida artística pero las cosas no iban como 
			quería. Su familia llegó para apoyarlo y cuidarlo. Su madre, su 
			esposa y su hermana fabricaban juguetes para sobrevivir. 
 
			Fraternidad artística
 
			Rafael y Carmen sostenían una 
			estrecha relación afectiva y, según lo 
			confirman sus obras, 
			eso les permitía compartir intereses que plasmaban en la creación de 
			cada uno. La 
			crítica de sus obras, las reelaboración y la discusión acerca de los 
			logros y fracasos artísticos de cada uno 
			eran 
			parte del método de trabajo de los 
			hermanos. Existen 
			muchas obras que llevan el mismo nombre; los 
			hermanos Barradas experimentaban cada uno desde su disciplina y las 
			influencias eran recíprocas. 
			Como señala el historiador de 
			arte Gabriel Peluffo, la nueva corriente definida por Rafael, 
			el vibracionismo, es la conjunción del deseo por apresar el 
			instante y por expresar el flujo del 
			tiempo, con una primera “voluntad 
			impresionista” sumada a las características del cubismo francés y 
			del futurismo
			italiano.  
			En la obra de 
			Carmen se han encontrado 
			alusiones expresas a una búsqueda individual cercana a las 
			corrientes musicales que se estaban gestando a principios del siglo 
			XX, pero sin subscribirse a ninguna de ellas. No obstante, recibió 
			juicios muy severos de parte de sus colegas uruguayos que la 
			acusaban de imitadora de las corrientes europeas. Carmen buscaba la 
			multiplicidad de los planos sonoros a través de la superposición de 
			los armónicos que genera cada uno de los sonidos ejecutados; en 
			algunas obras para piano eso se logra con el uso del pedal cuando se 
			indica que éste no debe soltarse durante toda la ejecución. Es el 
			caso de la obra “La niña de la mantilla blanca”. 
			Una de las piezas que Carmen dedicó a  su 
			hermano fue “Oración a Santos Vega”, asociada con el cuadro de 
			Rafael “Gaucho”, de 1927. En esta pieza, absolutamente novedosa para 
			la época, trabaja sobre un tema de vidalita que entrecruza con 
			bloques de sonido que una y otra vez se 
			superponen y a la vez dejan emerger la línea melódica. La elección 
			del tema era discursivamente inconcebible para el medio uruguayo que 
			no ideaba la música académica más allá de lo legitimado hasta el 
			momento. 
			Su búsqueda la llevó a explicar teóricamente la 
			utilización de determinadas propuestas de construcción que se basan 
			en el uso de organizaciones tonales innovadoras para la época. La 
			música tonal se caracteriza por la utilización de un conjunto de 
			alturas que se organiza de manera jerárquica en relación a un sonido 
			principal. En la obra de Barradas conviven varias tonalidades y 
			alteraciones sonoras, y son utilizadas fuera del marco tradicional. 
			La propia autora llama a esta práctica “cromatismo simultáneo”. 
			Carmen utilizaba la bitonalidad con total libertad, de manera que 
			varias tonalidades eran yuxtapuestas con naturalidad, elaborando la 
			obra en varios planos tonales. A 
			eso le sumaba el 
			papel fundamental que otorgaba a la estructura de la obra, 
			concebida sin un marco preestablecido y como soporte para la 
			expresión.  
			Los hermanos estaban inmersos en 
			el mismo círculo de amistades, artistas e intelectuales ligados a 
			las búsquedas artísticas propias de las nuevas corrientes del siglo 
			XX. En Barcelona Torres García los vinculó al círculo de
			artistas 
			catalanes. Fue allí donde conocieron a los poetas Federico 
			
			García Lorca y Juan Gutiérrez Gili, a Salvador Dalí y a otros tantos
			artistas relacionados con “ismos” 
			de las corrientes vanguardistas. En Madrid se vinculan con el núcleo 
			heterogéneo de intelectuales de la Generación del ´27, del que eran 
			pilar fundamental los escritores ultraístas. 
			 
