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© 1999 - 2012
Amir Hamed
ISSN 1688-1672

 



ECHAVARREN, ROBERTO -- CASINO ATLÁNTICO - BARROCO - NEOBARROCO - NEOBARROSO -


Casino Atlántico: de sastre de sí. Poesía y Poéticas de finales de Siglo (II)*

Lucía Delbene

La materia fónica tallada por las aliteraciones y reiteraciones anafóricas o catafóricas, arranca los sonidos disarmónicos de una guitarra eléctrica, el chorreo de las cuerdas que resbala por la textura de Casino Atlántico. La vibrante /r/ reproduce los chirridos de la música del rock, vibración eléctrica que repta por las páginas sin otro propósito que cubrirlas con el sudor que provoca su exorcismo

Casino Atlántico

el estilo es el hombre
 

La experiencia que suscita leer por primera vez Casino Atlántico, largo poema escrito por R. Echavarren al final de la década de 1980, sin estar empapado de la estética neobarroca, produce una sensación singular: un chorro oscuro de versos prosaicos, una voz que se diluye en la diversidad del discurso, una aparente incoherencia del signo que dispara un decir frenético, no obstante esta resistencia, el ojo lector continúa recorriendo los grafemas casi imantado, alucinado, como hipnotizado por un poder raro que no alcanza a descifrar. El hechizo que se desprende de la palabra echavarriana, extendido en esa fulguración oscura y fascinante de un signo que se despliega como un abanico que alterna las posibilidades haciéndolas oscilar impidiendo su clausura, tiene el poder del fetiche, ese objeto nimio que parado en la sombra nos seduce con su talismán secreto, un zapato que fulgura, el cabello de una muñeca antigua, y no sabemos por qué, nos preguntamos qué habrá en ese objeto que relumbra de esa manera inquietante, ungiéndolo de una fuerza que nos atrae de manera irresistible.

En “Performance, Género y Transgénero”, el autor realiza una descripción del proceso creativo de Casino Atlántico. La confección del poema surge en conexión con la inquietud del autor sobre la problemática del género y su manifestación por medio del estilo. Vinculado a los movimientos que se producían en las dos últimas décadas del siglo XX de las minorías gays, feministas, negristas, indigenistas que claman por el reconocimiento de sus derechos y de una voz que durante siglos había permanecido ofuscada por el poder hegemónico blanco, masculino y occidental, Echavarren parte de los fenómenos culturales que habían producido un resquebrajamiento en el monolito de una cultura normativa y de sujeción de los individuos a un decir(se) dictaminado desde los ámbitos del poder socioeconómico y cultural. Estos movimientos, que se manifiestan en la segunda mitad del siglo, socavan estos dictados, oponiendo al macrodiscurso de normalización y compartimentación social escenificado por la moda, el estilo libertario del sujeto. El curso del estilo, lo investigaría Echavarren profundamente en un ensayo posterior en donde propone su tesis del estilo en oposición a la moda[17] como tensiones subyacentes en la sociedad que la develan como territorio de conflictos de distintos grupos de convivencia. La manifestación del estilo de las minorías que oponen su diversidad a la homogeneización interesada de las esferas del dominio, se avizora claramente en los fenómenos musicales aparejados en la revolución sexual de la década de 1960.

La fisura comienza con Elvis, quien con sus ajustados pantalones blancos y el jopo, entromete su estilo en la esfera de lo hasta el momento considerado estrictamente femenino, continuando con el flower power de los hippies en donde la mixturización de los géneros es aún mayor, para culminar con el glam-rock de la década de 1980  de David Bowie o Las muñecas neoyorkinas, que conjugaría perfectamente lo masculino y lo femenino, en una construcción que inaugura el nuevo tipo de subjetividad inédita como estilo: el andrógino en donde femenino y masculino trascienden su categorización esquemática. Pero esta consagración clara en la música, propuesta como una cultura de la rebeldía muchas veces en franca disensión con el dictamen social, calzadura ideal de las agrupaciones juveniles, no tenía según el autor su correlato en el discurso literario[18]. Para llevar a cabo la unción del nuevo signo que estuviera en consonancia con el estilo de los tiempos, y hablara con la voz de estas manifestaciones contraculturales que se generaban con enorme fuerza en la música y en el vestuario de sus integrantes, el autor comienza a investigar la escritura de las revistas musicales de la época, sobre todo las británicas que detentan un discurso más elaborado y salpicado de modismos estilísticos.

De esta particular disección o extraña cacería en las notas sobre performances musicales o reseñas discográficas surge Casino Atlántico. Empero Echavarren no estaría conforme con su factura, pues en la recitación del poema alegaba que el medio neoyorkino no receptaría al poema completamente, dadas sus características singulares más el acento extranjero del poeta. Elaboró entonces un filme homónimo, de contextura experimental, que le valdría dos premios en festivales alternativos en los Estados Unidos[19] y varias exposiciones internacionales en donde los críticos hallaron en este filme un valor de manifiesto. El poema y el filme constituyen un díptico que cierra la obra y se extrapone en un diálogo entre diferentes leguajes artísticos superando la barrera comúnmente asignada a las disciplinas artísticas y que es una manifestación cabal de postmodernidad. El análisis del filme rebasa el objetivo de este trabajo que se centrará solamente en el poema.

