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Amir Hamed
ISSN 1688-1672

 



FUERA DE GÉNERO. CRIATURAS DE LA INVENCIÓN ERÓTICA  - BARBIN, HERCULINE - FOUCAULT, MICHEL-  DELEUZE, GILLES - DESEO - PLACER - CUERPO - TERROR -

Fuera de género. Criaturas de la invención erótica (III)*

Roberto Echavarren

Marx y Engels consideraban la heterosexualidad un dato de la naturaleza, la heterosexualidad obligatoria ni siquiera podía ser puesta en cuestión. Los estilos de vida, los estados alterados por la experiencia de drogas, la exploración de nuevas formas de relacionamiento, la música y el arte como factores primarios de una deriva deseante escandida por momentos intensos eran descartados por los teóricos marxistas como epifenómenos de la burguesía.

GILLES DELEUZE Y MICHEL FOUCAULT: EL DIFERENDO
 

Me propongo discutir el diferendo entre Deleuze y Foucault acerca de las nociones de deseo y de placer. Foucault desconfía de la noción de deseo porque la encuentra demasiado cargada de contenidos históricos que habría que examinar y criticar, y además porque el deseo suele usarse, según él, como una herramienta normativa: "Dime a quién deseas y te diré quién eres", un instrumento para discriminar y condenar. Privilegia la noción de placer porque la encuentra menos marcada por los discursos históricos, más abierta. Considera que el lema de una micropolítica de resistencia no ha de ser "Libera tus deseos" sino más bien "Inventa nuevas técnicas para producir nuevos placeres".

Deleuze en cambio trabaja una noción de deseo diferente del deseo-carencia del psicoanálisis. El deseo es productivo y no carece de nada. El placer, entendido como descarga, es lo que viene a interrumpir los procesos del deseo. El deseo en su propio flujo distribuye — o "cartografía"— intensidades de placer. A través de sus "arreglos" históricos, el deseo es para Deleuze proceso, afecto, acontecimiento, única carga positiva en un plano de consistencia ontológico.

Antes de discutir el diferendo entre ambos pensadores, quisiera considerar lo que los une.

Deleuze fue capaz de interrogar la tradición de un modo altamente selectivo. De Lucrecio extrae la noción antiplatónica de simulacro, de Spinoza una ética de la alegría, de Nietzsche el abismo sin fondo de las máscaras. El mundo no es representación. Las máscaras son, una debajo de otra, píeles de cebolla; no hay identidad ni contradicción.

Este es el golpe mortal a Hegel y a Marx, que construyen una filosofía de la identidad (afirmación), confrontada a su negación, que lleva a una nueva afirmación, o síntesis. La dialéctica hegeliana oblitera y destruye las diferencias concretas y efectivas en dos momentos distintos: primero, empuja todas las diferencias al punto de la contradicción, enmascarando sus especificidades; y precisamente porque las diferencias son vaciadas como términos de contradicción, es posible subsumirlas en una unidad. Esos momentos relacionados de la identidad y la contradicción forman el esqueleto lógico que Hegel consideró el modo efectivo de la progresión del pensamiento en la historia (la dialéctica), y que Marx utilizó para explicar la dinámica social.

Alrededor de los acontecimientos de mayo de! 68 francés, pensadores como Deleuze y Foucault intentaron concebir el poder y la dinámica social en nuevos términos. Rechazaron las categorías del idealismo o del materialismo dialéctico. Esa lógica de la historia (Hegel/Marx) era para ellos un constructo abstracto y no acreditable; no un verdadero proceso, sino un saco demasiado grande por cuyos agujeros escapa todo lo que vale la pena en nuestras vidas.

Surgen entonces con toda evidencia problemas que el marxismo soslayaba, evitaba o ignoraba.

Tanto Deleuze como Foucault reconocen que reclamos de grupos minoritarios pueden enfocarse estratégicamente a partir de una noción de identidad de grupo, por ejemplo el combate de las mujeres en pro de la igualdad de oportunidades con respecto a los hombres, en contra de la violencia doméstica o a favor del aborto. Pero para ambos esta lucha remite a otro combate, el que se plantea contra la noción misma de identidad, contra lo que Deleuze llama la "máquina binaria" que dicotomiza.