			Carmen había llegado a 
			España con unas pocas piezas a las que había llamado “hilvanes”, y 
			en los pocos años que estuvo allí, compuso y estrenó gran parte de 
			su obra. La crítica española fue categórica: 
			“La distinguida compositora uruguaya Carmen 
			Barradas dio en el Ateneo un brillante recital de piano compuesto 
			exclusivamente de obras originales. La concertista dio a conocer 
			varias composiciones de un delicado y espiritual impresionismo y 
			“miniaturas” reveladoras del depurado gusto de la artista americana, 
			para la que el auditorio tuvo efusivos aplausos en premio a su 
			brillante labor y a su doble aspecto de autora y ejecutante.”
			(Eugenio D´Ors- “ABC” de Madrid, 1923.) 
			[…] “no imaginamos nunca una
			artista tan grande, tan rica en 
			vibraciones con tamaños ojos para ver la vida y tan voluminoso 
			cerebro para comprenderla”. (Ángel Samblancat. 
			“El Diluvio”, Barcelona, 1923.) (…)  “una 
			capacidad especial para asimilarse las más puras cualidades del arte 
			actual, por ese delicado sentimiento que revelan para apreciar el 
			color armónico, su sensibilidad para la belleza de la disonancia y 
			la sensualidad de la materia empleada. En general, estas fuerzas son 
			bocetos inspirados por el intrínseco valor musical, como “sustancia” 
			de una sucesión de intervalos, de una armonía, un timbre o un ritmo. 
			Verdaderos “esquísses” donde su autora intenta, en una mancha de 
			color, dar hechura musical a un elemento aislado, desprendido de 
			alguna sensación directa, como en los trozos titulados 
			“Fundición”, “Aserradero”, “Fabricación”; o bien alguna evocación 
			de músicas populares, como en “Zíngaros”, “Pianolas”, “Poemas de 
			una calle”; bien todavía una imagen, plástica como sonora, 
			concebida a modo de viñeta o estampa, como en “Himnos y 
			Banderas”, “Circo Ecuestre”. (Adolfo Salazar, 
			Madrid, 1922.)
 
			Pero como Rafael, Carmen buscaba en su salida a 
			España aquello que 
			Uruguay no le brindaba. En una carta 
			dirigida a Juan Gutiérrez Gili, Carmen 
			señala la necesidad de desarrollarse como
			artista, de encontrar 
			la manera de crecer, de vivir para eso. 
			Pero tiene que pensar en su familia, en sobrevivir y vuelve a 
			América. 
			Toda la familia regresó a
			Uruguay 
			en 1928, con Rafael a punto de morir; el medio los recibe con 
			indolencia. En 1929, Carmen obtiene un cargo como profesora de 
			música en el Instituto Normal. En ese lugar no es reconocida 
			su calidad artística y sus colegas se muestran indiferentes ante su 
			trabajo a pesar de que es la primera 
			artista que elabora y pone en práctica una ampliación del 
			lenguaje musical ofrecido a los niños. Edita una revista para niños 
			llamada Andresillo con historietas de Rafael y canciones de 
			su autoría. En este trabajo Carmen plantea algo extraño para la 
			época: la fusión de elementos hispánicos y
			ritmos populares 
			rioplatenses.  
			Rafael muere 
			poco tiempo después del regreso a 
			Montevideo y la casa de Carmen y Antonio de Ignacios, su hermano 
			poeta, se convierte en una galería de arte donde se exhiben las 
			obras de Rafael. Así como en la casa de la familia en el municipio 
			catalán de Hospitalet de Llobregat, donde Federico García 
			Lorca solía tocar el piano de Carmen, el hogar montevideano que 
			compartió con su hermano Antonio fue espacio de encuentro del 
			círculo de amistades de los Barradas compuesto por diversos 
			integrantes de la intelectualidad uruguaya contemporánea; a la casa 
			llegaron visitantes como Jules Supervielle, García Lorca o Pablo 
			Neruda. 
 Rescate
			
 
			Carmen fue 
			la última sobreviviente de la familia. En 1929 murió su hermano 
			Rafael, en 1948 Antoñita Lainez, su amiga del alma y joven cuñada de 
			Rafael, ocho días después la madre de Carmen. Luego, en 1958 muere 
			Simona Lainez, esposa de Rafael y por último en 1963 muere Antonio, 
			el menor de los Barradas. Ninguno de ellos tuvo descendencia. Al 
			momento de la muerte de Carmen, el 12 de mayo de 1963, sus parientes 
			políticos, herederos de Simona Lainez, fueron quienes recibieron los 
			bienes, entre ellos las pinturas de Rafael y la música de Carmen. 
			Pero ignorando absolutamente la calidad de la obra artística de la 
			compositora, trataron los manuscritos como papel inservible. El 
			resultado es la desaparición de casi toda la obra de la compositora.
			 