Si para Perlongher el barroco configura una poética de la desterritorialización: “una desterritorialización fabulosa”[20] Casino Atlántico es la geografía misma del margen, un locus móvil y transitorio donde no llega la irradiación cegadora del poder y el estilo se confecciona. Es el taller de un sastre alternativo, que hila la voz secreta y auténtica de la alteridad, que intenta enhebrar con un gesto entre lúdico y desesperado, – sin jamás lograrlo amén de ser consciente de ello –la utopía. Originalmente la palabra Casino, pequeña casa elegante, designa en italiano los clubes masculinos de reunión o de recreo a distintos fines, luego sufre un corrimiento semántico en su aplicación internacional de casa de recreación, en donde tienen cabida diferentes entretenimientos, entre ellos los juegos de azar. La noción de juego, presente en la estética del neobarroco postmoderno sustituye al de “meta o propósito” propio de la modernidad, marca que caracteriza al poema y que constituye uno de los centros de su poética:

Más que comunicarse, esquivan el cuerpo y juegan
con las formalidades del poder, midiendo y propendiendo,
para visitar varios sitios sobre la entretela a veces horizontal
que mide la distancia entre las caricaturas de la
emancipación y de la posesión,
un grumo generoso de no especificidad.[21] 
 

El sujeto de los verbos del primer verso aparece más arriba; son “las cosas” del poema, las distintas acciones y personajes que aparecen en él como los escombros de una narrativa que no conjuga una estructura y las voces de unos actantes que tampoco asumen una identidad fija y que se manifiestan apenas delineados por el esbozo de un discurso mutante. Pero este jocus no es un ejercicio pueril e inútil, una de las formas descriptibles del hastío, es un jocus político, que burla el poder birlando su propio modus operandi para cortar un nuevo género no incluido entre las redes de sentido. Ese lugar aún indefinido, que se niega a encajar en los macro-estilos que se disponen como opción de libertad en los hipermercados de la sociedad de consumo, es la distancia que existe entre las identidades fijas, sean estas de emancipación o de dominio. Estas identidades, poses impostadas por los roles asignados a los sexos y consagrados como verdaderos tótems de la biología no son más que caricaturas: ridículos estereotipos en los cuales no termina de encajar el sujeto. El juego entonces es la creación de una subjetividad que se niega a entrar en las molduras, un devenir de sí que se configura como desastre, derruisión de arquetipos estables de identidad construidos por las políticas sociales del deber ser. A la disolución romántica del yo, el neobarroco opone un yo esquizo que se licúa en todos los pliegues y pieles, que se ríe de su propia rotura gozando en la tortura del no ser. A la dicotómica duda barroca de Hamlet, inmiscuye la cabeza del clown que salta intempestivamente de la caja como asalto al lector al que propone un no ser siendo.

Además de proponer una ética del juego, en donde la asunción de cualquier identidad es una capitulación en la búsqueda integrando un retablo exhibido como espectáculo, artificio tras el que se oculta un sistema de conductas provistas por la sociedad, Casino Atlántico diseña una estructura combinatoria en donde distintas voces sin una asignación fija se disponen en un tapiz que fractura el poema fragmentando una narratividad incipiente. Los treinta y siete fragmentos que integran Casino Atlántico componen un collage de voces: un personaje principal líder de una banda de rock que encarna escenas entre patéticas y sublimes, un grupo de seguidores, a la manera de una tribu urbana que asola los espacios en una embestida glam y por último una pareja que al final se separa sin excesivo dramatismo conforman algunos de los rasgos sobresalientes del locus poético desde donde se enuncia el poema:

El período es evocado sin plan de ilación
Rinde una cosecha abundante de cabezas de rock
tropezando en un pantano,
refregándose las manos no demasiado exquisitas
cualquiera de estos ñatos, descompuesto, purgando el mismo pegote de oro.

 

El discurso poético alterna las distintas voces que se expresan indistintamente en las tres personas gramaticales. Así, el líder de la banda, ora es focalizado desde una tercera persona externa, ora toma la primera o el discurso directo:

Vestido de harapos driblea y masculla las palabras,
trabado por el equipo, pero con abandono:

“No rebajes la gloria burbujeante a un carril
de pasos arrastrados, paveando alrededor
de un hervidero de gente”

 

El grupo es visionado externamente desde la tercera persona o también desde la primera del plural en donde el sujeto lírico se incluye para formar parte del mismo:

Viviendo de prestado, un gusto barato nos basurea
a nosotros, desequilibrados genios de los trastes de guitarra,
un tris primitivos

 

Más adelante:

Así transfiguran un lugar común
En una demostración que en sí resalta
a los desequilibrados genios de los trastes de guitarra
sudando como chanchos, avanzando erráticos
a velocidad anormal por la pista, pirados,
un regodeo a poco precio, limpiándonos de escoria.
Justo un tris primitivos
.
 

Y por último para aludir a la pareja, la voz alterna la primera y la segunda persona:

“Hay una sombra en mi corazón”
Te vas. Un maldito episodio.