La máquina binaria

Tener identidad de hombre es verse atrapado en una "máquina binaria", la cual descarta su opuesto según el modelo excluyente de la contradicción: u hombre o mujer; es mantenerse atrapado por la máquina que determina: o esto o lo Otro. Entretanto, un devenir, tal cual lo entiende Deleuze, contrarresta esos efectos: libera el deseo encarcelado "en y por los organismos y los géneros".
(1)

Las máquinas binarías de codificación, operativas en el conjunto social, establecen clases, sexos (hombre/mujer), edades (niño/adulto), razas (blanco/negro), sectores (público/privado) y subjetivaciones (nuestro/ajeno)... A los elementos que no caben en una u otra categoría, la máquina binaría les adjudica una forma derivada, pero continúa dicotomizando, "Si no eres blanco o negro, eres mulato; si no eres hombre o mujer, eres travestí."

No obstante confrontamos criaturas que ya no son hombres o mujeres, que ya no tienen los rasgos de una clase, confrontamos grupos "como pequeños linajes que ya no responden a las grandes oposiciones." No es por cierto una cuestión de síntesis dialéctica, pero un tercero emerge siempre de otra parte, abrupto error de mal aprendizaje, de inexplicable rebeldía, a veces silenciosa, por parte de un cuerpo no siempre disciplinado.

Turba la naturaleza binaria de las dicotomías, sin inscribirse en su oposición ni tampoco en su complementariedad. No es cuestión de agregar "un tercer sexo, una tercera clase, una tercera edad", sino de trabar otra línea en el medio de los segmentos rígidos, "una línea que los arrastra según una variable y se acelera en un movimiento de fuga o de flujo." Esos flujos ya no pertenecen a uno u otro polo de la máquina binaria, sino que constituyen el devenir asimétrico de los dos".(2)

"La vergüenza de ser hombre: ¿hay acaso alguna razón mejor para escribir?... Se deviene mujer, se deviene animal o vegetal, se deviene molécula hasta devenir imperceptible." Un cuerpo deviene proyecciones internas o externas de su espacio, hace espacio, si engendra "una línea mágica que escapa del sistema dominante".
(3)

El ruin predominio del hombre aprisiona tanto a los hombres como a las mujeres. Una liberación de género, una línea de fuga traspasa las fronteras, traza una cartografía, un mapa, un recorrido, una danza, un devenir.

Cualquier cosa menos el bochorno de ser hombre: entonces devenir mujer, devenir animal, devenir planta, según una estrategia micropolítica de fugas, según un deseo que mitiga los segmentos solidificados de los roles, los comportamientos predecibles.

Deleuze no es menos inmanentista, pero concibe agenciamientos desnormalizadores, desvíos al azar de un acontecimiento: trazas aleatorias donde emerge un neutro no marcado, una diferencia, según variantes de ocasión. Se repite, siempre, una diferencia, diferir con respecto a uno mismo, con respecto a cierta identidad. No vuelve lo mismo, sino la diferencia, según un latir, un insistir, un vibrar de acuerdo a tal o cual estímulo. Es la ocasión de soltar amarras o deshacer nudos. No es un proceso sólo individual, aunque tampoco es necesariamente colectivo. No es un proceso abstracto, tampoco es representacional, sino minoritario, material, inmanente.
Jacques Lacan concibe el deseo a partir del Uno supuesto que no puede completarse: el sujeto desea a otro, el deseo es carencia, y esta carencia no es sólo incidental, sino una manera de estructura constituyente, una relación constante entre variables fenoménicas. Se llama castración.

Deleuze no parte del Uno, sino de las multiplicidades. El uno se extrae de las multiplicidades (n-1) que son el dato primario, y no a la inversa. El deseo para él no es índice de un carecer, sino capacidad de creación. Inviste a medida que avanza, imanta un plan de consistencia, a través de multiplicidades, de series, aunque parezca no adelantar ni un milímetro.
 
Si el deseo puede ser fuga, fuga de las formas o los caminos segmentados de la propia conducta, se distancia de sí para impulsar devenires.