			Su amiga, 
			Neffer Kröger, trabajaba sobre la obra de Carmen, de manera que pudo 
			conservar algunas partituras y así logró protegerlas de la total
			destrucción. En la 
			actualidad se conservan cerca de 170 manuscritos, algunos 
			incompletos, entre los cuales 
			están las piezas de un cancionero dedicado a los niños y 
			estudios para violín y piano;
			ha 
			desaparecido la mayoría de las piezas que compuso estando en Europa.
			Neffer nació en
			
			Montevideo el 3 de julio de 1925, 
			estudió 
			piano y fue una de las alumnas destacadas por el prestigioso maestro
			Wilhelm 
			Kolischer, siendo reconocida por 
			sus interpretaciones del repertorio consagrado. Pero Neffer dejó 
			traslucir en la dirección de su trabajo como pianista una fuerte 
			carga ideológica que la llevó a interpretar a los compositores 
			uruguayos. Realizó un arduo 
			trabajo pianístico desde la intuición artística y desde la 
			metodología académica a través de la investigación musicológica. En 
			1944 ambas artistas se conocieron en su 
			labor de docentes en el Instituto Normal. Neffer sentía una 
			profunda admiración por Carmen, 
			interpretó su obra y la defendió apasionadamente con convicción 
			artística y fundamentos académicos. Son numerosas las referencias al 
			archivo de Kröger que se pueden 
			encontrar en libros especializados en la obra de la familia 
			Barradas.  Durante la 
			última dictadura militar Kröger debió afrontar la destitución de su 
			cargo de profesora de música, pero a pesar de eso, 
			su fortaleza humana y su convicción y responsabilidad artística se 
			plasmaron en la intensa defensa de la obra de Carmen y en su 
			esfuerzo porque no quedara olvidada. En efecto, Kröger conservó el 
			material en un cuidado archivo, mantuvo viva su música a través de 
			la ejecución, la reflexión y el análisis; luchó hasta 1996, cuando 
			murió en un accidente automovilístico. Hasta en los últimos días de 
			su vida se vio obligada a pelear por el reconocimiento de la obra de 
			Carmen en un asunto bien específico: desde la búsqueda del 
			reconocimiento legal de la interpretación de la obra 
			Fabricación. 
			En 1996 el SODRE editó a través de su 
			sello discográfico una colección titulada
			La Música Culta Uruguaya; el 
			volumen 1 contiene, además de otras obras de autores 
			uruguayos, la obra Fabricación en su versión original, es 
			decir para un solo pianista. Los funcionarios responsables de la 
			ficha técnica que acompaña el disco compacto cometieron un grave 
			error equivocando el nombre del intérprete y no reconocieron la 
			falta. Neffer había grabado esta obra en 1975; la falta de 
			consideración del trabajo realizado por la investigadora llevó a que 
			se entablara un juicio. Una vez más la ignorancia tácita, 
			derivada del abandono corporativo, se 
			vio amparada nada menos que por una de las mayores instituciones 
			culturales del país. Finalmente, y tras un largo y angustiante 
			proceso, en 2002, la justicia enmendó el error del SODRE, pero 
			Neffer no estaba para presenciarlo.
 
			Fabricación
 
			En diciembre de 1922 con treinta 
			y cuatro años de edad Carmen estrenó en Madrid Fabricación, 
			una de sus pocas piezas para piano
			que ha sobrevivido.
			Esta pieza, 
			escrita durante su estancia en esa ciudad, será considerada 
			característica de su obra. Junto con otras del mismo período, ha 
			sido vinculada al futurismo, al ultraísmo y al maquinismo en música. 
			La crítica especializada de la época la elogió por su caudal sonoro 
			y por el tipo de construcción textural. 
			De la misma época son 
			Aserradero, Taller Mecánico, En el molino y 
			Procesión. En su obra Barradas 
			explora las posibilidades tímbricas de los instrumentos para los 
			cuales escribe; las piezas revelan su predilección por los 
			temas asociados al mecanicismo. Es por este motivo que 
			apresuradamente se la cataloga como una compositora 
			futurista, si bien a nivel musical, esta demarcación acarrea algunas 
			dificultades en cuanto a sus alcances estéticos. 
			Las piezas denotan la búsqueda 
			de la libertad formal, es decir no se adscriben a una estructura 
			conocida sino que sus composiciones, a diferencia de sus colegas 
			uruguayos en boga, muestran un tratamiento constructivo particular 
			que trasciende al utilizado en la época. El ámbito de la composición 
			académica uruguaya debió esperar más de 40 años para tener algo de 
			la dimensión innovadora de la obra de Barradas. Carmen utiliza 
			marcos politonales, a los que llama “polígonos”; es decir,
			sus obras utilizan diversidad de tonalidades 
			sin adscribirse a las técnicas clásicas de modulación (cambios de 
			una estructura tonal a otra).
			
