| 
              
            2. Las bases sociales de la democracia: la fragilidad de un edificio
            sin cimientos. 
            a. La desigualdad y la exclusión
            como clave de la fragilidad democrática 
              La definición mínima de democracia 
                supone la posibilidad real de alternancia en el gobierno definida 
                ésta a partir de elecciones libres en un escenario político 
                en donde los individuos poseen libertad de asociación y 
                expresión. Esta definición nada dice acerca de los 
                aspectos sociales en materia de equidad, pobreza 
                y exclusión. En rigor, una sociedad en donde el 10% de 
                la población controle más de la mitad de la riqueza 
                nacional, en donde el 50% de la población no alcance una 
                canasta básica de alimentos y otros bienes mínimos 
                y el 40% de la población 
                joven no finalice la educación 
                secundaria o aún la primaria, será una democracia 
                en tanto los individuos no enfrenten amenazas coercitivas o coerción 
                directa a la hora de organizarse colectivamente, expresar su opinión 
                y en donde los votos sean contados limpiamente en elecciones periódicas 
                para definir quien integrará los poderes del gobierno. 
              Al leer la combinación arriba propuesta 
                lo primero que surge es la duda de si la misma es probable o aún 
                posible. Sin embargo este ejemplo de democracia con niveles extremos 
                de desigualdad, pobreza y exclusión 
                es menos improbable de lo que parece. Ajustando levemente los 
                porcentajes esa es la realidad de buena parte de América 
                Latina(9).  
             
            Indicadores Sociales seleccionados para América
            Latina (circa 2000) 
               
              
                |   |  
                 Pobreza |  
                Riqueza del 10% más
                  rico (en porcentaje del ingreso nacional) |  
                Tasa global de deserción
                  (b) |  
               
              
                |  Argentina (a) |  
                
                   23.7 | 
                
                  37.0  | 
                
                   23 | 
               
              
                |  Bolivia |  
                
                   60.6 | 
                
                   37.2 | 
                
                   .. | 
               
              
                |  Brasil |  
                
                   37.5 | 
                
                   47.1 | 
                
                   25 | 
               
              
                |  Chile |  
                
                   20.6 | 
                
                   40.3 | 
                
                   17 | 
               
              
                |  Colombia |  
                
                   54.9 | 
                
                   40.1 | 
                
                   32 | 
               
              
                |  Costa Rica |  
                
                   20.3 | 
                
                   29.4 | 
                
                   43 | 
               
              
                |  Ecuador (a) |  
                
                   63.6 | 
                
                   36.6 | 
                
                    .. | 
               
              
                |  El Salvador |  
                
                   49.8 | 
                
                   32.1 | 
                
                   42 | 
               
              
                |  Guatemala |  
                
                   60.5 | 
                
                   40.3 | 
                
                    61 | 
               
              
                |  Honduras |  
                
                   79.7 | 
                
                   36.5 | 
                
                    59 | 
               
              
                |  México |  
                
                   41.1 | 
                
                   36.4 | 
                
                   45 | 
               
              
                |  Nicaragua |  
                
                   64.0 | 
                
                   40.5 | 
                
                   47 | 
               
              
                |  Panamá |  
                
                   30.2 | 
                
                   37.1 | 
                
                    30 | 
               
              
                |  Paraguay |  
                
                   60.6 | 
                
                    36.2 | 
                
                   43 | 
               
              
                |  Perú |  
                
                   48.6 | 
                
                   36.5 | 
                
                   26 | 
               
              
                |  R. Dominicana |  
                
                   37.2 | 
                
                   36.0 | 
                
                   23 | 
               
              
                |  Uruguay (a) |  
                
                    9.4 | 
                
                   27.0 | 
                
                   34 | 
               
              
                |  Venezuela |  
                
                   49.4 | 
                
                   31.4 | 
                
                   35 | 
               
              
                |  América Latina |  
                
                   43.8 | 
                
                   ---- | 
                
                   37 | 
               
             Fuente: CEPAL, Panorama Social de
            América Latina, 2001-2002. (a.) Sólo zonas urbanas
            (b). Tasa de deserción de la educación primaria
            y secundaria entre jóvenes de 15 a 19 años, primaria
            y secundaria combinadas.
             