 

En el poema se opera una transmigración entre las personas y personajes, máscaras de un devenir, actores fragmentarios de la ilusión de lo mismo, que apenas cuajan entre las sombras del análisis, proponiendo sus almas como estados burbujeantes, no específicos, pasibles de mixturarse en subjetividades que trascienden el límite de las tres personas de la lengua. Roberto Echavarren realizando un análisis crítico de la poética de Marosa Di Giorgio, hablaba del locus poético de esta autora: “El yo, en Di Giorgio, es la esquirla de una catástrofe”[22] aserto que a nuestro entender se puede aplicar al propio autor. La poética neobarrosa de Echavarren aniquila el yo situado en esa jaula craneana, es una energía penetrante que atraviesa y enristra a otros seres u objetos, es según E. Milán “ese hablante que de tan ficticio es evidente –alterna entre la subjetividad más intensa y la objetividad  más intensa”[23]. Más que sujeto u objeto, es un discurso de participación, en donde las compuertas que separan estas entidades se hallan abiertas permitiendo el flujo de sentido que trashuma entre uno y otro. Es un yo nómade situado más allá del yo en algo que tampoco es el tú o él. Esta energía poética que es la verdadera voz se acerca a las cosmovisiones animistas propias de las culturas no occidentales, que operan con los núcleos del mito y rituales de ingestión de plantas mágicas para la explicación del universo. El chamanismo propio de algunas tribus indígenas sobrevivientes del Amazonas o de otras partes de la América meridional es un aspecto que también se deja traslucir en Casino Atlántico.

El estado “chamánico” que se manifiesta en el poema es la capacidad de penetración de la mirada poética en el interior de las materias y de los seres atravesados en todo su espesor. Esta capacidad de metamorfosis, el devenir en otra cosa sin solución de continuidad caracteriza la abolición del yo propio del estado de trance del chamán que puede encarnar en pájaro o en coyote adquiriendo la perspectiva de la transformación.  En este aspecto el poema ostenta puntos de contacto con la novela Ave Roc que se centra en la figura del mítico cantante de los sesenta Jim Morrison en una cruzada que lo lleva a deambular por los Estados Unidos entre conciertos, drogas y parajes alternativos. El narrador intradiegético, amigo y amante de la estrella de rock, llega a participar del ritual de los indios gabrielinos en el estado de California, en donde transcurre la celebración de la Danza Fantasma en el templo de las ceremonias. En dicha celebración, los personajes trascienden sus calidades de género masculino o femenino, introduciéndose en otra visión del universo en donde la cosmovisión occidental deja de operar ayudados por las sustancias psicoactivas que forman parte del ritual. Así, el cantante rockero de Casino Atlántico corresponde a una imagen mutante y alucinatoria de ribetes chamánicos, en donde su voz, alter del artista, es capaz de operar transformaciones en el entorno:

Un descuidado chorrete desparrama una oscilación fastidiosa
de sobremadura baratija por una cinta en loop
de modo que el bailarín se va quitando de a poco,
un bailarín a gogó en un minivestido plateado
un tipejo balanceándose, papagayo estrujado verde lima
retozando sobre la superficie de metal pulido
abriéndose paso hasta el centro del living
para fulminar un árbol próximo con un rayo.

 

El líder es quien está destinado a producir el cambio en los demás con una actuación que escenifica su propia transformación y que intenta impedir que “la gloria burbujeante sea rebajada a un carril de pasos arrastrados” es decir que habilita las energías destinadas a la propia performance:             

una farsa impasible, rara, mordaz
contoneándose con violencia por la pista
me pone en órbita de golpe.
Puso dinamita en el marrón.
Nunca aplasté ese moco.
Estoy sudando como un chancho
y la adrenalina arde.

 

Al travestismo subjetivo de Casino Atlántico corresponde una alteración en los espacios que se conjugan en el poema. Distintos espacios, evocaciones de la selva, del río y el pantano, se filtran en el presente poético de los personajes en plena urbe o en habitaciones como si la memoria no trabajara por análisis temporal sino que actualizara todas las vivencias que se van colando al momento en que se las enuncia. El lenguaje grávido de la memoria, explota salpicando o chorreando un signo líquido, que aún no ha decantado en el proceso de su transformación infinita y que tienen el objetivo de “poner a rodar” al lector. Así, las cabezas de rock tropiezan en el pantano, y territorios alejados en el espacio y el tiempo son evocados como rayos que se van filtrando por un vidrio oscuro:

Una mente con un interés no directo habla aquí
A través de signos alterados
Que se filtran como los rayos del sol,
A través de un vidrio oscuro
que los vuelve inofensivos
meramente extraños aunque captados a medias.

El indio se filtra a través de su ropa de concierto,
filtra el sol del Pacífico, mónadas de territorio embellecidas
en tanto rechazan sus antecedentes raciales
para adoptar el hechizo terraja del vencido, con
subtítulo occidental.