			La experimentación estética en cuanto al timbre la 
			llevó a incluir campanillas en las muñecas del ejecutante o 
			cascabeles en sus brazos y dentro del arpa del piano, 
			y a ejecutar 
			cluster 
			con las palmas de las manos. Como bien señala Kröger, la compositora 
			estuvo muy cerca de llegar a un recurso técnico característico de 
			las obras del siglo XX como el “piano preparado”, que consiste en 
			colocar elementos generalmente metálicos en el encordado del piano, 
			al oprimir las teclas se produce un sonido diferente al habitual y 
			en consecuencia se obtiene un timbre nuevo. 
			
			Seguramente, el hecho de permitirse 
			experimentar acerca de las posibilidades 
			que otorga el juego sobre nuevas sonoridades sumado a la libertad 
			formal con que construía sus obras, indefectiblemente la habrían 
			llevado al desarrollo de un lenguaje compositivo propio, al que no 
			se le reconocen precedentes en
			Uruguay. 
			 Carmen 
			Barradas inventa una 
			grafía musical particular que permitió el registro de los nuevos 
			recursos que empleó en sus composiciones. Al estudiar 
			sus 
			partituras se encuentran numerosas indicaciones que denotan el afán 
			de la autora por comunicar la expresión que los intérpretes debían 
			inferir a su música. Además, 
			Kröger caracteriza su 
			personalidad artística señalando 
			que Carmen era una 
			maestra comprensiva y generosa que permitía el aporte del 
			intérprete, entendiendo la obra de arte como una construcción de 
			ambos y señala: 
			“En su confianza en entregarme su obra demostró un increíble 
			espíritu conciliador y gran fe en las generaciones futuras, las 
			únicas que podrían entender, aunque tardíamente, su mensaje de 
			esperanzado amor por la música”.  
			Sin embargo, 
			no quedaron pistas 
			para descifrar el código que Carmen inventó y esto 
			hace muy difícil el abordaje de piezas que no han sido grabadas. La 
			decodificación requiere un trabajo especializado y exhaustivo que 
			sigue pendiente. 
			Tal vez por eso los estudios para violín y piano 
			aun 
			no han sido estrenados. Han
			sido 
			catalogados 
			como “endiablados” debido a que 
			requieren un nivel técnico e interpretativo superior.
			El guitarrista 
			Amilcar Rodríguez Inda estrenó en 1976 el estudio para guitarra de 
			Barradas, probablemente escrito entre 1939 
			y 1943, 
			pero no existe documentación que explique cuáles fueron los 
			criterios interpretativos que utilizó para su abordaje, tal vez por 
			esa razón sea una obra inexplorada por los numerosos intérpretes con 
			que cuenta la escuela guitarrística uruguaya. 
 
			Exilio 
			interno
 
			Los datos encontrados 
			hasta el momento dan cuenta de que en 1934 Carmen ofreció su último 
			concierto en 
			Montevideo con obras de su autoría. En el año 1935 se presentó a 
			un concurso de composición con dos piezas para piano: “Aurora en la 
			enramada” y “La niña de la mantilla blanca”. En ellas la compositora 
			conjuga elementos de la música popular y la experimentación sobre 
			sonoridades muy audaces para la época (la utilización del pedal fijo 
			y de cluster) sin embrago, las actas del concurso no registran ni 
			siquiera que hayan sido discutidas por el tribunal del entonces 
			Ministerio de Instrucción Pública. De la misma década es el tríptico 
			“Mar-Tragedia-Misterio” que dedicó a la poeta Alfonsina Storni con 
			quien había cruzado algunos mensajes.
 En 1939 da a conocer los “Estudios tonales”, obra compuesta por una 
			serie de piezas que tienen el objetivo de ayudar a los intérpretes a 
			resolver dificultades de ejecución pianística, otro aporte original 
			en el medio pedagógico-musical uruguayo.
 
 Diez años después, Carmen deja de componer. Sólo podemos intuir y 
			apenas confirmar a partir de los documentos de Kröger, que la causa 
			principal tuvo que ver con la muerte de su familia sumada a la 
			indiferencia y la incomprensión del medio artístico uruguayo hacia 
			una doble artista: excelente pianista y compositora de avanzada.
 