Dialéctica y terror

Qué filósofos del pasado lee Deleuze y qué encuentra en ellos, se comprende en relación con su circunstancia, marcada por un antes y un después: mayo del 68. Mayo fue un acontecimiento no programado, en rigor imprevisto: crítica puesta en acto. Y corresponde en el tiempo no con Rousseau ni con Robespierre, sino con Foucault y Deleuze, quiénes eran ellos y muchos otros entonces. ¿Quiénes eran en todo eso? ¿De qué contaban? ¿Cómo se posicionaron o cómo intervenían con respecto al acontecimiento?

"En el desarrollo de un proceso político — no sé si revolucionario— ha aparecido, con una insistencia cada vez mayor, el problema del cuerpo. Se puede decir que lo que sucedió en mayo del 68 —y verosímilmente lo que lo preparó— era profundamente antimarxista. ¿Cómo los movimientos revolucionarios europeos van a ser capaces de liberarse del 'efecto Marx', de las instituciones propias del marxismo de los siglos XIX y XX? Tal era la orientación de este movimiento. En la puesta en cuestión de la identidad marxismo=proceso revolucionario, identidad que constituía una especie de dogma, la importancia del cuerpo es una de las piezas decisivas o esenciales..."
(4)

Surgen entonces, con mayor urgencia, problemas que el marxismo soslayaba, evitaba o ignoraba. Marx y Engels consideraban la heterosexualidad un dato de la naturaleza, la heterosexualidad obligatoria ni siquiera podía ser puesta en cuestión. Por lo tanto la misma división del trabajo entre hombres y mujeres era un asunto por lo menos en parte natural. Tampoco se planteaba un problema que no estuviese definido por un conflicto económico de intereses, o pretendidos tales. Los estilos de vida, los estados alterados por la experiencia de drogas, la exploración de nuevas formas de relacionamiento, la música y el arte como factores primarios de una deriva deseante escandida por momentos intensos eran descartados por los teóricos marxistas como epifenómenos de la burguesía.
En la posguerra, y en particular a partir de los sesenta, nuevas políticas del cuerpo implosionan y desmantelan aspectos de los regímenes de subjetivación; raza, género, heterosexualidad compulsiva:

"Desde el siglo XVIII hasta comienzos del XX, se ha creído que la dominación del cuerpo por el poder debía ser pesada, maciza, constante, meticulosa... y después, a partir de los años sesenta, se da uno cuenta de que este poder tan pesado no era tan indispensable como parecía, que las sociedades industriales podían contentarse con un poder sobre el cuerpo mucho más relajado. Se descubre entonces que los controles de la sexualidad podían atenuarse y adoptar otras formas... una nueva inversión, que no se presenta ya bajo la forma de control-represión sino bajo la de control-estimulación: 'Desnúdate, pero trabaja tu cuerpo, un bronceado te hará bien.'"
(5)

Michcl Foucault es antihegeliano, "en tanto no espera de la dinámica del sujeto de la historia... la posibilidad del cambio. El cambio es político, al nivel de las fuerzas, y no lógico al nivel de las esencias."
(6)'

Nos preguntamos en qué sentido la contradicción funciona como la relación lógica privilegiada por Hegel y por Marx: "Sólo en uno: con relación a la identidad."
(7)

La identidad impide participar en el ser de los otros. El deslinde efectuado por la contradicción es excluyente: esto es esto, y no lo otro. La identidad se vuelve destino. Deleuze, en cambio, la considera una impostura. Y con él una parte de las corrientes feministas y de los movimientos de minorías.

"No hay identidad de una cosa representada, ni de un autor, ni de un personaje sobre la escena; ni tampoco ninguna representación que pueda ser objeto de un reconocimiento final... sino tan sólo un teatro de problemas y de preguntas siempre abiertos que arrastran al espectador, a la escena y a los personajes en el movimiento real de un aprendizaje..."
(8)

La contradicción, salvo en el caso de la tiranía, no ha de ser la forma lógica adecuada para concebir las relaciones entre los individuos o los grupos. Ni Deleuze ni Foucault piensan según el modo de la contradicción —contradicciones frontales, al modo de la dialéctica idealista de Hegel, o la materialista de Marx—. Deleuze admite flujos, desplazamientos; Foucault, un juego de verdades y poderes hasta cierto punto recíprocos en que están implícitos la resistencia, la guerra y el negocio, la gratificación, el estímulo y el placer.

