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Amir Hamed
ISSN 1688-1672

 



TABLEAUX MOURANTS - VIOLENCIA - ANTROPOFAGIA -
DOBLE ASCENSIÓN -


Proyecto tableaux mourants (VI)

Bruno Mazzoldi
Imposible enmarcar una zona de pertinencia, circunscribir el asunto de la violencia, de aquí, de allende, la nuestra, la ajena, sin seguir aprovechando su moldura. Ella es la que pretende ser una, una sola, inequívocamente única. Mayúscula. Le incumbe inspirar desconfianza ante las imitaciones porque su pasión es el recuerdo de su récord
4.6 - 1:30 AM - Décimo aniversario de la masacre en la Plaza de Tienanmen, la plaza pública más grande del mundo.

Lo has dicho: la muestra de matadero pica el ojo, metido como aguja en vejiga el despojo desinfla el globo ocular.
Y todos son guiños, miraditas, clins d'oeil. Nada de frente. No porque sea aconsejable cerrar los ojos ante la demostración del supuesto carácter globalmente inefable del arrebato hostil, sino porque si la mirada no enfoca la lejanía del prójimo que el homicida suprime y si la mueca de lo que resta de esa lejanía menos que nunca es su rostro, ¿cómo querer grabar sus márgenes, incidir el perfil de su falta, marcar con índice de yeso su lugar, sin obedecer al mismo miedo de la impotencia al que sucumbe orgullosamente quien mata porque no tiene poder sobre el rostro de Alieno? La violencia no es tema cuando el abordaje ha de ser el de la responsabilidad ética y no el de los conocimientos indispensables a las averiguaciones de la antropología forense, por no hablar de los tanto más superfluos compromisos de la política ni de los regustos del hedonismo estético.

Golpes de párpado para quien está comprendiendo que no puede contener a ese Otro -ningún Jesús Superstrella, ningún santo verraco, ningún bulto de estanque primordial, sino cualquier hijo de Lejano que no se anuncia en la representación sino en su resistencia a ser representado y devuelto a un contenido.

No toma las de Villadiego la máxima atención al incontenido, a la manera del diablo al que espantó la esposa del molinero mostrándole la barba de su bajo vientre. La cola entre las piernas, no da la espalda a lo comprensible, ni levanta aras a lo Otro. Lo sagrado, consolador o excomunicante, es otra cosa: como el asesinato, es una modalidad de renuncia a la comprensión en aras de lo Mismo.

Imposible enmarcar una zona de pertinencia, circunscribir el asunto de la violencia, de aquí, de allende, la nuestra, la ajena, sin seguir aprovechando su moldura. Ella es la que pretende ser una, una sola, inequívocamente única. Mayúscula. Le incumbe inspirar desconfianza ante las imitaciones porque su pasión es el recuerdo de su récord.

Como la extirpación de idolatrías, la masacre es iconofílica hacia adentro e iconoclasta hacia afuera: pretende que su imagen sea la más pura. Cuanto más atroz el mapa tanto más aspira a ser asépticamente enmarcado. La violencia es doctora, y nunca se cansa de comerse los ojos repasando el álbum de familia, la pared de los diplomas, la colección de medallas. Una memoria autofágica insaciable. Para la muestra el celebérrimo botón del uniformado posando para la cámara levantando la cabeza de un vietcong en lugar de la trucha consabida.

Imposible mantener el ojo inmune, a salvo y viendo, sin absorber sangre del ceño de su coño de madrepadre exclusiva y milagrosa negando que no se puede ver, asegurando que sabemos reconocerla cuando la vemos. Y que la vemos, fotografiamos, esculpimos, pintamos, enmarcamos, documentamos -la iniquidad que el curador de una exposición intitulada Arte y violencia llama "constante temática de la cultura colombiana".

El asunto de la violencia es la violencia del asunto.

Igual que el místico de oficina a carpetas y el de partido a gritos, lo que pide a balas el homicida magistral es tema, théma, "lo puesto o propuesto", "depósito", "porción", "parte", "raíz", "posición de los astros", "casa astrológica", "caja", "cofre", "división del ejército"... uno, un solo tema, uno a la vez, todos los muertos, el muerto mantenido en las fronteras de la determinación de lo Mismo, per caritá!

