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URUGUAY - FERIA DE TRISTÁN NARVAJA - FERIAS - COLECCIONISTAS - COLECCIONAR -

La feria de Tristán Narvaja y un prólogo de Susan Sontag (II)*

María José Santacreu

Si confiamos en que se pueda medir el grado de civilización de un país por el tipo de animales que se venden en sus ferias, en Tristán Narvaja predominan los bípedos plumes, debidamente enjaulados y un montón de bípedos implumes mirando fascinados desde el otro lado del encierro


El centro, la periferia

La sensación que ha dominado la redacción de este texto es la de caer una y otra vez en informaciones tan inútiles como obvias. Es decir, Valéry dijo que siempre se negaría a escribir "La marquesa salió a las cinco".

Del mismo modo, uno puede sentir que no puede escribir que algo tiene su centro y su periferia sin sentir una extraña sensación que sin más, podría denominarse "pero, que estúpido". Pero como desgraciadamente uno no es Paul Valéry todo el tiempo y a veces es André Bretón -quien dudaba que Valéry hubiera cumplido su palabra-, ahí va: la Feria tiene su centro y su periferia, frase un poco más meritoria desde que ese "algo" que tiene su centro y su periferia es, justamente, la feria, aportando por lo menos cierto valor eufónico a la estúpida frase.

La columna vertebral es la calle Tristán Narvaja, en sí, es un circuito triple: el asfalto y sus dos veredas. Allí los olores van al asalto. Melones con olor a gas, gallinas con olor a incienso, hamburguesas con olor a demonios, demonios con olor a gente.

Si confiamos en que se pueda medir el grado de civilización de un país por el tipo de animales que se venden en sus ferias, en Tristán Narvaja predominan los bípedos plumes, debidamente enjaulados y un montón de bípedos implumes mirando fascinados desde el otro lado del encierro. Es quizá su zona más exitosa, donde el tránsito se hace difícil pues los embobecidos transeúntes se plantan por decenas a señalar uno u otro espécimen, mientras quienes no soportan pensar que el aire que llena sus pulmones ha pasado por los de todas esas aves huye despavorido, sospechando una sitacosis incipiente o una toxoplasmosis fulminante proveniente de los inocentes gatitos siameses
(quienes deben estar más sanos que la ostia, pero quien convence a este alma atormentada, que si acierta a pasar por las cercanías de Villa Dolores ya se siente tuberculosa).

La periferia es el miembro
mutante de la Feria. Crece, se encoge, se echa a perder hacia los extremos y alli aumenta tambien su peligrosidad. Los márgenes se solazan en su propia marginalidad. Imperio de la mosqueta, el arrebato, la estafa, pero también del hallazgo valioso. No se encontrarán tesoros en el centro. Los tesoros, verdaderos y falsos están en los márgenes, si también entendemos como tesoro el filtro de la aspiradora vieja o el aspa del ventilador ha tantos años roto.

Pero no faltan quienes piensan que todavía se puede encontrar un Barradas o un Torres García arrumbado en un rincón. Ciertamente, se los puede encontrar, ajados, algo rotos o manchados y sospechosamente mezclados con horribles dibujos de aficionado. El vendedor simula desinterés, desconocimiento. Si se le pregunta por esa horrible naturaleza muerta, de ignoto autor, pues vale trescientos pesos. ¿Y este tan esquemático, con pescaditos de colores y hombres de cabeza cuadrada? Pues seiscientos pesos. Claro. No hay que decepcionar a los turistas. Pero aquel Arregui es auténtico. Y, por allá Matisse esperaba a un argentino. ¿Es verdad que alguna vez se encontró un Stradivarius? Nadie lo sabe y el rumor se repite, pertinaz. "Si gano a la mosqueta me compro el Torres García." Solo en el marco de la feria es posible que tal pensamiento sea una construcción perfectamente válida. Aunque catastrófica por donde se la mire.

(Un hombre joven camina descalzo. Despreocupado. Le miro los pies un largo rato. Pisa sin mirar. Miro sin pisar. Mi mirada se adelanta al camino. ¿Pisará ese charco de jugo de uva podrida al sol? Lo pisa. Algún gorrión terminará borracho hoy. Sus pies se expanden sobre las baldosas. Es raro encontrar a un descalzo. Un cajon de ciruelas podridas brilla en el sol del mediodía. Estan perfectamente apiladas, enteras. Las tonalidades van cambiando a lo largo de la mañana. El conjunto continúa intacto, las ciruelas no se deshacen. El amarillo se amarrona, parecen a punto de estallar y las esferas continúan perfectas. Siento compulsión por aplastarlas, un leve contacto y todo será una masa informe. Pasta de ciruelas podridas. Miro nuevamente hacia delante. El hombre descalzo ya se ha ido. Las ciruelas siguen intactas.)