 

Los espacios filtran otros espacios: el mundo musical de la cultura pop y rock de la década de 1980 se combina con otro más solapado, apenas entrevisto que se licúa por los intersticios de un  lenguaje que convoca: el pantano, el río, el Pacífico, los chanchos, los papagayos, un potro blanco, el mamboretá acuático, un delfín entre calamares, el mundo primitivo que parece encarnar en la banda: un tris primitivos. Ese ámbito de los márgenes, de la periferia geográfica del indio vencido, el plano del mundo sometido geopolíticamente, engarza con otro borde, otra formas de exilio político y social, el de los seres que no se someten al imperio de las identidades, que habitan minorías desterradas del canon oficialista de las subjetividades que definen e inscriben en sus normativas una forma de ser.

En el poema se plantean intensidades rizomáticas[24] –término aplicado por Deleuze–  excrecencias de las luchas micropolíticas que invisten las figuras de dominación y emancipación traspasándolas, y que van enhebrando con una voz funambulesca, el grito subterráneo que emerge y se dispara rasgando los tejidos del lenguaje desde adentro para provocar el advenimiento de una marca violenta en la tersura de la superficie: la impronta del estilo. El territorio del poema es un territorio continuo en el que la energía del lenguaje –a la manera de un elam chamánico– atraviesa sus estructuras verticales plisando el paradigma que va anulando todo sentido trascendente, un territorio construido en la autoreferencialidad.

Una guerra sorda y subterfugia se está llevando a cabo, se libra en las calles y en las esquinas, desde los clubes nocturnos y los cafetines asciende su corrosión hasta alcanzar las oficinas de los más altos rascacielos de Wall Street. Plantea una rebelión callada pero contumaz, apenas visible no obstante persistente, más eficaz que las habituales olas de sangre que levantan las revoluciones. Esta guerrilla es la que se libra en los márgenes, en el límite que la sociedad oficial impone para la construcción del sujeto y su arma sustantiva va horadando las fronteras y escenificando modos alternativos de ser que encarnan al sujeto político: el estilo se esgrime como estilete subversivo contra la mesocracia ciudadana. La banda de Casino Atlántico, esa voz plural que inviste los ribetes de un salvajismo festivo, concientiza su marginalidad, identidades despreciadas por una mitología asentada en supuestas verdades reveladas por la religión y extendidas al derecho natural que fundamenta un sujeto político-social cuyo diseño propone al hombre blanco, occidental y heterosexual como patrón dominante y excluyente. A este modelo responden los sujetos de la marginalidad:             

“¡Somos ratas! ¡Somos ratas! ¡Somos mugre!
¡Somos cerdos! ¡Somos chusma! ¡Somos degenerados!
¡Somos perras! ¡Hasta nuestros managers son cerdos!”

Antes fusilados que olvidados.
 

En tanto que la moda se establece como dictado y auto reconocimiento de las clases altas, el estilo por el contrario nace como una aberración, un rasgo anómalo, a veces paródico que se imprime como el signo de una rebelión. En el ensayo citado, Arte Andrógino: estilo versus moda en un siglo corto, el autor expone las principales tesis acerca de este fenómeno contracultural en su huella política y de construcción de subjetividades. En su genealogía del estilo Echavarren evoca al dandy como su principal precursor. Al oponerse al modo de vida burgués del honette home, el dandy propone el gasto, la pereza y la bohemia, ante el ahorro, la productividad y la vida ordenada de la burguesía post-revolucionaria del siglo XIX. El estilo del dandy, que hacía recordar a cierta aristocracia venida a menos, con sus blusones drapeados, capines y sombreros de alones un tanto demodé en la noche industrial de París, dramatizaba una rebelión ante la productividad del trabajo y del sistema del capital encarnado en el burgués de reloj con cadenilla y sombrero de copa alta:

El dandy constituye una nueva aristocracia, no de la sangre, señala Baudelaire, sino del estilo. Encarna al individuo que se crea a sí mismo, que adopta un estilo de vida que le permite disfrutar de los momentos, abandonarse a un investigar y discriminar sin vergüenzas sus propias inclinaciones. En vez de producir para el patrón se produce a sí mismo. Esto se revela en el aspecto que adquiere, su modo de vestir, de presentarse, de caminar, de vivir, los lugares donde se lo encuentra y las horas a las que concurre.[25]
 

El estilo se posiciona como franca antítesis de la moda que tiende a la homogenización, diversificada por clases sociales. La moda admite variaciones pero siempre dentro de lo mismo. El estilo por el contrario, es una apropiación indebida, un asalto a mano desarmada a los muros bien delineados del capital. Es la opción del individuo que se niega a cumplir los designios impositivos del capital que lo inscriben en su esfera de clase.

Su filo de astucia volteó la máquina infame
que se apropia de lo mejor en vos,
te mastica si te agarra alguna vez
impaciente por sacar ventaja
de cualquier infidencia y oportunidad.
No habrá tiempo de oponerse a ella
salvo por cuestiones singulares, no universales.