Ni para Foucault es ya posible divorciar a Marx de los procesos y los regímenes que lo invocaron como su guía. Si nos ayudó a entender la explotación, piensa, también hay eventos históricos no ajenos a su programa; que lo vincula al GULAG. La irremisible lucha de clases, según el modo inquebrantable de la contradicción, ha de terminar con un gobierno autoritario. Es la fórmula de Robespierre, filtrada por Marx y adoptada por Lenin: en nombre de una felicidad futura, final, ideológica, pospuesta siempre, abstracta y externa a los procesos inmanentes, un terror electivo, presente, irremisible, orienta las medidas del gobierno. En nombre de una felicidad conjetural, la práctica cotidiana del terror, su opresiva indignidad, destrucción: la tristeza del miedo impuesto desde arriba.

Lenin asimiló, aplicó e institucionalizó, en el Código Penal de 1922, este principio: la dictadura a través del terror. Insatisfecho con el boceto sometido por el Comisario de Justicia, D.I. Kurskii, dio instrucciones precisas acerca de cómo lidiar con los delitos políticos. Esos "delitos" — según él— debían ser castigados con la muerte; en caso de haber atenuantes, por largas penas de cárcel o expulsión al exterior. (Bajo el zarismo, según el Código Penal de 1845, los supuestos "culpables de escribir o distribuir manuscritos o impresos o representaciones dirigidas a excitar la falta de respeto hacia la Autoridad" no eran punibles con la muerte.) Implementando las instrucciones de Lenin, los juristas redactaron los artículos 57 y 58 cláusulas ómnibus que dieron a los tribunales poderes arbitrarios. Según las instrucciones de Lenin a Kurskii, la tarea de la justicia era proveer "el principio y la corrección política (y no meramente jurídica) de la esencia y justificación del terror... Los tribunales no han de eliminar el terror sino sustanciar y legitimar su principio."(9) Es difícil encontrar en la historia legal algo parecido: define los procesos judiciales no según el fin de dispensar la justicia, sino de aterrorizar a la población.

El gran terror culminó con el endiosamiento de Robespierre, en la fiesta del Ser Supremo y, más de un siglo después, con el embalsamamiento sacralizado de Lenin. Marx fue el primero que empleó la expresión de dictadura proletaria en Las luchas de clase en Francia en 1848, obra escrita en 1850. Dos años más tarde, en una carta a Weydemeyer, subrayó que había sido el primero en afirmar que "la lucha de clases lleva a la dictadura del proletariado". Por último, en su Crítica al programa de Gotha (1875), declara que la dictadura del proletariado constituye la forma específica del período de transición o período revolucionario. Los métodos de la dictadura, los métodos de Lenin, su precio en términos de vidas y de sufrimiento, la instrumentación oportunista del derecho y del procedimiento judicial (o falta de) en función de una ideología rígida de "contradicciones" de clase, que sirve de pretexto para la supresión de todos los partidos políticos (que deliberaban en la Duma o parlamento y en los soviets desde la revolución de 1905); la policía secreta, calco muy aumentado y agravado de la policía política del zar; el ejército rojo, calco del ejército del zar, utilizado para fines de represión tan sangrientos como el asesinato de los marinos de Kronstadt, o de los campesinos rebeldes en vastas zonas de Rusia (1921); la confiscación forzosa del grano y la prohibición de su venta por parte de los productores campesinos, que llevó a la muerte por hambre de cinco millones de personas (1920-1922); sin hablar (desde luego, en 1929-1933) de la colectivización forzosa de la agricultura, que causó la muerte de una decena de millones; el trabajo esclavo en función de la economía dictatorial, o "economía de mando" a través de la gigantesca organización concentracionaría (GULAG), que comenzó a operar ya en tiempos de Lenin: el horror no resulta ajeno a Marx.

En los sesenta, si no mucho antes, el prestigio de un marxismo científico perdió convicción. El poder de su verdad, la corrección de sus políticas, en diferentes enclaves del socialismo real, se desdibujó en la medida en que se constataron los gajes del terror.

¿Qué comparten Foucault y Deleuze?
Ambos elaboran, tientan, una crítica más allá de las categorías de la totalización marxista (lucha de clases, interés económico, dictadura del proletariado).