                La combinación resulta poco probable a primera vista por 
                la simple razón de que estadísticamente, en el pasado, 
                esta asociación ha sido marginal. No lo es en la actualidad. 
                Justamente las buenas noticias son esas: la democracia ha llegado 
                y persistido en países no sólo pobres, sino profundamente 
                desiguales. Tal es el estado de las cosas hoy en América 
                Latina: democracias electorales perdurables con niveles 
                de pobreza, desigualdad y exclusión extremadamente 
                altos. Pero el problema es que la sensación que uno tiene 
                al leer la definición mínima de democracia y los 
                datos sociales es que es muy poco probable que la forma se ajuste 
                a la realidad bajo estas condiciones sociales por varias razones. 
                Veamos en primer lugar las más evidentes y simples. 
              En primer lugar, cuando los diferenciales de 
                poder económico 
                son tan marcados es poco probable que la libertad de asociación 
                y expresión se manifieste más allá de la 
                letra. La coerción 
                es un mecanismo para controlar y suprimir la participación, 
                pero tan eficaz como la coerción es la capacidad de negar 
                a los ciudadanos su capacidad de subsistencia. La concentración 
                de poder económico 
                permite justamente este tipo de acciones. 
              En segundo lugar, la pobreza 
                torna a buena parte de la población de la región 
                en candidata a las prácticas clientelares y de cooptación. 
                Contar con medios de subsistencia autónomos del poder político 
                permite realizar opciones realmente basadas en el interés 
                individual. Diferenciales muy marcados de poder y riqueza inhiben 
                dicha posibilidad, ya que la asimetría de poder, implica 
                una asimetría de horizontes temporales posibles sobre los 
                cuales tomar decisiones. En tercer lugar, 
                la educación presenta 
                una alta asociación con la participación política 
                en América Latina. Los 
                altos porcentajes de población con analfabetismo funcional 
                o con menos que primaria afecta la predisposición a la 
                participación política, sea ésta electoral 
                o de otra índole. 
              En cuarto lugar, si bien la alternancia entre diferentes 
                elites políticas puede darse, es menos probable que la 
                misma sea significativa, ya que es muy poco probable que incorpore 
                en forma sustantiva los intereses atomizados, cooptados y debilitados 
                del 50% más pobre. Es mucho más relevante para las 
                elites en términos de poder real considerar a sus pares 
                que al grueso de la población. Los déficits de representación 
                son el resultado natural de estas dinámicas, y su manifestación 
                amenazante pero al mismo tiempo promisoria para las democracias 
                de la región, es el descongelamiento de los sistemas de 
                partidos dominados por elites. 
              Pero además de estas razones, existen otros 
                efectos de la desigualdad y la exclusión sobre la democracia 
                que afectan negativamente a la calidad de la misma y eventualmente 
                su estabilidad. La primera y más importante es que los 
                altos niveles de desigualdad tienden a destruir la noción 
                misma de ciudadanía y por ello favorecen en la población 
                en general una predisposición mayor hacia soluciones autoritarias. 
                Tal como señala Elisa P. Reis (1995), 
                elaborando sobre el seminal trabajo de Banfield, altos niveles 
                de desigualdad producen una suerte de "familismo amoral"(10) en donde los preceptos de igualdad y bien 
                común se aplican solamente a un núcleo inmediato 
                de allegados, atomizando toda categoría moral universal 
                sobre la que descansa en definitiva la noción misma de 
                ciudadanía.  
 
                Tal como señala Reis refiriéndose a las grandes 
                masas latinoamericanas, este familismo amoral tiende a estrechar 
                los espacios de lo público 
                y lo comunitario y hace que rara vez los individuos definan 
                formas de identidad 
                colectiva con base a lo "cívico y lo universal". 
                Como puede observarse en el siguiente gráfico, la desigualdad 
                guarda efectivamente una muy clara asociación con el capital 
                social ciudadano. Ante la pregunta de si se puede confiar en la 
                mayoría de las personas, las sociedades más desiguales 
                tienden a responder que no en mayor proporción que las 
                sociedades más igualitarias. Este problema de la igualdad 
                y la democracia no es nuevo, y debe culparse en parte a la propia 
                academia por haberlo olvidado 
                durante mucho tiempo. 
            
              El respetable intento de defender los mínimos 
                procedimentales de la democracia ante los ataques que consideraban 
                estos procedimientos como mera democracia burguesa, llevó 
                a la literatura de los años 
                ochenta a insistir en que no debía requerírsele 
                a la democracia más que el respeto por estos mínimos 
                procedimentales. Sin embargo Lipset, 
                Dahl, y mucho antes Tocqueville señalaron el problema de 
                la igualdad y la democracia, no en tanto igualación socioeconómica, 
                sino en tanto reconocimiento de status ciudadano y en tanto 
                recursos necesarios para poder hacer pesar sus opciones en el 
                juego democrático. Estos dos prerequisitos se logran mediante 
                normas que reconocen el efecto de la desigualdad en las posibilidades 
                de participación democrática y mediante la moderación 
                de las desigualdades 
                socioeconómicas. 
            