Guiados por una pasión (Intermezzo)

"Coleccionar expresa un deseo que vuela libremente y se acopla siempre a algo distinto, es una sucesión de deseos. El auténtico coleccionista no está atado a lo que colecciona sino al hecho de coleccionar" (Susan Sontag)

"Tienen aspecto de no apegarse a nada, de no preocuparse por nada; no prestan atención ni a las mujeres ni a los gastos. Andan como en un sueño, sus bolsillos están vacíos, su mirada como vacía de pensamientos, y uno se pregunta a que especie de parisinos pertenecen. Estas gentes son millonarios. Son coleccionistas; los hombres más apasionados que hay en el mundo" (Balzac)

"En pocas palabras, es visible por doquier una relación con la circunstancia sexual; la colección se nos manifiesta como una compensación poderosa en ocasión de las fases críticas de la evolución sexual. Constituye (...) una regresión a la etapa anal, que se traduce en conducta de acumulación, de orden, de retensión regresiva, etc. (...) El objeto cobra aquí, por completo, el sentido del objeto amado." (Jean Baudrillard)

"Coleccionar es rescatar cosas, cosas valiosas, del descuido, del olvido, o sencillamente del innoble destino de estar en la colección de otro en lugar de en la propia. Pero comprar una colección entera en vez de perseguir pieza a pieza la presa deseada...era un gesto poco elegante. Coleccionar también es un deporte, y su dificultad es lo que le confiere honor y deleite. Un auténtico coleccionista prefiere no adquirir en cantidad (como los cazadores no quieren que la presa, simplemente, desfile ante ellos), no se siente satisfecho poseyendo la colección de otro: el mero hecho de adquirir y acumular no es coleccionar." (Susan Sontag)

"La pasión del objeto nos lleva a considerarlo como una cosa creada por Dios: un coleccionista de huevos de porcelana considera que Dios no creó jamás forma más bella ni más singular, y que la imaginó para dar gusto a los coleccionistas." (Maurice Rheims)

"'Estoy loco por este objeto', declaran y, sin excepción, incluso cuando no interviene en esto la perversión fetichista, mantienen en torno a su colección un ambiente de clandestinidad, de secuestro, de secreto y de mentira que tiene todas las características de una relación pecaminosa. Este juego apasionado es lo que hace sublime esta conducta regresiva y justifica la opinión según la cual todo individuo que no colecciona nada no es sino un cretino y un pobre despojo humano." (Jean Baudrillard)


"Todo coleccionista llega muy pronto al punto en que colecciona no sólo lo que quiere sino lo que de hecho no quiere pero teme dejar pasar, por miedo a que pueda quererlo, valorarlo, algún día." (Susan Sontag)


Donde Rabelais se hubiera divertido mucho

Si la cultura uruguaya pudiera algún día generar su Rabelais, éste sería un asiduo visitante de Tristán Narvaja. Tal vez las ferias de hoy estén más cerca de los carnavales medievales que el carnaval mismo. Alli es donde se encuentra el humor del pueblo, por aquí la burla y el escarnio al projimo, más allá, el habla popular, el cuerpo y sus bajezas, acullá. No estamos diciendo de ninguna manera que las ferias de hoy sean el equivalente moderno al carnaval medieval, sino que hay aspectos importantes de éste que pueden vivirse, en grado limitado, mucho más en el ambiente de las ferias que en del carnaval moderno.

El carnaval medieval ignoraba la distinción entre actores y espectadores, de la misma manera que ignoraba la escena. Los espectadores no asistían al carnaval sino que lo vivían. Este espacio ha quedado precariamente ocupado por las ferias, en donde todo se encuentra rebajado (desde las mercaderías hasta la autoridad), donde el lenguaje se desborda en lo grotesco y soez, donde los cuerpos se chocan, donde la realidad es tamizada por el humor espontáneo del hombre ordinario.

Quienes participan de la feria salen del mundo cotidiano y entran temporalmente en un ámbito de libertad, igualdad y abundancia, una especie de
liberación transitoria donde son abolidas, por medio del humor, del pregón y el grito, las jerarquías.

Según Mijail Bajtin, "Los elementos del lenguaje popular, como los juramentos y las groserías, perfectamente autorizados en las plazas públicas, se infiltraron fácilmente en todos los géneros festivos asociados a esos lugares (incluso en el drama religioso). La plaza pública era el punto de convergencia de lo extraoficial, y gozaba de un cierto derecho de "extraoficialidad" dentro del orden y la ideología "oficiales"; en este sitio, el pueblo llevaba la voz cantante. Aclaremos sin embargo que estos aspectos sólo se expresaban íntegramente en los días de fiesta. (...) De este modo, la cultura popular extraoficial tenía un territorio propio en la Edad Media y en el Renacimiento: la plaza pública; y disponía también de fechas precisas: los días de fiesta y de feria." (La cultura popular en la Edad Media y en el Renacimiento, Madrid, Alianza, 1990)

En la feria se vive entre el bullicio del pregón, del chiste, del insulto, la imprecación o el piropo obsceno. El transeunte pasa, se rie o ignora la referencia velada. Lo escatológico está a la orden del día. Allí están también las grotescas figuras del carnaval medieval: el bobo, el loco, el deforme. Todos mezclados, todo rebajado. El predicador con su biblia. Los tamboriles. Los zancos. La estatua viviente. El saxofonista. Los gritos de la feria. La
risa.

Desde hace casi un siglo, domingo a domingo, la feria se regenera. La mer, la mer, toujours recommencée. Una mujer pregunta a otra si piensa que ella tiene una vista cinemascope, lo que quiera que eso signifique. Sostengo en mis manos un comic de Batman dibujado por David Mazzucchelli, lo que me recuerda que tengo que terminar esta nota. Vuelvo a casa.

* Publicado originalmente en Insomnia Nº 113

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