Abjuran del intelectual decimonónico que "entendía" su siglo y pontificaba. Al confundir teoría y acontecimiento en una estrategia de lucha, probaron, hicieron pequeños ejercicios a fin de colaborar con el viento alzado de su época. Los sucesos requieren ser calificados: ¿Cómo funciona allí el deseo? ¿Cómo funciona allí el poder?

"En realidad se trata de hacer entrar en juego los saberes locales, discontinuos, no calificados, no legitimados, contra la instancia teórica unitaria que pretende filtrarlos, jerarquizarlos, ordenarlos en nombre del conocimiento verdadero y de los derechos de una ciencia que está detentada por pocos."
(10)

El poder no es sólo prohibitivo: es productor de saberes, instituciones, unidades territoriales. La subjetividad es efecto de regímenes de poder y saber. El vuelco foucaultiano, vuelco en su propio pensamiento, va de considerar el poder como represor, a considerar el poder como productivo. Desplaza el foco de la investigación del aparato de estado hacia la microfísica del poder, hacia el modo peculiar en que se dan las relaciones de familia, de amistad, educativas, laborales, sexuales u otras, que no son apenas trasunto del aparato de estado.

Ni Deleuze ni Foucault son abogados de la bondad universal, o de la denuncia universal. Elaboran teorías locales asociadas a luchas minoritarias, en lengua menor, en versión desviada, sin asumir identidad fija, pero estableciendo puntos de vista resistentes a la condescendencia y a la discriminación.

El poder, observa Foucault. se racionaliza tradicionalmente alrededor del cuerpo del rey. El edificio jurídico se construye a partir de la resurrección del derecho romano, en el siglo XIII, en torno a la sede de la soberanía. Pero podemos postular, piensa, que cada cuerpo, por más sometido que esté, tiene algún poder; que ofrece, o puede ofrecer, alguna forma de resistencia. El poder, salvo en casos de dominación o dictadura, es múltiple, se juega en relaciones que implican algún grado de reciprocidad entre los participantes, sean individuos o sean grupos. "¿Quién dice la verdad? Los individuos libres, que llegan a un acuerdo, y que se hallan arrojados a una cierta red de prácticas de poder e instituciones disciplinarias" En consecuencia: "el poder no es un mal, el poder es juegos estratégicos."
(11)

Reconoce que "estados de dominación" es lo que comúnmente llamamos poder; pero él invita a considerar las relaciones de poder "juegos estratégicos entre libertades —juegos que dan como resultado el hecho de que alguna gente trata de determinar la conducta dede otros". Entonces, "cuando más abierto es el juego, más atractivo y fascinante es... y entre ambos, los juegos de poder y los estados de dominación, aparecen las tecnologías de gobierno —en un sentido muy amplio, porque abarca tanto el modo de gobernar a la esposa, a los hijos, como de gobernar una institución—."
(12)

Al articular estrategias contrarias al punto de vista hegemónico, al atender a las luchas minoritarias, habla desde otra perspectiva, desde una posición excéntrica a ser explorada, un lugar privilegiado para la crítica y el análisis.

"Apóyate en la libertad, a través del dominio de ti."
(13) "No se trata de liberar la verdad de todo sistema de poder — esto sería una quimera, ya que la verdad es ella misma poder— sino de separar el poder de la verdad de las formas de hegemonía (sociales, económicas, culturales) en el interior de las cuales funciona por el momento."(14)

Con respecto a la crítica activa, denuncia un doble malentendido: pensar que todo es recuperable, que cualquier resistencia o fuga vuelve al redil, que cualquier aventura de estilo de vida, o de práctica artística, es cooptada por el sistema y se convierte en moda o en publicidad: esto es la falacia de un nihilismo perezoso o de un revoluciónismo abstracto y oportunista. El segundo vector del mismo malentendido lleva a la totalización negativa del accionismo terrorista: dado que todo está mal. todo es explotación, no se puede salir del sistema salvo por una contradicción absoluta, haciéndolo saltar por los aires.