 

La singularidad del estilo es la única forma que posee el individuo para oponerse a la máquina infame que lo engulle a las formas estereotipadas que marca el capital. El estilo no es simplemente una manera del vestido o del maquillaje sino que se inscribe en una esfera específica de acción indicando una nueva forma de hacer política:

“El estilo en cambio es un modo de ser singular, es un diferir y, en tanto existe o aparece, hace política. Pero no una política partidista entendida como la estrategia de un grupo o de una clase en vistas al control o toma de un poder central, de un gobierno, sino la política como surge en los Estados Unidos en los años sesenta: los movimientos de minorías que abren un espacio propio, con sus consiguientes derechos.[26] 
 

En los movimientos intraculturales de la década de 1960 el estilo irrumpe en la construcción de las identidades que ya no tienen cabida en las viejas formas de la sociedad burguesa. La introducción de la mujer en el mercado laboral y su paridad de derechos con los hombres, luchas que se vienen gestando desde el Romanticismo, toman cuerpo y dan una nueva faz a la conformación de las sociedades. Otros grupos, como los gays o los negros –o dentro de los EEUU los hispanos de migración reciente–  desde siempre sojuzgados por la religión y la moral emanada de ésta comienzan a reivindicar sus derechos y sus espacios de convivencia social. Todas estas importantes manifestaciones surgían al mismo tiempo que la música rock como una expresión de libertad que rechazaba la moral aplastante de unas formas sociales que comenzaban a deteriorarse. El glam fue uno de estos movimientos alternativos gestado luego del rock más duro y territorial de la década de 1970. El estilo pasa a jugarse en otros parajes alternos a los de la clase social. Ahora comienza a socavar la noción totémica de género, destruyendo los compartimentos aislados de lo masculino y lo femenino.

La revolución comienza con Elvis, continúa con los hippies y se extiende a los gestos andróginos de Mick Jagger, o el rostro verdaderamente angelical de Jim Morrison. El glam de la décad de 1980, vistosamente recreado en el filme Velvet Goldmind proyectada hace algunos años en el Uruguay, produce un cataclismo en la identidad de género desde el punto de vista del comportamiento y la ornamentación. El galicismo “glamour” de donde proviene el rótulo del glam, denota “encanto sensual que fascina”. Asociado con una sensualidad estetizante, el galmour feminiza al mundo. Las estrellas del pop se maquillan como las mujeres, adornan sus cabellos y utilizan tacos y plataformas. No obstante, esto no los convierte en el travesti que encarna la transformación en supermujer. Por el contrario, el glam conserva los rasgos masculinos, pero los diluye entre volutas de gasa y make up. La tendencia es buscar el andrógino, la hibridación de los géneros. Asimismo la mujer toma usos y costumbres del hombre. La pollera fue paulatinamente sustituida por el universal jean. En el trabajo la mujer viste un tailleur, versión femenina del traje.

Casino Atlántico recrea la estética del glam con un ojo interior. Si en la película Velvet Goldmind por momentos los personajes parecen cómicos de una tragicomedia interminable que no escinde el escenario de la vida, en Casino Atlántico la “embestida glam” es actualizada por medio del lenguaje y las texturas que éste evoca sin hipérbole del artificio, en la reverberación de los fetiches, introduciendo al lector en el mundo de los estilos musicales:

Nos arrastramos a toda hora para conseguir nuestra dosis
de papel lustroso
con enchapados o modas o berretines,
trapeados como Hermes esta semana,
y el revestimiento es descartado cuando se logra,
para reptar más rápido como jóvenes retardos
que se han vuelto mariposas al doblar la esquina.”                

el corazón medio palpitando
desde el suave zapateo, desde el cimbrar al reventar:
¡la embestida del glam!
No relegado en medio de los gorgoritos del alma.

El poder se ha vuelto bi, abriendo la tapa
para escapar a los trucos del arrinconamiento,
de lejos más murrio y agresivo de lo que esperaban.

 

El estilo indica el devenir de los individuos sin jamás cerrarse en un punto fijo donde pasaría a ser sujeto de la moda. La banda errática de Casino Atlántico rehúsa alguna definición precisa. El estilo es un estado de construcción, una línea de fuga y no un significante discreto. Su estado es el de metamorfosis constante, en donde una vez alcanzado el objetivo vuelve a transformar sus aditamentos como las larvas que mutan en mariposas. En este aspecto el estilo se corresponde a una identidad en confección, un estado activo de búsqueda y exploración del sí sin jamás admitirse en una estructura completa y definida de una vez para siempre. El estilo, sastre de sí mismo, configura un estado íntimo que puede ser pasajero, un paisaje de la interioridad más que el sujeto definido y numerado de la sociedad capitalista que se trapea de acuerdo al género o a la clase social:

“El estilo en tanto producción de cuerpos es un arte sin cordones, que invade los espacios de convivencia. No se trata de representaciones fantasmales en un escenario segregado. ES un arte de mutar que abre un espacio otro, o un espacio autónomo, pero con vasos comunicantes dentro del mismo ámbito de la convivencia: construye y expone una manera de vivir alternativa.[27]  
 

El estilo como punta de lanza que derriba la noción estatuaria de la identidad de género, tiende a mixturar en la estética glam lo femenino y lo masculino produciendo la ambigüedad del andrógino. No en vano se cita en el poema a Hermes, divinidad que hereda antiquísimas tradiciones, entre ellas la hermética que lo evoca como el andrógino, símbolo de la unidad y por tanto de la divinidad perfecta que contiene los principios opuestos, en tanto en las tradiciones alquimistas es considerado como el hermafrodita, símbolo de la conjunción que supera la misma muerte[28]. Es interesante también el rastreo etimológico de la voz Hermes, proveniente de Egipto –Thot o Tut– que en su origen significaría “mezclar”, “suavizar por la mezcla”, o “reunir en uno solo”, “totalizar”. Para los herméticos Hermes proviene de erma, “la serie” u orme “movimiento” surgido de la raíz sánscrita ser, que da sirati, sisarti: “correr”, “fluir”[29].