Si la vocación de la masacre es el relámpago del censo, el asesino serial es un lexicógrafo rossiniano que se ignora: un bucle arrancado a la maraña del monte capilar cada cadáver, una acepción extirpada del crescendo sin fondo que no quiere no ver. Así se estructuran las buenas relaciones entre vecinos. A las claras. En zarza de reflector ardiente.

No tengo mucho interés en remitir al interesantísimo ensayo en que Chantal Caillavet, para "arrojar luz sobre los comportamientos americanos" por efecto de relativo contraste, menciona una anécdota del siglo XI que describe a cruzados hambrientos devorando cuerpos de turcos muertos en el campo de batalla: lo que le parece "muy sugerente en aquellas circunstancias, es la necesidad por parte de los soldados cristianos, de inscribir este acto desesperado en un marco ritual", mientras las sociedades americanas no tenían porque acudir a ningún "marco ritual inventado" por contar con "secuencias rituales vigentes integradoras de la antropofagia", dimensiones simbólicas "que se podrían considerar como la expresión paroxística de una intensa circulación interétnica", pues
"la interpretación según la moral cristiana de un observador español -'Ay pocos naturales porque los Pijaos sus malos vecinos se los comen'- resulta ajena a la lógica política de los pobladores americanos. En realidad, las relaciones de 'vecindario' no eran nada 'malas': la original modalidad de vínculos interétnicos que hemos analizado y que otorga un papel destacado a la antropofagia, parece haber vertebrado un sistema equilibrado y funcional."

Donde fondo y superficie, cinismo y desespero, protocolo y repente se abrazan, que el proceso mediante el que Alieno es asimilado a lo Idéntico llegue a ser considerado como una "original modalidad de vínculos interétnicos" por contribuir poderosamente a la erección de un eje vertebral tanto más equilibrado y funcional cuanto más paroxísticas resultan sus expresiones, constituye una de las manifestaciones más contundentes de la preponderancia del interés meramente intelectual en la lógica política.

Entre la actitud del humanista dispuesto a justificar el exterminio del vecindario caníbal y la lucidez del científico testigo de la eficiencia de tan cruentos avisos de tránsito, cabría anotar que si la labor visual es parte de la construcción comunitaria, sobre todo de la que se detiene en el acto de asomarse a la imposible fosa fundamental, debajo de todo atraída por la succión de un vertedero sin tiempo en que el cerco de la ciudad, el círculo de los que tienen en común dones constrictivos o munia vuelve a abismarse día por día, en lugar de irse tejiendo alrededor de la ceguera de un recipiente espiralado, los lazos de reciprocidad de lo nuestro conciernen a la ruina de la concernencia, a la inversión de la promesa de una comunidad descomunal, sin tantas incumbencias, sin tantos intereses.

El sagrado ideal de la imagen auténtica, por otra parte, totalmente desinteresada, no pervertida por mano de hombre, non manu facta o aquirópita, es una toalla catódica: que el higiénico astro de la identidad lo enjuague y lo absorba todo, es lo que reclama el pulcro telelazarillo del verdugo.

De los espectáculos tóxicos como elemento de la transparencia: en el primer acto de Arden de Faversham, la tragedia que tenía tramado a Artaud, el meticuloso artista contratado por el sastre asesino se ajusta las gafas, se las pega a los ojos para que no lo envenenen las exhalaciones de los colores del crucifijo que está pintando, pues, al igual que el ruibarbo en la nariz, se supone que los "spectacles" lo protejan.

El historicista y la constante temática: lo que le ayuda a ver mejor para que el Otro se vuelva ciego, eso mismo, que lo salve de lo que ve.

7.6 - 4:30 AM - Los ahorcados oscilan al extremo de las líneas blancas sobre los árboles negros.

"Ascensión", escribiste al pie. Doble Ascensión. Parodia de la separación de lo santo, el púlpito sangriento busca el claro de bosque, la aprobación del escenario, y se desdobla, se multiplica, germina, toma cuerpo y vuelo públicamente, la mala nueva.

La paloma que aletea en la cumbre del cadalso aéreo es gordiflona.

Se acercan un poco. Ni necesitan tocar, ni creen de una.

Todo está a la vista. El péndulo funciona.
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