La historia no tiene un sentido único, "lo que no quiere decir que sea absurda o incoherente. Al contrario, es inteligible y debe poder ser analizada hasta su más mínimo detalle: pero a partir de la inteligibilidad de las luchas, de las estrategias y de las tácticas. Ni la dialéctica (como lógica de la contradicción) ni la semiótica (como estructura de la comunicación) sabrían dar cuenta de la inteligibilidad intrínseca de los enfrentamientos. Respecto a esta inteligibilidad la dialéctica aparece como una manera de esquivar la realidad cada vez más azarosa y abierta, reduciéndola al esqueleto hegeliano; y la semiología, como una manera de esquivar el carácter violento, sangrante, mortal, reduciéndolo a la forma apacible y platónica del lenguaje y del diálogo."
(15)

Maneras de esquivar lo real: o abstraerlo a una fórmula lógica o reducirlo a mero diálogo. Si nos atenemos a Engels, Marx usó la dialéctica (hegeliana) en más de un sentido, pero su sentido fuerte articulaba cierta dinámica material de la historia (económica y jurídica); a) afirmación: comunismo primitivo; b) negación: propiedad privada; c) negación de la negación: nueva forma de comunismo.
(16) Era una dinámica prescriptiva y futurista (o ideológica): el tercer momento (o síntesis) no había ocurrido aún. Entonces, gracias a la verdad supuesta del método, la interpretación histórica se vuelve doctrina de la acción política, para acelerar un cambio, según la dialéctica, inevitable, "con la ineluctabilidad de un proceso natural".(17)

La semiótica, por otro lado, tanto como el estructuralismo en las ciencias humanas, o la resurrección de la retórica, son vertientes de una preocupación por el vehículo de la comunicación, sin atender a veces al "carácter violento, sangrante, mortal" de las luchas, de las estrategias y de las tácticas.

Preguntar qué es el poder, equivale a preguntar cómo se ejerce. Durante los años de la guerra fría, los procedimientos concretos y específicos de las diversas formas del gobierno y de la justicia quedaban oscurecidos por acusaciones mutuas entre dos sistemas de gobierno, dos modelos de economía, dos áreas geopolíticas.

"A la derecha, el poder no se planteaba más que en términos de constitución, de soberanía, por lo tanto en términos jurídicos. Del lado marxista, en términos de aparato de Estado. La manera como el poder se ejercía concretamente y en detalle, con toda su especificidad, no se planteaba; uno se contentaba con denunciarlo en el otro, en el adversario, de un modo a la vez polémico y global; el poder en el socialismo soviético era llamado por sus adversarios totalitarismo; y el capitalismo occidental era denunciado por los marxistas como dominación de clase, pero la mecánica del poder jamás era analizada."
(18)
 

(sigue)


Notas:
 

(1) Gilles Deleuze Crítica y Clínica, Barcelona, Anagrama. 1996. p. 15.

(2) Deleuze y Guattari. On the line, New York. Seiniotexte. 1983. pp. 82-83.

(3) Deleuze, Crítica y Clínica ed.cit.,p. 11.

(4) Michel Foucault, Microfísica del poder. Madrid. La Piqueta. 1980. p. 105.

(5) Foucault, ibid, ed. cit., p. 105.

(6) Marcelo Pompei. "Algún día Foucault será deleuzeano", en Tomás Abranm comp., La máquina Deleuze. Buenos Aires, Sudamericana, 2006, p. 222.

(7) Pompci. ibid..ed. cu., p. 222.

(8) Deleuze, Diferencia y repetición, Buenos Aires, Amorrortu, 2002, p. 291.

(9) V. I. Lenin, Polnoe sobranie sochinenii. quinta edición, 55 vols.,. Moscú, 1958-65. vol. XIV,. p. 190.

(10) Michel Foucault, Microfísica del poder, ed. cit, pp. 179-180.

(11) Foucaullt, El yo minimalista y otras conversaciones. Buenos Aires. La Marca. 2003, pp. 164, 166.

(12) Foucault, ibid., pp. 166, 168.

(13) Foucault, ibid., p. 169.

(14) Foucault, Microfísica del poder, ed. cit, p. 189.

(15) Foucault, Microfísica del poder, ed. cit, p. 179.

(16) Cf. Engels, Antidühring (1878). Feuerbach y el fin de la filosofía clásica alemana (1888).

(17) Cf. Marx, fin del libro primero de El Capital.

(18) Foucault, Microfísica del poder, ed. cit, p. 179-180.
 

*Extractos del libro de ensayo de Roberto Echavarren, Fuera de género. Criaturas de la invención erótica (Editorial Losada Bs As, 2007).

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