La capacidad performativa del estilo implica destruir aspectos que en forma de prejuicios socio-culturales impedían al individuo escoger libremente su modo de ser y de vivir. El estilo como creación del devenir, se asemeja al arte en cuanto responde de forma auténtica y original a las preguntas fundamentales de la condición histórica y humana desujetando al individuo de los condicionamientos político-sociales que lo inscriben en un momento particular de la historia y la construcción de su identidad.
 

el verso como fetiche
 

Hasta aquí hemos comentado algunos aspectos del asunto y las voces que pueblan Casino Atlántico. A continuación, y para culminar este trabajo hemos de observar el lenguaje poético particular de R. Echavarren quien imprimiendo su estilo singular, alza una de las voces más originales de la poesía americana de las últimas décadas del siglo.

El verso de Echavarren revela una superficie prosaica, la esquirla de una narrativa en ruinas según Perlongher[30]. Esta poética abandona el culto vanguardista de la metáfora que rigió a la poesía durante la mayor parte del siglo XX, haciendo explotar a la palabra por sus fueros. La generación de posvanguardia, que surge en la década de 1960 y se consagra en la del 1980, se encontró con el desafío de renovar las aguas de una estética que comenzaba a perder su potencia. Esta progresión sintáctica del verso, una hipersintaxis al estilo de Mallarmé, que obtura la función referencial para desnudar la poética, ora explora un modo coloquial en donde conciertan los sociolectos de procedencias diversas ora un trobar clus, funda de hermetismo. Más arriba apuntamos que la poética neobarrosa surge en un contexto en donde impera una poesía de compromiso social heredera de un Neruda que se embarrica en torno a los acontecimientos histórico-políticos del aquel entonces, no obstante su cabal ideología, esta poesía en muchos casos sacrifica la forma en aras de un contenido explícito.

En la poesía de Echavarren encontramos una verdadera renovación en cuanto a la forma que conlleva una significatividad política más sutil. La textura del verso está constituida por un registro polifónico que explora y explota al máximo las posibilidades plásticas del lenguaje como la musicalidad y la fuga del sentido en la delicuescencia de la palabra poética. Este brillo fugaz, intenso pero evanescente resbala sobre la piel del verso, se desprende de él como el sudor de un cuerpo extremo. Pero el cuerpo, como el verso, jamás abdica ante la completud, antes bien el tapiz se compone por fragmentos que no configuran un organismo y brillan en la constelación absoluta de su soledad.

Este poder aislado de la imagen, es la preciosidad de un escombro, la rotura extrínseca de la superficie para hilar en un compuesto subterráneo, en un mar detrás del nombre.  En el filme compuesto tras el poema, son recurrentes las tomas del agua de Atlantic City en Nueva York[31]. El verso echavarriano corrobora una densidad mercurial, en el transcurso fluye y diluye, como si fuera posible intuir las profundas corrientes que pliegan y despliegan las olas formales de la superficie. Esta poética del agua, constatable en Casino Atlántico se confirma en la sintaxis prosaica de un verso que conjura a la poesía con una musicalidad emanada del vocablo en su retorno lúdico, en el registro mersa y fetichista, en el regodeo sensual de los morfemas que gozan en sus homofonías significantes. Un oleaje constante transparenta el paño verde de la mesa de juego de la rula en donde el lector hace sus apuestas.

Esta fruición del chorro contiene el impulso de una pulsión erótica que empuja a la palabra a retorcerse en derivaciones y homofonías, paronomasias que juegan a reencontrar un sentido burlón con sus guiños detrás de la palabra:     

sobre una cinta intratable y larguirucha con humor procaz
que levanta un revoltijo tarambana
hasta un climax sarcástico de filo sardónico.

 

Una veta del deseo se cuela en las venas hirvientes de la montaña del lenguaje. Impulso constructivo y destructivo a una, abolición de la posibilidad de un sentido unívoco que abre como el abanico de Mallarmé, las arborescencias soterradas de los significantes. En esto radica tal vez, el poder imantador del verso de Ehavarren, la posible contemplación de un objeto arcaico, el laboratorio burbujeante y magmático del signo engarzado a las crestas del deseo antes de transformarse en símbolo y pasar a las filas de la moda.