              Una de las razones por la cual los niveles 
                extremos de desigualdad atentan contra la concreción 
                y materialización de los mínimos procedimentales 
                de la democracia, es precisamente lo que esta evidencia sugiere. 
                La desigualdad extrema destruye y/o vacía la idea misma 
                de igualdad ciudadana y lo hace en su forma más perniciosa, 
                destruyendo el capital cívico de confianza que la polis 
                democrática requiere. 
 
                La desigualdad también se manifiesta en forma aún 
                más clara en la proporción de personas que prefieren 
                a la democracia a cualquier otra forma de gobierno. Ni la riqueza 
                nacional, ni los años pasados de democracia, ni la evolución 
                del desempleo, ni siquiera la 
                pobreza guarda una asociación tan clara con la preferencia 
                democrática como la desigualdad. Ello es cierto tanto ante 
                la pregunta directa como ante la cuestión de si encuentran 
                aceptable la posibilidad de un gobierno no democrático. 
            
              En suma las actitudes de la población 
                respecto a la confianza en otros y la preferencia por una opción 
                democrática sobre cualquier otra alternativa parecen depender 
                en gran medida de los niveles 
                de desigualdad que presenta una sociedad. 
                Estas actitudes pueden parecer irrelevantes en contextos de estabilidad 
                institucional de las democracias y estabilidad económica 
                de sus naciones, pero resultan críticas a la hora de enfrentar 
                escenarios políticos y económicos turbulentos. La 
                posibilidad de que aparezcan modalidades populistas y autoritarias 
                depende en buena medida de que exista una población con 
                una predisposición autoritaria. Las democracias delegativas 
                de las que habla O´Donnell requieren de un delegado y de 
                quien delegue. Las sociedades más desiguales delegarán 
                en neo-leviathanes más 
                que las sociedades igualitarias. 
            
              También lo harán las sociedades que 
                presentan mayores niveles de exclusión, lo cual está 
                asociado obviamente a los niveles de desigualdad y riqueza nacional. 
                Considerando un índice de exclusión que combina 
                pobreza, analfabetismo 
                adulto y matriculación educativa, puede verse que la asociación 
                entre exclusión y preferencia por la democracia es nuevamente 
                clara. Es esperable que sociedades con una alta proporción 
                de población excluida de los mínimos de subsistencia 
                y de bienes públicos fundamentales tiendan a ser relativamente 
                indiferentes de bienes suntuarios como la "libertad negativa" 
                que típicamente provee la democracia y relativamente escépticos 
                de la "libertad positiva" que promete. La urgencia de 
                acceder a formas básicas de bienestar, admite para esta 
                población, diferentes formatos políticos. Si en 
                el pasado cercano un gobierno autoritario permitió niveles 
                importantes de mejora del bienestar (como lo es el caso 
                de Chile en el pasado reciente y Brasil con anterioridad), la tolerancia hacia la posibilidad de regímenes 
                no democráticos será muy alta. Si se presentan alternativas 
                políticas que desprecien el respeto a los mínimos 
                procedimentales y prometan bienes concretos, nuevamente es esperable 
                un apoyo a dichos líderes en las sociedades en donde los 
                niveles de exclusión son más altos. 
             
            Notas: 
             
              (9) El caso 
                de la India 
                ha sido sistemáticamente citado como ejemplo de esta combinación 
                díficil o imposible. Su sistema parlamentario ha sido muchas 
                veces señalado como la clave de dicha estabilidad a pesar 
                de realidad económica y social. El sistema de castas es 
                otro factor que se trae a colación para explicar la coexistencia 
                de extrema desigualdad y persistente democracia y que, dicho sea 
                de paso, también ilustra la dificultad de definir a la 
                democracia como una variable discreta a partir de los mínimos 
                procedimentales. La extensión de la democracia a los países 
                más pobres y desiguales de América Latina han colocado 
                a India con nueva compañía, con el agregado de carecer 
                de sistemas parlamentarios de gobierno o de instituciones sociales 
                con caracter legal como las castas. 
            (10) Banfiel (en The Moral Basis
            of a Bakward Society, 1958, Free Press; New York) en los años
            50 había logrado mediante un estudio de caso en la localidad
            italiana de Montenegro establecer la semilla de lo que hoy muchos
            denominan capital social.  
             
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            Held, David (): Hay que buscar esta cita. Más de un texto
            de el hace referencia al punto en cuestión 
 
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            * Documento
            preparado para el libro Desafíos de la Democracia en
            América Latina Madrid Mayo, 2003.
          
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