			En 2009 se publicó un 
			trabajo realizado por la musicóloga española Carmen 
			Cecilia 
			Piñero 
			en el que 
			presenta a Carmen como una de las más interesantes compositoras 
			latinoamericanas del siglo XX, y 
			a su
			obra como ejemplo de modernidad. La 
			musicóloga expresa: […] “brilló con luz propia durante su 
			estancia en la España de la Edad de Plata, constituye uno de los más 
			interesantes ejemplos de modernidad en la creación musical 
			latinoamericana de la primera mitad del siglo XX.” Asimismo reflexiona 
			acerca de lo que generalmente pasa a muchos talentosos artistas en 
			medios hostiles: la falta de reconocimiento del medio trae consigo 
			necesidades económicas que son satisfechas en otros ámbitos 
			en los que el artista no se siente a gusto y 
			donde muchas veces es marginado por su condición de ser sensible. 
			Estos factores, sumados a los controles sociales derivados de los 
			problemas de género, terminan por 
			provocar el aislamiento de la artista que termina por abandonar el 
			país como escape o simplemente se recluye en sí misma. Pero además 
			Piñero 
			indica características compartidas de las compositoras 
			latinoamericanas, como la marginación de sus colegas y la ignorancia 
			posterior acerca de sus trabajos. Observa que muchas veces, además 
			de un exilio geográfico a causa de una marcada incomprensión de las 
			obras de estas mujeres ocurre lo que ella define como exilio 
			interno. Es decir, tras la ignorancia acerca de su obra se apartan 
			del trabajo musical dejando de componer, como es el caso de 
			Barradas. En este trabajo, Piñero nuevamente cita la investigación 
			documentada por Kröger, aporta datos precisos de la crítica 
			madrileña acerca de la obra de Carmen, la sitúa en la época, valora 
			y documenta su trabajo en España.  
			En nuestro medio el 
			reconocimiento de la excepcionalidad de la obra de Barradas fue casi 
			exclusivo, desde el punto de vista de la crítica especializada, del 
			músico Roberto Lagarmilla. Desde la
			academia, 
			Kröger fue 
			quien se dedicó al estudio 
			de su obra, 
			aunque existe un trabajo de grado realizado por el musicólogo Luis 
			Ferreira que aporta específicamente 
			en la 
			explicación de algunos elementos compositivos de su obra. 
			 
			Kröger se 
			abocó a cumplir con uno de los cometidos fundamentales de los 
			investigadores musicales, el proveer a los intérpretes las claves 
			para resolver aspectos interpretativos. Pero la burocracia aún hoy 
			sigue atravesando el camino de Barradas y de Kröger, interponiéndose 
			en la edición póstuma del trabajo de Neffer. El estudio musicológico 
			acerca de la obra de Barradas comprende un libro que incluye un 
			disco compacto. Carmen no había registrado sus obras en AGADU y no 
			tuvo herederos que hicieran el registro. Para que una obra caiga en 
			dominio público tienen que pasar diez años de la muerte del autor 
			sin que nadie la reproduzca públicamente. En 1972 Kröger realizó un 
			concierto en homenaje a Carmen donde tocó su música sin saber que
			eso 
			se transformaría en un impedimento legal para seguir recreando su 
			obra. Las autoridades entienden que se defienden los derechos de 
			autor no dejando que este material llegue al público hasta que se 
			cumplan 50 años de la muerte de Carmen. De manera que el trabajo que 
			realizó una intérprete desde una elección ideológica 
			tomada con madurez 
			profesional y autonomía artística, 
			continúa 
			sin poder ver 
			la luz. 
			Era un 
			camino interesante para el desarrollo de la música académica 
			uruguaya. Persiste el misterio en torno a estas mujeres que han 
			vivido en contextos como el nuestro, donde no se permite el 
			desarrollo, frenando el avance y restringiendo la libertad 
			artística. 
			El medio continúa 
			siendo hostil, para las mujeres arriesgadas e intensas, aún en el 
			recuerdo.
 
			
			* 
			
			Una versión reducida de este artículo fue publicada en El País 
			Cultural, suplemento del diario El País, el 21 de 
			diciembre de 2012, bajo el título “Carmen Barradas, la hermana 
			compositora. Una vanguardia olvidada”. 
			En este link 
			se puede ver la conferencia: http://www.youtube.com/watch?v=vSXHMicrzUg
 
			
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