En Echavarren el verso tiene las propiedades del fetiche. El fetichismo, valor simbólico atribuido a los ídolos o fetiches entre los pueblos primitivos, es tomado por Marx y Freud para el análisis de las patologías en las sociedades modernas. En Marx, el fetichismo de la mercancía es el valor agregado que oculta las relaciones asimétricas de producción y de trabajo que la hacen posible. En Freud, el fetichismo es la carga sexual de un objeto que opera como sustituto del pene, gestada por el trauma del horror ante la castración de la madre, que en última instancia se traduce en la propia castración o el complejo de Saturno (el temor a ser castrado por el padre). Es por ello que entre los fetichistas son comunes la adoración a los zapatos o a las felpas pues, según Freud, esto es lo primero que ve el niño al espiar bajo las polleras de la madre y encontrarse con la sorpresa de la amputación[32]. Echavarren retoma el concepto de fetiche para explicar el poder de las imágenes que despiertan en la poética neobarrosa, alejándose de la potencia creativa que planteaba la metáfora en la vanguardia, pivote de su estructura:

Si bien el fetiche puede ser descrito con palabras, y además, como el ejemplo traído por Freud, vacila en las redes de una traducción, creo que vale antes que nada como una imagen muda y tangible, o como hendiduras y protuberancias al tacto, o como sonido, en el caso de que se trate del grano de cierta voz. (…) Es un aura o destello de cierto objeto, un aura que le presta – o que descubre – una mirada. Es un universal ilógico, comparable al juicio estético para Kant.[33]
 

El verso de Echavarren es un fetiche en la medida que posee una calidad oscura de encantamiento que se desprende de la plasticidad con que trabaja la materia lingüística. Y en este sentido cabe traer a colación el concepto de Heidegger sobre los fetiches y amuletos en el mundo primitivo. El análisis de las señales muestra que la objetivación de la función sígnica viene dada ante los ojos de una vez asociada a la cosa significante y no como una prospección posterior que se adiciona a la cosa. Para este autor el uso de las señales en el mundo primitivo no tiene una función teorética sino de inmediato ser en el mundo:

Mirando el fenómeno de la señal, cabría hacer la siguiente exégesis: para el hombre primitivo coincide la señal con lo señalado. La señal misma puede representar lo señalado no sólo en el sentido de reemplazarlo, sino de tal manera que la señal misma es siempre lo señalado.[34]
 

No es que se produzca una coincidencia entre la señal con lo señalado en la misma región del ser sino que la señal aún no se ha emancipado en la mente primitiva. Esta condensación del signo coincide con la tendencia a la inmanencia que más arriba observamos para los neobarrosos. La restricción de la referencia al universo interior de la palabra concentra en el signo, en la función poética su máxima potencialidad y esto le confiere esa naturaleza de imantación.

Ha estado afilando nuevos cortes,
soliviantando gruñidos canturreados,
librando contrapesos,
la apabullante capacidad escénica para balancear tus tobillos
disolviéndose en lágrimas bajo un desolado
    desenvuelto tamborileo
Clamor de robustas, aunque una pizca guarras, carcajadas
en la mezcla de contorsiones
Y sudor acre del conjunto,
cubriendo páginas con muy poco salvo la esencia
    del convencimiento
y el compromiso con ideales intrínsecos,
presentando el chorreo de cuerdas
para alzarse con unos reales y vintenes,
huronear subrepticio un soretito, un gorgojo
Llámale carnicero, llámale ululante
llámale el increíble exiguo trasero que era cuando pibe.

 

En este fragmento observamos algunos aspectos que hemos apuntado más arriba. La materia fónica tallada por las aliteraciones y reiteraciones anafóricas o catafóricas, arranca los sonidos disarmónicos de una guitarra eléctrica, el chorreo de las cuerdas que resbala por la textura de Casino Atlántico. La vibrante /r/ reproduce los chirridos de la música del rock, vibración eléctrica que repta por las páginas sin otro propósito que cubrirlas con el sudor que provoca su exorcismo. El ideal se juega en esta intensidad intrínseca.

Por otro lado la variación del registro, vocablos tomados del lenguaje callejero y lumpen sitúan a la poesía en una urbe moderna, ubicua y de múltiples aristas. El contraste, es uno de las improntas del juego de los registros, lágrimas y risas, ideales y vintenes, se entrelazan a las texturas ricas o a los deshechos que expulsa el cuerpo así como la ciudad también expide los residuos de la sociedad postindustrial. Hombres-deshechos compaginan el festival de la verdad en el borde de la urbe monstruosa, como poeta en Nueva York. Este contraste neobarroco –barroso– diseña un espacio disonante en donde los signos de la exclusión política social y económica se transforman en la máscara tragicómica que posee a los personajes de Casino Atlántico y los acentúa en una ceremonia al límite. Lo tragi-cómico, las categorías genéricas dicotómicas y opuestas se atraen en un baile que jamás alcanza su síntesis y que marca el costado sobresaliente de la modernidad tardía en el continente. La poética planea en el borde del signo tensando los recursos al máximo que se descomponen y recomponen de acuerdo a sus propias leyes internas. A esta descomposición de la imagen y fuga del sentido que se asienta en los meandros inconclusos de un signo farfullante, iracundo por momentos, corresponde la fragmentación del cuerpo. El cuerpo humano ya no es un organismo unitario, un trozo kinestésico en donde habitan los sentidos remitiéndose a él, sino que se transforma en un sensorio pasible de volverse una superficie y expedir la opacidad residual de sus materias.

Este territorio lúdico, border, salvaje y radical que es Casino Atlántico nos lleva a posibilidades extremas de sentido. Sentido que fulguran en el instante de lo nuevo y que se acercan a los fundamentos más caros a la poesía: murmurar lo no dicho que propone una heurística en el  cielo del sentido. 


Notas:

[17] “Arte Andrógino: Estilo versus moda en un siglo corto” R. Echavarren.

[18] “A mí como escritor me interesaba registrar, establecer, armar ciertos discursos acerca de esas cosas (fenómenos de estilo que amplían la noción del género) y encontraba muy pocas complicidades.” R. Echavarren en “Performance, género y transgénero” Pág. 298

[19] Atlantic Casino, 16 milímetros 40 minutos color. Nueva York. Guión, co-dirección, montaje. Recibió dos premios en festivales de cine en los EE UU.

[20] N. Perlongher. Op cit. Pág.  94

[21] Casino Atlántico. Roberto Echavarren. Pág. 31. Todas las citas que hagamos del poema a continuación serán de la misma edición de Artefato. Montevideo. Uruguay. 2004

[22] Marosa Di Giorgio: Devenir Intenso. Roberto Echavarren pág 16.

[23] E. Milán en “Performance, Género y Transgénero” Roberto Echavarren. Pág. 144

[24] La estructura del film postmoderno puede ser comparada con el modo en que los filósofos franceses describen su propio libro: como un rizoma compuesto de planicies, “una región continua con vibración propia e intensidades cuyo desarrollo evita cualquier orientación hacia un punto culminante o un fin externo”. Citado por Ignacio Prado en Performance, Género y Transgénero. Roberto Echavarren. Pág. 287

[25] Arte Andrógino: estilo versus moda en un siglo corto. R. Echavarren. Pág. 33

[26] Op cit. Pág. 34

[27] Op. Cit. Pág. 41

[28] “La alquimia no tiende a realizar el aislamiento sino la conjunctio, el rito nupcial al que suceden la muerte y la resurrección. De esta conjunción nace el Mercurio trasmutado, llamado hermafrodita debido a su carácter completo” Las estructuras antropológicas del imaginario. G. Durand. Pág. 312

[29] Op. Cit. Pág. 312

[30] Op. Cit. N. Perlongher Pág. 101

[31] “El agua tiene connotaciones no sólo oculares en el film sino que es también una imagen de fluidez continua del devenir y de su poder de purificación. Las tomas del océano Atlántico y el agua corriente de las canillas simbolizan esta idea: el volverse agua como opuesto a lo concreto territorial” Ignacio Prado en “Performance, género y transgénero”. R. Echavarren. Pág. 289.

[32] Freud. S. Obras Completas. Pág. 2597. Enciclopedia Encarta.

[33] Roberto Echavarren. Arte Andrógino. Estilo versus moda en un siglo corto. Pág. 27

[34] Heidegger. “Ser y Tiempo”. Pág. 96


Bibliografía consultada
 

Bibliografía general:

Durand G. Las estructuras antropológicas del imaginario. Fondo de cultura económica. España. 1992.

Fernández Moreno, C. América Latina en su literatura. Severo Sarduy: El barroco y el neobarroco. S XXI. México. 1980

Foucault M. Las palabras y las cosas. Siglo veintiuno editores. México, 2004.

Góngora L. Soledades. Cátedra. Madrid. 1995

Heidegger M. El ser y el tiempo. Fondo de Cultura económica. México. 1967

Lezama Lima, J. La expresión americana Editorial Universitaria. Chile. 1969

Lezama Lima, J. Poesía Cátedra. Madrid. 1992

Perlongher N. Prosa Plebeya: Ensayos 1980 – 1992. Colihue. Buenos Aires. 1997

Rama, A. Transculturación narrativa en América Latina. Arca. Montevideo. 1989

Wasem M. Barroso y Sublime: poética para Perlongher. Ediciones Godot. Colección Crítica. Buenos Aires. 2008.
 

Bibliografía específica

Echavarren R. Casino Atlántico. Artefato. Montevideo. 2004

Echavarren R. Arte Andrógino: estilo versus moda en un siglo corto. Colihue. Buenos Aires. 1998

Echavarren R. Performance Género y Transgénero. Eudeba. Buenos Aires. 2000

Echavarren R. Fuera de Género. Criaturas de la invención erótica. Losada. Buenos Aires. 2007

Echavarren R. Ave Roc Mansalva. Buenos Aires. 2007
 

Artículos Revistas Web

Echavarren R. Un fervor neobarroco. www.henciclopedia.org.uy. Publicado originalmente en La República de Platón. Nº 16

Echavarren. R. Revolución neobarroca. www.slideshare.net/ Originalmente en el “Tucán de Virginia” Caribe Transplatino.


* Trabajo realizado en el marco de las 2as. Jornadas de Literatura Uruguaya. Universidad de Montevideo. Julio 2009

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